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lunes, abril 27, 2009

MORPHINOMAN -- LA VOZ DE UN FILOSOFO. OSCAR WILDE

LA VOZ DE UN FILOSOFO. OSCAR WILDE
--.--
Con mi madre habíamos pensado fundar una sociedad para la supresión de la virtud.
*
El pecado es respetable y muy poético, pero la vergüenza no.
(Frase de su madre)
*
No hay más pecado que el de la estupidez.
*
Un nombre que ha de correr de boca en boca no debe ser muy largo. Resulta muy caro para los carteles. Si uno es deconocido, cierto número de nombres es útil, quizá necesario. Si uno ya es famoso, va desprendiéndose de algunos, tal como el aeróstata que, según va ascendiendo, va arrojando lastre inútil.
*
No se debe ver ni oir a los papás.
(Parodia de la frase inglesa: A los niños hay que verlos, pero no oirlos)
*
Hoy día son muy pocos los padres que hacen caso a lo que dicen sus hijos. Está pasando rápidamente de moda el viejo respeto que inspiraba la juventud.
*
Los niños comienzan por amar a sus padres. Cuando ya son crecidos, los juzgan. Y algunas veces, hasta los perdonan.
*
Perder uno de los padres, puede ser visto como una desgracia; pero perder los dos es puro descuido.
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He olvidado mi época de estudiante. Tengo la vaga impresión de que fue destestable.
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El fútbol será un deporte adecuado para las muchachas robustas, pero no es en absoluto indicado para los muchachos sensibles y delicados.
*
El que sabe, aprende. El que no sabe, enseña.
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La educación es una cosa admirable, pero es menester recordar de vez en cuando, que ninguna cosa valiosa para el conocimiento se puede enseñar.
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Sentido común lo puede tener cualquiera, con tal que no posea imaginación.
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Yo no puedo creer en nada, aunque sea increíble.
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Nunca viajo sin mi diario. Uno debería tener siempre algo sensacional para leer en el tren.
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No puede dudarse que el talento dura mucho más que la belleza. Esto explica por qué nos tomamos tanto trabajo en instruirnos.
*
Si estuviera solo en una isla desierta y con mis enseres, me vestiría para cenar todas las noches.
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A mí dadme lo superfluo, que lo necesario todo el mundo puede tenerlo.
*
Una reforma de la vestimenta es más importante que una reforma de la fe.
*
El vestido griego era en esencia inartístico. Nada debe revelar el cuerpo salvo él mismo.
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Uno debe o bien ser una obra de arte o llevar una puesta.
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La ropa del futuro será la continuación de los principios griegos de la belleza unidos a los principios alemanes de la salud.
*
Era una mujer curiosa, cuya ropa parecía siempre que hubiese sido diseñada en un momento de rabia y se la hubiera puesto en medio de una tormenta.
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¡Ojalá llegue a ser digno de esta porcelana china!
*
Cada vez me resulta más difícil vivir de acuerdo con mi juego de porcelana azul.
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La belleza alcanza mayor perfección en una sola azucena del campo que en todos los coros de Eurípides, o incluso en el Endymion de Keats mismo.
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Si yo pudiese albergar, aunque sólo fuera la mínima esperanza de que la Iglesia despertase en mí algún sentimiento de seriedad y pureza, solamente por eso, aun sin razones, me convertiría.
*
Para tener hoy día acceso a lo mejor de la sociedad a la gente hay que echarle de comer, divertirla o escandalizarla, eso es todo.
*
A aquellos que aman el arte por él mismo se les dará lo demás por añadidura.
*
Qué rápido se vuelve uno famoso aquí en Londres.
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El hombre que puede dominar una mesa de almuerzo en Londres puede dominar el mundo.
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No es cierto que para abrirse camino haya que empezar desde abajo. Hay que salir desde lo más alto y permanecer allí.
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Ningún hombre alcanza en verdad el éxito si no tiene a las mujeres de su lado, porque las mujeres gobiernan la sociedad.
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No tengo nada que declarar, excepto mi genio.
(en la Aduana en Estados Unidos)
*
¿Qué pienso sobre el Atlántico? Bien, el océano Atlántico me ha desilusionado un poco. Es menos romántico de lo que dicen los versos de Byron, que no había estado nunca allí...
*
¿La diferencia entre ingleses y norteamericanos? Ninguna. Tienen todo en común, excepto, claro está, el idioma...
*
¿De qué sirve viajar a sesenta millas por hora? Nadie se vuelve más inteligente por ello... En cuanto al teléfono, su valor radica sólo en lo que dos personas tienen para decirse.
*
Llevan allí (las cataratas del Niágara) a todas las recién casadas americanas y la contemplación de ese estupendo espectáculo es el primer desencanto, ya que no el menos cruel, de la vida matrimonial.
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En un país libre no se puede vivir sin un esclavo.
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Desde niño cada chico americano pasa la mayor parte del tiempo en corregir las faltas de su padre y de su madre.
*
Cuando los americanos buenos mueren van a París.
*
El descubrimiento de América fue un deplorable error; Colón hubiera debido pasar de largo.
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Yo no sé cien mil palabras.
(Cuando le ofrecieron una suma considerable por una novela de cien mil palabras).
*
El mejor trabajo literario lo realizan siempre los que no dependen de él para ganarse la vida.
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Para producir lo mejor necesita usted cierto ocio e independencia de menesteres sórdidos.
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Sacrifíquese por su arte y será recompensado; pero pídale al arte que se sacrifique por usted y verá qué amarga desilusión puede llevarse.
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Los escogidos existen para no hacer nada.
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El hecho de que la persona fuera un envenenador no es argumento contra su prosa.
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Una cosa no es necesariamente verdadera porque un hombre muera por ella.
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Es mejor no ser diferentes de nuestros compañeros. Los feos y los estúpidos son los mejor librados, desde ese punto de vista, en este mundo.
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Los poetas no tienen tantos escrúpulos. Saben cuánto ayuda a la venta la intimidad útilmente divulgada. Hoy en día, de un corazón desgarrado se tiran muchas ediciones.
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El valor de una idea no tiene nada que ver con la convicción del que la expresa.
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No es inmoral. Es peor que eso. Está mal escrita.
(En el juicio, cuando se habló de la inmoralidad de una carta)
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No existe un libro moral o inmoral. Los libros están bien escritos o mal escritos. Eso es todo.
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Charlotte, siento mucho su decisión. Con su dinero y mi inteligencia hubiéramos llegado muy lejos.
(Ante un rechazo matrimonial)
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La mejor base para el matrimonio es la mutua incomprensión.
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En cuestión de sentimientos y de sus matices románticos la falta de puntualidad es fatal.
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Se debería estar siempre enamorado. Por esta razón uno no debería casarse nunca.
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Los que son fieles únicamente conocen el lado trivial del amor.
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La diferencia entre periodismo y literatura es que el periodismo es ilegible y la literatura no es leída.
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El público es admirablemente tolerante. Lo perdona todo, menos el genio.
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Llegará el momento en que te des cuenta de lo que yo me he dado cuenta, de que no existe eso que se llama una experiencia romántica; hay recuerdos románticos y existe la añoranza de lo romántico..., eso es todo.
*
Experiencia es el nombre que todos dan a sus errores.
*
Los libros que el mundo llama inmorales son los que muestran su propia ignominia.
*
La otra gente es siempre temible. La única sociedad posible es con uno mismo.
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-Cuando veo una espada la llamo una espada.
-Me agrada decirle que jamás he visto una espada. Es obvio que nuestras esferas sociales han sido muy distintas.
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Las tragedias de los demás siempre tienen algo de infinitamente banal.
*
Nuestros momentos más ardientes de éxtasis son mera sombra de lo que ya hemos experimentado en algún lugar o de lo que alguna vez experimentaremos.
*
Yo sacrificaría todo por una nueva experiencia y sé que no hay, en absoluto, nada que sea una experiencia nueva.
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Yo subiría a la hoguera por la experiencia en sí y seguiría siendo un escéptico hasta el fin.
*
A veces pienso que la vida del artista es un lento y amable suicidio y no me apena que sea así.
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La juventud es lo único que vale la pena poseer.
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Los viejos lo creen todo; los adultos, todo lo sospechan; mientras que los jóvenes lo saben todo.
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En el mundo no hay absolutamente nada más que la juventud.
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Yo busqué el éxito cuando era joven. La juventud es la época de éxito.
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G.B.Shaw: Un hombre notable; no tiene enemigos; y ninguno de sus amigos le tiene simpatía.
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Un hombre no debe ser demasiado cuidadoso en la elección de sus enemigos.
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Puedo simpatizar con todo, excepto el sufrimiento.
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La mujer representa el triunfo de la materia sobre el espíritu, así como el hombre representa el triunfo del espíritu sobre la moral.
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El ensayo significa sencillamente un punto de vista artístico y en crítica estética la actitud lo es todo.
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¡Ah! No me diga que está de acuerdo conmigo. Cuando la gente está de acuerdo conmigo siempre siento que debo estar equivocado.
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Por mor de una frase arrojo la probabilidad por la ventana y por hacer un epigrama traiciono la verdad.
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Sólo los espíritus ligeros no juzgan por las apariencias. El verdadero misterio del mundo es el visible, y no el invisible.
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Mentir, contar cosas mentirosas y maravillosas es el fin propio del arte.
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La naturaleza es tan poco confortable. La hierba es dura y está húmeda, apelmazada y llena de horribles insectos... Si la naturaleza fuera confortable, la humanidad no habría inventado nunca la arquitectura.
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Por suerte para nosotros la naturaleza es así de imperfecta; de otra forma nos hubiéramos quedado sin arte.
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Lo natural también es una pose.
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El arte comienza donde la imitación termina.
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La vida imita al arte mucho más que el arte imita a la vida.
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El fundamento del optimismo es el puro terror.
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Es muy peligroso escuchar. Si se escucha corre uno el riesgo de que le convenzan, y un hombre que permite que le convenzan con una razón es un ser absolutamente irracional.
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En todo caso la vida contemplativa es para nosostros el verdadero ideal. Desde las altas torres del pensamiento podemos contemplar el mundo. Tranquilo, encerrado dentro de sí mismo, el crítico esteta contempla la vida.
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Me temo que sea casi como mi vida -sólo conversación y nada de acción. No soy capaz de describir una acción; mis personajes están sentados y charlan.
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Hoy día la gente conoce el precio de todo y el valor de nada.
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El ennui, ese terrible taedium vitae que invade a aquellos a quienes la vida no les niega nada.
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Sólo la gente mediocre hace progresos.
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Tuve la doble desgracia de ser pobre y de buena familia, hoy día dos hechos imperdonables.
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Te digo que hay tentaciones terribles para caer, en la cuales hace falta fuerza, fuerza y valor.
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Puedo resistir todo, salvo la tentación.
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La única forma de librarse de una tentación es ceder a ella.
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La belleza es una soberanía de derecho divino. Hace príncipes a los que la poseen.
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Más pronto o más tarde todos tenemos que pagar lo que hemos hecho.
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No son los perfectos, sino los imperfectos quienes necesitan amor... Todos los pecados, salvo el pecado contra uno mismo, debería perdonarlos el amor.
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Todavía no he visto una mujer que haya cambiado tanto; parece veinte años más joven, y, según me dicen, a fuerza de disgustos se ha vuelto rubia.
Sobre Lady Harbury
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-¡Discúlpeme, no le había conocido! Yo he cambiado mucho...
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En un matrimonio tres personas se hacen compañía, y dos, nada.
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No hay nada como el cariño de la mujer casada. Es algo de lo que ningún marido tiene la menor idea.
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La cantidad de mujeres que en Londres flirtean con sus propios maridos es totalmente escandalosa. Eso está muy mal visto. Es simplemente lavar la ropa blanca de uno en público.
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No ser un hombre práctico ya es ser mucho.
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Cada hombre prominente de hoy tiene sus discípulos, y siempre hay un Judas que escribe la biografía.
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De los virtuosos pobres, uno puede sentir lástima por ellos, pero es imposible admirarlos.
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Si las clases humildes no dan un buen ejemplo a las otras, ¿para qué sirven?
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Más vale ser hermoso que ser bueno, pero más vale ser bueno que ser feo.
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Todas las mujeres se vuelven como sus madres. Esa es su tragedia. A ningún hombre le ocurre lo mismo. Esa es la suya.
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No deberíamos confiar nunca en una mujer que confiesa su edad real. Sería capaz de decir cualquier cosa.
Ib.
Querida miss Mary, algo en su cutis me dice que usted a vuelto de su paseo casi comprometida.
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La caza: El propietario inglés galopando detrás de un zorro: lo indecible en pos de lo incomible.
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Estoy seguro de que su alteza estará de acuerdo si agrego que los ingleses tienen el milagroso poder de convertir el vino en agua.
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Sin el egoísmo, las gentes son incoloras. Las hace falta personalidad.
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¡Cuántas cosas arrojaríamos lejos de nosotros si no temiéramos que alguien pudiera recogerlas!
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Las locuras son las únicas cosas de las que uno no se arrepiente jamás.
*
Un hombre civilizado no encuentra nunca mal un placer, y un bruto no sabrá nunca lo que puede ser un placer.
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Recomendar el ahorro al pobre es a la vez grotesco e insultante. Es como aconsejar a un hombre que se está muriendo de hambre que coma menos.
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Siempre es tonto dar consejos, pero dar buenos consejos es absolutamente fatal.
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La verdadera vida es tan a menudo la que no vivimos...
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Si hay en el mundo algo más enojoso que ser alguien de quien se habla, es seguramente ser alguien de quien no se habla.
*
El camino de las paradojas es el camino de la verdad. Para poner a prueba la realidad, hay que verla sobre la cuerda floja.
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Todo se prueba, incluso lo que es verdadero.
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Toda cosa, para ser verdadera, debe convertirse en una religión.
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La verdad rara vez es pura, y nunca simple.
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Considero la vida una cosa demasiado importante como para hablar nunca de ella en serio.
*
El cinismo es simplemente el arte de ver las cosas como son y no como deberían ser.
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¿Acaso la insinceridad es una cosa tan terrible? Yo creo que no. Es simplemente un sistema con ayuda del cual podemos multiplicar nuestras personalidades.
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En materias de gran importancia, el estilo, no la sinceridad, es lo vital.
*
El descontento es el primer paso en el progreso de un hombre o de una nación.
*
La caridad crea una multitud de pecados.
*
Las discusiones son extraordinariamente vulgares, pues en la buena sociedad todo el mundo tiene las mismas opiniones.
*
Es de una gran vulgaridad hablar como un dentista cuando se es dentista. Produce una mala impresión.
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Aunque Cristo no hubiese dicho más que esta frase: «Sus pecados le serán perdonados porque ella ha amado mucho», hubiera valido la pena de morir por haberlo dicho.
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Qué cosa tan tonta es el amor. No es la mitad de útil que la lógica, no prueba nada y está diciéndole siempre a uno cosas que no van a pasar y haciéndole creer cosas que no son ciertas.
*
Mostré que verdad y falsedad son solo formas de existencia intelectual. Traté al arte como la suprema realidad y a la vida como una mera ficción. Desperté la imaginación de mi siglo de modo que se creó un mito y una leyenda a mi alrededor. Reuní todos los sistemas en una frase y toda existencia en un epigrama.
*
-No me gustan sus labios; son rectos como los de quien no ha mentido nunca. Yo quiero enseñarle a mentir, para que sus labios se vuelvan tortuosos y bellos como los de una máscara antigua.
A Gide
*
Es una terrible cosa para un hombre descubrir de repente que toda su vida no ha dicho más que la verdad.
*
Dios inventa al hombre, y el hombre inventa la obra de arte.
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¿Sabe usted por qué Cristo no quería a su madre?
¡Porque era virgen!
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Hay dos especies de artistas: los unos traen respuestas, y los otros preguntas.
*
El alma nace vieja en el cuerpo, y es para rejuvenecerla que éste envejece.
*
¿Ha observado usted que el sol detesta el pensamiento? Siempre lo hace retroceder y refugiarse en la sombra.
*
Espero haber desmoralizado bien esta ciudad.
A Gide, en Argel
*
¿Quiere usted saber el gran drama de mi vida?... Pues que he puesto mi genio en mi vida, y sólo mi talento en mis obras.
*
Quise conocer el otro lado del jardín.
(A Gide; alusión a su homosexualismo)
*
Mi vida es como una obra de arte; un artista no recomienza dos veces la misma cosa... o bien es que la primera vez había fracasado. Mi vida anterior a la prisión fue lo más lograda posible. Ahora es una cosa acabada.
*
El público es tan terrible que jamás reconoce a un hombre sino por la última cosa que ha hecho.
*
En arte, ¿sabe usted?, no hay primera persona.
*
El arte nunca expresa nada más que a sí mismo.
*
No hay que echar nada en cara a los que han sido golpeados.
*
¡Y todos los hombres matan lo que aman! Oiganlo todos: unos lo hacen con una mirada cruel, otros, con palabras acariciantes; el cobarde, con un beso, y el hombre valiente, con una espada.
*
El más valiente de nosotros tiene miedo de sí mismo.
*
La moral no sirve para nada.
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Es como una mujer, seguro de recordar lo fútil y de olvidar lo importante.
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El primer deber en la vida es ser tan artificial como se pueda. Cuál sea el segundo es algo que nadie ha descubierto hasta el momento.
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Quienes ven alguna diferencia entre cuerpo y alma no tienen ni lo uno ni lo otro.
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Las religiones mueren cuando se demuestra que son verdaderas. La ciencia es el registro de las religiones muertas.
*
Las personas de buena crianza contradicen a los demás. Los sabios se contradicen a sí mismos.
*
Nada de lo que en realidad sucede tiene la más mínima importancia.
*
En los asuntos de poca importancia lo esencial es el estilo, no la sinceridad.
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Si uno dice la verdad, tarde o temprano será pillado.
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El placer es la única razón de la vida. Nada envejece como la felicidad.
*
La única esperanza de perdurar en la memoria de las clases comerciantes es no pagar las deudas.
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Ningún crimen es vulgar, pero toda vulgaridad es criminal. La vulgaridad es la conducta de los demás.
*
Sólo los superficiales se conocen a sí mismos.
*
El tiempo es un derroche de dinero.
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Hay una fatalidad en lo que respecta a las buenas resoluciones: son invariablemente prematuras.
*
Cualquier preocupación por cuál conducta es buena y cuál mala indica un desarrollo intelectual mermado.
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La laboriosidad es la madre de toda la fealdad.
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A través de los anacronismos viven en la historia las diferentes edades.
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Los únicos que han tenido éxito en hacerse oscuros son los grandes maestros del estilo.
*
Amarse a sí mismo es el comienzo de un romance para toda la vida.
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Donde no hay extravagancia no hay amor, y donde no hay amor no hay entendimiento.
*
No soy en absoluto cínico; sólo tengo experiencia.
*
Describir una cárcel artísticamente es tan difícil como lo sería describir un retrete.
*
La sociedad perdona con frecuencia al criminal; pero no perdona nunca al soñador.

miércoles, abril 22, 2009

RAHUTIA LA BAILARINA --- ROBERTO ARLT

Rahutia La Bailarina
Roberto Arlt


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En el arrabal morisco de Tetuán, en la callejuela de Dar Vomba, precisamente junto a los arcos que la techan dándole la apariencia de un subterráneo azulado, vivía hasta hace pocos años Ibu Abucab, comerciante y fabricante de babuchas.
Algunos niños, de nueve y diez años, respectivamente, trabajaban para él. El babuchero era un hombre de baja estatura, morrudo, con ojos como manchados de leche y tupida barba sobre el pecho.
Ibu Abucab había repudiado a su esposa, Rahutia, cuando ésta cumplía dieciséis años. Sospechaba que ella, desde la terraza de su finca, le engañaba con su vecino Gannan, el platero.
Sin embargo, no había tenido oportunidad de olvidarla. Mientras los niños moros recortaban las sandalias, Ibu recordaba pensativamente el compacto cariño de Rahutia y sus caricias espesas. Ciertas imágenes le roían la conciencia como los agudos dientes de un ratón. Era aquélla una sensación de fuego y enloquecimiento que le cubría los ojos de blancas llamaradas de odio.
Rahutia, después de refugiarse en Fez, se dedicó a la danza. En pocos años se hizo famosa en todos los bebederos de té que se encuentran yendo de Uxda a Rabbat y de Tremecen hasta Taza, la vieja ciudadela de los bandidos.
Las danzas de esta mujer fea eran un temblor de rodillas y crótalos que exaltaban a los espectadores. Presagiaban la muerte y el zarpazo de la fiera.
Ibu Abucab odiaba a su mujer, pero la odiaba consultando sus intereses, y, precisamente, fueron sus intereses los que le impidieron cortarle la cabeza cuando sospechó de ella.
Ahora Ibu Abucab prosperaba. Dentro de algunos anos, con ayuda de Alá, se enriquecería, y podría, como otros vecinos, mantener un harén. También la humillaría a Rahutia.
Pero una noche, a las diez, en el mismo momento que se disponía a cerrar su tienda, entró a ella un joven. Ibu Abucab comprendió que su visitante pertenecía a la aristocracia indígena, pues su chilaba era de muy fina lana, y de su espalda colgaba una capa con capucha revestida de seda. Una barba fina sombreaba el rostro del desconocido, que, llevándose las manos a los labios, saludó:
—La paz en ti.
—La paz.
El joven dijo:
—Tú no me conoces a mí, pero yo te conozco a ti. Soy hermano de El Mokri.
Ibu Abucab barruntó que tendría que tratar un asunto grave, y se excusó:
—Permíteme que cierre mi tienda, y estaré contigo.
Y acompañó a su visitante a la trastienda.
El joven dejó sus babuchas a la entrada, y avanzando descalzo por el suelo esterillado, se sentó en cuclillas en un cojín. Luego encendió un cigarrillo, y su mirada dura se paseó por la habitación revestida de tapices hasta la altura de sus hombros.
Nuevamente entró Ibu, y también descalzo, fue a sentarse frente al hermano de El Mokri. No sabía quién era El Mokri, pero su instinto le advertía que aquel joven sentado frente a él y fumando un cigarrillo egipcio podía tener influencia en su vida.
El comerciante inclinó la cabeza sobre el pecho y reposó las manos sobre el vientre. El otro dijo:
—Yo no imitaré a los gatos que rodean un pedazo de pescado y maúllan inútilmente. . . ¿Conoces a El Mokri?
Ibu Abucab tuvo que convenir que no conocía a El Mokri.
El joven, cruzado de brazos, reconsideró al comerciante. Por más que se esforzaba por ocultar el desprecio que le inspiraba ese hombre, la hostilidad traslucía de él. Finalmente exclamó:
—El Mokri murió por culpa de tu mujer Rahutia.
El babuchero repuso, fríamente:
—Rahutia no es mi mujer. Hace tiempo que la repudié a causa de su mala conducta.
El joven aclaró su posición en Tetuán:
—Mi hermana Fátima es "mulett ettal" del Califa. Habla con sinceridad: ¿Por qué no le cortaste la cabeza a tu mujer?
Ibu Abucab se mesó, pensativamente, la barba. De modo que el desconocido era hermano de una favorita del Califa. Aquel hombre podía hacerle mucho daño. Respondió con dignidad:
—Un humilde babuchero no puede manchar con sangre las esteras de su tienda.
El joven encendió otro cigarrillo, y continuó, obcecado:
—Por culpa de Rahutia, mi hermano ha muerto. Esa sepulturera ha hecho daño a muchos hombres.
El joven decía la verdad, aunque la cólera lo cegaba. Prosiguió:
—Allí tienes al hijo de Ber, enjuto como un perro, y loco como un camello cuando llega la primavera. Y también Alí, que ha despilfarrado en el Tremecen la hacienda de su padre... Tú no me conoces a mí, pero yo te conozco a ti.
El comerciante pensó que podía responderle a ese energúmeno que él no era Rahutia, pero las palabras del joven, en vez de ofenderle, despertaban el odio doloroso enterrado en el fondo de su pecho. En verdad que lamentaba ahora haber dejado con vida a aquella mujer, cuando un pocillo de veneno lo hubiera simplificado todo. El joven, pálido de ira, continuaba:
—¿No es una iniquidad que tales abominaciones ocurran y que la responsable sea la mujer de un babuchero?
Ibu Abucab miró el rostro del joven atormentado, y experimentó piedad por él. Repuso:
—¡Qué puedo hacer yo!. . . ¿No la he repudiado acaso por su mala conducta?
El joven insistió:
—Debiste haberle cortado la cabeza...
Melancólico, repuso el babuchero:
—Sí; pero no se la corté.
El joven insistió:
—¿Por qué no tomaste ejemplo del piadoso Mohamet, que mató a su mujer a palos cuando supo que le era infiel? Dogmático, repuso el babuchero: —El Profeta ha dicho que no debe golpearse a una mujer ni con una rosa.
El hermano de El Mokri repuso rápidamente:
—Cortarle la cabeza es diferente.
Ibu Abucab intentó la suprema defensa:
—Estaba escrito.
El visitante no se dejó apabullar por la respuesta:
—¿Puedes jactarte tú de haber amarrado al camello a una buena estaca?
Con esta frase de Mahoma el joven le quebraba las patas a la fementida teoría de la Fatalidad. En efecto, el Profeta ha escrito que el creyente no debe abandonarlo todo en las manos de Alá sino después de asegurarse que ha cumplido minuciosamente con todas las precauciones que un hombre precavido debe observar.
El babuchero comprendió que la Fatalidad marchaba a su encuentro. Entornó los ojos hacia los tapices del muro, y finalmente, descargando su pecho en un suspiro, preguntó :
—¿Que puedo hacer yo por tu hermano muerto y el honor de tu familia ?
El visitante se puso de pie, aderezó la capa sobre su espalda, y con los ojos dilatados, acercando el rostro al pálido semblante del comerciante, dijo :
—Invítala a tu mujer que venga a tu tienda mañana a la noche... Dile que un hombre de Taza te ha ofrecido un collar de perlas. Ella es conocedora de piedras preciosas, y querrá verlo...
Salió el hermano de El Mokri... El comerciante se prosternó en dirección a La Meca, y comenzó devotamente su oración :
"En nombre del Clemente, del Misericordioso..."
Rahutia, la bailarina, había corrido a través de las decepciones con el mismo gesto doloroso de un guerrero que tiene las sienes atravesadas por una saeta.
Su corazón estaba empapado de odio a los hombres.
Era una mujer pequeña, sombría y delgada, de manos ardientes y labios fríos. Su rostro, endurecido por la adversidad, inspiraba respeto, pero cuando sonreía, súbitamente su alargado semblante se llenaba de tanta luz e ingenuidad que hasta a los granujas más recios les temblaban las manos. Había bailado en Taza, la ciudad de los bandidos ; conocía todos los bebedores de té, desde Uxda a Rabbat, en Tremecen. Un cadí enloqueció al perderla. Aunque su carrera de bailarina había comenzado en los tugurios de Tánger, que están arrimados a las murallas de la época de la dominación portuguesa, su sensibilidad la había convertido en una danzarina que hacía aullar a las masas cuando se presentaba en los tabladillos.
¿Qué era lo que atraía de esa mujer fea ? ¿Acaso su corazón, más seco que la arena, y un tedio cargado de versatilidad, o su enorme desprecio por el dinero, que la tornaba tan grande e inconquistable como el mismo Califa, que todos los viernes acudía a la mezquita, seguido de un escuadrón y un descabalgado caballo de guerra ?
Esta era la mujer por quien se había perdido El Mokri. El Mokri había ido a Fez, encargado de una misión oscura acerca del Sultán. Conoció a Rahutia en un cabaret, y perdió la cabeza. Un mes después se ahorcaba en la casa de la bailarina.
Rahutia se encogió de hombros. Los hombres eran locos. Sufrían cuando eran felices por miedo a perder la felicidad. Ella no se encadenaría jamás a nadie.
Pero después de siete años volvió a Tetuán, a vivir en la entrada de la plazuela de la calle de Attarin del Suk el Fuki. ¿Qué era lo que la atraía de aquel espacio empedrado con guija de río? . . . Durante todo el día se oía disputar allí a las campesinas del Borch con los esclavos negros, cuyas motas estaban cubiertas por redecillas de conchas marinas. Las parras sombreaban con sus pámpanos las paredes encaladas y las piedras manchadas de aceite.
Rahutia vivía allí, a la entrada de un túnel, donde constantemente flotaba una crepuscular luz azul; en una casa cuya puerta de cedro estaba defendida por agudas puntas de hierro como la carlanca de un mastín. Frente a la casa, de las vigas que abovedaban la calle, colgaba un inmenso farolón de bronce, tallado al modo morisco. Servía a la bailarina una criada de color de chocolate, con la luna y las estrellas tatuadas en la frente, en las mejillas, en el dorso de las manos y en los talones.
¿Por qué Rahutia había vuelto a Tetuán? Ella misma no hubiera podido contestarse a esta pregunta. La atraía el arrabal moruno, el batir de los tamboriles durante las noches de esponsales y la tristeza de la vida de todos aquellos esclavos, mientras que ella no era una esclava, sino que estaba libre, definitivamente libre...
El ex marido, el babuchero, no le inspiraba curiosidad ni odio. Era el hombre que acumula dinero, mueve parsimoniosamente la cabeza y trata de estar bien con todo el mundo porque así conviene a sus intereses. Sin embargo, Ibu Abucab debía despreciarla. Jamás había intentado comunicarse con ella. Bajo ese silencio, probablemente se consumía un amor humillado y cargado de rencor. Quizá la hubiera olvidado, pero cuando pensaba que a ese hombre de ojos lechosos le había regalado dos años de matrimonio, su sensibilidad se crispaba de soberbia y frialdad. No; Ibu Abucab no la olvidaría nunca.
De manera que aquella mañana soleada no se extrañó cuando después de muchos años, vio entrar a su casa a la vieja Menana, nodriza de su ex marido. La anciana, después de saludarla e informarse de un montón de bagatelas, fue al asunto:
—Ibu Abucab desea verte. . . Un hombre de Taza ha dejado en su tienda un collar de perlas, y quiere mostrártelo, pues sabe que tú entiendes de piedras preciosas, y él en cambio no conoce sino pellejos y babuchas.
Rahutia miró una mancha de luz sobre el alto muro encalado, luego fijó la mirada en su esclava, que derramaba un odre de agua en un ánfora de bordes dorados, y respondió, calmosa:
—Dile que iré esta noche.. .
Cuando Rahutia, en compañía de Ibu Abucab, pasó a la trastienda del comercio comprendió que no tendría que examinar ningún collar.
Un negro, con bombachas anaranjadas y chaleco verde, custodiaba la puerta por donde había entrado. Soportaba una alfombra arrollada bajo el brazo. Del centro de la alfombra salía la punta de una espada. En un cojín permanecía sentado el hermano de El Mokri. El joven no se dignó responder el saludo de la mujer, pero, dirigiéndose al babuchero, le dijo:
—Tú puedes aguardar afuera.
El babuchero salió sin pronunciar una palabra.
Rahutia miró en derredor. Estaba en presencia de misteriosos enemigos. El negro corrió la cortina de la entrada, y Rahutia, después de examinarle despectivamente, le preguntó:
—¿No eres tú el aguatero que chilla como una mujerzuela todas las mañanas frente a la tienda de Alí?
El negro no respondió una palabra. Bajo el sobaco soportaba la alfombra arrollada, de cuyo centro salía la punta de la espada.
El hermano de El Mokri intervino:
—¿Tú eres Rahutia, la bailarina?
Rahutia miró fríamente al joven:
—No has respondido a mi saludo ni me has ofrecido asiento. Tu apariencia es la de un señor, pero tu conducta es más grosera que la de un esclavo.
El joven se levantó, las mejillas ruborizadas de furor:
—Yo soy hermano de El Mokri, el hombre que por tu culpa se mató en Fez. Te he condenado, y he venido a cortarte la cabeza.
Rahutia avanzó serenamente hasta un cojín, se dejó caer allí, levantó los ojos hasta el pálido semblante del joven:
—¿De modo que tú eres hermano de El Mokri? ¿No has sido tú quien, en Tremecen, mandó echar veneno en mi baño?...
—Soy yo...
Rahutia hizo jugar los alambres de oro que se arrollaban a sus muñecas; luego, cruzándose de piernas y mostrando sus pantalones de seda recamada de plata, apoyó el mentón en el puente de las manos entrelazadas. Reflexionó un instante:
—Hace mucho tiempo que me persigues. ¿Qué puedo hacer yo por ti?
—¡Hacer por mí!...
—Naturalmente. Tu hermano ha muerto de muerte que se dio con sus propias manos, y tú me persigues queriéndote cobrar con mi vida. ¿Qué calidad de hombre eres tú?
Rahutia hablaba sin cólera, con la triste lentitud de una mujer que ha presenciado demasiados sucesos para ignorar que el Destino los resuelve casi siempre de un modo inesperado y en un minuto muy breve.
El hermano de El Mokri estalló:
—Yo soy un señor y tú eres una hiena de sepulcros. ¿Cómo te permites hablarme en ese tono? No estoy aquí para cambiar contigo palabras inútiles. He venido a cobrarme con tu vida la vida de mi noble hermano. .
Una ola de sangre subió hasta las sienes de Rahutia. Dominó su cólera, y dijo:
—Haz salir a ese esclavo, y te diré muchas cosas.
El joven vaciló. Rahutia sonrió:
—Tienes miedo de una bailarina.
El joven hizo una señal al negro, y el aguatero salió con su alfombra y su espada.
—¿Qué tienes que decirme?
Rahutia se levantó y fue a sentarse junto a su enemigo. El capuchón de su capa blanca se le había caído sobre la espalda, y su cabello enmarcaba con finas ondas su rostro largo y fino, encendido por una llama de madura gravedad. Con firmeza puso la mano sobre la espalda del joven:
—Yo no lo empujé a la muerte a tu hermano. Tu hermano traicionaba por igual al Califa y al Sultán. Tu hermano me encontró cuando el hacha del verdugo estaba muy cerca de su cabeza. Se comunicaba con Alí, el negro de Taza, agente de Abd-el-Krim. Quería huir del Magrebh y llevarme consigo. Yo no le amaba. . . ¿Por qué iba a seguir a un hombre que ya estaba muerto? Tu hermano se había enredado con extranjeros terribles. Tu padre lo supo, y antes que el Califa le cubriese de vergüenza, vino a Fez y visitó a El Mokri, amenazándole matarle con sus propias manos si él no lo hacía. Y cuando tu hermano, borracho de kif, se ahorcó en mi casa, todos los lavadores de escudillas de Fez dijeron: "La culpable es Rahutia".
El joven reflexionó:
—Tus palabras son graves e increíbles. ¿Qué pruebas tienes? Mi padre ha muerto. Mi hermano también. Los franceses han fusilado al negro Alí. ¿Cómo creerte?
Rahutia frunció el ceño.
—Yo ignoraba, cuando venía hacia aquí, que encontraría al enemigo de mi vida.
Hablaba, pero sus manos continuaban jugando con las ajorcas de oro.
El hermano de El Mokri se sintió afectado por esa calma. La bailarina le dominaba a su pesar con aquella infinita serenidad.
—Estás mintiendo.
—Mírame a los ojos.
El hombre apartó los ojos de un versículo que en oro culebreaba en el tapiz, y los fijó en la mujer.
Aquel rostro largo, fino, que había besado apasionadamente su hermano lo perturbaba. ¿Mentiría ella o no?. . . Iría a caer entre sus garras. Lo atraía. A través de la tela de su chilaba sentía que la temperatura de aquella mano tan ardiente se iba filtrando a lo largo de su ser como un filtro de aborrecida y ansiadísima debilidad.
Apelando a su voluntad, estranguló la ola de emoción que se le subía a los ojos, y, entristecido, fatigadísimo, habló como a través de un sueño, con palabras muy pesadas:
—Que Alá me condene si eres inocente...
Rahutia comprendió que no debía esperar más, y una ajorca de oro cayó de su mano y rodó por el esterillado. El hombre se levantó y corrió hasta la ajorca, se la entregó a la bailarina, y Rahutia, más angustiada que nunca, bajó la voz:
—Te diré algo terrible. Algo que te convencerá. Tu hermana puede dar testimonio.
Y su cabeza se inclinó hacia el oído de su enemigo, que también acercó la cabeza a los labios de la bailarina.
El brazo de la mujer cortó el aire como la correa de un látigo, y el mozo tuvo en el corazón la sensación de la cornada de un becerro. El puñal de Rahutia se había clavado en su pecho, quiso gritar, pero únicamente pudo morder la palma de aquella mano ardiente y perfumada que le amordazaba. Y mientras las sombras de la muerte llenaban sus ojos, alcanzó a escuchar aún aquella dulce voz femenina que le decía:
—Te he dicho la verdad..., toda la verdad...
El cuerpo del moribundo se desplomó sobre los cojines, y Rahutia retiró su mano ensangrentada por la cruel mordedura. Miró en derredor.
Levantó una cortinilla y entró a una pequeña habitación donde había un operario dormido. De allí pasó al jardín: un escalerilla de ladrillo, sin pasamano, conducía a la casa de Gannan, el platero. Las estrellas lucían como faroles en el alto cielo; las palmeras recortaban el espacio semejante a fatigados abanicos.
Rahutia corría a través de las terrazas como un fantasma; las mujeres de otros harenes la veían pasar, pero con esa solidaridad cómplice que liga a todas las musulmanas, fingían no verla...
Finalmente llegó a un jardín cuyos "parterres" desbordaban sobre las antiguas murallas, saltó un parapeto, bajó por una escalerilla, pasó frente a un soldado español, y se encontró en la calle negra que conduce a los montes. Con rápido paso se internó en la sombra de África.
Y así como Rahutia, la bailarina, desapareció de Tetuán.


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