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lunes, julio 30, 2007

LA ABUELA ELECTRONICA // SILVIA SCHUJER

LA ABUELA ELECTRONICA

amor y comprensión


Para que crezcas sano y contento necesitás vivir rodeado de
amor y comprensión. Esto también se reconoce en el
preámbulo de la Convención Internacional sobre los Derechos
de la Infancia.

La abuela electrónica - Silvia Schujer


“La abuela electrónica”,
del libro La abuela electrónica y algunos cuentos de Silvia Schujer.


Mi abuela funciona a pilas. O con electricidad, depende.
Depende de la energía que necesite para lo que haya que
hacer.

Si la tarea es cuidarme cuando mis padres
salen de noche, la dejan enchufada. La sientan
sobre la mecedora que está al lado de mi
cama y le empalman un cable que llega hasta
el teléfono por cualquier emergencia.

Si en cambio va a prepararme una torta o
hacerme la leche cuando vuelvo del colegio,
le colocamos las pilas para que se mueva
con toda libertad.

Mi abuela es igual a las otras. En serio.
Sólo que está hecha con alta tecnología. Sin
ir más lejos, tiene doble casetera y eso es bárbaro porque se
le pueden pedir dos cosas al mismo tiempo. Y ella responde.

Mi abuela es mía.

Me la trajeron a casa apenas salió a la venta. Mis padres la
pagaron con tarjeta de crédito a la mañana, y a la tarde ya
estaba con nosotros.

Es que mi familia es muy moderna. Modernísima. A tal
punto mi mamá y mi papá están preocupados por andar a la
moda que no guardan ni el más mínimo recuerdo. De un día
para otro tiran lo que pasó a la basura.

A lo mejor es por eso, ahora que lo pienso, que tengo tan
mala memoria y no puedo acordarme entera ni siquiera la
tabla del dos.

Desde que la abuela está en casa, sin embargo, las cosas
en la escuela no me van tan mal.

Para empezar, ella tiene un dispositivo automático que
todas las tardes se pone en marcha a la hora de hacer los
deberes. Es así: se le prende una luz y se acciona una
palanca. Abandona automáticamente lo que está haciendo y
sus radares apuntan hacia donde estoy. Entonces me levanta
por la cintura y me sienta junto a ella frente al escritorio. Ahí
empezamos a resolver las cuentas y los problemas de regla
de tres. O a calcar un mapa con tinta china negra.

Aunque nadie se lo pida, mi abuela lleva un registro exacto
de mis útiles escolares. Por otro lado, le aprieto un botón de
la espalda y el agujero de su nariz se convierte en
sacapuntas. Le muevo un poco la oreja y las yemas de los
dedos se vuelven gomas de tinta y lápiz.

Tener una abuela como la mía me encanta. Sobre todo
cuando está enchufada, porque así puede gastar toda la
energía que se le dé la gana y no cuesta demasiado
mantenerla, como dice mi papá, que además de moderno es
un tacaño y sufre como un perro cada vez que a mi abuela hay
que cambiarle las pilas.

Casi todas las noches yo la enchufo un rato antes de irme
a dormir. Así me cuenta un cuento. O lo hace aparecer en su
pantalla para que yo lea mientras ella me acaricia la cabeza.

Sabe millones. Basta colocarle el disquete correspondiente
(porque también viene con disquetera) y en cuestión de
segundos empieza con alguna historia. Como es
completamente automática, se apaga sola cuando me
duermo.

Cuando mi abuela me cuenta un cuento o me canta
algunas canciones, yo me olvido de que es electrónica.

Más que nunca parece una persona común y silvestre. Y es
que además tiene una tecla de memoria que le permite
escucharme. Yo puedo contarle cosas y, oprimiendo esa tecla,
ella archiva toda la información: al final sabe de mí más que
ninguno.

Me gusta tener a mi abuela. Aunque salir a pasear con ella
me traiga algunos inconvenientes: los que no son tan modernos
como mi familia nos miran mucho en la calle. Y se ríen.

O quieren tocarla para ver de qué material es.

Ven algo raro en sus movimientos... o en su cara, no sé.

Creo que las luces que tiene en los ojos no son cosa fácil de
disimular.


A mí me encanta tener esta abuela.

Hace unos días, sin embargo, mi mamá dijo que quería
cambiarla por un modelo más nuevo. Dice que salieron unas
más chicas, menos aparatosas, con más funciones y a control
remoto.

La idea no me gusta para nada. Porque, aunque es cierto
que estoy bastante acostumbrado a los
cambios, con esta abuela me siento muy bien.

Las habrá mejor equipadas, ya sé. Pero yo
quiero a la abuela que tengo. Y es que,
aparte, cada vez me convenzo más de que
ella también está acostumbrada a mí.

A decir verdad, desde que en casa están
pensando en cambiar a la abuela, yo estoy
tramando un plan para retenerla.

Sí.

De a poquito la estoy entrenando
para que pueda vivir por sus propios
medios. Para que no deje que la compren y la
vendan como si fuera una cosa, un mueble usado.

Los otros días le desconecté la luz de los ojos y ahora le
estoy enseñando a ver. Vamos bien.

También le estoy enseñando a ser cariñosa sin el disquete.

Ésa es la parte que me resulta más fácil; a lo mejor porque
me quiere, aunque ella todavía no lo sepa.

Pienso seguir trabajando.

Mi objetivo es que aprenda a llorar. A llorar como loca. Y lo
más pronto posible, así el día que se la quieran llevar como
parte de pago para traer una nueva, el escándalo lo armamos
juntos...

viernes, julio 27, 2007

PENSAMIENTOS Y MEDITACIONES // GIBRÁN KHALIL GIBRÁN

GIBRÁN KHALIL GIBRÁN
PENSAMIENTOS Y MEDITACIONES
(1961)



EL RETORNO DEL AMADO


Al caer la noche el enemigo huyó con cortes de espada y heridas de lanza grabados en su espalda.
Nuestros héroes hicieron ondear banderas de triunfo y entonaron cantos de victoria al ritmo de los cascos
de sus caballos, que resonaban en; las piedras del valle.
La luna ya se había levantado de atrás de Fam El Mizab. Las rocas, enormes y elevadas, parecían alzarse
con el espíritu del pueblo, y el bosque de cedros semejaba una medalla de honor en el pecho del Líbano.
Continuaron su marcha, y la luna brilló por encima de sus armas. Las lejanas cavernas resonaron
repitiendo sus cánticos de alabanza y victoria hasta que, al pie de una cuesta, los detuvo el relincho de un
caballo que se erguía entre las rocas grises como esculpido en ellas.
En las cercanías del caballo encontraron un cuerpo, cuya sangre había manchado la tierra en que yacía.
.Mostradme su espada y os diré quién es su dueño -gritó el jefe del escuadrón.
Algunos soldados desmontaron y rodearon al muerto. Uno de ellos dijo al jefe:
-Sus dedos cogen la empuñadura con toda su fuerza. Sería afrentoso quitarle la espada.
Otro dijo:
-La espada está cubierta por la sangre de la vida que huía y que ahora oculta su metal.
Un tercero agregó:
-La sangre coaguló tanto sobre la mano como sobre la empuñadura, e hizo de ellas una sola pieza.
El jefe, entonces, desmontó y caminó hacia el cuerpo.
-Levantad su cabeza -dijo-, y dejad que la luna ilumine su rostro, de modo que podamos saber quién
es.
Los hombres hicieron lo ordenado y el rostro del muerto apareció detrás del Velo de la Muerte, con
signos de valor y nobleza. Era el rostro de un poderoso caballero y trasuntaba virilidad. Era el rostro
de alguien que había chocado valientemente contra el enemigo y se enfrentaba a la muerte sonriendo.
El rostro de un héroe libanés que, ese día, había dado testimonio del triunfo pero no había vivido para
marchar y cantar y celebrar la victoria con sus camaradas.
Cuando sacaron el paño de seda de su pálido rostro y le limpiaron el polvo de la batalla, el jefe,
como en agonía, gritó:
- ¡Es el hijo de Assaaby! ¡Qué terrible pérdida!
Y los hombres repitieron ese nombre, suspirando. El silencio, entonces, los cubrió, y sus corazones,
embriagados por el néctar de la victoria, recuperaron la sobriedad, porque habían visto algo más
grande que la gloria del triunfo en la pérdida de un héroe.
En esa escena de espanto se erguían como estatuas de mármol, y sus lenguas, tiesas, se encontraban
mudas y sin voz. Esto es lo que la muerte hace con las almas de los héroes: llorar y lamentarse es cosa
de mujeres, quejarse y gritar es propio de niños. Para el dolor de los hombres de armas lo único digno
es el silencio, que atenaza el corazón con tanta fuerza como las garras del águila la garganta de su
presa. Es ese silencio que se eleva por encima de las lágrimas y gemidos el que, en su majestad,
agrega pavor y angustia a la desgracia, ese silencio que hace que el alma descienda de la cima de la
montaña al abismo. Ese silencio que anuncia la llegada de la tempestad. Y cuando la tempestad no se
hace presente es porque el silencio resulta más fuerte que ella.
Quitaron entonces la ropa al joven héroe para ver dónde había clavado la muerte sus aceradas garras
y en, su pecho aparecieron las heridas, como labios que hablaban en la sere nidad de la noche
proclamando la valentía de los hombres.
El jefe se acercó al cuerpo y cayó de rodillas. Mirando mejor al guerrero muerto encontró un
pañuelo bordado cofa hilos de oro atado en torno a su brazo y reconoció la mano que había hilado la
seda, y los dedos que habían tejido su hebra. Lo guardó debajo de sus ropas y se apartó lentamente,
ocultando con mano temblorosa su rostro agobiado. Hasta entonces esa mano había arrancado, con su
fuerza, las cabe zas del enemigo. Pero en ese momento temblaba porque había tocado el borde de un
pañuelo atado por dedos amantes en torno del brazo de un héroe ya muerto, un héroe que volvería a
ella sin vida, sobre las espaldas de sus camaradas.
Mientras el espíritu del jefe fluctuaba analizando tanto la tiranía de la muerte cuanto los secretos del
amor, uno delos hombres propuso:
-Cavemos una tumba debajo de aquel roble, para que las raíces puedan beber su sangre y las ramas
reciban alimento de - sus despojos. Ganará en fuerza y se volverá inmortal; quedará como símbolo que
proclame a montes y valles su valentía y su fuerza.
-Llevémoslo al bosque de cedros y sepultémoslo al lado de la iglesia -agregó otro -: allí sus huesos
estarán eternamente custodiados por la sombra de la cruz.
-Enterrémoslo aquí -dijo otro-, donde su sangre ya se ha mezclado con la tierra. Y dejemos que la
espada perma nezca en su diestra. Coloquemos su lanza a su lado y sacrifiquemos su caballo sobre la
tumba. Y que sus armas sean su alegría en la soledad.
Pero uno objetó:
-No enterremos una espada manchada con la sangre del enemigo ni sacrifiquemos un corcel que
resistió a la muerte en el campo de batalla. No abandonemos en la soledad armas habituadas a la
acción y a la fuerza: llevémosles a sus parien tes como buena y grande herencia.
-Arrodillémonos a su lado y recemos las plegarias del Nazareno para que Dios quiera perdonarlo y
bendecir nuestra victoria -dijo otro.
-Levantémoslo sobre nuestras espaldas en un féretro Formado por nuestros escudos y lanzas y
recorramos otra vez este valle de nuestra victoria con él en andas para que los labios de sus heridas sonrían
antes de verse envueltos por la tierra de la tumba -propuso un camarada.
Y otro:
-Montéenoslo en su corcel y, sosteniéndolo con las calaveras de los enemigos muertos y ciñéndoles su
lanza, conduzcámoslo a la aldea como vencedor. No cedió a la muerte hasta después de cargarla con el
peso de las almas de los enemigos.
-Vamos -dijo uno-, enterrémoslo al pie de esta montaña. El eco de las grutas será su acompañante y el
murmullo del arroyo su trovador. Sus huesos deben reposar en el desierto, donde los pasos de la noche
silenciosa son leves y suaves.
Otro objetó:
-No. No lo dejemos aquí, porque aquí habitan el tedio y la soledad. Llevémoslo al camposanto de la
aldea. Los espíritus de nuestros antepasados lo acompañarán y hablarán con él en el silencio de la noche, y
le narrarán las historias de sus guerras y las sagas de sus glorias.
El jefe caminó entonces hacia el centro y pidió silencio. Suspiró y dijo:
-No lo fastidiemos con historias de guerra ni repitamos a los oídos de su alma, que ronda por encima de
nosotros, las narraciones de espadas y lanzas. Mejor llevémoslo tranquila y silenciosamente a su lugar de
nacimiento, donde un alma amorosa espera su regreso al hogar... el alma de una doncella que espera su
retorno del campo de batalla. Devolvámoslo para que no pierda la última mirada a su rostro y el último
beso a su frente.
Así, lo cargaron sobre sus espaldas y marcharon en silencio, gachas las cabezas y caídos los ojos. Su
caballo, apenado, se afanaba detrás de ellos arrastrando las riendas por el suelo y profiriendo, de tanto en
tanto, un relincho desolado que retumbaba en las cavernas como si ellas tuviesen corazón y compartieran su
tristeza.
El cortejo triunfal marchó tras la cabalgata de la muerte por el espinoso sendero del valle, iluminado por
la luna, y el espíritu del Amor señaló el camino arrastrando sus alas rotas.
UNIÓN
Cuando la noche embelleció el ropaje del cielo con las joyas de las estrellas, una hurí se remontó desde el
valle del Nilo y revoloteó en el cielo con alas invisibles. Se sentó en un trono de niebla que colgaba entre el
cielo y el mar, mientras delante de ella pasaba una multitud de ángeles que cantaban al unísono: "Gloria,
gloria, gloria a la hija del Egipto, cuya grandeza llena el orbe."
Entonces, en la cima de Fam El Mizab, circundada por el bosque de cedros, las manos de los serafines
alzaron a una joven sombra, que se sent ó en el trono al lado de la hurí. Los espíritus los rodearon cantando:
"Gloria, gloria, gloria al joven del Líbano, cuya magnificencia llena los tiempos."
Y cuando el novio tomó las manos de su amada y miró en sus ojos, las olas y el viento esparcieron su
comunión por todo el universo:
¡Qué perfecto es tu esplendor, hija de Isis, y qué enorme mi adoración por ti!
¡Qué elegante eres entre los jóvenes, hijo de Astarté, cuán poderosamente te deseo!
Mi amor es tan fuerte como tus pirámides, y el tiempo no podrá destruirlo.
Mi amor es tan firme como tus Cedros Sagrados, y los elementos no podrán con él.
Sabios de todas las naciones de oriente y occidente vienen a beber de tu sabiduría y a descifrar tus signos.
Eruditos de todos los reinos del mundo vienen a embriagarse con el néctar de tu belleza y con la magia
de tu voz. Tus palabras son fuentes de abundancia.
Tus brazos son manantiales de agua pura y tu aliento una brisa refrescante.
Los palacios y los templos del Nilo anuncian tu gloria y la Esfinge da fe de t u grandeza.
Los cedros de tu pecho son como medallas de honor y las torres que te rodean son señal de tu valentía y
fortaleza. ¡Qué dulce es tu amor, y qué maravillosa la esperanza que alientas!
¡Qué generoso compañero eres. Y qué esposo leal has mostrado ser. Qué sublimes son tus dones y tu
sacrificio! Me enviaste jóvenes que eran como el. despertar después de un profundo sueño. Me diste
hombres llenos de osadía para conquistar la debilidad de mi pueblo, humanistas para exaltarlo y genios que
enriquecieran sus poderes.
De las semillas que te envié hiciste brotar flores; de los renuevos, árboles. Porque tú eres una pradera
virgen en la que crecen rosas y lirios y se levantan cipreses y cedros.
Veo tristeza en tus ojos, amor mío, ¿acaso te apena estar a mi lado?
Tengo hijos e hijas que emigraron al otro lado de los mares y me dejaron llorando y añorando su regreso.
¿Es que tienes miedo, hija del Nilo y preferida de todas las naciones?
Temo que se me acerque un tirano de voz dulce que, luego, me domine con la fuerza de sus brazos.
La vida de las naciones es, amor mío, como la vida de los individuos: se alegra con la esperanza y es una
con el temor, la acosan los deseos y la angustia la desesperación.
Los amantes se abrazaron y se besaron y de las copas del amor bebieron el fragante vino de los tiempos.
Y el coro de ángeles cantó: "Gloria, gloria, gloria, la gloria del amor llena los cielos y la tierra."


MI ALMA ME HABLÓ


Mi alma me habló y me enseñó a amar lo que el pueblo aborrece y a proteger lo que denigra.
Mi alma me mostró que el amor se enorgullece no sólo del ser que ama sino también del amado.
Antes de que mi alma me hablara, en mi corazón el amor era como una delgada cuerda ajustada entre dos
clavijas. Pero ahora el amor se ha transformado en un halo cuyo comienzo es su final y cuyo final es su
comienzo. Rodea a todos los seres y se difunde lentamente hasta abrazar todo lo que existe.
Mi alma me advirtió y me hizo percibir la belleza oculta de la piel, la forma y el matiz. Me enseñó a
meditar sobre lo que la gente llama feo hasta que aparece su verdadero encanto y deleite.
Antes de que mi alma me aconsejara, para mí la belleza era una antorcha temblorosa entre columnas de
humo. Ahora que se desvaneció el humo no veo sino la llama.
Mí alma me habló y me hizo oír voces que no pronuncian la lengua, la laringe ni los labios.
Antes de que mi alma me hablara yo no oía más que gritos y gemidos. Pero ahora, ansiosamente, puedo
oír el silencio y escucho sus coros cantando los himnos de los tiempos y los cánticos del firmamento, que
anuncian los secretos de lo oculto.
Mi alma me habló y me enseñó a beber el vino que no procede de lagares ni puede escanciarse de copas
que puedan levantar las manos ni tocar los labios.
Antes de que mi alma me hablara, mi sed era como una chispa confusa escondida bajo las cenizas que
pueda apagar un sorbo de agua.
Mi alma me habló y me enseñó a tocar lo que aún no se ha encarnado; ella reveló que todo lo qúe
tocamos es parte de nuestro deseo.
Pero ahora mis dedos se transformaron en bruma que penetra en lo que se ve del universo y se confunde
con lo invisible.
Mi alma me enseñó a aspirar el perfume que no emiten el mirto ni el incienso. Antes de que mi alma me
hablara yo deseaba aspirar la fragancia del perfume en los jardines, en los fra scos o en los incensarios.
Pero ahora puedo gustar del incienso que no se quema como ofrenda en sacrificio. Y lleno mi corazón
con una fragancia que ninguna brisa condujo a través del espacio.
Mi alma me habló y me enseñó a decir "Estoy listo" cuando lo desconocido y el peligro me llaman.
Antes de que mi alma me hablara yo no respondía a ninguna voz, salvo a la del pregonero que conocía, y
sólo caminaba por el sendero cómodo y fácil.
Ahora lo desconocido es un corcel que puedo montar para conocerlo, y la llanura se volvió escalera
y por sus peldaños trepó a la cima.
Mi alma me habló y me dijo: "No midas el tiempo diciendo: Hubo un ayer y habrá un mañana."
Antes de que mi alma me hablara creía que el pasado era una época que nunca volvería y que el
futuro nunca podía ser alcanzado.
Ahora me doy cuenta de que el presente contiene a todo tiempo y que en el se encuentra todo lo que
puede esperarse, todo lo realizado y todo lo cumplido.
Mi alma me habló exhortándome a no limitar el espacio diciendo: "Aquí, allí, allá."
Antes de que mi alma me hablara yo sentía que por cualquier parte que caminaba estaba lejos de
todo otro espacio.
Ahora comprendo que en cualquier lugar que esté se encuentran todos los lugares y que la distancia
que camino abarca todas las distancias.
Mi alma me enseñó a estar despierto mientras otros duermen y a entregarme al sueño cuando otros
están en movimiento.
Antes de que mi alma me hablara yo no distinguía sus sueños al dormirse ni ellos advertían mis
fantasías.
Ahora yo nunca zarpo en el buque de mis sueños a menos que ellos me vigilen, y ellos nunca se
remontan por el cielo de sus fantasías a menos que yo las comparta en su libertad.
Mi alma me habló y dijo: "No te alegres con el elogio y no te angusties con el reproche."
Antes de que mi alma me aconsejara yo dudaba del mérito de mi trabajo.
Ahora me doy cuenta de que los árboles florecen en primavera y dan sus frutos en verano sin esperar
elogio, y dejan caer sus hojas en otoño y quedan desnudos en invierno sin temor al reproche.
Mi a lma me habló y me hizo ver que no soy más que el enano ni menos que el gigante.
Antes de que mi alma me hablara yo veía a la humanidad dividida en dos clases de hombres: una
débil, de la que me compadecía, y una fuerte, a la que seguía o resistía desafiante.
Pero ahora aprendí que soy como ambos y estoy hecho de los mismos elementos. Mi origen es su
origen, mi conciencia es su conciencia, mi pretensión su pretensión y mi peregrinaje su peregrinaje.
Mi alma me habló y me dijo: la linterna que llevas no es tuya y la canción que cantas no fue
compuesta en lo profundo de tu corazón, porque aunque sostengas la luz no eres la luz, y aunque seas
un laúd con las cuerdas tensas no eres el ejecutante.
Mi alma me habló, hermana, y me enseñó muchas cosas. Y tu alma también te ha hablado y también
te ha enseñado. Porque tú y yo somos uno y no hay diferencia entre nosotros, salvo que yo haya
proclamado lo que hay en mi ser íntimo, mientras tú lo guardas como un secreto de tu intimidad. Pero
en tu reserva hay una especie de virtud.


VISIÓN


Cuando llegó la Noche y el Sueño desplegó su manto sobre la faz de la Tierra, abandoné mi lecho y
caminé hacia el mar diciendo: "El mar nunca duerme, y en su vigilia hay consuelo para el alma
despierta."
Cuando llegué a la playa, la bruma de las montañas había cubierto la región como un velo que
adorna el rostro de una joven. Miré las múltiples olas y escuché la plegaria de Dios;
medité entonces sobre el poder eterno que ellas encierran, ese poder que se despliega con la
tempestad, crece con el volcán, sonríe a través de los labios de las rosas y canta con los arroyos.
Entonces, sentados en una roca, vi tres espectros. Avancé a los tumbos, como si algún poder me
empujara contra mi voluntad.
Me detuve a pocos pasos de ellos, como domi nado aún por una fuerza mágica. Uno de los espectros se
levantó en ese momento y, con una voz que parecía surgir del fondo del mar, dijo:
-La vida sin Amor es como un árbol sin flores ni frutos. Y el Amor sin Belleza es como una flor sin
perfume o un fruto sin semilla... La Vida, el Amor y la Belleza son tres oersonas en una, que no pueden
separarse ni cambiar.
Un segundo espectro, con voz, rugiente como agua torrentosa, dijo:
-La Vida sin Rebelión es como las estaciones sin prima vera. Y la Rebelión sin justicia es como la
primavera en un desierto árido... Vida, Rebelión y Justicia son una sola y no pueden cambiarse ni separarse.
El tercer espectro habló entonces con voz sonora como el resonar del trueno:
-La Vida sin Libertad es como un cuerpo sin alma, y la Libertad sin Reflexionar es como un espíritu
confuso... Vida, Libertad y Reflexión son una sola y eterna y no pasan.
Luego los tres espectros se levantaron y con voz tremenda dijeron:
Lo que engendra el Amor
Lo que crea la Rebelión,
Lo que exalta la Libertar
Son tres manifestaciones de Dios
Y Dios es la expresión
De la inteligencia del Universo.
El susurro de alas invisibles y el temblor de cuerpos etéreos se mezcló entonces con el Silencio que
prevaleció y se enseñoreó.
Cerré mis ojos y escuché el eco de lo que acababa de oír; cuando volví a abrirlos sólo vi el mar envuelto
en niebla. Me acerqué a la roca en la que se habían sentado los tres espectros y encontré solamente un hilo
de humo de incienso que trepaba hacia el cielo.


COMUNIÓN DE ESPÍRITUS


¡Despierta, amor, despierta!, que mi espíritu te saluda desde el otro lado del mar y te ofrece sus alas por
encima de las olas furiosas.
Despierta, que el silencio suspendió el estruendo de las pezuñas de los caballos y de las pisadas de los
caminantes. El sueño abrazó los espíritus de los hombres, pero yo, sólo yo, permanezco despierto: el deseo
me redime del sueño que todo lo envuelve.
El amor acerca a ti, pero, entonces, me aleja la ansiedad. Amor mío, abandoné mi lecho atemorizado por
el fantasma del olvido que se esconde entre las mantas.
¡Dejé de lado mi libro porque mis visiones acallaban las palabras y volvían blancas las páginas, para mis
ojos! Despierta. Despierta, amor mío y escúchame.
¡Te oigo, amor! Oigo tu llamado del otro lado del mar y siento el dulce contacto de tus alas. Abandoné
mi cama y caminé por el pasto, y el rocío de la noche mojó mis pies y el borde de mi vestido. Aquí estoy,
bajo las flores del almendro, escuchando el llamado de tu espíritu.
Háblame, amor, y deja que tu hálito cabalgue sobre la brisa que me llega de los valles del Líbano. Habla,
sólo yo escucho; la noche retiene en sus alcobas a todos lós demás.
Amor mío, el cielo tejió un velo de luz de luna y lo desplegó sobre el Líbano.
Con las sombras de la noche el cielo formó un grueso telón, forrado con el humo de los talleres y el
soplo de la Muerte y lo colocó, amor mío, sobre la ciudad.
Los aldeanos se han dormido en sus chozas, rodeadas de sauces y nogales, sus espíritus, mi amor, ya
partieron para la tierra de los sueños.
Los hombres se inclinan bajo el peso del oro y el empinado de hierba afloja sus rodillas. La inquietud y el
aburrimiento oprime sus ojos, y los fantasmas del Miedo y la Desesperación los llevan a refugiarse en
sus camas.
Los fantasmas de edades pasadas caminan por los valles y los espíritus de reyes y profetas rondan
por montes y colinas. Mis visiones, guiadas por la memoria, me muestran el poder de los caldeos, el
esplendor de los asirios y la nobleza de los árabes.
Por las siniestras callejuelas pasan los espíritus torvos de los ladrones; en las grietas de los muros
aparecen las víboras de la lujuria, y el escalofrío de la enfermedad, mezclado con la agonía de la
Muerte, se estremece por las calles. La memo ria arrancó el velo del olvido de mis ojos y me muestran
las abominaciones de Sodoma y los pecados de Gomorra.
Amor mío, las ramas se ,inclinan y su crujido se une al murmullo del arroyo en el valle, repitiendo
para nuestros oídos los cánticos de Salomón, las melodías del arpa de David y los cantos de Ishak al-
Mausili.
Tiemblan las almas de los niños hambrientos en sus casas; la visión de las madres acunando lechos
de miseria y desesperación ya llegó al cielo. Sueños de ansiedad afligen los corazones de los
enfermizos. Oigo sus amargos lamentos. La fragancia de las flores se mezcló con el punzante hálito de
los cedros. Transportada ponla brisa juguetona por encima de las colinas, llena el alma con afecto e
inspira ansias, de volar.
Pero también surgen las miasmas enfermas de los pantanos y, como agudas flechas secretas,
penetran los sentidos y emponzoñan el aire.
Amor mío, ya llegó la mañana y los dulces dedos de la vigilia acarician los ojos de los soñadores.
Los rayos de luz llaman a abrir las persianas y descubrir la determinación y gloria de la vida. Las
aldeas, que se recuestan, pacíficas y tranquilas, sobre las espaldas del valle, despiertan de su sueño; las
campanas de las iglesias llenan el aire con sus placenteros llamados a la plegaria matutina. Y desde las
cuevas el repiqueteo se repite en eco, como si toda la Naturaleza se uniera en plegaria reverente. Los
terneros ya abandonaron sus establos y las ovejas y las cabras sus cobertizos, para pacer en la hierba
resplandeciente por el rocío. Los pastores les prece den, tocando su caramillo, y detrás van las
doncellas, cantando como pájaros que saludan el nuevo día.
Y ahora la pesada mano del día se ha asentado sobre la ciudad. Ya se han corrido las cortinas de las
ventanas,y las puertas están abiertas. En los talleres asoman los ojos fatigados y los rostros ojerosos
de los trabajadores. Sienten que la muerte se inmiscuye en sus vidas, y en sus semblantes arrugados
aparecen el Temor y la Desesperación. Almas anhelantes y apuradas congestionan las calles, y por
todas partes se oye el repiqueteo del hierro, el rechinar de las ruedas y el silbido del vapor. La ciudad
se ha vuelto un campo de batalla, en el que el fuerte domina al débil y el rico explota y tiraniza al
pobre.
Qué hermosa es la vida, amor mío; es como el corazón del poeta, lleno de luz y ternura.
"Y qué cruel es la vida, amor mío; es como el corazón de un criminal, palpitante de vicio y temor.


BAJO EL SOL


Contemplé todas las obras que se hacen bajó el sol,
y he aquí que todas ellas son vanidad y aflicción
del espíritu.
Eclesiastés
¡Oh espíritu de Salomón, que rondas por el reino etéreo! Tú, que desechaste los harapos de la
materia y dejaste detrás de ti esas palabras que, nacidas de la debilidad y la miseria, desalientan a
quienes aún son prisioneros de sus cuerpos.
Tú sabes que esta vida tiene un sentido que la Muerte no oculta. Pero ¿cómo puede acceder la
humanidad a un conocimiento que sólo se logra cuando el alma se libera de las ataduras?
Ahora comprendes que la vida no es una aflicción del espíritu, que no todo lo que se hace bajo el sol
es vanidad, que de algún modo todo se dirigió siempre y siempre se diri. gira hacia la Verdad.
Nosotros, miserables criaturas acepta mos tu decir terrenal como palabras de gran sabiduría. Sin
embargo son puertas que oscurecen la mente y anulan la esperanza.
Ahora comprendes que la ignorancia, la maldad y el despotismo tienen sus causas y que la Belleza
es revelación de la sabiduría, producto de la virtud y fruto de la justicia.
Ahora sabes que el dolor y la pobreza purifican el corazón del hombre; aunque nuestras débiles
voluntades no. ven en el universo nada de más valor que el ocio y la felicidad.
Ahora puedes ver que el espíritu avanza hacia la luz a pesar de las privaciones terrenas. Sin embargo
repetimos tus palabras,- que. enseñan que un hombre no es más que un juguete en manos de lo
desconocido.
Te has lamentado de haber sembrado en nuestros corazones desaliento frente a la vida en el mundo
y temor frente a la vida en el más allá. 'Sin embargo, seguimos prestando oídos a tus palabras
mundanas.
¡Oh espíritu de Salomón, que ahora habitas la Eternidad! Manifiéstate a los amantes de la sabiduría
y enséñales a no transitar el sendero de la herejía y la miseria. Quizás sirva como reparación por un
error no intencional.


UNA MIRADA AL FUTURO


Desde atrás del muro del Presente oí los himnos de la humanidad. Oí el sonido de las campanas que
anunciaban el comienzo de la plegaria en el templo de la Belleza. Campanas moldeadas con el metal
de la emoción y suspendidas sobre el altar sagrado, el co razón humano.
Desde atrás del Futuro vi multitudes que cumplían con su culto en el seno de la Naturaleza, sus
rostros vueltos al Oriente, esperando la inundación de la luz de la mañana, la mañana de la Verdad.
Vi la ciudad en ruinas y que nada quedaba para hablar al hombre de la derrota de la Ignorancia y del
tiempo de la Luz.
Vi a los ancianos sentados a la sombra de los cipreses y de los sauces, rodeados por jóvenes que
oían sus narraciones de otros tiempos.
Vi a los jóvenes rasgueando sus guitarras y tocando sus caramillos, y a las doncellas bailando bajo
los jazmines, con las trenzas al viento.
Vi a los hombres cosechando trigo y a sus esposa reuniendo las gavillas y cantando alegres
canciones.
Vi a una mujer que se adornaba con una corona de lilas. Vi que la amistad entre el hombre y todas
las criaturas se estrechaba, y familias de pájaros y mariposas, confiadas y seguras, que volaban hacia
los arroyos.
Vi que no había pobreza; tampoco encontré exceso. Vi que la fraternidad y la igualdad reinaban
entre los hombres.
Vi que no había médicos, porque cada uno tenía los medios y el conocimiento para curarse a sí
mismo.
Encontré que no había sacerdotes, porque la conciencia había llegado a ser el Supremo Sacerdote.
Tampoco vi abogados, porque la Naturaleza había tomado el lugar de los tribu nales y regían tratados
de amistad y unión.
Vi que el hombre sabía que él es la piedra fundamental de la creación y que se ha elevado por
encima de la pequeñez y bajeza y ha arrancado el velo de la confusión de los ojos del alma. Este alma
ahora lee lo que las nubes escriben en el cielo y lo que la brisa dibuja sobre la superficie del agua;
ahora entiende el significado del perfume de las flores y las modulaciones del ruiseñor.
Desde atrás del muro del Presente, sobre la plataforma de las edades venideras, vi a la Belleza como
a una novia y al Espíritu como a un novio; la Vida era la Noche ceremonial del Kedre.


LA DIOSA DE LA FANTASIA


Y después de un fatigoso viaje, llegué a las ruinas de Palmira. Exhausto, caí sobre la hierba que crecía
entre las columnas rotas y arrasadas por el tiempo, semejantes a restos abandonados por ejércitos invasores.
Al caer la tarde, cuando el oscuro manto de silencio abrazaba a todas las criaturas, sentí un extraño
perfume en el aire, tan fragante como el incienso y tan embriagador como el vino. Mi espíritu se abrió para
libar ese néctar etéreo. Pareció entonces que una pesada mano presionaba mis sentidos: mis párpados
pesaron mientras mi espíritu se sentía libre de sus cadenas.
Entonces la tierra tambaleó a mis pies, el cielo tembló encima de mí y me vi levantado como por un
poder mágico. Me encontré entonces en una pradera como nadie nunca había imaginado, en medio de una
multitud de vírgenes que no usaban otros vestidos que la belleza que Dios les había dado. Caminaron
alrededor de mí, pero sus pies no tocaban la hierba. Cantaron himnos que expresaban sueños de amor. Cada
doncella tocaba un laúd de marfil con cuerdas de oro.
Me encontré en un gran claro en cuyo centro se hallaba un trono tachonado con piedras preciosas e
iluminado por los rayos del arco iris. A sus lados había doncellas que levantaban sus voces mientras
miraban hacia el sitio de donde provenía un perfume de mirra e incienso. Los árboles estaban en flor y, de
entre sus ramas, cargadas de capullos, apareció una reina que caminó majestuosamente hacia el trono. Al
sentarse, una bandada de palomas blancas como la nieve descendió y se ubicó en torno de sus pies,
formando una medialuna, mientras las doncellas cantaban himnos de gloria. Y yo permanecí mirando lo
que los ojos de ningún hombre habían visto.
Entonces la reina hizo una señal que movió a silencio. Con voz que provocó en mi espíritu un
estremecimiento similar al de las cuerdas del laús en manos de un músico, dijo:
-Hombre, te he llamado porque soy la Diosa de la Fantasía. Te he concedido el honor de presentarte ante
mí, la Reina de las praderas de los sueños. Escucha mis órdenes, porque te designo para que las prediques a
toda la raza huma na: explica a los hombres que la ciudad de los sueños es una fiesta de casamiento a cuya
puerta se halla de guardia un poderoso gigante. Nadie puede entrar si no usa ropas de casamiento. Haz
saber que esta ciudad es un paraíso cuyo centinela es el ángel del Amor; ningún ser humano puede entrar si
no lleva inscripto en la frente el signo del Amor. Descríbeles estos hermosos campos, cuyos ríos fluyen con
néctar y vino, cuyos pájaros navegan por los cielos y cantan con los ángeles. Describe el perfume aromático
de sus flores y comu nica que sólo el Hijo del Sueño puede pisar su muelle pasto.
"Haz saber que di al hombre una copa de alegría, pero que él, en su ignorancia, la derramó. Entonces los
angeles de la Oscuridad penaron la copa con el brebaje de la aflicción, que el hombre bebió hasta
embriagarse.
"Di que nadie puede tocar la lira de la Vida a menos que yo haya bendecido sus dedos y que la visión de
mi trono haya santificado sus ojos.
"Isaías escribió palabras sabias como collar de piedras preciosas. montado en la cadena de oro de mi
amor. San Juan refirió su visión en mi nombre y Dante pudo explorar el puerto de las almas sólo con mi
guía. Soy una metáfora que abarca la realidad y soy la realidad que revela la unidad del espíritu y un testigo
que confirma los hechos de los dioses.
"En verdad te digo que las ideas tienen una morada superior al mundo visible y que en sus cielos no
navegan las nubes de fa sensualidad. La imaginación se abre camino al reino de los dioses, donde el
hombre puede vislumbrar lo que hay después de la liberación del alma del mundo de la sustancia. Y la
diosa de la Fantasía me atrajo hacia ella con su magica mirada, imprimió un beso sobre mis labios ardientes
y dijo:
-Proclama que quien no pasa sus días en el reino de los sueños es esclavo de los días.
Luego las voces de las vírgenes se alzaron nuevamente y la columna de incienso ascendió. Entonces la
tierra comenzó a tambalear nuevamente y el, cielo tembló y súbitamente me encontré otra vez entre las
tristes ruinas de Palmira.
El amanecer, sonriente, ya se había hecho presente, y entre mi lengua y mis labios se hallaban las
palabras "Quien no pasa sus días en el reino de los sueños es esclavo de los días."


HISTORIA Y NACIÓN


A orillas de un arroyo que serpenteaba entre las rocas, al pie del Monte Líbano, se sentó una pastora,
rodeada por su rebaño de ovejas flacas que pacían la hierba' seca. Miró hacia el crepúsculo distante como si
el futuro estuviera pasando por delante de ella; las lágrimas habían enjoyado sus ojos como gotas de rocío
que adornan las flores. La pena le había entreabierto los labios para penetrar en ella y ocupar su corazón
suspirante.
Después de la puesta del sol, cuando lomas y sierras se ocultaban entre las sombras, la Historia se plantó
ante la doncella. Era un anciano cuyo cabello blanco caía como nieve sobre su pecho y sus hombros y en su
mano derecha llevaba una hoz afilada. Con voz rugiente como el mar dijo:
-La paz sea contigo, Siria.
La doncella se levantó, temblando temerosa, y preguntó:
-¿Qué quieres de mí, Historia?-Señaló entonces a sus ovejas y dijo:-Esto es lo que queda de un saludable
rebaño que una vez llenó este valle. Esto es todo lo que tu codicia me dejó. ¿Ahora has venido a saciar tu
gula en ello?
"Tus pies atropelladores pisotearon estas tierras que una vez fueron tan fértiles hasta reducirlas a polvo
estéril. Mis ovejas, que antes pacían flores y producían leche abundante, roen ahora cardos que las dejan
flacas y secas.
"Ten temor de Dios, Historia, y no me aflijas más. Tu sola presencia me ha llevado a detestar la vida y la
crueldad de tu hoz me hizo amar a la Muerte.
"Deja que en mi soledad apure la copa de la amargura, mi mejor vino. Vete, Historia, al Occidente,
donde se celebra la fiesta de matrimonio de la vida. Deja que aquí lamente el desamparo en que me has
dejado.
Escondiendo la hoz entre los pliegues de su vestidura, la Historia la miró como un padre amante a su hijo
y dijo:
-Oh Siria, lo que he tomado de ti eran mis propios dones. Debes saber que las naciones hermanas tienen
derecho a parte de la gloria que era tuya. Debo darles lo que te di. Tu condición es como la de Egipto,
Persia o Grecia, porque todas ellas tienen rebaños flacos y pastos secos. Oh Siria,, lo que llamas
degradación es un sueño indispensable del que sacarás fuerzas. La flor vuelve a la vida a través de la
muerte y el amor no florece sino después de la separación.
El anciano se acercó a la doncella, le extendió la mano y dijo:
-Estrecha mi mano, Hija de los Profetas.
Y ella estrechó su mano y lo miró desde atrás de un velo de lágrimas y dijo:
-Adiós, Historia, adiós.
-Hasta que nos volvamos a encontrar, Siria -respondió él-, hasta que nos volvamos a encontrar.
Y el anciano desapareció como repentino relámpago, y la pastora llamó a sus ovejas y retomó su camino
diciendo para sí misma: "¿Habrá realmente otro encuentro?"


EL ANIMAL SILENCIOSO


En la mirada del animal silencioso hay un discurso que sólo el alma del sabio puede comprender
verdaderamente.
un poeta indio
En el crepúsculo de un hermoso día, cuando la fantasía se apodera de mi mente, pasé por el borde de la
ciudad y me detuve ante las ruinas de una casa abandonada, de la que sólo quedaban las piedras.
Entre las ruinas vi un perro que yacía sobre suciedad y cenizas. Su piel estaba cubierta de úlceras
y la enfermedad atormentaba su cuerpo débil. Sus ojos tristes miraban una y otra vez al sol poniente
y expresaban humillación, desesperanza y miseria.
Me acerqué a él con el deseo de saber el lenguaje animal para que mi compasión pudiera
consolarlo. Pero solo logré aterrorizarlo, e intentó levantarse sobre sus patas paralizadas.
Cayéndose, me echó una mirada en la que se mezclaba la ira impotente con la súplica. En esa
mirada había un discurso más lúcido que el del hombre y más conmovedor que las lágrimas de la
mujer. Esto es lo que entendí que decía:
-Hombre, sufrí la enfermedad que causó tu brutalidad y persecución.
"Huí de tú pie rudo y me refugié aquí, porque el polvo y las cenizas son más dulces que el
corazón del hombre y estas ruinas menos tristes que su alma. Vete, intruso del mundo del
desgobierno y la injusticia.
"Soy una miserable criatura que sirvió al hijo de Adán con fe y lealtad. Era el más fiel compañero
del hombre; lo cuidaba noche y día. Me afligía en su ausencia y lo recibía con alegría a su regreso.
Me contentaba con las migajas que caían de su mesa y me alegraba con los huesos que sus dientes
habían despojado de carne. Pero cuando me volví viejo y enfermo, me sacó de su hogar y me
abandonó a los despia dados jóvenes de las callejuelas.
"Oh hijo de Adán, veo el paralelismo que existe entre mi caso y el de tus prójimos imposibilitados
por la edad. Hay soldados que lucharon por su país cuando estaban en la flor de la vida y que luego
labraron su suelo. Pero ahora que ha llegado el invierno de sus vidas y ya no son útiles se ven
desechados.
"También veo un parecido entre mi suerte y la de una mujer que, en los días dé su adorable
juventud, alegró el corazón de un joven y que después, como madre, dedicó su vida a sus hijos. Pero
ahora, ya anciana, es ignorada y eludida ¡Qué tirá nico eres, hijo de Adán. Y qué cruel!
Así habló el silencioso animal, y mi corazónlo comprendió


POETAS Y POEMAS


Si mis hermanos los poetas se hubieran imaginado que los collares de versos que compusieron y
que las estrofas que formaron y reunieron algún día serían riendas para contener el talento, habrían
roto sus manuscritos.
Si Al-Mutanabbi el profeta, hubiera profetizado y Al Fard, el vidente, hubiera previsto que lo que
ellos habían escrito llegaría a ser fuente donde beben quienes no tienen nada que decir y guía
forzada para nuestros poetas de hoy, habrían derramado su tinta en el pozo del Olvido y habrían
roto sus plumas con manos negligentes.
Si los espíritus de Homero, Virgilio, Al-Maary y Milton hubieran sabido que la poesía se
convertiría en el perrito faldero del rico, habrían renegado de un mundo en el que eso pudiera
ocurrir.
Me aflige oír el lenguaje de los espíritus bastardeado por la lengua de los ignorantes. Cuando veo
que el vino de las musas se derrama por la pluma de los pretensiosos siento que mi alma desfallece.
Tampoco me encuentro aislado en el valle del Resentimiento, porque soy sólo uno de los muchos
que ven que la rana se hincha para imitar al búfalo.
La poesía, queridos amigos, es la encarnación sagrada de una sonrisa. La poesía es un suspiro que seca
las lágrimas. La poesía es un espíritu que mora en el alma; su alimento es el corazón y su vino el afecto. La
poesía que no se presenta así es un falso mesías.
¡Oh espíritus de los poetas, que veláis por nosotros desde el cielo de la Eternidad!, nos dirigimos a los
altares que habéis adornado con las perlas de vuestros pensamientos y las gemas de vuestras almas porque
estamos oprimidos por el repiqueteo del acero y el estruendo de las fábricas. Por eso nuestros poemas son
tan pesados como trenes de carga y tan fastidio sos como silbatos de locomotoras.
Y vosotros, verdaderos poetas, olvidadnos. Pertenecemos al Nuevo Mundo, en el que los hombres
corren tras de bienes terrenos y en el que, hoy, la poesía también es una mercancía y no un hálito de
inmortalidad.


ENTRE LAS RUINAS


La luna desplegó su diáfano velo sobre los Jardines de la Ciudad del Sol y el silencio cubrió a
todos los seres. Los palacios derrumbados miraban amenazadoramente, como monstruos
despectivos.
A esa hora dos fantasmas, como vapor que emerge de las aguas del lago, se sentaron sobre una
columna de mármol, examinando la escena, que parecía mágica. Uno de ellos levantó la cabeza y,
con una voz que retumbó en ecos, dijo:
-Estos son los restos de los templos que construí para ti, mi amor, y estas las piedras de un palacio
que levanté para tu alegría. No queda nada más que hable a las-naciones de la gloria a la que
dediqué mi vida y de la pompa por la que exploté al débil.
"Amor mío, piensa y reflexiona acerca de los hechos que finalmente vencieron sobre mi ciudad y
en torno del Tiempo que destruyó mis esfuerzos.
"El olvido ya borró el imperio que establecí: de él sólo quedan los átomos de amor que creó tu
belleza y los efectos de la belleza que animó tu amor.
"Erigí un templo en Jerusalén; los sacerdotes lo santificaron, pero el tiempo lo destruyó. Sin
embargo, Dios consagró el altar que, para el amor, construí en mi corazón; allí se mantiene a salvo
de los poderes de la destrucción.
"Los hombres dijeron de mí: ‘Qué rey sabio’; los ángeles, en cambio: ‘Qué insignificante es su
sabiduría.’ Pero los ángeles se alegraron cuando te encontré, amor mío, y cantaron para ti el cántico de
Amor y deseo; sin embargo, los hombres no oyeron mi himno...
"Los días de mi reino eran barrera que impedía que comprendieran al Amor y la belleza de la
vida, pero cuando te vi. despertó el Amor y derribó esas barreras; entonces lamenté la vida que
había perdido pensando que todo lo que existía bajo el sol era vanidad.
"Cuando el Amor me iluminó, me volví humilde, tanto ante las tribus que habían temido mi poder
militar como ante mi propio pueblo.
"Pero cuando llegó la muerte, enterró mis armas mortíferas en la tierra y condujo mi amor hacia
Dios.
Y el otro fantasma dijo:
-Tal como la flor adquiere vida y perfume aromático che la tierra, el alma saca sabiduría y fuerza
de la debilidad y los errores de la materia.
Entonces, ambos, fundidos en uno, se fueron diciendo:
La Eternidad sóla salva al Amor,
Porque el Amor es como la Eternidad.


A LA PUERTA DEL TEMPLO


Para hablar del Amor purifiqué mis labios con el fuego sagrado, pero no pude encontrar palabras
adecuadas.
Cuando conocí el amor, las palabras se diluyeron en un lánguido jadeo y el canto de mi corazón
en un profundo silencio.
¡Oh vosot ros que me habéis preguntado acerca del Amor, vosotros, a los que persuadí de sus
misterios y maravillas, ahora, desde que el Amor me envolvió con su velo, tengo que preguntaros
sobre el rumbo del Amor y su mérito.
¿Quién puede responder a mis preguntas? Pregunto sobre lo que hay en mi interior: quiero
enterarme por mí mismo. ¿Quién de vosotros puede revelarme a mí mismo mi yo más profundo, mi
alma a mi alma?
Decidme, por el amor de Bios, qué es la llama que arde en mi corazón devorando mis fuerzas y
anulando mi voluntad. ¿Qué son esas suaves y ásperas manos escondidas que aprietan mi alma; qué
es ese vino que, mezcla de felicidad y dulce pena, baña mi corazón?
¿Qué son esas alas que rondan mi almohada en el silencio de la noche, manteniéndome despierto
mirando nadie sabe a qué?
¿Qué es ese algo invisible en el que clavo la mirada, qué ese algo incomprensible que rumio, qué
el sentimiento que no puede ser percibido?
En mis visiones hay un sentimiento más hermoso que el eco dula risa y más arrobador que la
felicidad.
¿Por qué me rindo a un poder desconocido que me mata y me vuelve a la vida hasta que apunta la
aurora y llena mi habitación con su luz?
Los fantasmas de la vigilia tiemblan entre mis párpados secos y las sombras de los sueños rondan
mi duro lecho. ¿Qué es lo que llamamos Amor? Decidme, ¿qué es ese secreto escondido en el
tiempo que afecta todos los sentidos? ¿Qué es ese sentido que aparece a la vez como origen y
resultado de todo?
¿Qué es esta vigilia que de la vida y la muerte hace un sueño más extraño que la vida y más grave
que la muerte? Decidme, amigos, ¿alguno de vosotros no despertaría del sueño de la Vida si el
Amor tocara su alma con la punta de su dedo?
¿Quién de vosotros no abandonaría padre y madre al lla mado de la doncella amada de su corazón?
¿Quién de vosotros no navegaría mares distantes, cruzaría desiertos y treparía el pico más alto
para encontrarse con la mujer que su alma eligió?
¿Qué alma juvenil no seguiría hasta el fin del mundo a la doncella que con su hálito aromático, su
dulce voz y manos mágicamente suaves enajenó su alma?
¿Qué ser no quemaría su corazón como incienso ante un dios que escucha sus súplicas y accede a
sus plegarias?
Ayer me detuve a la puerta del templo e interrogué a quienes pasaban sobre el misterio y el mé rito
del Amor.
Y por delante de mí pasó un anciano de rostro delgado y melancólico que suspiró y dijo:
-El amor es una debilidad natural que nos legó el primer hombre.
Pero un joven viril replicó:
-El amor une nuestro presente con el pasado y el futuro. Entonces una mujer de cara trágica
agregó:
-El amor es un veneno mortífero que inyectan víboras negras que se arrastran desde las cuevas del
inrierno. El veneno parece fresco como el rocío y el alma sedienta lo bebe anhelante; después de
una pasajera embriaguez, el bebedor enferma y muere una muerte lenta.
Luego, una jovencita de mejillas rosadas dijo sonriendo:
-El amor es el vino que sirven las novias del amanecer: fortifica las almas fuertes y les permite
ascender a las estrellas. Después de ella, un hombre vestido de negro y con barba, frunciendo el
ceño arguyó:
-El amor es la ciega ignorancia con la que comienza y termina la juventud.
Otro, sonriendo, declaró:
-El amor es un conocimiento divino que permite que el hombre vea tanto como los dioses.
Tanteando el camino con su bastón, un ciego dijo enton ces:
-El amor es una niebla enceguecedora que impide que el alma perciba el secreto de la existencia,
de modo que el corazón sólo ve fantasmas temblorosos de deseo entre los cerros y sólo oye ecos de
gritos en los valles mudos.
Un joven, tocando su viola, cantó:
-El amor es un rayo mágico que emite el núcleo ardiente del alma y que ilumina la tierra
circundante. Hace que percibamos la vida como un hermoso sueño entre un despertar y otro.
Y un anciano enfermizo, que arrastraba sus pies como andrajos, dijo temblorosamente:
-El amor es el descanso del cuerpo en el silencio de la tumba, la tranquilidad del alma en el
abismo de la Eternidad. Después dé él, un niño de cinco años afirmó riendo:
-El amor es mi papá y mi mamá y nadie conoce el amor más que mi papá y mi mamá.
Y así cada uno de los que pasó dio del Amor la imagen de sus esperanzas y frustraciones, dejándolo en el
misterio como antes.
Entonces oí una voz en el interior del templo:
-La vida está dividida en dos mitades, una helada, la otra ardiente.; la mitad ardiente es el Amor.
Luego entré al templo, me arrodillé y alegrándome, recé:
Haz de mí, oh Dios, comida
Para la llama inflamada...
Haz de mí, oh Señor, alimento
Para el fuego sagrado... Amén.


NARCÓTICOS Y ESCALPELOS


"Es inmoderado y fanático hasta la locura. Aunque es un idealista, su finalidad literaria consiste en
envenenar la mente de los jóvenes... Si hombres y mujeres siguieran los consejos de Gibran sobre el
matrimonio, se romperían los lazos familiares, la sociedad sucumbiría y el mundo se volvería un infierno
poblado de diablos y demonios.
"Su estilo es hermosamente seductor, lo que significa el peligro de este inveterado enemigo de la
humanidad. A los habitantes de esta montaña sagrada (el monte Líbano) les aconsejamos que rechacen las
insidiosas enseñanzas de este hereje anarquista y que quemen sus libros, para que sus doctrinas no lleven
por el mal camino a los inocentes. Leímos Alas Rotas y verificamos que era veneno cubierto de miel."
Eso es lo que la gente dice de mí, y está en lo cierto, porque soy muy fanático y siendo predilección tanto
por la destrucción como por la construcción. Mi corazón odia lo que mis detractores santifican y ama lo que
ellos rechazan. Y si pudiera desarraigar algunas costumbres, creencias y tradiciones de la gente, lo haría sin
dudar. Cuando afirman que mis libros son un veneno, dicen la verdad, porque lo que yo digo es veneno
para ellos. Pero mienten cuando dicen que lo mezclo con miel, porque yo uso el veneno en toda su potencia
y lo sirvo en un vaso transparente. Los que me llaman dealista que anda en las nubes son los mismos que se
alejan del vaso transparente que contiene lo que llaman veneno, porque saben que sus estómagos no lo
resisten.
Puede sonar truculento, pero ¿acaso la truculencia no es preferible a la simulación seductora?
Los pueblos del Oriente quieren que el escritor sea como una abeja y esté siempre libando miel. Glotones
de mil, la prefieren a cualquier otro alimento.
Los pueblos del Oriente quieren que sus poetas se quemen como incienso ante sus sultanes. Los cielos
orientales están nauseabundos de incienso, pero los pueblos de Oriente no tienen bastante.
Quieren que el mundo aprenda su historia, estudie sus antigüedades, costumbres y tradiciones y qué
adquiera su lengua. También cuentan con que los que los conocen no repetirán las palabras de Baidaba el
filósofo, Ben Rished, Ephraim Al-Cyriani y Juan de Damasco.
Los pueblos del Oriente, en síntesis, quieren hacer de su pasado una justificación y un lecho de ocio.
Huyen del pensamiento positivo y de las enseñanzas positivas y de cualquier conocimiento de la realidad
que pueda aguijonearlos y despertarlos de su sueño.
El Oriente está enfermo, pero está tan acostumbrado a sus dolencias que ha llegado a considerarlas
naturales y hasta nobles cualidades que lo distinguen de otros pueblos.
Considera que quien no tiene esas cualidades está incompleto y es inepto para recibir el don divino de la
perfección.
En Oriente los médicos de la sociedad son muchos, y muchos los pacientes que siguen sin curarse, pero
parecen aliviados de sus enfermedades porque se encuentran bajo los efectos de narcóticos sociales. Pero
esos tranquilizantes ¡ólo enmascaran los síntomas.
Varias son las fuentes de las que se destilan esos narcóticos, pero la principal es la filosofía oriental de la
sumisión al destino (la obra de Dios). Otra fuente es la cobardía de los médicos sociales qué temen
aumentar el dolor administrando medicinas drásticas.
Vayan algunos ejemplos de esos tranquilizantes sociales: Una pareja de esposos descubre que, por
razones sustanciales, el odio ha reemplazado al amor entre ellos. Después de un largo tormento, mutuo se
separan. Inmediatamente sus padres se reúnen y llegan a algún acuerdo para reconciliar a la pareja
deshecha. Primero acosan a la mujer con falsedades; luego ablandan al marido con engaños similares. No
convencen a ninguno de los dos, pero ambos se humillan en una ficción de paz. Sin embargo, esta situación
no dura: los efectos del narcótico social se disipan pronto y la miserable pareja vuelve por nuevas dosis.
O bien un grupo o un partido se rebela contra un gobierno despótico y propone reformas políticas para
liberar de sus cadenas a los oprimidos. Distribuye manifiestos, pronuncia feroces discursos y publica
artículos punzantes. Pero al mes siguiente nos enteramos de que el gobierno puso preso a su dirigente o lo
silenció dándole un importante rango. Y no se oyó más nada.
O una secta se rebéla contra su jefe religioso, acusándolo de cometer delitos y amenazando con adoptar
otra religión, más humana y libre de supersticiones. Pero poco después nos enteramos de que los hombres
sabios del país lograron la reconciliación del pastor y la grey aplicando narcóticos sociales.
Criando un débil se queja de la opresión del fuerte, su prójimo lo calmará: "Calla y alégrate, así lo
dispone el Des tino."
Cuando un aldeano duda de la santidad del sacerdote, le dirán: "Atiende sólo a sus enseñanzas y olvida
sus defectos y fechorías."
Cuando un maestro reprende a un estudiante, suele decir: "Las excusas que inventa un joven perezoso
suelen ser, peores que el mismo delito."
Si una hija se niega a adherir a las costumbres de la madre, ésta dirá: "La hija no es mejor que la madre:
en consecuencia debe seguir los pasos maternos."
Si un joven pide a un sacerdote que le explique el significado de un viejo rito, el predicador lo reprobará,
diciendo: "Hijo, el que no mire la religión con los ojos de la fe no verá nada más que niebla y humo."
De ese modo el Oriente descansa sobre su lecho mullido. El que duerme despierta un momento cuando lo
pica una pulga y :luego retoma su sueño narcótico.
Y si alguien intenta despertarlos, los que duermen lo acusan de comportarse groseramente y de no dormir
ni dejar dormir. Luego cierran nuevamente los ojos y susurran a los oídos de sus almas: "Es un infiel que
envenena la mente de los jóvenes y socava los fundamentos eternos."
Muchas veces pregunté a mi alma: "¿Soy uno de esos rebeldes despiertos que rechazan los narcóticos?"
Y mi alma respondió crípticamente. Pero cuando oigo que injurian mi nombre y mis principios, me siento
seguro de que estoy despierto y de que puedo contarme entre los que no se rinden a los sueños de la droga,
que pertenezco a aquellos fuertes de corazón que caminan por senderos estrechos y espinosos en los que
también se pueden encontrar flores, en medio de lobos que aúllan y de ruiseñores que cantan.
Si el despertar fuera una virtud, la modestia me impediría proclamarla. Pero no es una virtud sino una
realidad que aparece súbitamente a quienes tienen la fuerza de levantarse. Ser modesto al decir la verdad es
una hipocresía. Pero los orientales lo llaman educación.
No me sorprendería que los "pensadores" dijeran de mí: "Es un hombre que predica excesos y ve el lado
malo de la vida; sólo aporta tinieblas y lamentos."
A ellos respondo: "Deploro vuestra actitud oriental que evade la realidad de la debilidad y el dolor.
"Me aflige cuando veo que mi querido país canta, pero no de alegría sino para detener los
estremecimientos de temor.
"En la lucha contra el demonio, el exceso es bueno. Porque el que es moderado en el anuncio de la
verdad presenta la verdad a medias. Oculta la otra mitad por temor a la cólera de la gente.
"Detesto la inteligencia que se alimenta de zarroña; su hedor trastorna mi estómago y no la agasajaré con
dulces ni licores.
"Sin embargo, cambiaría alegremente mis gritos por joviales carcajadas, pronunciaría elogios en lugar de
acusaciones, reemplazaría el exceso por la moderación siempre y cuando vosotros me mostrarais un
gobernante justo, un abogado íntegro, un jerarca religioso que practique lo que predica, un marido que
cuide a su mujer como a sí mismo.
"Si quieres que baile, que haga sonar la trompeta o batir el tambor, invítame a una fiesta de bodas y
apártame del cementerio."


FUERA DE LA TIERRA


Colérica y violentamente la tierra sale de la tierra
Y graciosa y majestuosamente la tierra camina sobre la tierra.
La tierra construye palacios con la tierra y erige torres y Templos.
Y la tierra en la tierra urde leyendas, doctrinas y leyes.
La tierra, entonces, se cansa de las acciones de la tierra
Y se corona con su aureola, sueños y fantasías.
Y el sueño de la tierra seduce a los ojos de la tierra,
Que descansan largamente.
Y la tierra llama- a la tierra:
"Soy el útero y el sepulcro
Y seré útero y sepulcro
Hasta que los planetas ya no existan
Y el sol se diluya en cenizas."


TIERRA


¡Qué hermosa eres, Tierra, y qué sublime!
¡Qué perfecta es tu obediencia a la luz
Y qué noble tu sumisión al sol!
¡Qué adorable eres, velada en la sombra,
Y qué encantador es 'tu rostro, cubierto por la oscuridad!
¡Qué reconfortante es el cántico de tu amanecer
Y qué ásperas las loas de tu atardecer!
¡Qué perfecta eres, Tierra, y qué majestuosa!
Caminé por tus praderas y trepé tus montañas pedregosas,
Descendí a tus valles
Y entré a tus cavernas.
En las praderas encontré tu sueño,
En la montaña tu orgullo,
En.el valle fui testigo de tu tranquilidad,
En las rocas, de tu resolución,
En las cavernas, de tu secreto.
Eres débil y poderosa y humilde y arrogante:
Eres flexible y rígida. Diáfana y secreta.
Surqué tus mares y exploré tus ríos y seguí tus arroyos.
Oí a la Eternidad hablar en los flujos y reflujos de tus aguas
Y a los tiempos repetir tus cantos entre las colinas.
Oí a la vida llamando a la vida
En tus pasos montañosos
Y a lo largo de -tus laderas.
Eres boca y labios de la Eternidad,
Nervio y dedos del Tiempo,
Misterio y solución de la Vida.
Tu Primavera me despertó y me llevó a los camp os,
Donde tu aliento perfumado se expande como incienso.
Vi los frutos de tu tarea veraniega.
En otoño,
Vi tu sangre fluir como vino en los viñedos.
El invierno me condujo a tu cama,
En la que la nieve da testimonio de tu pureza.
En tu primavera eres u na esencia aromática;
En tu verano generoso;
En otoño fuente de abundancia.
Una noche calma y clara
Abrí las puertas y ventanas de mi alma:
Salí a verte.
Tenso el corazón de deseo y anhelos.
Y te vi con la vista clavada en las estrellas,
Que te sonreían.
Y tiré mis cadenas
Porque encontré que la vivienda del alma es tu espacio.
Sus deseos crecen con tus deseos,
Su paz se encuentra en tu paz,
Y la felicidad
En el dorado polvo que las estrellas esparcen sobre tu cuerpo.
Una noche,
Cuando las estrellas se volvían grises,
Y mi alma estaba cansada y ansiosa,
Salí hacia ti.
Y te me apareciste como urí gigante,
Armada con furiosas tempestades,
Combatiendo el pasado con el presente,
Reemplazando lo viejo con lo nuevo
Y dejando que el fuerte dispersara al débil.
Entonces aprendí que la ley del pueblo es nuestra ley.
Aprendí que quien no rompe sus ramas secas con su tempestad
Morirá aburrido,
Para despojarse de sus hojas secas,
Perecerá lentamente.
Qué generosa eres,
Y qué poderosa es tu añoranza
Por tus h ijos,
Perdidos entre lo que alcanzaron,
Y lo que no pudieron obtener.
Nosotros gritamos y tú sonríes
¡Nosotros pasamos, pero tú quedas!
Nosotros blasfemamos y tú santificas
Nosotros dormimos sin soñar,
Pero tú sueñas en tu vigilia eterna.
Nosotros atravesamos tu pecho con espadas y lanzas
Y tú curas nuestras heridas con aceite y bálsamo.
Nosotros sembramos tus campos de huesos y calaveras,
Y tú, de ellos, levantas cipreses y sauces.
Nosotros vaciamos nuestros desperdicios en tu seno
Y tú llenas nuestros campos segados con gavillas de trigo
Y nuestros lagares con uvas.
Nosotros extraemos tus entrañas para hacer cañones y bombas,
Pero con nuestras entrañas tú creas lirios y rosas.
¡Qué sufrida eres, y qué misericordiosa!
¿Eres un átomo de polvo
Que levantó el pie de Dios
Cuando recorrió el Universo, de Este a Oeste?
¿O una chispa,
Proyectada del horno de la Eternidad?
¿Eres una semilla
Abandonada en el campo del firmamento
Para llegar a ser el árbol de Dios
Que alcance los cielos con sus ramas celestiales?
¿O eres una gota de sangre
En las venas del gigante entre los gigantes,
O una perla de sudor en su frente?
¿Eres una fruta madurada por el sol?
¿Creces del árbol del Conocimiento Absoluto
Cuyas raíces se extienden por la Eternidad
Y cuyas ramas se remontan al Infinito?
¿Eres una joya
Que el Dios del Tiempo colocó en la palma del Dios del Espacio?
¿Quién eres, Tierra, y qué eres?
¡Tú eres "yo", Tierra!
Tú eres mi vista y mi discernimiento.
Tú eres mi conocimiento y mi sueño.
Tú eres mi hamb re y mi sed.
Tú eres mi tristeza y mi alegría.
Tú eres mi descuido y mi alerta.
Tú eres la belleza que vive en mis ojos,
El deseo de mi corazón,
La vida eterna de mi alma.
Tú eres "yo", Tierra.
Si no fuera por mi existencia,
Tú no existirías.


PERFECCIÓN


Hermano,
Me preguntas cuándo alcanzará la perfección el hombre.
Te respondo.
El hombre se acerca a la perfección
Cuando siente que es un espacio infinito,
Un mar sin orillas.
Un fuego eterno, una luz inextinguible.
Un viento calmo o una tempestad rabiosa,
Un cielo tronante o un firmameíito lluvioso.
Un arroyo cantarín o un riachuelo gimiente,
Un árbol florido en primavera
O un brote desnudo en otoño.
Una montaña altiva o un valle profundo.
Una fértil pradera o un desierto.
Cuando el hombre siente todo esto
Ya ha recorrido la mitad del camino hacia la perfección.
Para lograr su objetivo debe comprender,
En consecuencia,
Que es un niño que depende de su madre,
Un padre responsable por su familia,
Un joven entregado al amor,
Un anciano que lucha con su pasado,
Un fiel en su templo,
Un criminal en prisión
Un estudioso entre sus papeles,
Un alma ignorante
Que oscila entre la oscuridad de su noche y la negrura de su día,
Una monja que sufre
Entre las flores de su fe y las espinas de su soledad,
Una prostituta
Encerrada entre los colmillos de su debilidad y las garras de sus necesidades.
Un hombre pobre atrapado entre su amargura y su sumisión,
Un hombre rico entre su codicia y su conciencia,
Un poeta entre la bruma de su crepúsculo y las rosas de su amanecer.
El que puede experimentar, ver y comprender
Estos hechos,
Puede alcanzar la perfección
Y llegar a ser una sombra
De la Sombra de Dios.


HISTORIA DE UN AMIGO


Y dije:
¡Qué extraña mujer! Y él dijo:
Cuando lo conocí era un joven perdido en los caminos de la vida, estimulado por un impulso salvaje y
fiel a la muerte en la obtención de sus deseos.
Cuando lo conocí era una delicada flor que los vientos de la imprudencia conducían al mar de la lujuria.
Cuando lo encontré en esa aldea era un niño desnaturalizado que, con manos crueles, desgarraba los
nidos de los pájaros y mataba los pichones mientras pisoteaba las hermo sas coronas de dulces flores.
Cuando lo encontré en la escuela era un adolescente alejado del estudio, arrogante y enemigo de la paz.
Cuando lo encontré en la ciudad era un joven que traficaba con el honor paterno en mercados
siniestros, gastaba el dinero del padre en casas de mala fama y rendía su mente al fruto del vino.
Sin embargo lo amaba. Y mi amor por él era una mezcla de pena y simpatía. Lo amaba porque sus
pecados no nacían de un espíritu pequeño: eran más bien las acciones de un alma perdida y
desesperada.
El espíritu, queridos hermanos, se desvía del sendero de la sabiduría sin quererlo, pero vuelve a él
voluntariamente. Cuando los torbellinos de la juventud soplan polvo y arena, los ojos quedan
enceguecidos por un tiempo.
Amé esa juventud porque vi la paloma de su conciencia luchando contra el halcón de sus
maldades. Y vi que la paloma resultaba dominada no por cobardía sino por la fuerza de su enemigo.
La conciencia es un juez justo pero; débil. La debilidad lo hace impotente para cumplir su juicio.
Di,1e que lo arpaba. Y el amor adopta diversas figuras. A veces la de la sabiduría, otras la de la
justicia, frecuentemente la de la esperanza. Mi amor por él mantenía mi esperanza de ver que la luz
triunfara en él sobre la oscuridad. Pero no sabía dónde ni cuándo su vicio se transformaría en
pureza, su brutalidad en mansedumbre, su imprudencia en sabiduría. El hombre no sabe cómo hace
el alma para liberarse de la esclavitud de la materia hasta después de encontrarse libre. Tampoco
sabe cómo sonríen las flores hasta que llega la mañana.
Pasaron los días, que seguían a las noches, y seguía acordándome dolorosamente del joven;
repetía su nombre con tanto afecto que mi corazón sangraba. Entonces, ayer, llegó una carta de él
que decía: "Ven a verme, amigo, pues quiero que conozcas a un joven. Tu corazón se sentirá
contento de encontrarlo y tu alma renovada al verlo."
Dije: "Pobre de mí. ¿Acaso trata de mezclar su triste amistad con otra similar? ¿El solo no es
suficiente ejemplo de error y pecado para el mundo? ¿Ahora querrá reforzar sus errores con los de
su compañero para que pueda verlos en una oscuridad doble?"
Pero luego reflexioné: "Debo ir; quizás el alma, que es sabia, coseche peras del olmo, y el alma
amante haga luz de las tinieblas." .
Cuando llegó la noche lo encontré solo en su habitación, leyendo un libro de versos.
-¿Dónde está el nuevo amigo? -le pregunté.
-Soy yo, amigo -contestó-. Y mostró una calma que nunca antes había visto en él. En sus ojos
ahora podía ver una extraña luz que penetraba el corazón. Esos ojos en los que antes había visto
crueldad, estaban radiantes con la luz de la bondad. Entonces, con una voz que parecía provenir de
otra persona, dijo -:El joven que conociste en la niñez y con el que fuiste a la escuela está muerto.
Con su muerte nací yo. Soy tu nuevo amigo: toma mi mano.
Cuando estreché su mano percibí la existencia de un espíritu benigno que circulaba en su sangre.
Su mano de hierro se había vuelto blanda y bondadosa. Sus dedos que ayer mismo eran como garras
de tigre, hoy acariciaban el corazón. Entonces hablé otra vez:
-¿Quién eres y qué ha sucedido? ¿Cómo has llegado a ser así? ¿Acaso el Espí ritu Santo penetró en
tu corazón y santificó tu alma? ¿O estás representando un papel, creación de un poeta?
-Ay, amigo -respondió, el espíritu descendió sobre mí y me bendijo. Un gran amor transformó mi
corazón en un altar sagrado. Es una mujer, amigo mí o, una mujer que hasta ayer yo juzgaba un
juguete en las manos del hombre, la que me sacó de la oscuridad del infierno y la que abrió para mí
las puertas del Paraíso, al que entré. Una verdadera mujer que me condujo al río Jordán de su amor
y me bautizó. La mujer a cuya hermana yo, en mi i norancia, había tratado irreverentemente, me ha
exaltado aT trono de gloria. La mujer a cuyo compañero yo había desafiado con mi maldad purificó
mi corazón con su afecto. La mujer cuya suerte yo había escla vizado con el dinero de mi padre me
ha liberado con su belleza. La mujer que alejó a Adán del Paraíso con la fuerza de su voluntad me
reintegró a mí al Paraíso con su ternura y mi obediencia.

jueves, julio 26, 2007

CUENTOS TAN ... CORTOS // VARIOS // CUENTOS SOBRE LA DERROTA HUMANA

CUENTOS SOBRE LA DERROTA HUMANA

CUENTOS TAN CORTOS
(Colección de microcuentos y cuentos cortos)


...tan cortos como suspiros,
como el inicio de un gesto,
como la insinuación de una sonrisa,
como el primer instante de un sueño.


Seré breve.
Breve como las palabras no pronunciadas,
como las miradas de entendimiento entre dos
cómplices,
como la caricia de ánimo
o el beso en la mejilla.
Breve como los cuentos que caben en una
mano
o los que desaparecen en la segunda hoja.




El Don Juan


La besó muchas veces esperando una respuesta que no
logró. Después usó cientos de palabras, ya hermosas, ya
desgarradas, invocando un amor sublime, mas nada consiguió
tampoco. Por fin, la miró con enorme ternura, pero ella continuó
ignorando todas sus artes. Derrotado, el conquistador se fue triste. Y
cuando ya había comenzado a olvidarla, pero aún la frustración le
dolía, descubrió que lo que de verdad había amado en ella era su
silencio, y eso lo había obtenido. Dio así por bien empleada la
aventura y la olvidó del todo.


Mirada


Levantó su copa hasta la altura de los ojos, y miró a través de
la parte del vidrio que no contenía el vino rojo. Vio deformados,
grotescamente, al resto de los comensales, que también le
observaban serios y expectantes. Todos menos uno. Ella miraba en
otra dirección y sonreía.


Solo


Andrés despertó notando una ansiedad extrema que le
obligaba a un respirar entrecortado. Buscó a su lado en la cama, y el
hueco frío de lo que debería de haber sido Rosa, su compañera, le
llevó al desasosiego y el grito.
-¡Rosa!


Hacia abajo


La abrazó desde atrás por la cintura, y ella no opuso
resistencia, más a contrario, cogió las manos del hombre y empujó
de ellas hacia abajo.


Tiempo


Miró a su mujer como si fuese la primera vez que la veía. Tras
una duda momentánea, le pregunto: "¿Eres tú quien ha cambiado o
he sido yo?.


Cazador


Cogió con sus dos manos la pesada piedra; sostenerla
requería tal esfuerzo que no serviría para arrojarla muy lejos, aún así
la mantuvo en sus manos a la espera de la bestia. Cuando el animal
llegó, lo que supuso un mayor esfuerzo fue ignorar el dolor de sus
ojos.


Ilusión


Gritó su nombre, pero ella no se volvió; siguió su camino,
aunque otros viandantes sí giraron la cabeza sorprendidos por la
exclamación. Entonces él corrió hasta alcanzarla, y cuando llegó a
su altura, intentó asirla por un brazo, pero su mano no topó más que
con un aire cálido, no sujetó más que el vacío, atravesó limpiamente
la aparente figura que vagaba por la calle.


Indiferencia


Ella le dijo: "Mírame, por favor". El siguió acostado y fumando
con los párpados caídos. Cuando la puerta se cerró tras la mujer,
abrió los ojos y expulsó lentamente, con indiferente suavidad, el
humo de sus pulmones.


Mal día


El camarero le sirvió con desdén. El señor que estaba a su lado
le miró de reojo sin ocultar un gesto de malestar. Antes, al entrar, un
niño le había dado una débil patada. Este hombre triste tomaba su
amargo café en el mostrador de una cafetería rodeado por un mundo
hostil.


Soñando quizás

Se hallaba perdido, y preguntó al primero con el que se cruzó
dónde estaba. Resultó que se encontraba en una ciudad a la que no
recordaba haber llegado nunca, por lo que supuso que soñaba y no
le dio mayor importancia.


Caderas


Él la miró intensamente en silencio. Creyó que eso sería
suficiente. Cuando ella se fue, sola y con paso lento, el hombre
adivinó una insinuación en el movimiento de sus caderas.


El soldado


El soldado en la batalla cayó herido sobre la hierba ya húmeda
de tanta sangre. Caído, y sin poder levantarse, pensó por qué y por
quién perdía la vida, y en ello no halló justificación a su muerte. Por
eso, cuando le fueron a rematar, oyeron que gritaba: "¿Qué hago yo
aquí?"


Libro


Leía un libro comprado al azar. Hacia la mitad de la lectura
descubrió su nombre y la descripción de un personaje exactamente
igual a él mismo.


Tiempo comprado


Ella se alisó la falda con las manos, a continuación ajustó la
blusa, metiendo la parte inferior por el interior de la otra prenda,
después se atusó el cabello y, aunque no encontró de su gusto el
resultado final tras los mínimos arreglos hechos, salió a la calle
apresuradamente. Dentro quedó él contando el dinero pactado.


Desamor


Le dijo que no podía imaginar cuánto le amaba. Se lo repitió
de nuevo, pero esta vez llorando. Por fin, guardó un dolorido
silencio. Él la miraba distante, con gesto de extrañeza. Después
contestó muy despacio que, en efecto, era incapaz de imaginarlo.


En el autobús


Se sentó junto a ella en el abarrotado autobús. Sus muslos se
tocaron sin premeditación alguna. Cada movimiento del cuerpo era
un roce que provocaba un cosquilleo grato. No le hizo falta mirarla
para notar que se movía inquieta, pero que no se apartaba.

Reposo


Los mil gestos producidos dentro de una larga convivencia
explican, en silencio, mudas palabras de amor. Y es que el cuerpo,
en su movimiento torpe, pesado y soso, continuamente dice lo que le
pasa y siente. Por eso, a veces, cuando acostados apoyo mi brazo
en tu cadera, en cansado gesto, no busco el inicio del juego de la
pasión, sino que procuro el reposo de mi derrota en tu cuerpo
tranquilo y ajeno de conflictos.


Parecido


Quitó de su dedo el anillo que le identificaba como hombre
casado. Buscó en la festiva reunión a alguna mujer de su agrado
que pareciese sola y dispuesta a compartir unas horas de engaño.
Finalmente, eligió a una que tenía un vago parecido con su esposa.


Recuerdo


La miró como si fuese una desconocida. Ella insistió en que
eran antiguos amigos, pero él, en cambio, persistía en no
reconocerla. Cuando la mujer se iba, un destello en el cerebro del
hombre le impulsó a llamarla por su nombre.


Psiquiátrico


Se había perdido en los interminables pasillos de un hospital
psiquiátrico. Tenía miedo de preguntar por la salida, no fuesen a
confundirlo con alguien que pretendía fugarse; por eso, cuando se
encontró frente a una enfermera, dijo: "¡Ya estoy curado, ahora sí es
cierto que estoy curado!".


Sentidos


Tengo para ti el tacto húmedo del recorrido que una lágrima
deja sobre la piel. Te he guardado el casi inaudible sonido que
provoca el roce de los labios. Mi regalo será el sabor indefinible del
sudor que emana de la piel en contacto con tu boca. Te daré
también la imagen de una sonrisa feliz que te engañe un poco.
Finalmente, el olor humano de mi cuerpo te indicará que existo.


Ventana


La mujer se detuvo frente al portal número 6, alzó su mirada
hacia el ventanal del primer piso y comenzó a llamarlo por su
nombre. Se asomaron varios vecinos y, por fin, esa ventana del
primer piso se abrió y asomó por ella una joven. La mujer que
voceaba en la calle siguió llamándole impertérrita.


Dinero


Le habían echado del trabajo y caminaba despacio hacia su
casa. No tenía ganas de llegar y se detuvo en el banco de un
parque. Vio a mujeres que metían o sacaban dinero de los bolsos
que llevaban colgados, vio a hombres que cogían su dinero de
carteras que tenían en los bolsillos, incluso vio a niños con dinero en
las manos buscando una tienda de caramelos. Pensó que estaba
rodeado de dinero por todas partes.


Reencuentro


Creyó reconocer a una antigua amante al otro lado de la
transitada calle. Mientras esperaba el permiso verde del semáforo,
ella se perdió entre el gentío. Él corrió hacía el lugar donde la había
visto y desde allí volvió a reconocer su figura unos metros más lejos.
Cuando quiso llamarla, se percató de que había olvidado su nombre.
Entonces pensó que era inútil el reencuentro.


La risa


Había decidido morirse, pero una risa lo había salvado.
Estaba intentando, con verdaderos esfuerzos, encaramarse a lo alto
de la verja del viaducto de los suicidas, cuando oyó tras de sí la voz
infantil, que decía: "¡Mira el hombre ese en postura tan tonta!". Y
después las risas. También la suya.


Sonidos


Los suspiros y gemidos sonaban acompasados, rítmicos, a
través de la pared; eran como un canto contenido a duras penas,
que sorteaba con limpieza la barrera de ladrillos, cemento y pintura
con la que se construyen los tabiques. Juan deseó que aquel sonido,
que ganaba poco a poco en intensidad, no se detuviera nunca.


Víctimas


El día había llegado a su fin, y el grupo de armados
cazadores, en torno a un improvisado fuego, contaba las piezas
abatidas. Eran múltiples codornices. Cientos de esas aves estaban
muertas y alineadas en filas sobre el suelo a la luz de la hoguera.
Uno de los cazadores, alzando su rifle, ahora descargado, dijo: "¡Es
tan fácil como, en otras partes, matar hombres!".


Sorprendido.


Perdí mis pocas monedas en el trayecto de casa a la parada
del autobús. Lo descubrí cuando las busqué en el bolsillo del
pantalón y noté que no lo llevaba puesto. Asustado, quise cubrirme
con la chaqueta, pero esta tampoco la tenía encima. Entonces
pretendí quitarme la corbata, pues nada me desagrada más que
llevar esa prenda sin chaqueta, pero resulta que tampoco tenía
corbata. Inmediatamente, sospechando lo peor, miré hacia mi pecho,
y descubrí la ausencia de la camisa. Así me hallé, en medio de la
calle, a la altura de la parada del autobús, sorprendidamente
desnudo.


Poemas de amor


El tonto del pueblo gritaba poemas de amor a inventadas
damas que se imaginaba en los balcones de algunas casas.


Un día.


Me preguntas si es largo un día, y yo te digo que es
interminable, que no tiene fin predecible, que no hay medida que lo
abarque. Todas las mariposas de la noche lo saben.


Mecánico.


Extendió la mano y dudó una fracción de segundo; la
máquina, en cambio, cumplió su ciclo programado y se la cercenó
limpiamente.


Extravío


Perdió la memoria de repente, y se extravió en el camino
hacia su casa. Anduvo desorientado, asustado y confundido por
muchas calles, que ahora le resultaban ajenas y desconocidas.
Finalmente se encontró frente a la puerta de una casa. Dudó mucho,
pero al final llamó al timbre de la puerta con la esperanza de que
fuese la suya. Abrió una mujer que, tras un momento de silencio y
con expresión de asombro, dijo:
-¡Habías dicho que nunca regresarías!


Lo único cierto


Dios no existe, tampoco son ciertos los planetas. Nos ha
engañado la teología y nos miente la ciencia del universo.
Solo es cierto nuestro amor humano en medio de un mundo
de apariencias.


Asco


-¡Bésame! -ordenó él con fiereza.
Ella mantuvo sus fríos labios apretados, pero no apartó la
cara y dejó que él consumara el beso. A continuación, el hombre,
exigió que entreabriera la boca.
-¡Y ahora bésame de verdad!
Ella, con no disimulado esfuerzo y asco, hizo lo que él le
pedía, pero esta vez cerró lo ojos y pensó que estaba en otro lugar,
lejos, muy lejos de allí.


Memoria


Perdí la memoria en medio de una multitud que salía de un
gran edificio, para mí ahora desconocido. Me sentí indefenso, y el
miedo hizo que mi razón fuese confusa y alocada, quizás por eso lo
que primero se me ocurrió fue preguntar a los desconocidos
transeúntes si me conocían. El resultado de la encuesta fue
negativo, por supuesto, así que me encaminé al gran edificio,
suponiendo que provenía de él. En cuanto atravesé su puerta de
entrada la memoria volvió a mí. Sentí entonces verdadero pánico y
desconcierto. ¿Al salir padecería otra vez la amnesia? Y si era así,
¿sabría volver a entrar en el edificio para recuperar los recuerdos?


Música


Cambió una sola nota de la partitura. Nunca logró saber si fue
un fallo o un acto inconsciente. Cambió una nota musical y todo el
conjunto de la orquesta sonó distinto. Por ello fue vilipendiado,
regañado y finalmente expulsado, pero él estaba convencido de que
la composición musical había sonado mejor con su nota cambiada.


Tiempo


Una tarde calma y plácida de domingo soleado, pescaba
Pascual en un río manso y sosegado. No tenía suerte con los peces,
y la inmovilidad y el sopor le fueron adormeciendo sobre la piedra
llana en la que se hallaba sentado.
Abrió Plácido los ojos, asustado, cuando casi se cae de su
duro asiento de piedra, pero su sorpresa fue mayor al ver que, a su
alrededor, se había hecho de noche. Se incorporó con esfuerzo,
pues le dolían todas las articulaciones, y una vez en pie pudo
comprobar, a la luz sorprendentemente intensa de la luna, que el río
estaba seco, que al otro lado no había pueblo alguno y que a su
espalda ya no existía el bosque, sino un páramo desierto.
Pascual había dormido tanto como la vida en la tierra.


Huida


La vio en la distancia, pero no la reconoció; aún así se puso a
correr en dirección contraria sin saber por qué lo hacía. "Debo de
estar loco", pensó. Cuando, agotado, detuvo su huida, miró hacia
atrás con aprensión, y vio, aún más cerca que antes, a la pálida
figura enlutada que extendía su huesuda mano hacia él.


La casa a lo lejos


Miró hacía la lejanía, y en el horizonte vio, envuelta en bruma,
la forma dudosa de lo que podía ser una casa. Siguió el camino a
paso rápido hasta que el cansancio le hizo aminorar su ímpetu por
llegar. Tomó un leve respiro descansando al borde del sendero, y en
ese tiempo le alcanzó otro viandante, que preguntó:
-¿Sabe quien vive en aquella casa que se divisa en la lejanía?
-Vive quien espera a uno sólo de nosotros dos -contestó.
Y sacó su daga, sabiendo que el otro iba a hacer lo mismo.


El calendario


Miró hacia el calendario clavado en la pared, y los números
parecían bailar ante él. Extendió su mano y puso la palma sobre la
hoja del mes de Abril; así notó el movimiento, como de hormigas,
que hacían cosquillas en su piel. Cuando levantó la mano, los
números de los días le miraban sonrientes, pero seguían burlones y
saltarines. Él sólo deseaba saber cuánto tiempo faltaba para la
noche, pero los traviesos días no querían decírselo.


El accidente


Vio el accidente tan de cerca que casi notó en su cuerpo el
tremendo impacto. Los dos coches se convirtieron de pronto en un
amasijo de hierros tras un pavoroso estruendo. Él quedó como
estatua de piedra en la acera mirando, sin capacidad momentánea
de reacción. Poco después se dirigió corriendo hacia los vehículos,
pero en ellos no vio a persona alguna; los encontró enseguida a
unos metros, tendidos y destrozados sobre el asfalto: dos cuerpos
sorprendentemente juntos tras salir impelidos de los respectivos
coches. Y de pronto reconoció sus rostros a pesar de la sangre. Esa
misma mañana se había cruzado con ellos en un rellano de la
escalera de su edificio. Era un matrimonio vecino. Y los había
escuchado hablar, recordaba. El hombre había dicho:
-Hoy a las cuatro de la tarde.
Y ella había contestado:
-Yo usaré el coche rojo.


Llovía


Despertó y se levantó de la cama. Fue hasta el frío cristal de
la ventana y vio que afuera llovía y se resistía a amanecer.
Plácidamente volvió a acostarse.


La moneda perdida


Perdí una hermosa y pequeña moneda de oro, o quizás no
fue así. Lo cierto es que el colgante donde estaba prendida la pieza
dorada desapareció de la hebilla de mi pantalón. Su valor no era
escaso, pero me dolía más la pérdida, si es que fue eso, por el
significado familiar que poseía. Recuerdo vivamente cuando mi
difunto abuelo me la regaló, que dijo:
-Esta moneda estará contigo hasta el día que yo vuelva para
recogerla.


Si me dejas


-Moriré si me dejas -dijo ella.
El hombre sonrió y la besó, al tiempo que se apartaba un
poco, dando por concluido el acto que habían realizado hasta ese
preciso instante. Pero no había acabado él de separar del todo su
cuerpo del de ella, cuando la oyó decir:
-¡No! Te dije que me muero si me dejas.


A través de la ventana


Asomado a la ventana pensó con agrado en su futuro
inmediato, y decidió que todo estaba bien y que era previsible que
todo siguiese así. No había en el horizonte nada que fuese a alterar
el buen orden de las cosas. Todo lo tangible estaba medido, todo lo
volátil, atado. Y entonces, mientras distraído observaba la calle, vio a
través de la ventana a una mujer desconocida, que parada en la
acera y alzando el bello rostro, parecía dirigir sus ojos directamente
hacia él.


Higiene


A veces ella me lava el cabello. Pide que me doble con el
torso desnudo sobre el baño y que acerque la cabeza al agua que
cae de la ducha. Ella me moja el pelo, después lo enjabona y lo frota
entre risas. Yo cierro los ojos con placer, y cuando digo que me
duele la espalda a causa de la incómoda postura, ella me da leves
tirones de la melena mientras exclama que ya falta poco para
terminar. Finalmente, aclara el pelo jabonoso con agua tibia y
fricciones enérgicas con su mano, y enseguida se abraza a mí
mientras me incorporo y estiro mi dolorida espalda.


Entierro


Llovía sobre los asistentes al entierro, y la lluvia densa creaba
tal atmósfera de recogimiento y soledad absoluta, que parecía aislar
en un momento eterno a los allí reunidos.
Descendió el ataúd a la tierra, y pronto todos los deudos del
muerto comenzaron a dispersarse en silencio; pero en el suelo, justo
donde, en pie, habían estado los tristes familiares, quedó impresa su
huella en el blando suelo mojado.
Cuando llegó la noche, ya la reciente fosa cerrada y el
cementerio en soledad, la lluvia cesó y la luna dejó ver las huellas en
derredor de la tumba. Entonces, como espectros sobre el invertido
bajorrelieve de esas pisadas, se vio a los que allí habían penado esa
tarde, de pie, translúcidos y rodeando al sepultado, para espanto de
las habituales almas del lugar.


Otra vez


La mujer perdió la consciencia durante unos segundos, que a
él se le hicieron eternos. Cuando ella volvió en sí, él, aún asustado,
preguntó:
-Creí que te morías.
Ella contestó:
-Mátame de igual forma otra vez.



El libro


Recorrió con la mirada la estantería de libros. Detuvo sus ojos
en uno que creyó reconocer, pero no se atrevió a cogerlo. Aquel libro
parecía ser el mismo que, años atrás, tanto le había inquietado y
para el que necesitó mucho tiempo de tenaz lucha hasta olvidarlo.


Encerrado


Con frenética impaciencia empujó el picaporte, pero no logró
abrir la puerta de la habitación cerrada. Golpeó, ya fuera de sí, la
dura madera maciza, y por fin, del otro lado, alguien dijo:
-Nadie puede abrirte. Todos estamos atrapados. Tú ahí y nosotros
del otro lado.


Amanece


La noche se tornó rojiza en uno de sus extremos, avisando el
amanecer. Los ojos del insomne se concentraron con desesperación
en aquel anuncio de esplendor, y agradeció el fin del frío y la huida
de la oscuridad. Íntimamente se alegró del nuevo día, pues aunque
la soledad no tendría tan fácil solución como la luz, al menos se irían
todos los fantasmas que le hacían ilusoria compañía.



Enfermedad


Le anunciaron una enfermedad terrible y dolorosa. El remedio
científico estaba descartado y la muerte próxima era segura. El
paciente miró al médico, pero sólo halló un gesto de impotencia; aun
así tuvo fuerzas para preguntar:
-¿Puedo escoger una muerte indolora?
El doctor no comprometió una respuesta, y mantuvo un triste
y fracasado silencio. Entonces insistió el enfermo:
-¿Usted, en mi caso, qué haría?
-Yo -respondió el doctor- jamás habría intentado averiguar.

Caída


Caí de bruces y al incorporarme estaba en otro lugar, otra
ciudad, otro paisaje.


¿Desconocida?


Al verla, incluso sin conocerla de antes, supe de inmediato
que aquella joven sentía pasión por la pintura en la que predominase
el amarillo, asimismo adiviné o intuí que amaba los girasoles, que
tenía predilección por los atardeceres sombríos de cielo encapotado
y que su día preferido de la semana era el lunes en verano y el
viernes en invierno. Igualmente presentí, con notable claridad, que
cenaba sopa todas las noches, sorbiéndola cuando estaba sola, y
que se despertaba invariablemente hecha un ovillo, también si lo
hacía sin compañía. Fue así de sencillo y de sorprendente, quizás
milagroso. Fue verla por primera vez y saber de ella tanto como si
llevásemos una vida juntos.


La página en blanco


La pantalla en blanco del ordenador, imitando una página
igualmente vacía, esperaba el contacto de mis dedos sobre el
teclado, lo mismo que antaño rayaba o pintaba cuartillas sobre la
mesa. Así fue que escribí o tecleé:
"Este cuento lo han escrito otros, casi todos. Es siempre el mismo
aunque cambien las formas. No tiene fin."


El grito


No vio nada al frente. A sus espaldas se extendía, igualmente,
el vacío, así como a los costados. Ya que la soledad era absoluta, el
grito fue sordo, ahogado, completamente inútil.


El amigo


Cogí con rapidez los billetes que estaban sobre la mesa de
juego y me fui. El ambiente tan cargado de la habitación me había
obligado a respirar con dificultad toda la noche y me causaba un
picor continuo en la garganta, por eso en la calle nocturna y fresca
noté el alivio balsámico inmediato del aire gélido. Antes de correr
hasta el vehículo me entretuve disfrutando con el soplo limpio que
entraba en mis pulmones. Ese fue el error. Dos sombras que
salieron de ninguna parte cayeron sobre mí con la rapidez de lo
inesperado, me golpearon, y desde el suelo, inmóvil, noté cómo
hurgaban en mis bolsillos y se quedaban con mi cartera. Entonces
cometí el segundo error. Intenté incorporarme y quedé frente al
rostro de uno de los asaltantes. Sus rasgos, de sobra conocidos, me
hicieron pronunciar con rabia su nombre.
-¡Te ha reconocido! -dijo el otro atracador.
-Será lo último que recuerde -comentó fríamente mi amigo.


Casa segura


Construyó una casa segura. La hizo de piedra y hierro. En las
ventanas puso gruesos barrotes y en la puerta cerraduras dobles y
cadenas. Alrededor de la casa levantó un muro de piedra rematado
con puntiagudas lanzas y alambre de púas. La puerta que abría el
muro era de enormes barras de hierros entrelazados. Desde fuera
parecía inexpugnable aquella fortaleza. Dentro de ella el hombre se
sintió completamente seguro en su soledad.
Años después, cuentan que el habitante de aquel lugar dejaba
las puertas abiertas, que había roto las rejas de las ventanas,
doblado las lanzas del muro y desprendido el alambre de púas.
Dicen que a menudo se le oía gritar, llamando a los que por allí
pasaban, invitándoles a entrar.


Algún día


"Algún día serás más hermosa que yo", mintió la madre mientras,
con la mano que no acariciaba el cabello de la niña, sostenía aquel
cuerpo que jamás atinó a enderezarse.


Luz de luna


Sería a causa de la luz lunar, que todo lo distancia y vuelve
irreal, pero al ver la figura alada posada aquella noche en la cornisa
de la ventana, lo primero que pensé era que un ángel venía a mí. Un
poco más tarde, ya calmado y procurando mirar con atención, me di
cuenta de que el difuso brillo lunar sólo iluminaba mi alma que huía.


Dormir y soñar


El día amaneció dubitativo. La luz incipiente y escasa no se
animaba a despuntar y la atmósfera estaba densa y apagada. El
mundo no terminaba de despertar. Las nubes embadurnaban un
cielo que no se adivinaba, por lo que la noche estiró más sus horas
de incertidumbre. Fue por todas estas causas que, cuando me
asomé al balcón, no consideré que el universo me fuese propicio
para iniciar la jornada. Regresé al lecho lentamente, acomodé mi
cuerpo en la postura más pacífica y cerré los ojos a la espera de
amaneceres más halagüeños.


El otro o yo


Fue todo muy rápido. Ocurrió en un vértigo, como cuando nos
giramos y de pronto vemos fugazmente a alguien que se abalanza
contra nosotros. Ahora tal parece un sueño o la luz que queda
grabada en el ojo del rayo que nos deslumbró. Sucedió en plena
calle, cuando caminaba con otros amigos. Paseábamos y
conversábamos distendidamente, entonces uno dijo que allí estaba
ocurriendo algo extraño. Se refería a unos metros más adelante,
donde un hombre y una mujer parecían abrazarse, pero él le clavaba
a ella un puñal en el costado al tiempo que la mujer se sujetaba con
fuerza a su cuello. Mientras mis compañeros quedaban parados y
atónitos, yo corrí movido por un impulso que todavía ahora no puedo
explicar, y al llegar a la altura de la pareja e intentar separarlos, me
encuentro yo mismo empuñando la daga con una mano y con la otra
apretando contra mí el cuerpo de la mujer, que a su vez me rodea el
cuello con sus brazos. Solos ella y yo, nadie más; el otro no estaba,
como si nunca hubiese existido.


Perdido


No tardó en desorientarse durante el recorrido inseguro por la
ciudad de insospechadas e inverosímiles calles. La dirección que
llevaba apuntada en un papel no era útil en medio de un idioma que
no comprendía. Cuando acabó por detenerse a descansar en el
banco de un florido parque, se percató de que a su lado, en el suelo
sentado, estaba mirándole un mendigo. Probó, sin esperanza, a
preguntarle, y para su sorpresa, el otro le contestó, en un idioma
reconocible, que las calles son las que le encuentran a uno, que tan
sólo tenía que permanecer allí sentado el tiempo suficiente.


Un metro cuadrado


Lo quería mullido, dos metros de largo por medio de ancho, en
madera noble. Nadie temió mi ira. No cumplieron. Ahora me ven en
sus delirios aullando mi descontento por este mísero ataúd.

Altar


Sobre el altar de roca primigenio que alzo por tu amor,
deposito la ofrenda de carne, piel y sueños.
En lo alto, una estrella fugaz detiene su tránsito durante un
breve destello y escucha mi canto nocturno.
En mi derredor cunde la vegetación más espesa, se prolonga
de manera interminable el bosque denso y, en el claro que enmarca
este altar de piedra, mis plegarias se expanden por el contorno y a lo
alto.
Ya el camino que he seguido hasta ti se ha borrado, cubierto
de nuevo por esas zarzas y otros extraños vegetales que todo lo
circundan y que parecen moverse en un ritmo temporal ajeno al por
mí conocido.
Limpio el altar con ahínco, pues la nueva ofrenda espera.
Froto, me esmero en la limpieza como signo de devoción.
La luz lunar provoca el frío que la brisa nocturna transporta, y
mi cuerpo desnudo tiembla cuando se tiende sobre la piedra plana
del ara.


Me ofrezco.


Soy cuerpo a la espera de quien invoco.


Amor rudo


Me dijo que se iba, que me abandonaba. Lo di por bueno,
aceptándolo con tristeza, y no contesté. Oculté un intimo dolor,
aunque ella debió de notarlo, pues desvié un momento mis ojos de
los suyos, yo, que siempre la miraba de frente; pero como persistí en
un completo mutismo, ella se sintió obligada a explicarme su huida.
Así dijo que se había cansado de mis escasas palabras carentes de
expresiones bellas, de mis silencios cuando sus oídos necesitaban
declaraciones de amor, y también de mis gestos bruscos y un tanto
rudos al hacerle el amor, que se había acabado por sentir dañada
por la fuerza de mis arrebatos al amar; en fin, que no obtenía de mí
la delicadeza de un sentimiento sensible y suave, que no era
suficiente con el éxtasis violento, si no que anhelaba la ternura
quieta aun a costa de disminuir el placer. Pues bien, así sea, pensé,
pero seguí guardando silencio. Y ella, que deseaba oír de mí alguna
queja, alguna palabra de daño, algún ruego, una frase de dolido
amor despechado, seguía allí sin irse, explicándomelo todo una y
otra vez. Que si la abrazaba con gestos bruscos, que si la acariciaba
oprimiendo sus pechos y sus muslos con rudeza, que si mis besos
en su cuerpo dejaban marcas rojas y duraderas, que si movía y
giraba su cuerpo rodándolo por sobre el mío en un frenético baile de
acoplamientos violentos. En fin, que pedía una delicadeza, una
lentitud y suavidad de la que yo carecía, y que necesitaba de bellas
palabras que le contasen mi amor a su belleza. Yo seguía callado.
Por fin, tras decirme que no era suficiente con que mis ojos me
traicionasen durante unos segundos para mostrar mi dolor y que
necesitaba escapar de mi rudo amor y buscar otro de bellos gestos y
hermosas palabras, se fue casi a la carrera. Se fue, en efecto, y la
puerta, al cerrarse tras su marcha, sonó como un disparo directo a
mi pecho, pero no me moví, no salí corriendo tras ella, aunque la
adiviné esperando al otro lado de la puerta cerrada, pues no
escuché, sino hasta algo después, sus pasos descendiendo por la
escalera.
Ha pasado el tiempo. No mucho, sólo unas semanas. Yo la
sigo queriendo, y sigo sin saber decírselo: la voz se me niega. Me
duele su lejanía, pero no sé ir a buscarla con abrazos o flores y
decirle palabras de esas que le gustan. Sólo sé quedarme quieto,
esperando que se canse de sus afeminados cantores y poetas, que
añore las cálidas noches de esfuerzos sudorosos y gratos donde la
cama nos quedaba pequeña. Pero decírselo de esta manera sería
empeorar las cosas, supongo.


Los años del amor


Ha pasado el tiempo y mis ojos ya no son los mismos, pero tú
sí. He visto cómo la ciudad crecía y algunas costumbres cambiaban
y en torno a mí surgían novedades que poco a poco me apartaban y
me ignoraban. El entorno amable y natural que siempre acogió mi
oculta inseguridad fue desprotegiéndome, y quedé en el desamparo
ante paisajes y modas que ya no son las mismas, pero tú sí, tú
permaneces igual que entonces, como cuando antes, tal que ayer.
He visto cómo amigos y antiguas amantes perdían la sonrisa
lozana, la inocencia del gesto desmedido y alegre, el sueño lejano
de la mirada ida en el último confín. Mis amigos y mis novias de
antes son ahora serios viandantes que me saludan desde la otra
acera con gesto rápido y sin detenerse, pero tú no, tú aún caminas a
mi paso y en tu gesto todavía surge la sonrisa y el ademán
despreocupado del feliz inocente.
También he visto cómo mi cuerpo se resiente por el frío o el
calor, por el esfuerzo o la torsión, cuando antes, hace poco, tal vez
ayer, corría desnudo entre la escarcha helada del amanecer o
frotaba mis músculos sudorosos contra otros cuerpos ardientes,
retorciendo las articulaciones en busca de placeres cada vez más
lejanos. Todo ya parece perdido y reducido a movimientos apagados
y leves, menos tú, que aún juegas con tu cuerpo junto al mío y giras,
te contorsionas y te enalteces en la desnudez de cualquier
amanecer.
Veo, día a día, las ansias de mi ardor dilatarse en una espera
sin prisas, sin la urgencia que antes rompía las normas y la ropa, y
ahora se sienta y espera con la paciencia de quien ya no busca, de
quien ya conoce y ha perdido el asombro y el desespero y la rabia y
la angustia y el placer del arrebato; pero tú no, tú todavía gimes y
gritas, me desgarras y me empujas, me buscas con la necesidad de
la urgencia y la impaciencia de quien descubre cada vez un sueño y
un placer.
No te veo envejecer, amada, más al contrario, tiras de mí con
fuerza para retenerme junto con tu tiempo detenido en la alegre
inconsciencia del asombro, en la fuerza inmensa de la pasión, en el
descubrimiento continuo del cuerpo, de los sueños, del frío o del
calor, de la ciudad, de todo lo que nos rodea y que por ti es nuevo y
siempre acogedor.


Beso frío


He besado la rosa oscura de tu boca, que tenía el rictus
amargo del desengaño. He sentido tu frío atravesarme los dientes y
la lengua, y llegar hasta la garganta y penetrar hasta más adentro,
donde los órganos internos, las tripas y los conductos del misterioso
maquinar del ser vivo. Tu aliento gélido pasó en el beso a mi interior,
y lo sentí como el filo de una fina daga, que me desgarró por dentro,
y sentí perder la vida. Por eso cuando nos separamos, enfrentados
aún tras el abrazo, no pude hablar. Y después tampoco, cuando el
silencio acompañó tu despedida. Quizás creíste que yo también
había dejado de amar.


Cuerpo


Solo el cuerpo humano es cierto, porque es tangible,
mensurable, desprende olor, crece, se deteriora, se reconstruye,
sufre y se puede amar.
Tu cuerpo es real porque cede al ser presionado por la fuerza
de mi ansia, y gira o se contonea, según los designios de la lujuria
compartida.
Tu cuerpo es el calor que tengo en mis manos durante el
abrazo, y en ese instante comprendo que es la materia de la que
están hechas todas las cosas que son verdaderas.
Tu cuerpo es la única verdad que reconozco, y no me importa
su debilidad ante el tiempo, los golpes y los virus; no me desalienta
su falta de eternidad, pues lo efímero de la verdad hace de ella, de
tu cuerpo, el bien más escaso y más preciado. El tránsito breve de tu
cuerpo por mi vida la hace intensa y la justifica.
El espíritu no se toca, ni se mide, no varia su forma y no sufre
ni se ama, porque el espíritu es el sueño del cuerpo amado cuando
este se ausenta. Cuando tu cuerpo se aleja de mí, entonces el
deseo lo sueña y lo inventa, miente su presencia, y así el espíritu es
la mentira y el engaño necesario.
Tu cuerpo es lo único real en un universo de apariencias.


Amor de loco


Te amo y te seguiré amando por encima del tiempo y de tu
propio amor. Serás mi obsesión cotidiana aún más allá de lo que
puedas soportar.
Te querré tanto como a mí mismo y mucho más de lo que tú
te puedas querer. Serás mi sueño continuamente idealizado hasta el
punto de no distinguir realidad y fantasía.
Te veré como la culminación de todos mis tabúes
quebrantados, y en tu cuerpo realizaré el sacrificio de mi inteligencia,
supeditada siempre a la ilusión grandiosa que de tu imagen he
formado. No te podrás reconocer en esa imagen que de ti tengo, por
que tu fantasía jamás alcanzó cimas tan elevadas.
Serás mi dueña mientras aceptes cumplir todos mis más
asombrosos deseos. Serás mi esclava para no provocar mi
furibunda ira si no obedeces el más caprichoso de mis designios. Yo
para ti seré el animal en perpetuo celo, que te lame con mimo hasta
el extremo del asco y la repugnancia, y aún así no detendré las
caricias con que te he de cubrir.
Seré por ti el perpetuo sexo encendido que buscará cada
gemido tuyo hasta conseguir el último, y todavía seguiré porfiando
por más. Te obligaré a los actos más ruines y salvajes por deseo de
mi placer y querré que tu grites con el mismo frenesí. Querré oír tu
grito prolongado cuando el orgasmo nos alcance y entonces sentiré
el deseo irreprimible de morder tu cuello y tu hombro y tu mejilla y tu
pecho. Y con premura, aún la respiración entrecortada y el cuerpo
dolorido, querré comenzar de nuevo.
Finalmente, exigiré tu muerte de placer cuando no soporte
más tanta dicha.


Donde la noche acaba


Donde la noche acaba se inicia tu mirada de cielo abierto y
surge el reencuentro, siempre sorprendente, de sol y de vida.
Ensenada de aguas tranquilas, ajena de tormentas y plena de
luz, tu camino corto, sendero a la nada, es tránsito de fe en vacío
que no daña.
Ausencia de sabiduría y también de lucha y ambición,
carencia de destino concreto, ofreces el universo, que ni sabe, ni
lucha, ni ambiciona, ni conoce su fin, pero es reposo y vida de todo
lo que en él permanece.
Donde la noche acaba se inicia el descanso de mi amor en tu
mirada.


Edad


¿Qué edad tengo?, preguntas. Te sacaré de dudas. Tengo la
edad de cuando era virgen y buscaba la forma de ahorrar dinero
para ir con una puta que me enseñase algo de lo mucho que
imaginaba. Tengo la edad del asombro ante el hecho de que los
pezones de una mujer se tornen duros de repente. Tengo la edad de
cuando se está seguro de que en todas las partes del mundo viven,
piensan y sufren o ríen como yo. Tengo la edad del egocentrismo
altruista. Tengo la edad de mentir y que se me note, y de la risa
cómplice entonces. Tengo esa edad buena en la que todo está a
punto de suceder: el hoy es un segundo que tiembla inseguro, el
pasado no ha existido y el mañana no es sólo todo lo que queda,
sino que también es lo único que llena el pensamiento. Mi edad es la
de quien sonríe sin saber por qué, pero que se sabe feliz: sí, la del
tonto, si quieres verlo así. Y es que tengo la edad que tenía cuando
me enamoraba en cada esquina. En serio, tengo la edad de los
veranos que no se acaban y de las fiestas que están a punto de
empezar, de las palabras vacías pero llenas de promesas, de las
miradas de miedo inseguro y gesto altanero. Tengo esa edad que
nunca termina y que siempre está amando.


El Padre


Miré de soslayo a mi padre, reposando en el ataúd, y vi su
gesto adusto incluso en la muerte. Cuando niño, yo tenía en el
entrecejo de mi padre la referencia del castigo, más o menos grande
cuanto mayor su fruncimiento. Una tarde de mi infantil miedo, él
dormido, me acerqué a su cara para poder verla sin el gesto serio de
siempre. Despertó de pronto y vi en sus ojos el susto e incluso el
miedo. Yo sentí terror. Pero esa vez no me castigó. Creo que desde
entonces no volvió a hacerlo. Y ahora, cuando me arrimo a su
mortaja, veo en su rostro el mismo rictus de aquel atardecer
mientras dormía. No sé porqué, pero si ahora despertase ya no me
asustaría.


El encuentro


No he visto cómo mueren los hombres al ser desgarrados por
las violencias. Jamás me he acercado al borde de la realidad
tranquila que configura mi entendimiento. No he conocido el dolor
por el túnel profundo que en la piel y la carne provoca el cuchillo ni
sé cómo quema el hueco que la bala deja. No he asistido al acto
animal en el que un ser aniquila a otro. Por supuesto, ese otro nunca
he sido yo. Tampoco el de agresor ha sido mi papel jamás.
Nunca he padecido infortunio de violencia salvaje sobre mí.
Ninguna parte de mi cuerpo ha sido rota ni dañada por golpes
brutales y reiterados. No sé lo que es la locura del dolor
ininterrumpido.
Soy el ser feliz que ve y lee lejanas noticias de dolientes
humanos, tan distantes, que parecen sacados de una película con
final triste.
Soy el que un día, al amanecer, vio ante sí el cuerpo tendido
de un hombre sobre la acera. Nadie transitaba. El día iniciaba su luz.
Soy el que se apartó del bulto arrugado e inmóvil, en postura
confusa y extremada en sus giros, como si sus articulaciones
estuviesen dislocadas provocando dobleces inverosímiles en brazos
y piernas.
Soy el que pensó en su prisa y su tiempo, en su cómoda
rutina, en su segura distancia y lejanía. Soy el que, huyendo, se dijo
que aquel encuentro debería de ocurrirle, un poco más tarde, a otro.


¿Es amor?


De alguna manera creo que te quiero. Bueno, me parece
quererte. No sé, es difícil entenderlo, porque yo no lo entiendo al
menos. Vamos a ver, sé que estoy bien contigo, que te conozco lo
suficiente como para justificar tus tonterías, tus errores e incluso tus
maldades. También sé que me aprecias lo suficiente como para
disculpar mis debilidades y mis mentiras. ¿Y todo eso junto es el
amor?. ¿Y si eso no es amor, qué coño es? Tengo que quererte, es
necesario que te ame, de otra manera no podría explicar un montón
de cosas. Sí, ya sé que me expreso con vulgaridad, que mi
vocabulario es el de la calle, pero mi dolor es tan grande como mi
amor y este es tan sublime como el de cualquier poeta, use las putas
palabras que use. Pero no quiero desviarme de lo que estaba
razonando. Decía que debería de quererte, que es necesario que te
quiera, que tengo que quererte porque hemos pasados muchas
cosas juntos y nos conocemos muy bien. Tú sabes cuándo finjo y
sabes cuándo oculto mis debilidades y cómo pienso en mi infancia al
decir aquello de que "ningún verdadero hombre imita a su padre". Sí,
intimidades, secretos, complicidades entre tú y yo que van más allá
de lo que dos amantes podrían confesarse. Eso debe de ser amor,
¡maldita sea!


Gestos


Gírate, mueve tu cuerpo hacia mí con la inocencia fingida del
acto casual. Y después ladea la cabeza y, con la mano, aparta hacia
atrás el cabello en gesto que descubra tu cuello, como si el pelo te
estorbase para hablarme, como si el giro de la cabeza y el vuelo de
la melena fuese el movimiento de una danza espontánea. Después
mírame como si yo ocupase toda la capacidad que de ver tienes,
llenándome de tus pupilas que se agradan y se fijan en mi con
interés exclusivo. En un momento dado te pintarás la boca con lenta
parsimonia y frotarás un labio contra otro, procurando que yo siga
todo el proceso sin perder un detalle. A continuación, tendrás la
necesidad de arreglarte el pliegue de tu falda mientras hablas
distraídamente de cualquier cosa que ninguno de los dos va a
recordar más tarde. Por fin, tropezará tu cuerpo con el mío en el
movimiento impreciso de una leve torpeza.
¡Qué cantidad de palabras de amor puedes decirme en el
idioma universal que todos conocemos!.


Gritar amor


Quisiera imponerme la disciplina de amarte en silencio, pero
no puedo. Tengo que gritar mi amor a cada tercer paso que doy, y
así, claro, todos se enteran de nuestro secreto. Y es que la risa de la
felicidad se me escapa entre las comisuras de los labios, que se
estiran y se tensan hacia arriba, hasta que por fin estallo en una
carcajada y grito que te quiero. Y como esto sucede en cualquier
momento y lugar, es frecuente que desconocidos a mi alrededor se
me queden mirando con asombro, aunque a algunos se les contagia
la risa y me acompañan en la felicidad de reír abiertamente. Incluso
los hay que me preguntan por ti, pues quieren saber cómo es la
mujer que provoca esas locuras. Como yo les contesto que mi amor
es un secreto, entonces reímos todos aún más.


Misa negra


Ven y mira, tengo para ti el pan oscuro, el ritual de la misa
negra salvadora de los páramos de la vida. Acércate, no sólo te haré
poco daño, sino que te ensañaré a aplicarlo en la justa medida para
alcanzar el placer tanto tú como tu víctima. No tengas miedo, que
conmigo alcanzarás el conocimiento de la mentira y comprenderás
así todo lo oculto.
Ven, toma lugar a mis pies, todavía hay sitio libre entre los
fieles; con ellos me adorarás y compartirás el placer que anula la
razón y sublima el cuerpo. Retoza en derredor mío junto con los
míos, y recibirás, de cuando en cuando, el golpe de mi mano o mi
pie, y agradecerás esa deferencia que te habrá de causar placer y
dolor a partes iguales. Aprenderás que el placer y el dolor surgen del
mismo sitio, se complementan y superponen, al final llegan a ser
como uno solo, y el límite que puedes alcanzar en ambos será el
mismo.
Ven y mírame a los ojos, que te cegarán y me amarás.


Animal


Tengo en la punta del deseo la necesidad de la querencia que
ansío. Quiero poseer el dulce manjar que tras el velo se oculta, y no
reprime mi necesidad animal el apetecer primario que mi cuerpo
pide.
No quiero ocultar mi apetecer por ti, mi tendencia hacia tu
cuerpo, hacia la parte de tu cuerpo que más ocultas y más tienta mi
natural instinto primario y animal, fuerte y sano, siempre obligado por
nuestra común historia a su acercamiento a ti.


Oración de muerte


Lo dijo el Rey de las Moscas y, antes aún, el Dios Oscuro y,
todavía antes, el Innominado Señor. Y tras todos ellos lo repiten
hordas de fieles de mirada negra y puñal escondido. Lo repiten en
éxtasis los ocultos seres del saber maldito. Lo gritan también todos
los habitantes de la ciudad olvidada con sus voces roncas como
alaridos de animales. Son muchos más de los que creemos los que
oran con esas palabras de fuego negro sin brillo, y son muchos los
que aspiran a oler el azufre pestilente cuando invocan, con la
oración, todo cuanto de ocaso tiene.
Fue el Rey de las Moscas y antes el Dios Oscuro y aún antes
el Innominado, quienes, con la ira del que odia, gritaron al mundo:
-”¡Toda muerte es necesaria!”.


Pliegues


He dedicado mi tiempo al estudio de los pliegues íntimos de tu
piel, y apenas ahora comienzo a conocerte. Recorro con el tacto las
sinuosas venas de apariencia azul que se insinúan en el dorso de tu
mano o en tu cuello, a veces, o en algunas partes de tus blancos
senos; las oprimo, las beso, las sigo hasta perderlas porque se
ocultan en las profundidades de tu carne. También palpo, acaricio,
aprieto la tersura de tu piel sobre las rodillas u otras articulaciones, y
percibo la contundencia del hueso sobre el que resbala tu piel y mi
mano. Y tanteo con la punta de la lengua y los dedos las pequeñas
prominencias que las vértebras dejan en tu espalda, como un
vaivén, como tropezones dulces en un pastel. Después rebusco
entre la melena que te nace en la nuca, tal que si contase cada pelo;
los toco desde su base hasta el extremo, los junto y separo en
mechones, juego con ellos hasta escuchar tu quejido oculto en una
risa. ¡Tantas y tantas partes distintas y maravillosas! Y es que me
gusta descubrirte y asombrarme, y me enamora cada vez más todo
lo que tu cuerpo de mujer es.


Rápido


Te dije "te quiero" y tu contestaste preguntándome si era así
de rápido para todo. Me hiciste reír por lo que entendí de segunda
mala intención en esa respuesta tuya. Por supuesto no me amilané y
persistí en el empeño de enamorarte. Afirmé que bien cierto era que
nos acabábamos de conocer, pero que no sabía que había unas
medidas temporales que indicasen cuándo uno podía enamorarse y
cuándo no. Entonces fuiste tú quien se rió, y tu risa era abierta y
explosiva, contagiosa y brutal. Caí rendido de amor, por supuesto; y
así te lo dije. Tú volviste al sempiterno argumento de "pero si
acabamos de conocernos". Yo sabía que toda tu reflexión se
resumía en un solo hecho cierto: no te ibas. Estabas a mi lado,
escuchando y rechazando, por prontas, mis apresuradas palabras
de amor, pero no te ibas. Así que no perdí el ansia y seguí con mis
arrumacos inocentes y con argumentos simples de amor urgente, el
cual a ti te parecía imposible y te hacia reír, me llamabas vano y
loco, me apartabas un poco de tu lado, pero sólo un poco, con leve
empujón, y decías que me callase, pero te quedabas allí sentada a
mi lado, y después de quejarte te callabas esperando mis palabras
que desmentían las tuyas en un juego pactado tácitamente entre
ambos.
Tras cientos de palabras, muchas risas, no sé cuantas
negaciones tuyas y mil acercamientos míos, por fin me miraste muy
seria, y me dijiste que "aunque me ría, no tomo a broma lo que
dices", y yo no pude de nuevo contener la risa, al decir: "siempre
supe que me querías".
Compartida y comprada
Antes me sentía avergonzado, pero ya no. Al principio lo
ocultaba, iba como uno más a verte, pero ahora ya todos lo saben,
pues yo lo proclamo. Ahora digo que te quiero en publico y digo que
mi amor por ti es infinitamente más grande que las monedas que me
pides a cambio. Ahora espero mi turno con la cabeza alta.
Las noches de fiesta, cuando más difícil es verte, ya me he
acostumbrado a esperar y compartirte con otros hombres. Esos días
no me importa estar en la barra del bar hablando con los camareros
hasta que quedas libre y yo accedo a ti. No; bien sabes que ya no
soy celoso.
Por las mañanas respeto tu descanso: nunca insisto en verte.
En las mañanas pienso en cómo descansas, en la postura de tu
cuerpo dormido y agotado por tantos ansiosos que te quisieron unos
minutos la noche anterior. Esa es la diferencia, tu lo sabes. Ellos te
aman, porque es imposible no quererte, pero el amor de esos
pasajeros dura los minutos de tu alquiler. Mi amor no termina con el
fin del tiempo que compré con los billetes que siempre pides. Mi
amor se queda a la espera de que pase la mañana en la que
duermes. Mi amor queda a la espera de que salgas a la calle de
nuevo o te arrimes a la barra del bar habitual. Mi amor es paciente y
duradero, y aguarda el turno que me corresponde tras el cliente que
me precede.
Mi amor te proclama como la más bella de todas, la más
maravillosa de entre ellas. Ninguna de las que se acercan a las
ventanillas de los coches o ponen sus pechos sobre los clientes de
un bar es tan tierna como tú.
Lo he dicho muchas veces en los últimos tiempos sin ninguna
vergüenza: te quiero. Te quiero aunque sea compartida. Te quiero
aunque tenga que robar para pagar el ínfimo precio que me pides.
Te quiero aunque te rías y me señales el reloj cuando mi tiempo se
termina. Te quiero aunque me pidas más dinero del que tengo. Te
quiero aunque note tu aburrimiento cuando te penetro. Te quiero
aunque me olvides con la siguiente conquista que haces en la calle o
en el bar. Te quiero por encima de tus gestos de asco cuando crees
que no te veo. También te quiero cuando te vas cansada y sola en la
madrugada.
Lo gritaré muy alto y muchas veces. Ya no me avergüenza
decirlo.


Tiempo


El tiempo no define la intensidad del amor. Yo te amé durante
un día, pero de manera tan intensa que jamás amé tanto a ninguna
otra. ¿Eso no te basta? Bueno, quieres que sea más explícito, más
preciso. Lo seré. No, no digas que también sea sincero, sabes de
sobra que siempre lo soy.
Comenzaré de nuevo. Decía que el tiempo y su medida en
horas, días, meses, no es quien impone la etiqueta a los grandes
amores. Nuestro amor, el mío, concretamente, duró muchas horas,
casi un día, si quieres esa precisión matemática que tan árida me
resulta y a ti tanto te gusta; y ahora que me voy te sigo queriendo,
porque mi amor no termina nunca, aunque cambie de intensidad. Ya,
ya sé que me reprochas tantas palabras y tanta retórica, toda esta
locuacidad que para ti no es más que un vacío y que para mí llena la
nada. Ya sé que vas a lo concreto y lo práctico, y que lo que te digo
lo oyes como una despedida y no como un canto al amor. Para ti
todo se resume en un "te quedas o te vas". En fin, me voy, sí, pero
después de haberte amado todo lo que soy capaz de amar, aunque
eso para ti no sea suficiente, por lo que veo.


Podría coger el infinito


Podría coger el infinito de los años que me quedan y, con la
fuerza de la ira, romperlo en partículas contra tu lápida. Y es que
tengo sensación de muerte en los ojos negros de la vida rota, y
quisiera que renacieses en la luz que inunda cualquier amanecer.
Quiero sentirte como ave lejana en un horizonte de sol iniciado, y
creer que el brillo del rocío sobre el musgo es el anuncio de la luz de
tu presencia. Quiero que huyas del paisaje vacío de la tumba y
moldear tu figura en el aire que me rodea; que estalles en sonrisas y
navegues en palabras que cantan alto a la vida. Quiero que donde
acaba el recuerdo de tu mirada comience la vida de nuevo. Quiero
que ese recuerdo salve tus claridades alejándolas del centro de la
tierra y que evadas tu olor vivo al espacio donde ahora está el vacío
de tu ausencia.
Mi amor sin sentido, irreal como la ausencia misma, se pierde
entre sueños y recuerdos, mentiras y soledades tras tu muerte.


Viernes


Porque hoy es viernes amanecerá diez minutos antes, y el sol
formará esa bruma alegre y luminosa en la mañana incipiente. Y es
que, porque hoy es viernes, sabré de ti y de tu horario preciso, podré
hallarte al conocer tu momento y el lugar exacto. Pero antes
amanecerá con mi despertar ansioso, esperanzado en el encuentro;
destellarán las primeras luces, descubridoras de las efímeras
brumas, anunciando el resurgir de todo lo que tiene la capacidad de
amanecer. Será así el inicio de un día, que es viernes, en el que
sabré encontrarte. Te hallaré ya entrada la mañana, con la luz
invasora de rincones inverosímiles, ya la bruma matutina aniquilada
incluso para el recuerdo. Te he de descubrir cuando el día brille en
su mayor esplendor y tú vistas el vestido blanco, ese que recoge
toda la luz y también todo el aire en el movimiento de los pliegues de
tu falda. Así te he de ver, luminosa y etérea, caminando hacia mí en
la hora precisa, en el lugar acordado, el día de hoy… viernes, por
más señas.


Aves de mal agüero


Como en un cuento infantil, sucedió que en el día de mi
nacimiento tres pájaros sobrevolaron mi cuna. El vuelo de las tres
aves sirvió para darme, entre graznidos, las previsiones que atarían
mi destino.
De las tres aves que volaban sobre mí, una, la de color
blanco, pero con un ala negra, me dijo que mi vida sería triste y
anodina, infeliz y sin amor: uno más entre los seres que recorren su
existencia de forma tan simple que su historia se escribe en una
página en blanco.
De las tres aves, la segunda, la roja con un ala azul, me dijo
que mi vida sería intensa y agradable, feliz y llena de sorpresas,
amores y maravillas: un ser extraordinario de vida sublime en cada
minuto que disfrutase de su paso por esta tierra de fantasías.
La tercer ave, azul toda ella y de ojos intensos y negros,
esperó al silencio de las otras dos para graznar y decirme que cada
palabra por mi dicha sería registrada en el Gran Libro, que cada
gesto que yo hiciese sería tenido en cuenta por alguien que sólo
aspiraba a ser mi Juez. Finalmente, ese tercer pájaro también me
dio un consejo:
-¡Nunca te fíes de las aves que, esperando pacientemente,
sobrevuelan tu cuerpo!.


Borrachos nocturnos


Coro de borrachos que entonáis al negro techo de la noche
callejera vuestros eructos derrotados...
Grupo de sucios perdidos en medio de la acera que a ninguna
parte va...
Gentes de mirada ida y gesto desmedido y violento,
inmotivado e inestable, siempre inoportuno y que evidencia el estado
desesperado en el que os halláis...
Seres variopintos que os agolpáis bajo mi ventana en las
noches vocingleras de prolongada fiesta...
Tened por buen seguro que reprimo el deseo de ceder a la
presión de mi vejiga, que contengo a duras penas el ansia de
vaciarla sobre vuestras encorvadas sombras ahí abajo.


Cierto día


Cierto día vi nubes rojas en el confín del cielo que el horizonte
brindaba a mi vista. Los montes de formas redondeadas, bajos y
verdes, enmarcaban la base del espectáculo de luz rojiza. Sobre
ellos, y tras las nubes, el cielo enorme se extendía azul y luminoso.
Entonces, de repente, al pronto, comencé a ver cada vez más... En
un primer momento tan sólo aprecié que las nubes aumentaron la
intensidad de su brillo, perdieron el rojo que las adornaba y se
fundieron en el azul del fondo, después, en seguida, fue como si los
verdes montes se retirasen hacia atrás y abajo, dejando un enorme
hueco abierto para el celeste espacio, el cual pronto lo fue
abarcando todo. Y cuando, asustado, miré en derredor mío, puede
comprobar que el aire azul del cielo llenaba el espacio hasta el límite
de mi vista. Poco después también noté la ausencia de la tierra bajo
mis pies.
Fue aquel un día en el que mis ojos me hicieron el regalo de
ver aquello para lo que no fueron creados.



Coincidencia para la muerte


Existen seres humanos que están dispuestos a matarme.
Realmente están dispuestos a matar a cualquiera. Ya antes lo han
hecho, pues he oído de sus sangrientas acciones. Ahora mismo,
alguno de ellos, puede actuar con violencia sobre cualquiera de los
que permanecemos vivos. Puede ser que tengamos algo que
quieren o quizá nos tropecemos con ellos en un día que estén de
mal humor. Lo cierto es que si llega el momento inoportuno, en el
lugar preciso, aunque casual, que me encuentre con el ser iracundo
que me enfrenta... se habrá desencadenando el acto legendario
entre el cazador y la víctima. Y es que yo no soy violento, ni siquiera
tengo reprimida la violencia en lo más oculto del cerebro. Yo nuca
puedo ser el que da caza. Seré siempre el que recibe el navajazo,
aquel que sufre el golpe en la nuca, al que le estallan junto a la cara
los fuegos de la locura.
Él está ahí, esperando en un lugar cualquiera al lado de la
carretera; se encuentra a la expectativa sin ni siquiera saberlo.
Puede que ahora mismo haga planes para otras muertes, pero el
momento que le enfrente a mí tan sólo está pendiente de la
coincidencia de nuestros dos cuerpos en un lugar todavía
indeterminado.
No es seguro que llegue ese instante. Tampoco tengo la
certeza de que no llegue.


¿Qué ocurre?


Iba yo de viaje con mi vehículo. Viajaba sólo, y entretenía el
lento circular, a causa de varios camiones grandes y lentos que me
precedían, mirando ahora el paisaje lateral a través de las
ventanillas, después la trasera del camión de delante (Frutas
Fulano) y más tarde, por el espejo retrovisor, los coches que llevaba
detrás. Me fijé en la cara del conductor que iba tras de mí. También
viajaba sólo, era delgado, más bien su rostro parecía demacrado, de
facciones angulosas y mofletes hundidos; sus ojos iban cubiertos por
unas grandes gafas oscuras a pesar de ser un día nublado, y su
boca mostraba un rictus amargo. Comencé a desviar la vista cada
poco tiempo hacia el retrovisor y mirar a aquel individuo. Me
imaginaba cosas terribles de él.
En un momento dado del viaje, la circulación se hizo más
lenta aún si cabe. Un control policial era el motivo. La policía,
apostada en un arcén de la carretera, había colocado señales para
reducir la velocidad, barras en el suelo para obligarte a esa
reducción, e iban mirando, o eso me parecía a mí, fijamente a todos
los coches que pasaban, aunque no vi que detuviesen a ninguno de
los tenía delante de mí. Enseguida deduje: "A éste que llevo detrás
seguro que lo paran". En eso pensaba cuando un policía se pone
delante de mi vehículo y me da el alto, después me indica la
dirección del arcén. Mientras aparco donde se me ordena, veo que
hacen señales al coche del sujeto mal encarado, que llevaba detrás,
para que siga su camino y no se detenga. "¿Pero qué cara tengo yo
para que resulte más sospechoso que aquel sujeto?", pienso
mientras bajo la ventanilla y, con mi peor sonrisa, pregunto al policía
que, arma en mano, se me acerca: "¿Qué ocurre?".


Ley dura, pero ley


Yo no pienso cometer ningún delito, por tanto la ley está de mi
parte. ¡Qué pensamiento tan sencillo! Es una forma de vida cómoda
y simple. Es una filosofía fácil de entender y de asumir. Puede ser el
principio de la felicidad. Lástima que para poder llevarla a cabo sea
necesario suprimir a todos los que no están de acuerdo con ella.


Para eso cuento con la ley misma.


He denunciado al que aparcó su coche en doble fila, al que
me devolvió dinero de menos en el cambio tras en una compra, al
que me vendió de menos en el peso de un kilogramo de carne, al
que me insultó por denunciarle por el mal aparcamiento de su coche,
al que pintó su puerta de color distinto del resto de vecinos, al que
arrojó basura ante mi puerta, al que mendigaba en la calle donde
vivo, al que fumaba jachís en el bar de la esquina, al que producía
un ruido insoportable con su motocicleta, al vecino que tenía el
sonido de la tele muy elevado, al que se sentó en el capó de mi
coche, al borracho que encontré tendido en la acera, al camarero
que vendió una mezcla de ginebra y refresco a un menor de 18
años, a dos niños que estaban fumando, a un señor que arrojó un
papel al suelo, a una mujer que hablaba en voz alta en la biblioteca,
a un joven que pintaba con un bote de espray en una pared, a un
policía que no detuvo a un coche que me adelantó excediendo el
límite de velocidad, al coche que me adelantó tan rápido (y del que
tomé la matrícula), a la compañía telefónica por cobrarme demás, a
la compañía de la luz por cobrarme de menos, otra vez a mi vecino
por persistir en su empeño de poner el volumen de la televisión muy
alto, a un vendedor ambulante al que pedí la licencia de venta y no
me la mostró, a cinco individuos que estaban cantando y gritando
como locos bajo mi ventana, a la taquillera de un cine por no tener
cambio de un billete grande y negarse a venderme el tíquet
correspondiente para ver la película, al mecánico del taller de coches
que no me dio la factura correspondiente tras la reparación de mi
vehículo, a la compañía de transporte publico por hacerme caer, en
el interior de un autobús, tras un frenazo brusco, a un señor que
estaba fumando en una zona para no fumadores…
En fin, creo que contribuyo a que la vida sea más fácil para
todos aquellos que seguimos los dictados de la ley, ¿no les parece?
No tengo muchos amigos, es cierto; pero debe de ser porque aún no
me conocen. Quien respeta la ley no puede ser una mala persona,
¿no creen?


¿Estoy vivo?


A veces sospecho que he perdido la vida, pero no puedo estar
seguro. Si me preguntan, no sé decir con seguridad si estoy vivo o
muerto. Ya sé que se me dirá que si hablo (o escribo, da igual) es
que no he muerto aún, pero es que tampoco puedo afirmar que yo
esté hablando o escribiendo. Si soy sincero, creo que sois vosotros
los que oís y leéis, y por eso hablo o parece que hablo (o escribo,
que es lo mismo). No quiero crearos dolor de cabeza, no deseo que
perdáis un minuto de vuestro valioso tiempo con mis dudas, pero ya
que me escucháis, o leéis, me creo con derecho a seguir hablando y
escribiendo. Lo que está claro es que cuando todos decidáis dejar
de escucharme y leerme sabré, por fin, si estoy muerto o no, pues mi
pervivencia no dependerá de vosotros, sólo de mí, y si yo no existo
sin vuestro pensamiento... pues será que estoy muerto. ¿Es todo
esto muy complicado para alguno de mis oyentes y lectores?.
Bueno, para mí sí es difícil de asimilar, al fin y a cabo me va la vida
en ello, así que no puedo tomarlo a la ligera y no me resulta fácil
pensar con frialdad en el tema. ¿Lo comprendéis, verdad?. Tampoco
quiero ofender a nadie, pues pudiera ser que gracias a cada uno de
vosotros yo siga con vida. Lo que tengo por cierto es que mientras
siga hablando (escribiendo, es lo mismo) y alguien me escuche (me
lea, es igual), yo seguiré con vida (al menos para quien me escuche
o lea). Pero a pesar de que de momento todo va bien, de que me
leéis y me oís y parece gustaros, no puedo evitar el que me corroa
interiormente la duda de mi existencia. Es que habréis de
comprender lo poco grato que es suponerse sólo vivo en vosotros y
para vosotros... ¡Cuidado!, alguno sé que no me está
comprendiendo, incluso me parece que se aburre y en cualquier
momento dejará de prestarme atención; eso es algo que temo y
deseo, pues puede ser morir un poco el que alguien abandone mi
lectura y deje de oírme y por tanto yo deje de vivir en su mente, pero
también lo deseo, pues será la única forma de saber si existo fuera
de vosotros cuando, no uno, si no todos me abandonéis. ¡Qué
profundo y angustioso dilema! Por un lado temo la comprensión de
mi muerte si todos ignoráis mi letra o mi voz, y por otro, deseo saber
si puedo dejar de depender de vosotros y seguir vivo a pesar de ello.
Ten en cuenta, y esto te lo digo sólo a ti, que cuando no me
leas (o escuches) y me olvides, para ti yo habré muerto y para mí
mismo quizás también, si eras el único... pero eso nunca lo sabrás.


Ojos de gato


Ojos de gato negro reflejan el misterio de la noche que la
magia trasmuta en luz. Ojos que en su brillo agudo definen el miedo
de corazones inseguros, que ven, más allá de las tinieblas, lo que al
otro lado de la oscuridad con celo se oculta y amenaza.
Ojos de gato negro que algunas personas poseen, antaño
alimento de la hoguera y que ahora aún inspiran desconfianza.
Seres silenciosos de mirada fría, que parecen reflejar en su pupila
algo distinto de lo que miran. Ojos a los que el día parece dañar y
que en la noche cobran vida con un brillo plateado y lunar. Con su
silencio y misterio, la belleza y una gota de maldad, asombran e
intimidan, atraen e inquietan al incauto que los admira.


Hospital


Velé a mi abuelo la larga noche antes de su muerte. Ninguno
de los dos habló en aquellas inmensas horas de dolor y miedo. De
aquel tiempo interminable, sólo me quedan estos pensamientos:
“Blancas paredes pulcras rodean el dolor de tu enfermedad y
te aíslan y encierran en claustro de limpia soledad.
La muerte que te acecha, tratada por expertas manos frías,
pierde su gran misterio, y es reducida al simple hecho de una cama
finalmente vacía.
Tu cuerpo, expresión máxima de milenios de inútil evolución,
es roto y es cosido y limpiado, vaciado y llenado como odre de
escaso valor. Tu cuerpo, expresión máxima del calor que alguna
vez tuve, es palpado, apretujado, puesto en duda con gestos de
disgusto. Y todas sus funciones, siempre naturales, desde el agua
que recibe el estómago hasta la que vacía tu vejiga, son controladas
y puestas en entredicho por gentes que dominan tu dolor.
Aislado de todo, incluso de tu propio ser, pues ya ni me
sientes a tu lado ni te recuerdas a ti mismo, te sometes a la conjura
de pequeños dioses que esta noche van ha decidir el límite de tu
cuerpo.”


Lecciones para ser infeliz


Ve y no mires la maravilla que te rodea durante el viaje.
Piensa tan sólo en el regreso. A quien te hable, mírale torvo sin
responder. Finalmente, a la mujer que se acerque con voz dulce, dile
que su contacto es frío.
Cuando regreses no recuerdes nada. A quienes te pregunten
por tu ida dales la espalda, pero antes haz un gesto despectivo. A la
mujer que aguardó tu vuelta dile que has olvidado su nombre, que
en la distancia sólo pesabas en ti mismo.
Una vez en tu casa, solo y en la penumbra de la sala más
pequeña, cierra bien la puerta y las ventanas, apaga todas las luces
menos una pequeña vela. Siéntate en el suelo y niégate a soñar
mientras pierdes la mirada en las tinieblas de una esquina.
Entonces llegará la noche y, desde la calle, los amigos te
llamarán asustados. Ignóralos. Y cuando sea la dulce amante, que
superando el dolor y el daño, te llame, concentra tu atención toda en
la vela y sus sombras raras sobre las paredes y sigue guardando
silencio.
Tras el paso del tiempo, y una vez que todos te han
abandonado, sal a hurtadillas y siéntate al amanecer en medio de la
calle. Comprobarás, durante el transcurso del día y hasta que la
noche llegue, que todos te ignoran, y en sus ojos notarás la mirada
oblicua de quien te desprecia.
Por fin, el silencio será tu única compañía y la soledad tu fiel
amante.
Así alcanzarás el más infeliz de los egoísmos.


Leía el niño


El pequeño niño quedó maravillado. Era la primera vez que le
ocurría, o al menos la primera que él recordase. Era como cosa de
magia, pero magia que a él le sucedía y que él mismo parecía
provocar. ¡Y todo era tan simple! Primero leía un poco de aquel libro,
después cerraba los ojos… ¡y veía en su cabeza lo mismo! Fuese lo
que fuese, ya castillos, caballos, soldados antiguos de armaduras
muy brillantes, todo lo que leía, después, al cerrar los ojos, lo tenía él
dentro, lo veía como si fuera real. Era cosa de magia, sin duda, pero
tan fácil y maravilloso que el niño no podía dejar de leer y, al poco,
cerrar los ojos para imaginar.


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