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sábado, junio 30, 2007

DESDE EL MAR... // JOANNA ESCUDER // POESIA

D E S D E E L M A R…
Joanna Escuder


La inspiración…

Con los pies llenos de arena, el salitre apelmazado en mi piel bronceada, camino,
despacio, observando como mis huellas quedan atrapadas por unos segundos, hasta
que una descarada ola se las llevaba, para borrar mi paso por este curioso paraíso.
Aún así, no consigo detenerme, es esa energía que fluye y se transforma de repente
en un ánimo inusitado por dejar fluir las ideas que se agolpan en mi mente. Es algo
singular que me ocurre a menudo y que mantiene su efervescencia cuando camino
descalza, humedeciendo mis pies en esa espuma blanca que burbujea
constantemente, colmándome de tranquilidad, provocándome un peculiar estado de
clarividencia. Puedo ver las imágenes y palpar los sentimientos…

Los temores…

Tengo que aprender a amar la soledad de las palabras. De estos textos que revierten
entre el silencio de las paredes de la habitación. Donde paso horas de intimidad, con
ellos y conmigo misma. Es aquí donde transformo y doy forma a esos pensamientos
que transcurren tan rápidos y al mismo tiempo tan lentos, lo suficiente para ser
saboreados en su justa medida. Tengo que aprender a respetar el temor a la
imaginación y a esos textos que reprimo plasmar por miedo a mostrar la realidad.
Tengo que aprender a volar para poder expresar lo que se ve desde allá arriba. Donde
la amplitud de los sentidos, sentimientos y emociones se diversifica hasta alcanzar
cotas inimaginables. Donde se puede palpar la libertad de pensamiento. Allí donde la
conciencia se nutre de todo conocimiento. El justo y el suficiente, para después ser
plasmado sin coraza, tampoco con excesivo empeño, pero si con esfuerzo. A éste es
al único al que no tengo miedo.
Tengo que aprender tantas cosas…

Trilogía empírica:

Es esta una trilogía empírica de poemas animados por el murmullo de esas olas que
siempre me acompañan y que me transportan desde las profundidades del océano a
las alturas del cielo. Guiándome por el azul más intenso que uno pueda imaginar. Ese
azul que palidece o se intensifica según el tono de mi mirada. Apartando esas
inoportunas nubes que en ocasiones no me dejan gozar del verdadero color del
lamento.
Azul dulce y agrio que en ocasiones calla… pero que también habla…
Con dolor… de Sensaciones y … Recuerdos…



C O N D O L O R…


Luz

Flamante luz que invade con toda fuerza el valle,
camina y corre en balde, escondida entre las calles.
Luz fugitiva que huyes, que te llaman y no acudes,
haces sordos los azules, claros ojos que te aluden.
Mirada sincera y turbia, que en su mano zurda,
refleja el dolor que angustia, el lamento que me ensucia.
No fue tarea balde, huir de aquellas calles,
para llegar hasta el valle, allí donde me invades.
Cada día acudo, te escucho y no huyo,
aunque se me haga un nudo, cada vez que te aludo.
Fue tu mano diestra… la que lució presta,
y tu mano siniestra… la que me dejó neta.
Sentencia la mano que oculta la luz, no permitas a la sombra nublar tu belleza.

Insistencia

Una daga atravesó mi mente, lo adiviné en tu mirada.
Escuché en mi alma latente, la agonía que la quebraba
Fui sincero y cándido, recibí silencio y desprecio,
amagué mi semblante pálido, por no parecer necio.
El dolor rasgó mi entereza, lloré sangre y lágrimas,
descansé tu amarga belleza, en tu dura y fría almohada.
En la sombra me cobijo, dando rienda a mis anhelos,
mientras suspiro aún percibo, los destellos de tu cabello.
Flagrante designio el no poder tenerte.

Incomprensión

Desperté de madrugada, observé los veleros cruzar,
sobre un azul que embrujaba, desde tierra hasta ultramar.
Percibí en la lontananza, un grito de desesperación,
supe de tu destemplanza, de tu amargura y sinrazón.
Acudí a tu llamada, clamabas amor y tesón,
zurcí en vano una pluma, con tu nombre y un corazón.
Volví de nuevo la mirada, huyendo de tu devenir,
calcé mi alma ignorada, por no volver a sufrir.
En el cielo dibujaré, una rosa color púrpura,
cuando la mires sabré, si es cierta tu amargura.
Huye de mezquindades, nunca te harán feliz. Amar es sinónimo de libertad.

Lamento

Revierte el sonido que retumba en mis venas
y reclama pasión a gritos desesperados.
No sé cuanto tiempo más podré resistir.
Dejo que las profundas notas del ocaso,
fluyan desde el suburbio de mí ser hasta alcanzar mi herido corazón,
el que agoniza intrépido, cabizbajo, siniestro…
No concibo en estos momentos gratitud alguna,
la perversión de mi pereza y de mi injusta tristeza,
aflige hasta los pétalos del recuerdo.
Unos ojos que vibran de desesperación,
concisos, vagos, sin expresión.
No me perturba el sueño, el escondrijo de la pasión.
Sereno mi mente y exijo un letargo, el descanso del dolor.
Siento meticuloso tu aliento, frágil, incierto,
en un último intento por penetrar en el refugio
en el que conservo las débiles estrellas,
esas que un día me brindaste y que ahora en un tris de esfumarse,
luchan con desesperación por no quemar la última chispa,
el suspiro final. Un suspiro perdido, la melodía de un lamento…
No agotes tus anhelos en vano. Conserva siempre la esperanza.

Vergel

Desde el altozano oteo,
no pierdo el respeto.
Es un murmullo que palpita dentro,
que mece el viento y marea el recuerdo.
Atiza los valles hasta alumbrar al detalle
cada brizna de color.
Es ese tu vergel…
El oasis de mi melancolía,
el que tercio cada día,
en un sufrir incapaz de desmoronar su faz
y desproteger a capricho el diezmo que me aflige.
Todo por no saber.
Es ese tu vergel…
Es quizás la esperanza aquello que te aflora el ánimo y no te deja perder la batalla.

Trágica paciencia

Tu cuerpo sabe a hiel, no es digno… es infiel.
Tu mirada, triste y cruel, me hace perecer.
Aumenta el dolor del alma, la nostalgia caducada.
Un leve roce de ternura, aparece hoy en tu cara.
Sensación que no dura… se esfuma perturbada.
Canto sereno y dolido, soneto de culpa y temor.
Espero cándido y perdido, a que se marchite tu dolor.
Ingrata insolencia, me aprieta y ahoga.
Trágica paciencia, la que nunca… se agota.
No es saludable tener paciencia pero si benigno.

Sereno dolor

Vi tu dulce música, escuché tu suave mirada,
palpé tu voz y el deseo, de tu faz enamorada.
Caminabas sobre el azul del cielo, respirabas luces y destellos,
aprendías del murmullo, de las aguas de tu silencio.
Fue grácil tu danzar, de tu nado me prodigo,
delicado tu cantar, el recuerdo tu escondrijo.
Adiviné tu estampa… entre las olas del mar,
limpié mi alma con espuma blanca, para poderte olvidar.
Sin ti no volverá… ni el sonido ni la luz.
No sé si resistiré… el peso de esta cruz.
Es labor difícil el desprenderse de una profunda herida de muerte.

Soñé

Soñé con un mar abatido de olas,
carente de equipaje,
sin vuelta ni regreso posible,
sin fuerza ni coraje visible... yo que soñé.
Soñé de nuevo con mi desdicha,
para embarcarme con prisas
sin detener la sinrazón
sin ocultar el dolor que causa el anhelo,
siempre triste, siempre escueto,
lejano del alcance de mi mano
que me prolonga en un sin vivir.
Yo que soñé… arisca,
llena de rabia, de fuerza, de energía,
que suave y terca acaricia
mi siniestra mejilla,
adorado horizonte de placer.
Soñé… soñé con él y no pude por más que dejar de soñar,
hasta conseguir encontrar
la clave de mi sensatez.
Y busqué…
La intensidad del amor es directamente proporcional a tu locura.

Esclava

No se cierne el coraje que delata la mirada,
agria faz inhumana,
que clama el recuerdo voraz.
Oh! Esclava. Esclava de tu sonrisa,
lamento cruel, imperecedero,
reflejo de la agonía,
que me arrastra mar adentro.
Oh esclava. Esclava de esa maravilla,
que me arropa y me cobija,
manteniendo a buen recaudo,
el baúl de mi equipaje,
hasta que mi mente frágil,
recupere el valor
de saber que sólo soy esclava,
absurda esclava del amor.
Saber que no eres posesión de nadie es la mayor libertad.

Orgullo

No permitas que tu orgullo te ofenda
o te inculque la bajeza del ser humano,
hasta el amanecer de los días venideros,
en los que el perfil de las sombras que te cobijan
caigan de su talento amargo y siniestro.
Tú, coraza de amargura,
incapaz de detener el tesón
de tu fugaz marinero
ese que se halla sin barco y sin corazón,
luchando entre las tinieblas duras,
sutiles, triviales y sin razón.
Tú, que careces de prestigio,
de quien es venidero tu devenir,
tu alegre mancillez
que se envaina sola por el coraje
y no logra alejar las sombras que alertan francas.
Tú que ignoras, ¿dime porqué?
Recrearse en el lamento es lo más adecuado para no avanzar nunca.

En extremo

Levanté mi mirada… enturbiada por el fuego de mis sombras.
Distinguí un palpitante astro, del que caían estrellas.
Dibujé tu nombre ausente, sobre una alfombra de arena.
Hasta que el agua salada alejó la marea.
Me desgarra el dolor que cubre mi lamento.
Escondí mi tesoro en las profundidades de mi pena.
Decidí caminar en un mundo de amnesia.
Hasta poder reparar las heridas de esta cruda dolencia.
Si permites que el dolor se adueñe de tu alma necesitarás milenios para repararla.

Tu música

Es este soneto, tu música y tu talento…
Es tu melodía, tu compás y tu armonía.
Es la poesía, el ritmo de tu sabiduría.
Son todos los acordes, los que te hacen noble.
Es la melancolía, quien me transporta cada día.
El recuerdo de tu voz… el latido de mi corazón.
A los viejos amigos a aquellos a los que no se puede olvidar.


S E N S A C I O N E S…


Oleaje

Cierro los ojos y escucho:
Tu murmullo lento, tu bravura suave,
tu oleaje… de vértigo.
Abro los sentidos al viento:
Tu sonido latente, tu fuerza palpitante,
tu oleaje… deslumbrante.
Noto el dulce roce de la brisa:
Que me sonríe perpleja, sin exclamar una queja,
tu oleaje… embriagador.
La humedad en mis venas:
El desgaste de la razón, que no dirime condición,
tu oleaje… salvaje.
Cierro los ojos y escucho:
Tu versátil movimiento, tu caminar rápido y a veces tan lento
Tu oleaje… me cierne… me subyuga…
me calma… y me abruma.
Es por ti y tú lo sabes.

Reencuentro

Anochecía en la playa mientras un crudo silencio embargaba.
Presentí aquella noche, la noche más larga.
Busqué con desesperación acechando el recuerdo de tu voz.
Luché por deshacerme de este miedo atroz.
Caminé con paso firme atenuando la desdicha.
No concibo ya la vida sino en tu compañía.
Una luz me deslumbró, era un barco a lo lejos.
La pesadumbre caducó dejando un rastro añejo.
Sobre la arena cálida, me mantuve esperanzada.
Conseguí cruzar nuestra mirada y derrotar la añoranza.
Sentí tu mano tierna, posarse en mi cara.
Supe que sería eterna… tu mirada enamorada.
Nada es más cruel y más dichoso en la vida que tener la fortuna de encontrar el amor verdadero.

Incapaz

Incapaz…
Incapaz de razonar me siento.
Siento ese murmullo, que aparece tras la sombra de la bruma.
La bruma que no se desvanece pese al intento.
Intento estar atenta a ese viento firme que despeje mi memoria.
Memoria para reconocer, para recordar tu gentil morada.
Morada frágil que se esconde entre la urbe.
La urbe del lamento, donde no se puede discernir.
Discernir entre las densas ramas que me ocultan el paso.
Paso firme, pero paso lento, inquietante, febril, agotado…
Agotado por la falta de destreza.
Destreza que se muestra ausente porque a muerto.
Ha muerto, murió en el intento, sintiéndose incapaz.
Incapaz…
Deshazte del grave suplicio del fracaso.

Elementos

Es el placer de sentir, la dulce música de tus palabras,
tu aliento,
la suave brisa del aire…
Como debe ser
Es el placer de disfrutar, la ferviente melodía de tu silencio,
tu olor,
el abrazo de la tierra…
Como debe ser
Es el placer de advertir, el brillo delicado de tus colores,
tu fluidez,
el manto azul del agua…
Como debe ser
Es el placer de tener, un trozo inmenso de tu calor,
tu luz,
el grito acelerado del fuego…
Como debe ser
Abrigo la esperanza de no olvidar nunca vuestra existencia.

Ese cielo

Es el vacío de tu luna,
clamo lucha, clamo al cielo.
Ese azul que no me escucha,
miro al mar y miro al cielo.
Me parece una locura,
cantarle al viento, cantarle al cielo.
Reclamo a mi vida cordura,
bailo su música y le bailo al cielo.
Es el roce de tu brisa,
reconozco esa risa, reconozco ese cielo.
Ese caminar sereno,
aviva la llama… la pasión de mi cielo.
A mi abuelo.

El arte de amar

Prometo, nido o morada.
Arremeto, con fuerza y saña.
Cometo, vanidad insana.
Someto, a duelo mi alma.
Silencio…
no escucho el viento.
Necio…
si te miento.
Admiro, tu belleza y bonanza.
Admito, algo de arrogancia.
Cautivo, de tu voz y tu danza.
Respiro, la sed de tu templanza.
No cejo, en mi empeño.
Ni dejo, agotar el leño.
Rezo, a quien es mi dueño.
Y le mezo…
en todos mis sueños.
Es amar realmente un arte, no siempre ama quien dice que te quiere.

Abismo

En la magnánima fuente del abismo me muevo,
con el dolor ya no puedo…
Cada cuando, miro hacia el suelo.
Cada cuando, te busco y no te encuentro.
Desconocer e ignorar,
no poderte encontrar,
es lo más indigno y difícil de derrotar.
En la insignificante fuente del abismo me muevo,
sin temor… sin anhelo…
Cada cuando, miro y me elevo.
Cada cuando, te alcanzo y gozo con tu consuelo.
Saber que existes,
palpar tu presencia,
admirar lo bueno,
es lo único digno
por lo que vivo… y por lo que muero.
Surgir de las profundidades es renacer a un nuevo mundo.

Suave marea

Suave marea,
cándida aletea,
observa perpleja
la mirada difusa que imprime la razón.
Suave marea,
amor que pelea,
que elige temores
y arranca ilusiones ocultas en el corazón.
Suave marea,
emoción que serena,
acude perdida
motivada por el recuerdo de aquella ocasión.
Suave,
perspicaz pero suave…
Locuaz también suave…
Suave… la marea.
La marea que venera esta dulce canción.
Gozar de tranquilidad de espíritu es poder palpar la relatividad de la vida.

Oculto

Percibí el color de tu perfume, el olor de tu mirada,
pronto supe, que era a ti a quien amaba.
Escribí con letras doradas, el dolor de mi lamento.
Caminé dejando clavadas, las huellas de mi tormento.
Una suave brisa mecía, mi ilusión y la esperanza,
mientras la lluvia caía, dejando oculta tu danza.
Distinguí la luna a lo lejos, me habló con cordura:
Deberás podar los setos, que ocultan tu locura.
Corté con bravura las ramas, dejando desnuda la valla…
Penetró la luz que mi amada, desprende con toda saña.
Se iluminó mi rostro de ti y todo lo que en el corazón guardo.
En mi frágil alma sentí, el calor de tu dulce abrazo.
Es un acto de valentía retirar el opaco velo que oculta la verdad.

Victoria

Presiento el devenir del cáliz de tu boca,
que perece una vez más, triste y abatido.
Silencio que no consigue calmar la tristeza que me embarga mar adentro, desde
tierra hasta la más profunda soledad.
Inquietante oleaje, siniestro,
que sacrifica una risa, una caricia y hasta un beso,
para regodearse en el dolor de esa triste y dura victoria del vencedor.
Exijo de nuevo el cáliz de tu boca,
de tu aliento firme, sereno, sabio y sediento,
que me permite olvidar para poder expresar con libertad de pensamiento, la
lucha imberbe de esta cruda batalla.
No sientas temor si quieres ganar la batalla.

Soñando…

Soñando con la arena… no he podido dormir,
ni el polvo estelar palpar…
No he podido conseguir, el valor para amar.
Soñando con la arena… he conseguido reprimir,
el llanto a mi pesar.
He podido exprimir, la marea hasta cesar…
Soñando con la arena… he podido descubrir,
la tranquilidad encontrar,
He podido esgrimir, el tiempo y cantar.
Soñando con la arena… he podido advertir,
la cercanía del mar.
He podido convertir, su falsa sombra, en un hogar.
La ausencia de fe es lo único que puede derrotar un sueño.

Tu canto

Oí tu canto…
tan claro y sencillo.
Percibí tu encanto…
tu luz y tu brillo.
Vacilé entre tanto…
coraje y cariño.
Estreché tu manto…
percibí el alivio.
Cesó tu llanto...

Para Carmen G.


R E C U E R D O S…

Recuerdo en azul

Dorado de los tonos de la arena… cálido, tan cálido como el sol.
Azul que arrastra una ola… gaviotas que tiñen de color.
Silencio que rompe la paz… canto que envuelve la serenidad.
Persistente aletear voraz… brillo, puro reflejo de claridad.
Alguien camina por la orilla. Alguien que pasea con tristeza.
Mañana amarga y mortecina. Cielo que se levanta con pereza.
Dorado como los rayos del sol… bravo, tan bravo como mi honor.
Azul de los tonos del mar… voraz, tan voraz como mi amor.
Sutil oleaje de madrugada… una nube cubre el cielo.
El resplandor ciega el horizonte… quedo cautivo por el miedo.
La marea arrastra un mensaje, para sorpresa de mi corazón.
No es sólo un pasaje. Es melancolía y desamor.
Dorado de los tonos de la tierra… húmedo, tan húmedo como el océano.
Azul que arrastra una ola… la mañana se ha puesto de duelo.
Lágrimas se mezclan amargas… miel que se torna agria.
La angustia devora mi cuerpo… al presentir la nostalgia.
Suspiraba todos los días, buscando un barco pescador.
Observaba cada día, aquel cielo embriagador.
Dorado de los tonos de tu piel… suave, tan suave como tu sonrisa.
Azul que arrastra una ola… malvada la marea que opina.
En la arena queda la huella… de un rastro sin rumbo.
Una perversa ola la acompaña… hasta lo más profundo.
Océano tu que escondes, mágicas historias de amor.
Mar lleno de enigmas, de misterios y dolor.
La nostalgia, una herida de amor incurable y perversa.

La mecedora

En el silencio del balanceo de tu oleaje… vibro.
Juego con el contoneo, ese movimiento salvaje
que me produce tu memoria, que aviva esa ola,
que me cierne y agota… como una mecedora.
Pido auxilio, ya no puedo, casi me quiebro por el llanto.
Es el silencio hermético en el que me mezo,
buscando una razón para este tormento,
que me sabe a derrota… lloro en mi mecedora.
En el vaivén del abismo me sumerjo,
para adivinar si puedo, el motivo de la desesperación
que me cierne entre sus garras, sin poder pedir perdón.
Sombras que me enojan… recurro a la mecedora.
Es cierto, anulé mi memoria, con una sola intención,
evitar así el dolor de tu recuerdo,
del lujo de tu morada, de la que salí cautivo,
para regresar un día, libre de juicios y perdones,
para que me puedas acunar… siempre en tu mecedora.
No poder creer, no saber estar, no encontrar a quien, es proporcional a carecer y padecer.

Cobardía

Es… la palidez de la sombra, la música del viento,
el susurro de tu desidia, vivo y atento,
esgrimiendo con cautela, generoso…, siniestro.
El murmullo de las estrellas, el brillo del cielo,
verte morando en mi tumba, cálida como el hielo,
el gris opaco de la luna. Aunque aún así… te quiero.
Te cobijas en mi almohada, luchas con uñas de plata,
el celo te arrastra, te sujetas a la tela que tejes con mi araña.
Salta y luce, baila y cruje. Olvida de una vez… mi mugrienta cabaña.
Escucho gritos de dolor, ahora crees perder la razón,
el abismo de tu urbe, se esconde a la emoción,
tiembla tu cuerpo caduco, pidiendo… salvación.
No desestimes nunca, el poder de la fe…
lucha por ese sueño… yo te lo entregaré.
Es de valientes mirar más allá del reflejo que devuelve el espejo.

Azucena

Me derrumba la palidez de tu sonrisa,
la escasez de la brisa
que un buen día sucumbió,
hasta atrapar
el parpadeo de tu mirada.
Esa suave mirada sabia,
que opaca se esconde tras el chubasco
expectante de dolor.
Fuerza oculta enmarañada,
que camina cabizbaja,
azucena de vivo sabor,
que enternece el dorado
estremecimiento de mi pasión.
Azucena no te marchites…
Azucena oh! mi flor.
Regar con agua clara el recuerdo me refugia de temores.

Brisa

Observé… la suave brisa,
agitar las hojas de la encina.
Anhelé tu sonrisa,
bajo la sombra… escondida.
Clara noche, dulce y viva,
no agites la hojas, agita su risa.
Perfuma el viento, de suaves caricias,
desvela mi mirada, con su sonrisa.
Observé de nuevo… la suave brisa,
agitar la risa de mi alegría.
Aprecié el destello,
y como la sombra… se desvanecía.
Venero la soledad que me provoca tu compañía.

Encadenado

Camino encadenado, desesperado.
Vuelco mis anhelos, dando pinceladas, con un ruego.
Te esfumas en la penumbra.
Tu hábito…, deslumbra.
Me agito encadenado, desesperado.
Tiemblo sin consuelo, mi piel lacerada, casi no puedo.
Mi coraje ya no abunda.
Mis lágrimas me derrumban.
Grito encadenado, desesperado.
Pido un único deseo, encontrar tu mirada, grabarla a fuego.
Mi alma… moribunda.
Un quejido, que nadie escucha.
Aquí sigo, encadenado, desesperado… no es sólo un recuerdo.
Es cuando decae el ánimo cuando más oscuro se torna el velo.
Es ese el mejor momento para retirarlo y ver lo que esconde.

Luz de día

Blanco amanecer... dulce como la miel.
Oscuro atardecer... que escuece en la piel.
Luz que invades,
espacios y lares,
luz que iluminas,
y acunas los mares.
Siento tus caricias... como sanas y alivias.
Tu brillo me motiva... me consuela y cobija.
Sol de amanecer,
no me dejes vencer,
que el brusco atardecer,
no ensucie mi piel.
Astro que iluminas... el valle con tu risa.
Tus rayos me acarician... anulando toda avaricia.
El resplandor del ayer es idéntico al de hoy o al de mañana.

Melancolía

Cubría el brillo de su cara,
con un sutil velo de lana.
Gritaba su alma de dolor y celos,
al ver traer al día aquél velero.
Fue fulminante su resplandor,
que la cubrió de fuego y calor,
como si un pájaro espino,
supiera de su destino.
Alzó la mirada lánguida,
elevando sus brazos rápida,
temiendo el inesperado desenlace,
que portaba aquél mensaje.
El alma de lágrimas se cubrió...
una ola con furia borró,
el rastro de un amor
que quebró el latido de su corazón.
Se mancilló de vaho el espejo,
evocando palabras de amor eterno,
detuvo con su mano el destello,
tan intenso como el color de su anhelo.
Las piadosas escrituras del lamento, cubren las emociones del alma.


Mirada frágil

No fue casualidad el conocernos.
Te distinguí, estabas allí, tus ojos tristes, suplicando amparo,
tu mirada frágil, cuando no inquebrantable.
Reparé en tu sonrisa y en esa mirada incierta,
tan incierta como tu tristeza, el suburbio de tu melancolía.
Vacilas entre tanto, no aciertas a encontrarme.
Me detengo ante tu mirada, esa mirada dura y a un tiempo tan frágil.
Desde aquí recojo tus pétalos, uno a uno, tal y como tú querías.
Los reúno todos.
Por fin puedo observar tu serenidad, tu destreza…
y ahora también… tu cálida armonía.
Hace tiempo que descubrí aquello de que no existe la casualidad sólo existe la coincidencia

Pasión

Noté tu turbación latiendo por las esquinas.
Supe de tu pasión, de la sangre de tus heridas.
Ese murmullo intenso que tu voz quebró,
pasión dorada y temible que mi amor confundió.
Gracias a la virtud de saber amar,
puede recuperar el aliento para escapar.
Noté tu turbación latiendo por las esquinas.
La dificultad no impidió, que se cerraran las heridas.
Esa mirada serena que tu voz quebró,
pasión absurda e inconcebible que mi amor confundió.
Gracias a la virtud que me otorga la fe,
pude pensar para dejar de padecer.
Deberíamos saber que la virtud no se crea, ni se adquiere, ni se desarrolla,
porque ella es innata. Uno se traiciona cuando la desvirtúa.

Verde

Verde, sinuoso… eterno.
Verde, verde del aire, verde del bosque,
verde que invades y callas,
el verde de mi lamento.
Un ansiado día conseguí descubrirte,
decidí bajar del cielo, sólo deseaba cubrirte con el verde de mi velo.
Verde, sinuoso… eterno.
Verde, verde de la hierba, verde tu canción,
verde que invades y callas,
el verde de mi dolor.
Permanecí esperanzado el día de tu regreso,
tuve paciencia infinita, sólo deseaba disfrutar del inmenso placer de tu olor.
Verde, sinuoso… eterno.
Verde, verde de lluvia, verde del viento,
verde que lloras y floreces,
dejando patente tu lamento.
Sentirse lacerado por el amor no requiere más que encontrar una turbia caricia.

Tu huella

Recuerdo el jardín de tu abrazo, tu caminar… despacio.
Recuerdo tu desvencijada memoria, tu mirada perentoria.
Recuerdo tu siniestra melancolía, tu imperfecta alegría.
Recuerdo…
Recuerdo la agria miel de tus ojos, el vacío… de tus elogios.
Recuerdo tu huella serena y firme, tu rechazo antes de irme.
Recuerdo tus labios fríos, inertes, los que no consienten decirme…
Adiós…
Lo recuerdo…
Si no consigues deshacerte de un abrazo, calla, el tiempo hablará por ti.

martes, junio 26, 2007

ROMANCERO GITANO // FEDERICO GARCIA LORCA

ROMANCERO GITANO
SELECCIÓN POÉTICA
Federico García Lorca



Romancero Gitano


1. Romance de la luna, luna

La luna vino a la fragua
con su polizón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
—Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
—Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
—Huye, luna, luna, luna,
que ya siento los caballos.
—Niño, déjame, no pises
mi blancor almidonado
El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
¡Cómo canta la zumaya,
ay, cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.



2. Preciosa y el aire
A Dámaso Alonso


Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y canta
su noche llena de peces.
En los picos de la sierra
los carabineros duermen
guardando las blancas torres
donde viven los ingleses.
Y los gitanos del agua
levantan por distraerse,
glorietas de caracolas y
ramas de pino verde.
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento que nunca duerme.
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira a la niña tocando
una dulce gaita ausente.
Niña, deja que levante
tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.
Preciosa tira el pandero
y corre sin detenerse.
El viento-hombrón la persigue
con una espada caliente.
Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantan las flautas de umbría
y el liso gong de la nieve.
¡Preciosa, corre, Preciosa,
que te coge el viento verde!
¡Preciosa, corre, Preciosa!
¡Míralo por donde viene!
Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes.
Preciosa, llena de miedo,
entra en la casa que tiene,
más arriba de los pinos,
el cónsul de los ingleses.
Asustados por los gritos
tres carabineros vienen,
sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.
El inglés da a la gitana
un vaso de tibia leche,
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.
Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra el
viento, furioso, muerde.


3. Reyerta
A Rafael Méndez


En la mitad del barranco
las navajas de Albacete
bellas de sangre contraria,
relucen como los peces.
Una dura luz de naipe
recorta en el agrio verde
caballos enfurecidos
y perfiles de jinetes.
En la copa de un olivo
lloran dos viejas mujeres.
El toro de la reyerta
se sube por las paredes.
Ángeles negros traían
pañuelos y agua de nieve.
Ángeles con grandes alas
de navajas de Albacete.
Juan Antonio el de Montilla
rueda muerto la pendiente,
su cuerpo lleno de lirios
y una granada en las sienes.
Ahora monta cruz de fuego,
carretera de la muerte.
El juez, con guardia civil,
por los olivares viene.
Sangre resbalada gime
muda canción de serpiente.
Señores guardias civiles: aquí
pasó lo de siempre.
Han muerto cuatro romanos
y cinco cartagineses.
La tarde loca de higueras
y de rumores calientes
cae desmayada en los muslos
heridos de los jinetes.
Y ángeles negros volaban
por el aire del poniente.
Ángeles de largas trenzas
y corazones de aceite.


4. Romance sonámbulo
A Gloria Giner y Fernando de los Ríos


Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los puertos de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
ese trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser, con
las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
¡dejadme subir!, dejadme
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna por
donde retumba el agua.
Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal,
herían la madrugada.
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde cama, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montana.


5. La monja gitana
A José Moreno Villa


Silencio de cal y mirto.
Malvas en las hierbas finas.
La monja borda alhelíes
sobre una tela pajiza.
Vuelan en la araña gris,
siete pájaros del prisma.
La iglesia gruñe a lo lejos
como un oso panza arriba.
¡Qué bien borda ! ¡Con qué gracia!
Sobre la tela pajiza,
ella quisiera bordar
flores de su fantasía.
¡Qué girasol! ¡Qué magnolia
de lentejuelas y cintas!
¡Qué azafranes y qué lunas,
en el mantel de la misa!
Cinco toronjas se endulzan
en la cercana cocina.
Las cinco llagas de Cristo
cortadas en Almería.
Por los ojos de la monja
galopan dos caballistas.
Un rumor último y sordo
le despega la camisa,
y al mirar nubes y montes
en las yertas lejanías,
se quiebra su corazón
de azúcar y yerbaluisa.
¡Oh!, qué llanura empinada
con veinte soles arriba.
¡Qué ríos puestos de pie
vislumbra su fantasía!
Pero sigue con sus flores,
mientras que de pie, en la brisa,
la luz juega el ajedrez
alto de la celosía.

6. La casada infiel
A Lydia Cabrera y a su negrita


Y que yo me la lleve al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua me
sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.
Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la lleve del río.
Con el aire se batían las
espadas de los lirios.
Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
La regalé un costurero
grande de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.

7. Romance de la pena negra
A José Navarro Pardo


Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.
Cobre amarillo, su carne,
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos,
gimen canciones redondas.
Soledad, ¿por quién preguntas
sin compaña y a estas horas?
Pregunte por quien pregunte,
dime: ¿a ti qué se te importa?
Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.
Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca,
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
No me recuerdes el mar,
que la pena negra, brota
en las sierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas.
¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
¡Qué pena tan grande! Corro
mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el suelo,
de la cocina a la alcoba.
¡Qué pena! Me estoy poniendo
de azabache, cama y ropa.
¡Ay mis camisas de hilo!
¡Ay mis muslos de amapola!
Soledad: lava tu cuerpo
con agua de las alondras,
y deja tu corazón
en paz, Soledad Montoya.
Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza,
la nueva luz se corona.
¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!


8. San Miguel
(Granada)
A Diego Buigas de Dalmau


Se ven desde las barandas,
por el monte, monte, monte,
mulos y sombras de mulos
cargados de girasoles.
Sus ojos en las umbrías
se empañan de inmensa noche.
En los recodos del aire
cruje la aurora salobre.
Un cielo de mulos blancos
cierra sus ojos de azogue
dando a la quieta penumbra
un final de corazones.
Y el agua se pone fría
para que nadie la toque.
Agua loca y descubierta
por el monte, monte, monte.
San Miguel lleno de encajes
en la alcoba de su torre,
enseña sus bellos muslos
ceñidos por los faroles.
Arcángel domesticado
en el gesto de las doce,
finge una cólera dulce
de plumas y ruiseñores.
San Miguel canta en los vidrios;
efebo de tres mil noches,
fragante de agua colonia
y lejano de las flores.
El mar baila por la playa,
un poema de balcones.
Las villas de la luna
pierden juncos, ganan voces.
Vienen manolas comiendo
semillas de girasoles,
los culos grandes y ocultos
como planetas de cobre.
Vienen altos caballeros
y damas de triste porte,
morenas por la nostalgia
de un ayer de ruiseñores.
Y el obispo de Manila,
ciego de azafrán y pobre,
dice misa con dos filos
para mujeres y hombres
San Miguel se estaba quieto
en la alcoba de su torre,
con las enaguas cuajadas
de espejitos y entredoses.
San Miguel, rey de los globos
y de los números nones,
en el primor berberisco
de gritos y miradores.


9. San Rafael
(Córdoba)
A Juan Izquierdo Croselles


I

Coches cerrados llegaban
a las villas de juncos
donde las ondas alisan
romano torso desnudo.
Coches, que el Guadalquivir
tiende en su cristal maduro,
entre láminas de flores
y resonancia de nublos.
Los niños tejen y cantan
el desengaño del mundo,
cerca de los viejos coches
perdidos en el nocturno.
Pero Córdoba no tiembla
bajo el misterio confuso,
pues si la sombra levanta
la arquitectura del humo,
un pie de mármol afirma
su casto fulgor enjuto.
Pétalos de lata débil
recaman los grises puros
de la brisa, desplegada
sobre los arcos de triunfo.
Y mientras el puente sopla
diez rumores de Neptuno,
vendedores de tabaco huyen
por el roto muro.

II

Un solo pez en el agua
que a las dos Córdobas junta:
Blanca Córdoba de juncos.
Córdoba de arquitectura.
Niños de cara impasible
en la villa se desnudan,
aprendices de Tobías
y Merlines de cintura,
para fastidiar al pez
en irónica pregunta
si quiere flores de vino
o saltos de media luna.
Pero el pez, que dora el agua
y los mármoles enluta,
les da lección y equilibrio
de solitaria columna.
El Arcángel aljamiado
de lentejuelas oscuras,
en el mitin de las ondas
buscaba rumor y cuna.
Un solo pez en el agua.
Dos Córdobas de hermosura.
Córdoba quebrada en chorros.
Celeste Córdoba enjuta.


10. San Gabriel
(Sevilla)


I

Un bello niño de junco,
anchos hombros, fino talle
piel de nocturna manzana,
boca triste y ojos grandes,
nervio de plata caliente,
ronda la desierta calle.
Sus zapatos de charol
rompen las dalias del aire,
con los dos ritmos que cantan
breves lutos celestiales.
En la ribera del mar
no hay palma que se le iguale,
Ni emperador coronado
ni lucero caminante.
Cuando la cabeza inclina
sobre su pecho de jaspe,
la noche busca llanuras
porque quiere arrodillarse.
Las guitarras suenan solas
para San Gabriel Arcángel,
domador de palomillas
y enemigo de los sauces.
San Gabriel: El niño llora
en el vientre de su madre.
No olvides que los gitanos
te regalaron el traje.

II

Anunciación de los Reyes,
bien lunada y mal vestida,
abre la puerta al lucero
que por la calle venía.
El Arcángel San Gabriel,
entre azucena y sonrisa,
bisnieto de la Giralda,
se acercaba de visita.
En su chaleco bordado
grillos ocultos palpitan.
Las estrellas de la noche
se volvieron campanillas.
San Gabriel: Aquí me tienes
con tres clavos de alegría.
Tu fulgor abre jazmines
sobre mi cara encendida.
Dios te salve, Anunciación.
Morena de maravilla.
Tendrás un niño más bello
que los tallos de la brisa.
¡Ay San Gabriel de mis ojos!
¡Gabrielillo de mi vida!
Para sentarte yo sueño
un sillón de clavelinas.
Dios te salve, Anunciación,
bien lunada y mal vestida.
Tu niño tendrá en el pecho
un lunar y tres heridas.
¡Ay San Gabriel que reluces!
¡Gabrielillo de mi vida!
En el fondo de mis pechos
ya nace la leche tibia.
Dios te salve, Anunciación.
Madre de cien dinastías.
Áridos lucen tus ojos,
paisajes de caballista.
El niño canta en el seno
de Anunciación sorprendida.
Tres balas de almendra verde
tiemblan en su vocecita.
Ya San Gabriel en el aire
por una escala subía.
Las estrellas de la noche
se volvieron siemprevivas,


11. Prendimiento de Antoñito El Camborio en el camino de Sevilla
A Margarita Xirgu


Antonio Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
con una vara de mimbre
va a Sevilla a ver los toros.
Moreno de verde luna
anda despacio y garboso.
Sus empavonados bucles
le brillan entre los ojos.
A la mitad del camino
cortó limones redondos,
y los fue tirando al agua
hasta que la puso de oro.
Y a la mitad del camino,
bajo las ramas de un olmo,
guardia civil caminera
lo llevó codo con codo.
El día se va despacio,
la tarde colgada a un hombro,
dando una larga torera
sobre el mar y los arroyos.
Las aceitunas aguardan
la noche de Capricornio,
y una corta brisa, ecuestre,
salta los montes de plomo.
Antonio Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
viene sin vara de mimbre
entre los cinco tricornios.
Antonio, ¿quién eres tú?
Si te llamaras Camborio,
hubieras hecho una fuente
de sangre con cinco chorros.
Ni tú eres hijo de nadie,
ni legítimo Camborio.
¡Se acabaron los gitanos
que iban por el monte solos!
Están los viejos cuchillos
tiritando bajo el polvo.
A las nueve de la noche
lo llevan al calabozo,
mientras los guardias civiles
beben limonada todos.
Y a las nueve de la noche
le cierran el calabozo,
mientras el cielo reluce
como la grupa de un potro.


12. Muerte de Antoñito El Camborio
A José Antonio Rubio Sacristán


Voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
Les clavó sobre las botas
mordiscos de jabalí.
En la lucha daba saltos
jabonados de delfín.
Bañó con sangre enemiga
su corbata carmesí,
pero eran cuatro puñales
y tuvo que sucumbir.
Cuando las estrellas clavan
rejones al agua gris,
cuando los erales suenan
verónicas de alhelí,
voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
Antonio Torres Heredia,
Camborio de dura crin,
moreno de verde luna,
voz de clavel varonil:
¿Quién te ha quitado la vida
cerca del Guadalquivir?
Mis cuatro primos Heredias
hijos de Benamejí.
Lo que en otros no envidiaban,
ya lo envidiaban en mí.
Zapatos color corinto,
medallones de marfil,
y este cutis amasado
con aceituna y jazmín.
¡Ay Antoñito el Camborio,
digno de una Emperatriz!
Acuérdate de la Virgen
porque te vas a morir.
¡Ay Federico García,
llama a la Guardia Civil!
Ya mi talle se ha quebrado
como caña de maíz.
Tres golpes de sangre tuvo
y se murió de perfil.
Viva moneda que nunca
se volverá a repetir.
Un ángel marchoso pone
su cabeza en un cojín.
Otros de rubor cansado,
encendieron un candil.
Y cuando los cuatro primos
llegan a Benamejí,
voces de muerte cesaron
cerca del Guadalquivir.


13. Muerto de amor
A Margarita Manso


¿Qué es aquello que reluce
por los altos corredores?
Cierra la puerta, hijo mío,
acaban de dar las once.
En mis ojos, sin querer,
relumbran cuatro faroles.
Será que la gente aquella
estará fregando el cobre.
Ajo de agónica plata
la luna menguante, pone
cabelleras amarillas
a las amarillas torres.
La noche llama temblando
al cristal de los balcones,
perseguida por los mil
perros que no la conocen,
y un olor de vino y ámbar
viene de los corredores.
Brisas de caña mojada
y rumor de viejas voces,
resonaban por el arco
roto de la media noche.
Bueyes y rosas dormían.
Sólo por los corredores
las cuatro luces clamaban
con el furor de San Jorge.
Tristes mujeres del valle
bajaban su sangre de hombre,
tranquila de flor cortada
y amarga de muslo joven.
Viejas mujeres del río
lloraban al pie del monte,
un minuto intransitable
de cabelleras y nombres.
Fachadas de cal, ponían
cuadrada y blanca la noche.
Serafines y gitanos
tocaban acordeones.
Madre, cuando yo me muera,
que se enteren los señores.
Pon telegramas azules
que vayan del Sur al Norte.
Siete gritos, siete sangres,
siete adormideras dobles,
quebraron opacas lunas
en los oscuros salones.
Lleno de manos cortadas
y coronitas de flores,
el mar de los juramentos
resonaba, no sé donde.
Y el cielo daba portazos
al brusco rumor del bosque,
mientras clamaban las luces
en los altos corredores.


14. Romance del emplazado
Para Emilio Aladrén


¡Mi soledad sin descanso!
Ojos chicos de mi cuerpo
y grandes de mi caballo,
no se cierran por la noche
ni miran al otro lado
donde se aleja tranquilo
un sueño de trece barcos.
Sino que limpios y duros
escuderos desvelados,
mis ojos miran un norte
de metales y peñascos
donde mi cuerpo sin venas
consulta naipes helados.
Los densos bueyes del agua
embisten a los muchachos
que se bañan en las lunas
de sus cuernos ondulados.
Y los martillos cantaban
sobre los yunques sonámbulos,
el insomnio del jinete
y el insomnio del caballo.
El veinticinco de junio
le dijeron a el Amargo:
Ya puedes cortar si gustas
las adelfas de tu patio.
Pinta una cruz en la puerta
y pon tu nombre debajo,
porque cicutas y ortigas
nacerán en tu costado,
y agujas de cal mojada
te morderán los zapatos.
Será de noche, en lo oscuro,
por los montes imantados,
donde los bueyes del agua
beben los juncos soñando.
Pide luces y campanas.
Aprende a cruzar las manos,
y gusta los aires fríos
de metales y peñascos.
Porque dentro de dos meses
yacerás amortajado.
Espadón de nebulosa
mueve en el aire Santiago.
Grave silencio, de espalda,
manaba el cielo combado.
El veinticinco de junio
abrió sus ojos Amargo,
y el veinticinco de agosto
se tendió para cerrarlos.
Hombres bajaban la calle
para ver al emplazado,
que fijaba sobre el muro
su soledad con descanso.
Y la sábana impecable,
de duro acento romano,
daba equilibrio a la muerte
con las rectas de sus paños.

15. Romance de la guardia civil española
A Juan Guerrero

Cónsul General de la Poesía
Los caballos negros son.
Las herraduras son negras.
Sobre las capes relucen
manchas de tinta y de cera.
Tienen, por eso no lloran,
de plomo las calaveras.
Con el alma de charol
vienen por la carretera.
Jorobados y nocturnos,
por donde animan ordenan
silencios de goma oscura
y miedos de fina arena.
Pasan, si quieren pasar,
y ocultan en la cabeza
una vaga astronomía
de pistolas inconcretas.
¡Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas banderas.
La luna y la calabaza
con las guindas en conserva.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Ciudad de dolor y almizcle,
con las torres de canela.
Cuando llegaba la noche,
noche que noche nochera,
los gitanos en sus fraguas
forjaban soles y flechas.
Un caballo malherido,
llamaba a todas las puertas.
Gallos de vidrio cantaban
por Jerez de la Frontera.
El viento, vuelve desnudo
la esquina de la sorpresa,
en la noche platinoche
noche, que noche nochera.
La Virgen y San José,
perdieron sus castañuelas,
y buscan a los gitanos
para ver si las encuentran.
La Virgen viene vestida
con un traje de alcaldesa
de papel de chocolate
con los collares de almendras.
San José mueve los brazos
bajo una capa de seda.
Detrás va Pedro Domecq
con tres sultanes de Persia.
La media luna, soñaba
un éxtasis de cigüeña.
Estandartes y faroles
invaden las azoteas.
Por los espejos sollozan
bailarinas sin caderas.
Agua y sombra, sombra y agua
por Jerez de la Frontera.
¡Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas banderas.
Apaga tus verdes luces
que viene la benemérita.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Dejadla lejos del mar, sin
peines para sus crenchas.
Avanzan de dos en fondo
a la ciudad de la fiesta.
Un rumor de siemprevivas
invade las cartucheras.
Avanzan de dos en fondo.
Doble nocturno de tela.
El cielo, se les antoja,
una vitrina de espuelas.
La ciudad libre de miedo,
multiplicaba sus puertas.
Cuarenta guardias civiles
entran a saco por ellas.
Los relojes se pararon,
y el coñac de las botellas
se disfrazó de noviembre
para no infundir sospechas.
Un vuelo de gritos largos
se levantó en las veletas.
Los sables cortan las brisas
que los cascos atropellan.
Por las calles de penumbra
huyen las gitanas viejas
con los caballos dormidos
y las orzas de monedas.
Por las calles empinadas
suben las capas siniestras,
dejando atrás fugaces
remolinos de tijeras.
En el portal de Belén
los gitanos se congregan.
San José, lleno de heridas,
amortaja a una doncella.
Tercos fusiles agudos
por toda la noche suenan.
La Virgen cura a los niños
con salivilla de estrella.
Pero la Guardia Civil
avanza sembrando hogueras,
donde joven y desnuda
la imaginación se quema.
Rosa la de los Camborios,
gime sentada en su puerta
con sus dos pechos cortados
puestos en una bandeja.
Y otras muchachas corrían
perseguidas por sus trenzas,
en un aire donde estallan
rosas de pólvora negra.
Cuando todos los tejados
eran surcos en la sierra,
el alba meció sus hombros
en largo perfil de piedra.
¡Oh ciudad de los gitanos!
La Guardia Civil se aleja
por un túnel de silencio
mientras las llamas te cercan.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Que te busquen en mi frente.
Juego de luna y arena.


Tres romances históricos


16. Martirio de Santa Olalla
A Rafael Martínez Nadal


I
Panorama de Mérida


Por la calle brinca y corre
caballo de larga cola,
mientras juegan o dormitan
viejos soldados de Roma.
Medio monte de Minervas
abre sus brazos sin hojas.
Agua en vilo redoraba
las aristas de las rocas.
Noche de torsos yacentes
y estrellas de nariz rota,
aguarda grietas del alba
para derrumbarse toda.
De cuando en cuando sonaban
blasfemias de cresta roja.
Al gemir, la santa niña
quiebra el cristal de las copas.
La rueda afila cuchillos
y garfios de aguda comba:
Brama el toro de los yunques,
y Mérida se corona
de nardos casi despiertos
y tallos de zarzamora.

II
El martirio

Flora desnuda se sube
por escalerillas de agua.
El Cónsul pide bandeja
para los senos de Olalla.
Un chorro de venas verdes
le brota de la garganta.
Su sexo tiembla enredado
como un pájaro en las zarzas.
Por el suelo, ya sin norma,
brincan sus manos cortadas
que aun pueden cruzarse en tenue
oración decapitada.
Por los rojos agujeros
donde sus pechos estaban
se ven cielos diminutos
y arroyos de leche blanca.
Mil arbolillos de sangre
le cubren toda la espalda
y oponen húmedos troncos
al bisturí de las llamas.
Centuriones amarillos
de carne gris, desvelada,
llegan al cielo sonando
sus armaduras de plata.
Y mientras vibra confusa
pasión de crines y espadas,
el Cónsul porta en bandeja
senos ahumados de Olalla.

III
Infierno y gloria


Nieve ondulada reposa.
Olalla pende del árbol.
Su desnudo de carbón
tizna los aires helados.
Noche tirante reluce.
Olalla muerta en el árbol.
Tinteros de las ciudades
vuelcan la tinta despacio.
Negros maniquíes de sastre
cubren la nieve del campo,
en largas filas que gimen
su silencio mutilado.
Nieve partida comienza.
Olalla blanca en el árbol.
Escuadras de níquel juntan
los picos en su costado.
Una Custodia reluce
sobre los cielos quemados,
entre gargantas de arroyo
y ruiseñores en ramos.
¡Saltan vidrios de colores!
Olalla blanca en lo blanco.
Ángeles y serafines dicen:
Santo, Santo, Santo.


17. Burla de Don Pedro a caballo
Romance con lagunas
A Jean Cassou


Romance de Don Pedro a caballo

Por una vereda
venía Don Pedro.
¡Ay cómo lloraba
el caballero!
Montado en un ágil
caballo sin freno,
venía en la busca
del pan y del beso.
Todas las ventanas
preguntan al viento,
por el llanto oscuro
del caballero.
Primera laguna
Bajo el agua
siguen las palabras.
Sobre el agua
una luna redonda
se baña,
dando envidia a la otra
¡tan alta!
En la orilla,
un niño,
ve las lunas y dice:
—¡Noche; toca los platillos!
Sigue
A una ciudad lejana
ha llegado Don Pedro.
Una ciudad de oro
entre un bosque de cedros.
¿Es Belén? Por el aire
yerbaluisa y romero.
Brillan las azoteas
y las nubes. Don Pedro
pasa por arcos rotos.
Dos mujeres y un viejo
con velones de plata
le salen al encuentro.
Los chopos dicen: No.
Y el ruiseñor: Veremos.
Segunda laguna
Bajo el agua
siguen las palabras.
Sobre el peinado del agua
un círculo de pájaros y llamas.
Y por los cañaverales,
testigos que conocen lo que falta.
Sueño concreto y sin norte
de madera de guitarra.
Sigue
Por el camino llano
dos mujeres y un viejo
con velones de plata
van al cementerio.
Entre los azafranes
han encontrado muerto
el sombrío caballo
de Don Pedro.
Voz secreta de tarde
balaba por el cielo.
Unicornio de ausencia
rompe en cristal su cuerno.
La gran ciudad lejana
está ardiendo
y un hombre va llorando
tierras adentro.
Al Norte hay una estrella.
Al Sur un marinero.
Última laguna
Bajo el agua
están las palabras.
Limo de voces perdidas.
Sobre la flor enfriada,
está Don Pedro olvidado,
¡ay!, jugando con las ranas.


18. Thamár y Amnón
Para Alfonso García-Valdecasas

La luna gira en el cielo
sobre las sierras sin agua
mientras el verano siembra
rumores de tigre y llama.
Por encima de los techos
nervios de metal sonaban.
Aire rizado venía
con los balidos de lana.
La sierra se ofrece llena
de heridas cicatrizadas,
o estremecida de agudos
cauterios de luces blancas.
Thamár estaba soñando
pájaros en su garganta
al son de panderos fríos
y cítaras enlunadas.
Su desnudo en el alero,
agudo norte de palma,
pide copos a su vientre
y granizo a sus espaldas.
Thamár estaba cantando
desnuda por la terraza.
Alrededor de sus pies,
cinco palomas heladas.
Amnón, delgado y concreto,
en la torre la miraba,
llenas las ingles de espuma
y oscilaciones la barba.
Su desnudo iluminado
se tendía en la terraza,
con un rumor entre dientes
de flecha recién clavada.
Amnón estaba mirando
la luna redonda y baja,
y vio en la luna los pechos
durísimos de su hermana.
Amnón a las tres y media
se tendió sobre la cama.
Toda la alcoba sufría
con sus ojos llenos de alas.
La luz, maciza, sepulta
pueblos en la arena parda,
o descubre transitorio
coral de rosas y dalias.
Linfa de pozo oprimida
brota silencio en las jarras.
En el musgo de los troncos
la cobra tendida canta.
Amnón gime por la tela
fresquísima de la cama.
Yedra del escalofrío
cubre su carne quemada.
Thamár entró silenciosa
en la alcoba silenciada,
color de vena y Danubio,
turbia de huellas lejanas.
Thamár, bórrame los ojos
con tu fija madrugada.
Mis hilos de sangre tejen
volantes sobre tu falda.
Déjame tranquila, hermano.
Son tus besos en mi espalda
avispas y vientecillos
en doble enjambre de flautas.
Thamár, en tus pechos altos
hay dos peces que me llaman,
y en las yemas de tus dedos
rumor de rosa encerrada.
Los cien caballos del rey
en el patio relinchaban.
Sol en cubos resistía
la delgadez de la parra.
Ya la coge del cabello,
ya la camisa le rasga.
Corales tibios dibujan
arroyos en rubio mapa.
¡Oh, qué gritos se sentían
por encima de las casas!
Qué espesura de puñales
y túnicas desgarradas.
Por las escaleras tristes
esclavos suben y bajan.
Émbolos y muslos juegan
bajo las nubes paradas.
Alrededor de Thamár
gritan vírgenes gitanas
y otras recogen las gotas
de su flor martirizada.
Paños blancos enrojecen
en las alcobas cerradas.
Rumores de tibia aurora
pámpanos y peces cambian.
Violador enfurecido,
Amnón huye con su jaca.
Negros le dirigen flechas
en los muros y atalayas.
Y cuando los cuatro cascos
eran cuatro resonancias,
David con unas tijeras cortó
las cuerdas del arpa.


SELECCIÓN POÉTICA

Baladilla de los tres ríos

El río Guadalquivir
va entre naranjos y olivos.
Los dos ríos de Granada
bajan de la nieve al trigo.
¡Ay, amor
que se fue y no vino!
El río Guadalquivir
tiene las barbas granates.
Los dos ríos de Granada
uno llanto y otro sangre
¡Ay, amor
que se fué por el aire!
Para los barcos de vela
Sevilla tiene un camino;
por el agua de Granada
sólo reman los suspiros.
¡Ay, amor
que se fue y no vino!
Guadalquivir, alta torre
y viento en los naranjales.
Dauro y Genil, torrecillas
muertas sobre los estanques.
¡Ay, amor
que se fue por el aire!
¡Quién dirá que el agua lleva
un fuego fatuo de gritos!
¡Ay, amor
que se fue y no vino!
Lleva azahar, lleva olivas,
Andalucía, a tus mares.
¡Ay, amor
que se fue por el aire!
Sorpresa
Muerto se quedó en la calle
con un puñal en el pecho.
No lo conocía nadie.
¡Cómo temblaba el farol!
Madre
¡Cómo temblaba el farolito
de la calle!
Era madrugada. Nadie
pudo asomarse a sus ojos
abiertos al duro aire.
Que muerto se quedó en la calle
que con un puñal en el pecho
y que no lo conocía nadie.


De Profundis

Los cien enamorados
duermen para siempre
bajo la tierra seca.
Andalucía tiene
largos caminos rojos.
Córdoba, olivos verdes
donde poner cien cruces
que los recuerden.
Los cien enamorados
duermen para siempre.
Malagueña
La muerte
entra y sale
de la taberna.
Pasan caballos negros
y gente siniestra
por los hondos caminos
de la guitarra.
Hay un olor a sal
y sangre de hembra
en los nardos febriles
de la marina.
La muerte
entra y sale,
y sale y entra
la muerte
de la taberna.


La Casada Infiel

Y yo que me la llevé al río
creyendo que era mozuela
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.
Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo, el cinturón con revólver.
Ella, sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracoles
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.
Me porté como quien soy
como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.

sábado, junio 23, 2007

CANTOS DE VIDA Y ESPERANZA // RUBEN DARIO

Rubén Darío
CANTOS DE VIDA Y ESPERANZA




LOS CISNES Y OTROS POEMAS
(1905)
A. J. Enrique Rodó


I

Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.
El dueño fui de mi jardín de sueño,
lleno de rosas y de cisnes vagos;
el dueño de las tórtolas, el dueño
de góndolas y liras en los lagos;
y muy siglo diez y ocho, y muy antiguo
y muy moderno; audaz, cosmopolita;
con Hugo fuerte y con Yerlaine ambiguo,
y una sed de ilusiones infinita.
Yo supe de dolor desde mi infancia;
mi juventud..., ¿fue juventud la mía?,
sus rosas aún me dejan su fragancia,
una fragancia de melancolía...
Potro sin freno se lanzó mi instinto,
mi juventud montó potro sin freno;
iba embriagada y con puñal al cinto;
si no cayó, fue porque Dios es bueno.
En mi jardín se vio una estatua bella;
se juzgó mármol y era carne viva;
una alma joven habitaba en ella,
sentimental, sensible, sensitiva.
Y tímida ante el mundo, de manera
que, encerrada, en silencio, no salía
sino cuando en la dulce primavera
era la hora de la melodía...
Hora de ocaso y de discreto beso;
hora crepuscular y de retiro;
hora de madrigal y de embeleso,
de «te adoro», de «jay!», y de suspiro.
Y entonces era en la dulzaina un juego
de misteriosas gamas cristalinas,
un renovar de notas del Pan griego
y un desgranar de músicas latinas,
con aire tal y con ardor tan vivo,
que a la estatua nacían de repente
en el muslo viril patas de chivo
y dos cuernos de sátiro en la frente.
Como la Galatea gongorina
me encantó la marquesa verleniana,
y así juntaba a la pasión divina
una sensual hiperestesia humana;
todo ansia, todo ardor, sensación pura
y vigor natural; y sin falsía,
y sin comedia y sin literatura...:
si hay un alma sincera, esa es la mía.
La torre de marfil tentó mi anhelo;
quise encerrarme dentro de mí mismo,
y tuve hambre de espacio y sed de cielo
desde las sombras de mi propio abismo.
Como la esponja que la sal satura
en el jugo del mar, fue el dulce y tierno,
corazón mío, henchido de amargura
por el mundo, la carne y el infierno.
Mas, por gracia de Dios, en mi conciencia
el Bien supo elegir la mejor parte;
y si hubo áspera hiel en mi existencia,
melificó toda acritud el Arte.
Mi intelecto libré de pensar bajo,
bañó el agua castalia el alma mía,
peregrinó mi corazón y trajo
de la sagrada selva la armonía.
¡Oh, la selva sagrada! jOh, la profunda
emanación del corazón divino
de la sagrada selva! ¡Oh, la fecunda
fuente cuya virtud vence al destino!
Bosque ideal que lo real complica,
allí el cuerpo arde y vive y Psiquis vuela;
mientras abajo el sátiro fornica,
ebria de azul deslíe Filomela
perla de ensueño y música amorosa
en la cúpula en flor de laurel verde,
Hipsipila sutil liba en la rosa,
y la boca del fauno el pezón muerde.
Allí va el dios en celo tras la hembra
y la caña de Pan se alza del lodo:
la eterna vida sus semillas siembra,
y brota la armonía del gran Todo.
El alma que entra allí debe ir desnuda,
temblando de deseo y fiebre santa,
sobre cardo heridor y espina aguda:
así suefia, así vibra y así canta.
Vida, luz y verdad, tal triple llama
produce la interior llama infinita;
el Arte puro como. Cristo exclama:
Ego sum lux et veritas et vital
Y la vida es misterio; la luz ciega
y la verdad inaccesible asombra;
la adusta perfección jamás se entrega,
yel secreto ideal duerme en la sombra.
Por eso ser sincero es ser potente:
de desnuda que está, brilla la estrella;
el agua dice el alma de la fuente
en la voz de cristal que fluye d’ella.
Tal fue mi intento, hacer del alma pura
mía, una estrella, una fuente sonora,
con el horror de la literatura
y loco de crepúsculo y de aurora.
Del crepúsculo azul que da la pauta
que los celestes éxtasis inspira;
bruma y tono menor ––¡toda la flauta!
y Aurora, hija del Sol––¡toda la lira!
Pasó una piedra que lanzó una honda;
pasó una flecha que aguzó un violento.
La piedra de la honda fue a la onda,
y la flecha del odio fuese al viento.
La virtud está en ser tranquilo y fuerte;
con el fuego interior todo se abrasa;
se triunfa del rencor y de la muerte,
y hacia Belén..., ¡la caravana pasa!

II
SALUTACION DEL OPTIMISTA

Inclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,
espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!
Porque llega el momento en que habrán de cantar nuevos himnos
lenguas de gloria. Un vasto rumor llena los ámbitos;
mágicas ondas de vida van renaciendo de pronto;
retrocede el olvido, retrocede engañada la muerte,
se anuncia un reino nuevo, feliz sibila sueña,
y en la caja pandórica de que tantas desgracias surgieron
encontramos de súbito, talismánica, pura, riente,
cual pudiera decirla en sus versos Virgilio divino,
la divina reina de luz, ¡la celeste Esperanza!
Pálidas indolencias, desconfianzas fatales que a tumba
o a perpetuo presidio, condenasteis al noble entusiasmo,
ya veréis el salir del sol en un triunfo de liras,
mientras dos continentes, abandonados de huesos gloriosos,
del Hércules antiguo la gran sombra soberbia evocando,
digan al orbe: la alta virtud resucita,
que a la hispana progenie hizo dueña de siglos.
Abominad la boca que predice desgracias eternas,
abominad los ojos que ven sólo zodíacos funestos,
abominad las manos que apedrean las ruinas ilustres
o que la tea empuñan o la daga suicida.
Siéntense sordos ímpetus en las entrañas del mundo,
la inminencia de algo fatal hoy conmueve la tierra;
fuertes colosos caen, se desbandan bicéfalas águilas,
y algo se inicia como vasto social cataclismo
sobre la faz del orbe. ¿Quién dirá que las savias dormidas
no despierten entonces en el tronco del roble gigante
bajo el cual se exprimió la ubre de la loba romana?
¿Quién será el pusilánime que al vigor español niegue músculos
y que al alma española juzgase áptera y ciega y tullida?
No es Babilonia ni Nínive enterrada en olvido y en polvo
ni entre momias y piedras, reina que habita el sepulcro,
la nación generosa, coronada de orgullo inmarchito,
que hacia el lado del alba fija las miradas ansiosas,
ni la que, tras los mares en que yace sepulta la Atlántida,
tiene su coro de vástagos, altos, robustos y fuertes.
Unanse, brillen, secúndense, tantos vigores dispersos:
formen todos un solo haz de energía ecuménica.
Sangre de Hispania fecunda, sólidas, ínclitas razas,
muestren los dones pretéritos que fueron antaño su triunfo.
Vuelva el antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu ardiente
que regará lenguas de fuego en esa epifanía.
Juntas las testas ancianas ceñidas de líricos lauros
y las cabezas jóvenes que la alta Minerva decora,
así los manes heroicos de los primitivos abuelos,
de los egregios padres que abrieron el surco pristino,
sientan los soplos agrarios de primaverales retornos
y el rumor de espigas que inició la labor triptolémica.
Un continente y otro renovando las viejas prosapias,
en espíritu unidos, en espíritu y ansias y lengua,
ven llegar el momento en que habrán de cantar nuevos himnos.
La latina estirpe verá la gran alba futura:
en un trueno de música gloriosa, millones de labios
saludarán la espléndida luz que vendrá del Oriente,
Oriente augusto, en donde todo lo cambia y renueva
la eternidad de Dios, la actividad infinita.
Y así sea Esperanza la visión permanente en nosotros,
¡ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!

III
AL REY OSCAR


Le Roi de Suede et de Noruège, apres avoir
visité Saint––Jean––de––Luz, s'est rendu a Hen––
daye et a Fonterrabie. En arrivant sur le sol
espagnol, il a crié: «Vive l’Espagne!»
(Le Figaro, mars 1899.)
Así, Sire, en el aire de la Francia nos llega
la paloma de plata de Suecia y de Noruega,
que trae en vez de olivo una rosa de fuego.
Un búcaro latino, un noble vaso griego
recibirá el regalo del país de la nieve.
Que a los reinos boreales el patrio viento lleve
otra rosa de sangre y de luz españolas;
pues sobre la sublime hermandad de las olas,
al brotar tu palabra, un saludo le envía
al sol de medianoche el sol de Mediodía.
Si Segismundo siente pesar, Hamlet se inquieta.
El Norte ama las palmas; y se junta el poeta
del fjord con el del carmen, porque el mismo oriflama
es de azur. Su divina cornucopia derrama,
sobre el polo y el trópico, la Paz; y,el orbe gira
en un ritmo uniforme por una propia lira:
el Amor. Allá surge Sigurd que al Cid se aúna;
cerca de Dulcinea brilla el rayo de luna;
y la musa de Bécquer del ensueño es esclava
bajo un celeste palio de luz escandinava.
Sire de ojos azules, gracias: por los laureles
de cien bravos vestidos de honor; por los claveles
de la tierra andaluza y la Alhambra del moro;
por la sangre solar de una raza de oro;
por la armadura antigua y el yelmo de la gesta;
por las lanzas que fueron una vasta floresta
de gloria y que pasaron Pirineos y Andes;
por Lepanto y Otumba; por el Perú, por Flandes;
por Isabel que cree, por Cristóbal que sueña
y Velázquez que pinta y Cortés que domeña;
por el país sagrado en que Herakles afianza
sus macizas columnas de fuerza y esperanza,
mientras Pan trae el ritmo con la egregia siringa
que no hay trueno que apague ni tempestad que extinga,
por el león simbólico y la Cruz, gracias, Sire.
¡Mientras el mundo aliente, mientras la esfera gire,
mientras la onda cordial alimente un ensueño,
mientras haya una viva pasión, un noble empeño,
un buscado imposible, una imposible hazaña,
una América oculta que hallar, vivirá España!
Y pues tras la tormenta vienes, de peregrino
real, a la morada que entristeció el destino,
la morada que viste luto sus puertas abra
al purpúreo y ardiente vibrar de tu palabra:
y que sonría, oh rey Oscar, por un instante,
y tiemble en la flor áurea el más puro brillante
para quien sobre brillos de corona y de nombre,
con labios de monarca lanza un grito de hombre!

IV
LOS TRES REYES MAGOS


––Yo soy Gaspar. Aquí traigo el incienso.
Vengo a decir: La vida es pura y bella.
Existe Dios. El amor es inmenso.
¡Todo lo sé por la divina Estrella!
––Yo soy Melchor. Mi mirra aroma todo.
Existe Dios. El es la luz del día.
¡La blanca flor tiene sus pies en lodo
y en el placer hay la melancolía!
––Soy Baltasar. Traigo el oro. Aseguro
que existe Dios. El es el grande y fuerte.
Todo lo sé por el lucero puro
que brilla en la diadema de la Muerte.
––Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos.
Triunfa el amor, ya su fiesta os convida.
¡Cristo resurge, hace la luz del caos
y tiene la corona de la Vida!

V
CYRANO EN ESPAÑA


He aquí que Cyrano de Bergerac traspasa
de un salto el Pirineo. Cyrano está en su casa.
¿No es en España, acaso, la sangre vino y fuego?
Al gran Gascón saluda y abraza el gran Manchego.
¿No se hacen en España los más bellos castillos?
Roxanas encarnaron con rosas los Murillos,
y la hoja toledana que aquí Quevedo empuña
conócenla los bravos cadetes de Gascuña.
Cyrano hizo su viaje a la Luna; mas, antes,
ya el divino lunático de don Miguel Cervantes
pasaba entre las dulces estrellas de su sueño
jinete en el sublime pegaso Clavileño.
y Cyrano ha leído la maravilla escrita,
y al pronunciar el nombre del Quijote, se quita
Bergerac el sombrero: Cyrano Balazote
siente que es la lengua suya la lengua del Quijote.
y la nariz heroica del Gascón se diría
que husmea los dorados vinos de Andalucía.
y la espada francesa, por él desenvainada,
brilla bien en la tierra de la capa y la espada.
¡Bien venido, Cyrano de Bergerac! Castilla
te da su idioma; y tu alma, como tu espada, brilla
al sol que allá en sus tiempos no se ocultó en España.
Tu nariz y penacho no están en tierra extraña,
pues vienes a la tierra de la Caballería.
Eres el noble huésped de Calderón. María
Roxana te demuestra que lucha la fragancia
de las rosas de España con las rosas de Francia;
y sus supremas gracias, y sus sonrisas únicas,
y sus miradas, astros que visten negras túnicas,
y la lira que vibra en su lengua sonora,
te dan una Roxana de España, encantadora.
¡Oh poeta! ¡Oh celeste poeta de la facha
grotesca! Bravo y noble y sin miedo y sin tacha,
príncipe de locuras, de sueños y de rimas,
tu penacho es hermano de las más altas cimas,
del nido de tu pecho una alondra se lanza,
un hada es tu madrina, y es la Desesperanza;
y en medio de la selva del duelo y del olvido
las nueve musas vendan tu corazón herido.
¿Allá en la Luna hallaste algún mágico prado
donde vaga el espíritu de Pierrot desolado?
¿Viste el palacio blanco de los locos del Arte?
¿Fue acaso la gran sombra de Píndaro a encontrarte?
¿Contemplaste la mancha roja que entre las rocas
albas forma el castillo de las Vírgenes locas?
¿Y en un jardín fantástico de misteriosas flores
no oíste al melodioso Rey de los ruiseñores?
No juzgues mi curiosa demanda inoportuna,
pues todas esas cosas existen en la Luna.
¡Bíen venido, Cyrano de Bergerac! Cyrano
de Bergerac, cadete y amante y castellano,
que trae los recuerdos que Durandal abona
al país en que aún brillan las luces de Tizona.
El Arte es el glorioso vencedor. Es el Arte
el que vence el espacío y el tiempo; su estandarte,
pueblos, es del espíritu el azul oriflama.
¿Qué elegido no corre si su trompeta llama?
y a través de los siglos se contestan, oíd:
la Canción de Rolando y la Gesta del Cid.
Cyrano va marchando, poeta y caballero,
al redoblar sonoro del grave Romancero.
Su penacho soberbio tiene nuestra aureola.
Son sus espuelas finas de fábrica española.
Y cuando en su balada Rostand teje el envío,
creeríase a Quevedo rimando un desafío.
¡Bien venido, Cyrano de Bergerac! No seca
el tiempo el lauro; el viejo Corral de la Pacheca
recibe al generoso embajador del fuerte
Moliere. En copa gala Tirso su vino vierte.
Nosotros exprimimos las uvas de Champaña
para beber por Francia y en un cristal de España.

VI
SALUTACION A LEONARDO


Maestro: Pomona levanta su cesto. Tu estirpe
saluda la Aurora. ¡Tu aurora! Que extirpe
de la indiferencia la mancha; que gaste
la dura cadena de siglos; que aplaste
al sapo la piedra de su honda.
Sonrisa más dulce no sabe Gioconda
El verso su ala y el ritmo su onda
hermanan en una
dulzura de luna
que suave resbala
(el ritmo de la onda y el verso del ala
del mágico Cisne sobre la laguna)
sobre la laguna.
Y así, soberano maestro
del estro,
las vagas figuras
del sueño, se encarnan en líneas tan puras
que el sueño
recibe la sangre del mundo mortal,
y Psiquis consigue su empeño
de ser advertida a través del terrestre cristal.
(Los bufones
que hacen sonreír a Monna Lisa
saben canciones
que ha tiempo en los bosques de Grecia decía la risa
de la brisa.)
Pasa su Eminencia.
Como flor o pecado en su traje
rojo;
como flor o pecado, o conciencia
de sutil monseñor que a su paje
mira con vago recelo o enojo.
Nápoles deja a la abeja de oro
hacer su miel
en su fiesta de azul; y el sonoro
bandolín y el laurel
nos anuncian Florencia.
Maestro, si allá en Roma
quema el sol de Segor y Sodoma
la amarga ciencia
de purpúreas banderas, tu gesto
las palmas nos da redimidas,
bajo los arcos
de tu genio; San Marcos
y Partenón de luces y líneas y vidas.
(Tus bufones
que hacen la risa
de Monna Lisa
saben tan antiguas canciones.)
Los leones de Asuero
junto al trono para recibirte,
mientras sonríe el divino Monarca;
pero
hallarás la sirte,
la sirte para tu barca,
si partís en la lírica barca
con tu Gioconda...
La onda
y el viento
saben la tempestad para tu cargamento.
¡Maestro!
Pero tú en cabalgar y domar fuiste diestro,
pasiones e ilusiones;
a unas con el freno, a otras con el cabestro
las domaste, cebras o leones.
Y en la selva del Sol, prisionera
tuviste la fiera
de la luz; y esa loca fue casta
cuando dijiste: «Basta.»
Seis meses maceraste tu Ester en tus aromas.
De tus techos reales volaron las palomas.
Por tu cetro y tu gracia sensitiva,
por tu copa de oro en que sueñan las rosas,
en mi ciudad, que es tu cautiva,
tengo un jardín de mármol y de piedras preciosas
que custodia una esfinge viva.

VII
PEGASO


Cuando iba yo a montar ese caballo rudo
y tembloroso, dije: «La vida es pura y bella.»
Entre sus cejas vivas vi brillar una estrella.
El cielo estaba azul, y yo estaba desnudo.
Sobre mi frente Apolo hizo brillar su escudo
y de Belerofonte logré seguir la huella.
Toda cima es ilustre si Pegas o la sella,
y yo, fuerte, he subido donde Pegaso pudo.
Yo soy el caballero de la humana energía,
yo soy el que presenta su cabeza triunfante
coronada con el laurel del Rey del día;
domador del corcel de cascos de diamante,
voy en un gran volar, con la aurora por guía,
adelante en el vasto azur, ¡siempre adelante!

VIII
A ROOSEVELT

Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman,
que habría de llegar hasta ti, Cazador,
primitivo y moderno, sencillo y complicado,
con un algo de Wáshington y cuatro de Nemrod.
Eres los Estados Unidos,
eres el futuro invasor
de la América ingenua que tiene sangre indígena,
que aún reza a Jesucristo y aún habla español.
Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza;
eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy.
Y domando caballos, o asesinando tigres,
eres un Alejandro-Nabucodonosor.
(Eres un profesor de Energía
como dicen los locos de hoy.)
Crees que la vida es incendio,
que el progreso es erupción,
que en donde pones la bala
el porvenir pones.
No.
Los Estados Unidos son potentes y grandes.
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor
que pasa por las vértebras enormes de los Andes.
Si clamáis, se oye como el rugir del león.
Ya Hugo a Grant lo dijo: Las estrellas son vuestras.
(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol
y la estrella chilena se levanta...) Sois ricos.
Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón;
y alumbrando el camino de la fácil conquista,
la Libertad levanta su antorcha en Nueva-York.
Mas la América nuestra, que tenía poetas
desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl,
que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco,
que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió;
que consultó los astros, que conoció la Atlántida
cuyo nombre nos llega resonando en Platón,
que desde los remotos momentos de su vida
vive de luz, de fuego, de perfume, de amor,
la América del grande Moctezuma, del Inca,
la América fragante de Cristóbal Colón,
la América católica, la América española,
la América en que dijo el noble Guatemoc:
«Yo no estoy en un lecho de rosas»; esa América
que tiembla de huracanes y que vive de amor,
hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive.
Y sueña. Y ama, y vibra, y es la hija del Sol.
Tened cuidado. ¡Vive la América española!
Hay mil cachorros sueltos del León Español.
Se necesitaría, Roosevelt, ser, por Dios mismo,
el Riflero terrible y el fuerte Cazador,
para poder tenernos en vuestras férreas garras.
Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!\

IX

¡Torres de Dios! ¡Poetas!
¡Pararrayos celestes
que resistís las duras tempestades,
como crestas escuetas,
como picos agrestes,
rompeolas de las eternidades!
La mágica esperanza anuncia un día
en que sobre la roca de armonía
expirará la pérfida sirena.
¡Esperad, esperemos todavía!
Esperad todavía.
El bestial elemento se solaza
en el odio a la sacra poesía
y se arroja baldón de raza a raza.
La insurrección de abajo
tiende a los Excelentes.
El caníbal codicia su tasajo
con roja encía y afilados dientes.
Torres, poned al pabellón sonrisa.
Poned, ante ese mal y ese recelo,
una soberbia insinuación de brisa
y una tranquilidad de mar y cielo...

X
CANTO DE ESPERANZA


Un gran vuelo de cuervos mancha el azul celeste.
Un soplo milenario trae amagos de peste.
Se asesinan los hombres en el extremo Este.
¿Ha nacido el apocalíptico Anticristo?
Se han sabido presagios, y prodigios se han visto
y parece inminente el retorno del Cristo.
La tierra está preñada de dolor tan profundo
que el soñador, imperial meditabundo,
sufre con las angustias del corazón del mundo.
Verdugos de ideales afligieron la tierra,
en un pozo de sombras la humanidad se encierra
con los rudos molosos del odio y de la guerra.
¡Oh, Señor Jesucristo!, ¿por qué tardas, qué esperas
para tender tu mano de luz sobre las fieras
y hacer brillar al sol tus divinas banderas?
Surge de pronto y vierte la esencia de la vida
sobre tanta alma loca, triste o empedernida,
que, amante de tinieblas, tu dulce aurora olvida.
Ven, Señor, para hacer la gloria de ti mismo,
ven con temblor de estrellas y horror de cataclismo,
ven a traer amor y paz sobre el abismo.
Y tu caballo blanco, que miró al visionario,
pase. Y suene el divino clarín extraordinario.
Mi corazón será brasa de tu incensario.

XI

Mientras tenéis, oh negros corazones,
conciliábulos de odio y de miseria,
el órgano de Amor riega sus sones.
Cantan. Oíd: «La vida es dulce y seria.»
Para ti, pensador meditabundo,
pálido de sentirte tan divino,
es más hostil la parte agria del mundo.
Pero tu carne es pan, tu sangre es vino.
Dejad pasar la noche de la cena
––¡oh Shakespeare pobre, y oh Cervantes manco!
y la pasión del vulgo que condena.
Un gran Apocalipsis horas futuras llena.
¡Ya surgirá vuestro Pegaso blanco!

XII
HELIOS

¡Oh rüido divino!
¡Oh rüido sonoro!
Lanzó la alondra matinal el trino,
y sobre ese preludio cristalino,
los caballos de oro
de que el Hiperionida
lleva la rienda asida,
al trotar forman música armoniosa,
un argentino trueno,
y en el azul sereno
con sus cascos de fuego dejan huellas de rosa.
Adelante, ¡oh cochero
celeste!, sobre Osa
y Pellon, sobre Titania viva.
Atrás se queda el trémulo matutino lucero,
y el universo el verso de su música activa.
Pasa, ¡oh dominador, oh conductor del carro
de la mágica ciencia! Pasa, pasa, ¡oh bizarro
manejador de la fatal cuadriga
que al pisar sobre el viento
despierta el instrumento
sacro! Tiemblan las cumbres
de los montes más altos
que en sus rítmicos saltos
tocó Pegaso. Giran muchedumbres
de águilas bajo el vuelo
de tu poder fecundo,
y si hay algo que iguale la alegria del cielo,
es el gozo que enciende las entrañas del mundo.
¡Helios!, tu triunfo es ése,
pese a las sombras, pese
a la noche, y al miedo, ya la lívida Envidia.
Tú pasas, y la sombra, y el daño y la desidia,
y la negra pereza, hermana de la muerte,
y el alacrán del odio que su ponzoña vierte,
y Satán todo, emperador de las tinieblas,
se hunden, caen. Y haces el alba rosa, y pueblas
de amor y de virtud las humanas conciencias,
riegas todas las artes, brindas todas las ciencias;
los castillos de duelo de la maldad derrumbas,
abres todos los nidos, cierras todas las tumbas,
y sobre los vapores del tenebroso Abismo,
pintas la Aurora, el Oriflama de Dios mismo.
¡Helios! Portaestandarte
de Dios, padre del Arte,
la paz es imposible, más el amor eterno.
Danos siempre el anhelo de la vida,
y una chispa sagrada de tu antorcha encendida,
con que esquivar podamos la entrada del Infierno.
Que sientan las naciones
el volar de tu carro; que hallen los corazones
humanos, en el brillo de tu carro, esperanza;
que el alma -Quijote y el cuerpo-Sancho Panza
vuele una psique cierta a la verdad del sueño;
que hallen las ansias grandes de este vivir pequeño
una realización invisible y suprema;
¡Helios! ¡Que no nos mate tu llama que nos quema!
Gloria hacia ti del corazón de las manzanas,
de los cálices blancos de los lirios,
y del amor que manas
hecho de dulces fuegos y divinos martirios,
y del volcán inmenso,
y del hueso minúsculo,
y del ritmo que pienso,
y del ritmo que vibra en el corpúsculo
y del Oriente intenso
y de la melodía del crepúsculo.
¡Oh rüido divino!
Pasa sobre la cruz del palacio que duerme,
y sobre el alma inerme
de quien no sabe nada. No turbes el destino.
¡Oh rüido sonoro!
El hombre, la nación, el continente, el mundo,
aguardan la virtud de tu carro fecundo,
¡cochero azul que riges los caballos de oro!

XIII
«SPES»


Jesús, incomparable perdonador de injurias,
óyeme; Sembrador de trigo, dame el tierno
pan de tus hostias; dame, contra el sañudo infierno
una gracia lustral de iras y lujurias.
Dime que este espantoso horror de la agonía
que me obsede, es no más de mi culpa nefanda;
que al morir hallará la luz de un nuevo día,
y que entonces oiré mi «¡Levántate y anda!»

XIV
MARCHA TRIUNFAL

¡Ya viene el cortejo!
¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines.
La espada se anuncia con vivo reflejo;
ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines.
Ya pasa, debajo los arcos ornados de blancas Minervas y Martes,
los arcos triunfales en donde las Famas erigen sus largas trompetas,
la gloria solemne de los estandartes
llevados por manos robustas de heroicos atletas.
Se escucha el rüido que forman las armas de los caballeros,
los frenos que mascan los fuertes caballos de guerra,
los cascos que hieren la tierra,
y los timbaleros
que el paso acompasan con ritmos marciales.
¡Tal pasan los fieros guerreros
debajo los arcos triunfales!
Los claros clarines de pronto levantan sus sones,
su canto sonoro,
su cálido coro,
que envuelve en un trueno de oro
la augusta soberbia de los pabellones.
El dice la lucha, la herida venganza,
las ásperas crines,
los rudos penachos, la pica, la lanza,
la sangre que riega de heroicos carmines
la tierra;
los negros mastines
que azuza la muerte, que rige la guerra.
Los áureos sonidos
anuncian el advenimiento
triunfal de la Gloria;
dejando el picacho que guarda sus nidos,
tendiendo sus alas enormes al viento,
los cóndores llegan. ¡Llegó la Victoria!
Ya pasa el cortejo.
Señala el abuelo los héroes al niño:
––ved cómo la barba del viejo
los bucles de oro circunda de armiño––.
Las bellas mujeres aprestan coronas de flores,
y bajo los pórticos vense sus rostros de rosa;
y la más hermosa
sonríe al más fiero de los vencedores.
¡Honor al que trae cautiva la extraña bandera;
honor al herido y honor a los fieles
soldados que muerte encontraron por mano extranjera!
¡Clarines! ¡Laureles!
Las nobles espadas de tiempos gloriosos,
desde sus panoplias saludan las nuevas coronas y lauros:
––las viejas espadas de los granaderos, más fuertes que osos,
hermanos de aquellos lanceros que fueron centauros––.
Las trompas guerreras resuenan;
de voces los aires se llenan...
A aquellas antiguas espadas,
a aquellos ilustres aceros,
que encarnan las glorias pasadas...
¡Y al sol que hoy alumbra las nuevas victorias ganadas,
y al héroe que guía su grupo de jóvenes fieros;
al que ama la insigna del suelo materno,
al que ha desafiado, ceñido el acero y el arma en la mano,
los soles del rojo verano,
las nieves y vientos del gélido invierno,
la noche, la escarcha
y el odio y la muerte, por ser por la patria inmortal,
saludan con voces de bronce las trompas de guerra que tocan la marcha
triunfal...

LOS CISNES
A Juan R. Jiménez.


I

¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello
al paso de los tristes y errantes soñadores?
¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello,
tiránico a las aguas e impasible a las flores?
Yo te saludo ahora como en versos latinos
te saludara antaño Publio Ovidio Nasón.
Los mismos ruiseñores cantan los mismos trinos,
y en diferentes lenguas es la misma canción.
A vosotros mi lengua no debe ser extraña.
A Garcilaso visteis, acaso, alguna vez...
Soy un hijo de América, soy un nieto de España...
Quevedo pudo hablaros en verso en Aranjuez.
Cisnes, los abanicos de vuestras alas frescas
den a las frentes pálidas sus caricias más puras,
y alejen vuestras blancas figuras pintorescas
de nuestras mentes tristes las ideas obscuras.
Brumas septentrionales nos llenan de tristezas,
se mueren nuestras rosas, se agostan nuestras palmas,
casi no hay ilusiones para nuestras cabezas,
y somos los mendigos de nuestras pobres almas.
Nos predican la guerra con águilas feroces,
gerifaltes de antaño revienen a los puños,
mas no brillan las glorias de las antiguas hoces,
ni hay Rodrigos ni Jaimes, ni hay Alfonsos ni Nuños.
Faltos de los alientos que dan las grandes cosas,
¿qué haremos los poetas sino buscar tus lagos?
A falta de laureles son muy dulces las rosas,
ya falta de victorias busquemos los halagos.
La América española como la España entera
fija está en el Oriente de su fatal destino;
yo interrogo a la Esfinge que el porvenir espera
con la interrogación de tu cuello divino.
¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?
¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?
¿Callaremos ahora para llorar después?
He lanzado mi grito, Cisnes, entre vosotros,
que habéis sido los fieles en la desilusión,
mientras siento una fuga de americanos potros
y el estertor postrero de un caduco león...
...Y un Cisne negro dijo: «La noche anuncia el día.»
Y uno blanco: «¡La aurora es inmortal, la aurora
es inmortal!» ¡Oh tierras de sol y de armonía,
aún guarda la Esperanza la caja de Pandora!

II
EN LA MUERTE DE RAFAEL NUÑEZ


Que sais-je?
El pensador llegó a la barca negra;
y le vieron hundirse
en las brumas del lago del Misterio
los ojos de los Cisnes.
Su manto de poeta
reconocieron, los ilustres lises
y el laurel y la espina entremezclados
sobre la frente triste.
A lo lejos alzábanse los muros
de la ciudad teológica, en que vive
la sempiterna Paz. La negra barca
llegó a la ansiada costa y el sublime
espíritu gozó la suma gracia;
y, ¡oh Montaigne!, Núñez vio la cruz erguirse,
y halló al pie de la sacra Vencedora
el helado cadáver de la Esfinge.

III

Por un momento, ¡oh Cisne!, juntaré mis anhelos
a los de tus dos alas que abrazaron a Leda,
y a mi maduro ensueño, aún vestido de seda,
dirás, por los Dioscuros, la gloria de los cielos.
Es el otoño. Ruedan de la flauta consuelos.
Por un instante, ¡oh Cisne!, en la obscura alameda
sorberé entre dos labios lo que el Pudor me veda,
y dejaré mordidos Escrúpulos y Celos.
Cisne, tendré tus alas blancas por un instante
y el corazón de rosa que hay en tu dulce pecho
palpitará en el mío con su sangre constante.
Amor será dichoso, pues estará vibrante
el júbilo que pone al gran Pan en acecho
mientras su ritmo esconde la fuente de diamante.

IV

¡Antes de todo, gloria a ti, Leda!
Tu dulce vientre cubrió de seda
el Dios. ¡Miel y oro sobre la brisa!
Sonaban alternativamente
flauta y cristales, Pan y la fuente.
¡Tierra era canto; Cielo, sonrisa!
Ante el celeste, supremo acto,
dioses y bestias hicieron pacto.
Se dio a la alondra la luz del día,
se dio a los búhos sabiduría,
y melodía al ruiseñor.
A los leones fue la victoria,
para las águilas toda la gloria,
y a las palomas todo el amor.
Pero vosotros sois los divinos
príncipes. Vagos como las naves,
inmaculados como los linos,
maravillosos como las aves.
En vuestros picos tenéis las prendas
que manifiestan corales puros.
Con vuestros pechos abrís las sendas
que arriba indican los Dioscuros.
Las dignidades de vuestros actos,
eternizadas en lo infinito,
hacen que sean ritmos exactos,
voces de ensueño, luces de mito.
De orgullo olímpico sois el resumen,
¡oh blancas urnas de la armonía!
Ebúrneas joyas que anima un numen
con su celeste melancolía.
¡Melancolía de haber amado,
junto a la fuente de la arboleda,
el luminoso cuello estirado
entre los blancos muslos de Leda!

OTROS POEMAS
Al doctor Adolfo Altamirano


RETRATOS

I
Don Gil, Don Juan, Don Lope, Don Carlos, Don Rodrigo,
¿cúya es esta cabeza soberbia? ¿Esa faz fuerte?
¿Esos ojos de jaspe? ¿Esa barba de trigo?
Este fue un caballero que persiguió a la Muerte.
Cien veces hizo cosas tan sonoras y grandes,
que de águilas poblaron el campo de su escudo,
y ante su rudo tercio de América o de Flandes
quedó el asombro ciego, quedó el espanto mudo.
La coraza revela fina labor; la espada
tiene la cruz que erige sobre su tumba el miedo;
y bajo el puño firme que da su luz dorada,
se afianza el rayo sólido del yunque de Toledo.
Tiene labios de Borgia, sangrientos labios dignos
de exquisitas calumnias, de rezar oraciones
y de decir blasfemias: rojos labios malignos
florecidos de anécdotas en cien Decamerones.
Y con todo, este hidalgo de un tiempo indefinido,
fue el abad solitario de un ignoto convento,
y dedicó en la muerte sus hechos: ¡Al olvido!
y el grito de su vida luciferina: ¡Al viento!

En la forma cordial de la boca, la fresa
solemniza su púrpura; y en el sutil dibujo
de óvalo del rostro de la blanca abadesa
la pura frente es ángel y el ojo negro es brujo.
Al marfil monacal de esa faz misteriosa
brota una dulce luz de un resplandor interno,
que enciende en sus mejillas un celeste rosa
en que su pincelada fatal puso el Infierno.
¡Oh, Sor María! ¡Oh, Sor María! ¡Oh, Sor María!
La mágica mirada y el continente regio,
¿no hicieron en un alma pecaminosa un día
brotar el encendido clavel del sacrílegio?
Y parece que el hondo mirar cosas dijera
especiosas y ungidas de miel y de veneno.
(Sor María murió condenada a la hoguera:
dos abejas volaron de las rosas del seno.)

II
POR EL INFLUJO DE LA PRIMAVERA

Sobre el jarrón de cristal
hay flores nuevas. Anoche
hubo una lluvia de besos.
Despertó un fauno bicorne
tras un alma sensitiva.
Dieron su olor muchas flores.
En la pasional siringa
brotaron las siete voces
que en siete carrizos puso
Pan.
Antiguos ritos paganos
se renovaron. La estrella
de Venus brilló más límpida
y diamantina. Las fresas
del bosque dieron su sangre.
El nido estuvo de fiesta.
Un ensueflo florentino
se enfloró de primavera,
de modo que en carne viva
renacieron ansias muertas.
Imaginaos un roble
que diera una rosa fresca;
un buen egipán latino
con una bacante griega
y parisiense. Una música
magnífica. Una suprema
inspiración primitiva,
llena de cosas modernas.
Un vasto orgullo viril
que aroma el odor di fémina;
un trono de roca en donde
descansa un lirio.
¡Divina Estación! ¡Divina
Estación! Sonríe el alba
más dulcemente. La cola
del pavo real exalta
su prestigio. El sol aumenta
su íntima influencia; y el arpa
de los nervios vibra sola.
¡Oh, Primavera sagrada!
¡Oh, gozo del don sagrado
de la vida! ¡Oh bella palma
sobre nuestras frentes! ¡Cuello
del cisne! ¡Paloma blanca!
¡Rosa roja! ¡Palio azul!
¡Y todo por ti, oh alma!
Y por ti, cuerpo, y por ti,
idea, que los enlazas.
¡Y por Ti, lo que buscamos
y no encontraremos nunca
jamás!

III
LA DULZURA DEL ANGELUS

La dulzura del ángelus matinal y divino
que diluyen ingenuas campanas provinciales,
en un aire inocente a fuerza de rosales,
de plegaria, de énsueño de virgen y de trino
de ruiseñor, opuesto todo al rudo destino
que no cree en Dios... El áureo ovillo vespertino
que la tarde devana tras opacos cristales
por tejer la inconsútil tela de nuestros males,
todos hechos de carne y aromados de vino...
y esta atroz amargura de no gustar de nada,
de no saber adónde dirigir nuestra prora,
mientras el pobre esquife en la noche cerrada
va en las hostiles olas huérfano de la aurora...
(¡Oh süaves campanas entre la madrugada!)

IV
TARDE DEL TROPICO


Es la tarde gris y triste.
Viste el mar de terciopelo
y el cielo profundo viste
de duelo.
Del abismo se levanta
la queja amarga y sonora.
La onda, cuando el viento canta,
llora.
Los violines de la bruma
saludan al sol que muere.
Salmodia la blanca espuma:
¡Miserere!
La armonía el cielo inunda,
y la brisa va a llevar
la canción triste y profunda
del mar.
Del clarín del horizonte
brota sinfonía rara,
como si la voz del monte
vibrara.
Cual si fuese lo invisible...
Cual si fuese el rudo son
que diese al viento un terrible
león.

V
NOCTURNO


Quiero expresar mi angustia en versos que abolida
dirán mi juventud de rosas y de ensueños,
y la desfloración amarga de mi vida
por un vasto dolor y cuidados pequeños.
Y el viaje a un vago Oriente por entrevistos barcos,
y el grano de oraciones que floreció en blasfemias,
y los azoramientos del cisne entre los charcos,
yel falso azul nocturno de inquerida bohemia.
Lejano clavicordio que en silencio y olvido
no diste nunca al suefio la sublime sonata,
huérfano esquife, árbol insigne, obscuro nido
que suavizó la noche de dulzura de plata...
Esperanza olorosa a hierbas frescas, trino
del ruisefior primaveral y matinal,
azucena tronchada por un fatal destino,
rebusca de la dicha, persecución del mal...
El ánfora funesta del divino veneno
que ha de hacer por la vida la tortura interior;
la conciencia espantable de nuestro humano cieno
y el horror de sentirse pasajero, el horror
de ir a tientas, en intermitentes espantos,
hacia lo inevitable desconocido, y la
pesadilla brutal de este dormir de llantos
¡de la cual no hay más que Ella que nos despertará!

VI
CANCION DE OTOÑO EN PRIMAVERA
AG. Martínez Sierra.

¡Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer.
Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y aflicción.
Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.
Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver ...!
Cuando quiero llorar, no lloro,
ya veces lloro sin querer...
La otra fue más sensitiva,
y más consoladora y más
halagadora y expresiva,
cual no pensé encontrar jamás.
Pues a su continua ternura
una pasión violenta unía.
En un peplo de gasa pura
una bacante se envolvía...
En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé...
y le mató, triste y pequeño,
falto de luz, falto de fe...
Juventud, divino tesoro,
¡te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro,
y a veces lloro sin querer...
Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión
y que me roena, loca,
con sus dientes el corazón
poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad:
y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera
y la carne acaban también...
Juventud, divino tesoro,
ira te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro,
¡Y a veces lloro sin querer!
¡Y las demás!, en tantos climas,
en tantas tierras, siempre son,
si no pretexto de mis rimas,
fantasmas de mi corazón.
En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Y no hay princesa que cantar!
Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris me acerco
a los rosales del jardín...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!...
Cuando quiero llorar, no lloro,
y a veces lloro sin querer...
¡Mas es mía el Alba de oro!

VII
TREBOL


I
DE DON LUIS DE GÓNGORA Y ARGOTE
A DON DIEGO DE SILVA VELÁZQUEZ

Mientras el brillo de tu gloria augura
ser en la eternidad sol sin poniente,
fénix de viva luz, fénix ardiente,
diamante parangón de la pintura,
de España está sobre la ves te obscura
tu nombre, como joya reluciente;
rompe la Envidia el fatigado diente,
y el Olvido lamenta su amargura.
Yo en equívoco altar, tú en sacro fuego,
miro a través de mi penumbra el día
en que al calor de tu amistad, Don Diego,
jugando de la luz con la armonía,
con la alma luz, de tu pincel el juego
el alma duplicó de la faz mía.
2
DE DON DIEGO DE SILVA VELÁZQUEZ
A DON LUIS DE GÓNGORA y ARGOTE

Alma de oro, fina voz de oro,
al venir hacia mí, ¿por qué suspiras?
Ya empieza el noble coro de las liras
a preludiar el himno a tu decoro;
ya al misterioso son del noble oro
calma al Centauro sus grotescas iras,
y con nueva pasión que les inspiras
tornan a amarse Angélica y Medoro.
A Teócrito y Poussin la Fama dote
con la corona de laurel supremo;
que en donde da Cervantes el Quijote
y yo las telas con mis luces gemo,
para Don Luis de Góngora y Argote
traerá una nueva palma Polifelilo.
3
En tanto pace estrellas el Pegaso divino,
y vela tu hipogrifo, Velázquez, la Fortuna,
en los celestes parques al Cisne gongorino
deshoja sus sutiles margaritas la Luna.
Tu castillo, Velázquez, se eleva en el camino
del Arte como torre que de águilas es cuna,
y tu castillo, Góngora, se alza al azul cual una
jaula de ruiseñores labrada en oro fino.
Gloriosa la peninsula que abriga tal colonia.
¡Aquí bronce corintio, y allá mármol de Jonia!
Las rosas a Velázquez, ya Góngora claveles.
De ruiseñores y águilas se pueblan las encinas,
y mientras pasa Angélica sonriendo a las Meninas,
salen las nueve Musas de un bosque de laureles.

VIII
«CHARITAS»


A Vicente de Paul, nuestro Rey Cristo
con dulce lengua dice:
-Hijo mío, tus labios
dignos son de imprimirse
en la herida que el ciego
en mi costado abrió. Tu amor sublime
tiene sublime premio: asciende y goza
del alto galardón que conseguiste.
El alma de Vicente llega al coro
de los alados Angeles que al triste
mortal custodian: eran más brillantes
que los celestes astros. Cristo: «Sigue»,
dijo al amado espíritu del Santo.
Ve entonces la región en donde existen
los augusto s Arcángeles, zodíaco
de diamantina nieve, indestructibles
ejércitos de luz y mensajeras
castas palomas o águilas insignes.
Luego la majestad esplendorosa
del coro de los Príncipes,
que las divinas órdenes realizan
y en el humano espíritu presiden;
el coro de las altas Potestades
que al torrente infernal levantan diques;
el coro de las místicas Virtudes,
las huellas de los mártires
y las intactas manos de las vírgenes;
el coro prestigioso
de las Dominaciones que dirigen
nuestras almas al bien, y el coro excelso
de los Tronos insignes,
que del Eterno el solio,
cariátides de luz indefinible,
sostienen por los siglos de los siglos;
y el coro de Quembes que compite
con la antorcha del sol.
Por fin, la gloria
de teológico fuego en que se erigen
las llamas vivas de inmortal esencia.
Cristo el Santo bendice
y así penetra el Serafín de Francia
al coro de los ígneos Serafines.

IX
NO OBSTANTE...

¡Oh terremoto mental!
Yo sentí un día en mi cráneo
como el caer subitáneo
de una Babel de cristal.
De Pascal miré al abismo,
y vi lo que pudo ver
cuando sintió Baudelaire
«el ala del idiotismo».
Hay, no obstante, que ser fuerte:
pasar todo precipicio
y ser vencedor del Vicio,
de la Locura y la Muerte.

X

El verso sutil que pasa o se posa
sobre la mujer o sobre la rosa,
beso puede ser, o ser mariposa.
En la fresca flor el verso sutil;
el triunfo de Amor en el mes de Abril:
Amor, verso y flor, la niña gentil.
Amor y dolor. Halagos y enojos.
Herodías ríe en los labios rojos.
Dos verdugos hay que están en los ojos.
¡Oh, saber amar es saber sufrir,
amar y sufrir, sufrir y sentir,
y el hacha besar que nos ha de herir!
Rosa de dolor, gracia femenina;
inocencia y luz, corola divina,
y aroma fatal y crüel espina...
Líbramos, Señor, de Abril y la flor,
y del cielo azul, y del ruiseñor;
de dolor y amor, libranos, Señor.

XI
FILOSOFIA


Saluda al sol, araña, no seas rencorosa.
Da tus gracias a Dios, oh sapo, pues que eres.
El peludo cangrejo tiene espinas de rosa
y los moluscos reminiscencias de mujeres.
Sabed ser lo que sois, enigmas, siendo formas;
dejad la responsabilidad a las Normas,
que a su vez la enviarán al Todopoderoso...
(Toca, grillo, a la luz de la luna, y dance el oso.)

XII
LEDA


El cisne en la sombra parece de nieve;
su pico es de ámbar, del alba al trasluz;
el suave crepúsculo que pasa tan breve
las cándidas alas sonrosa de luz.
Y luego, en las ondas del lago azulado,
después que la aurora perdió su arrebol,
las alas tendidas y el cuello enarcado,
el cisne es de plata, bailado de sol.
Tal es, cuando esponja las plumas de seda,
olímpico pájaro herido de amor,
y viola en las linfas sonoras a Leda,
buscando su pico los labios en flor.
Suspira la bella desnuda y vencida,
y en tanto que al aire sus quejas se van
del fondo verdoso de fronda tupida
chispean turbados los ojos de Pan.

XIII
DIVINA PSIQUIS

¡Divina Psiquis, dulce mariposa invisible
que desde los abismos has venido a ser todo
lo que en mi ser nervioso y en mi cuerpo sensible
forma la chispa sacra de la estatua de lodo!
Te asomas por mis ojos a la luz de la tierra
y prisionera vives en mí de extraño dueño:
te reducen a esclava mis sentidos en guerra
y apenas vagas libre por el jardín del sueño.
Sabia a la Lujuria que sabes antiguas ciencias,
te sacudes a veces entre imposibles muros,
y más allá de todas las vulgares conciencias
exploras los recodos más terribles y obscuros.
Y encuentras sombra y duelo. Que sombra y duelo encuentres
bajo la viña en donde nace el vino del Diablo.
Te posas en los senos, te posas en los vientres
que hicieron a Juan loco e hicieron cuerdo a Pablo.
A Juan virgen, ya Pablo militar y violento;
a Juan que nunca supo del supremo contacto;
a Pablo el tempestuoso que halló a Cristo en el viento,
ya Juan ante quien Hugo se queda estupefacto.
Entre la catedral y las ruinas paganas
vuelas, ¡oh Psiquis, oh alma mía!,
-como decía
aquel celeste Edgardo,
que entró en el Paraíso entre un són de campanas
y un perfume de nardo-.
Entre la catedral
y las paganas ruinas
repartes tus dos alas de cristal,
tus dos alas divinas.
Y de la flor
que el ruiseñor
canta en su griego antiguo, de la rosa,
vuelas, ¡oh, Mariposa!,
a posarte en un clavo de Nuestro Señor.

XIV
EL SONETO DE TRECE VERSOS


De una juvenil inocencia,
¡qué conservar, sino el sutil
perfume, esencia de su Abril,
la más maravillosa esencia!
Por lamentar a mi conciencia
quedó de un sonoro marfil
un cuento que fue de las Mil
y una noches de mi existencia...
Scherezada se entredurmió...
El Visir quedó meditando...
Dinarzada el día olvidó...
Mas al pájaro azul volvió...
Pero...
No obstante...
Siempre...
Cuando...

XV

¡Oh, miseria de toda lucha por lo finito!
Es como el ala de la mariposa
nuestro brazo que deja el pensamiento escrito.
Nuestra infancia vale la rosa,
el relámpago nuestro mirar,
y el ritmo que en el pecho
nuestro corazón mueve,
es un ritmo de onda de mar,
o un caer de copo de nieve,
o el del cantar
del ruiseñor,
que dura lo que dura el perfumar
de su hermana la flor.
¡Oh, miseria de toda lucha por lo finito!
El alma que se advierte sencilla y mira claramente
la gracia pura de la luz cara a cara,
como el botón de rosa, como la coccinela,
esa alma es la que al fondo del infinito vuela.
El alma que ha olvidado la admiración, que sufre
en la melancolía agria, olorosa a azufre ,
de envidiar malamente y duramente, anida
en un nido de topos. Es manca. Está tullida.
¡Oh, miseria de toda lucha por lo finito!

XVI
A PHOCAS EL CAMPESINO


Phocás el campesino, hijo mío, que tienes
en apenas escasos meses de vida, tantos
dolores en tus ojos que esperan tantos llantos
por el fatal pensar que revelan tus sienes...
Tarda en venir a este dolor a donde vienes,
a este mundo terrible en duelos yen espantos;
duerme bajo los Angeles, sueña bajo los Santos,
que ya tendrás la Vida para que te envenenes...
Sueña, hijo mío, todavía, y cuando crezcas,
perdóname el fatal don de darte la vida
que yo hubiera querido de azul y rosas frescas;
pues tú eres la crisálida de mi alma entristecida,
y te he de ver en medio del triunfo que merezcas
renovando el fulgor de mi psique abolida.

XVII

¡Carne, celeste carne de la mujer! Arcilla,
-dijo Hugo-; ambrosía más bien, ¡ohmaravilla!
La vida se soporta,
tan doliente y tan corta,
solamente por eso:
roce, mordisco o beso
en ese pan divino
para el cual nuestra sangre es nuestro vino.
En ella está la lira,
en ella está la rosa,
en ella está la ciencia armoniosa,
en ella se respira
el perfume vital de toda cosa.
Eva y Cipris concentran el misterio
del corazón del mundo.
Cuando el áureo Pegaso
en la victoria matinal se lanza
con el mágico ritmo de su paso
hacia la vida y hacia la esperanza,
si alza la crin y las narices hincha
y sobre las montañas pone el casco sonoro
y hacia la mar relincha,
y el espacio se llena
de un gran temblor de oro,
es que ha visto desnuda a Anadiomena.
Gloria, ¡oh Potente a quien las sombras temen!
¡Que las más blancas tórtolas te inmolen,
pues por ti la floresta está en el polen
y el pensamiento en el sagrado semen!
Gloria, ¡oh Sublime, que eres la existencia
por quien siempre hay futuros en el útero eterno!
¡Tu boca sabe al fruto del árbol de la Ciencia
y al torcer tus cabellos apagaste el infierno!
Inútil es el grito de la legión cobarde
del interés, inútil el progreso
yankee, si te desdeña.
Si el progreso es de fuego, por ti arde.
¡Toda lucha del hombre va a tu beso,
por ti se combate o se sueña!
Pues en ti existe Primavera para el triste,
labor gozosa para el fuerte
néctar, ánfora, dulzura amable.
¡Porque en ti existe
el placer de vivir, hasta la muerte
y ante la eternidad de lo probable...!

XVIII
UN SONETO A CERVANTES
A Ricardo Calvo.


Horas de pesadumbre y de tristeza
paso en mi soledad. Pero Cervantes
es buen amigo. Endulza mis instantes
ásperos, y reposa mi cabeza
El es la vida y la naturaleza,
regala un yelmo de oros y diamantes
a mis sueños errantes.
Es para mí: suspira, ríe y reza.
Cristiano y amoroso caballero
parla como un arroyo cristalino.
¡Así le admiro y quiero,
viendo cómo el destino
hace que regocije al mundo entero
la tristeza inmortal de ser divino!

XIX
MADRIGAL EXALTADO
A Mademoiselle Villagrán.

Dies irae, dies illa!
Solvet saeclum in favilla
cuando quema esa pupila!
La tierra se vuelve loca,
el cielo a la tierra invoca
cuando sonríe esa boca.
Tiemblan los lirios tempranas
y los árboles lozanos
al contacto de esas manos.
El bosque se encuentra estrecho
el egipán en acecho
cuando respira ese pecho.
Sobre los senderos es
como una fiesta, después
que se han sentido esos pies,
y el Sol, sultán de orgullosas
rosas, dice a sus hermosas
cuando en primavera están:
¡Rosas, rosas, dadme rosas
para Adela Villagrán!

XX
MARINA

Mar armonioso,
mar maravilloso:
tu salada fragancia,
tus colores y músicas sonoras
me dan la sensación divina de mi infancia,
en que suaves las horas
venían en un paso de danza reposada
a dejarme un ensuefio o regalo de hada.
Mar armonioso,
mar maravilloso,
de arcadas de diamante en que se rompe en vuelos
rítmicos que denuncian algún ímpetu oculto,
espejo de mis vagas ciudades de los cielos
blanco y azul tumulto
de donde brota un canto
inextinguible:
mar paternal, mar santo:
mi alma siente la influencia de tu alma invisible.
Velas de los Colones
y velas de los Vascos,
hostigadas por odios de ciclones
ante la hostilidad de los peñascos:
o galeras de oro,
velas purpúreas de bajeles
que saludaron al mugir del toro
celeste, con Europa sobre el lomo
que salpicaba la revuelta espuma.
Magnífico y sonoro
se oye en las aguas como
un tropel de tropeles,
¡tropel de los tropeles de tritones!
Brazos salen de la onda, suenan vagas canciones,
brillan piedras preciosas,
mientras en las revueltas extensiones
Venus y el Sol hacen nacer mil rosas.

XXI
CLEOPOMPO Y HELIODEMO
A Vargas Vila.


Cleopompo y Heliodemo, cuya filosofía
es idéntica, gustan dialogar bajo el verde
patio del platanar. Allí Cleopompo muerde
la manzana epicúrea, y Hellodemo fía
al aire su confianza en la eterna armonía.
Mal haya quien las Parcas inhumano recuerde:
Si una sonora perla de la clepsidra pierde,
no volverá a ofrecerla la mano que la envía.
Una vaca aparece, crepuscular. Es hora
en que el grillo en su lira hace halagos a Flora,
y en el azul florece un diamante supremo;
y en la pupila enorme de la bestia apacible,
miran como que rueda en un ritmo invisible
la música del mundo, Cleopompo y Heliodemo.

XXII
«¡AY, TRISTE DEL QUE UN DIA...!»


¡Ay, triste del que un día en su esfinge interior
pone los ojos e interroga! Está perdido.
¡Ay del que pide eurekas al placer o al dolor!
Dos dioses hay, y son: Ignorancia y Olvido.
Lo que el árbol desea decir y dice al viento,
y lo que el animal manifiesta en su instinto,
cristalizamos en palabra y pensamiento.
Nada más que maneras expresan lo distinto.

XXIII
En el país de las Alegorías


Salomé siempre danza,
ante el tiarado Herodes,
eternamente;
y la cabeza de Juan el Bautista,
ante quien tiemblan los leones,
cae al hachazo. Sangre llueve.
Pues la rosa sexual
al entreabrirse
conmueve todo lo que existe,
con su efluvio carnal
y con su enigma espiritual.

XXIV
AUGURIOS
A E. Díaz Romero.

Hoy pasó un águila
sobre mi cabeza;
lleva en sus alas
la tormenta,
lleva en sus garras
el rayo que deslumbra y aterra.
¡Oh, águila!
Dame la fortaleza
de sentirme en el lodo humano
con alas y fuerzas
para resistir los embates
de las tempestades perversas,
y de arriba las cóleras
y de abajo las roedoras miserias.
Pasó un búho
sobre mi frente.
Yo pensé en Minerva
y en la noche solemne.
¡Oh, búho!
Dame tu silencio perenne,
y tus ojos profundos en la noche
y tu tranquilidad ante la muerte
Dame tu nocturno imperio
y tu sabiduria celeste,
y tu cabeza cual la de Jano,
que, siendo una, mira a Oriente y Occidente.
Pasó una paloma
que casi rozó con sus alas mis labios.
¡Oh, paloma!
Dame tu profundo encanto
de saber arrullar, y tu lascivia
en campo tornasol, y en campo
de luz tu prodigioso
ardor en el divino acto.
(Y dame la justicia en la naturaleza,
pues, en este caso,
tú serás la perversa
y el chivo será el casto.)
Pasó un gerifalte. ¡Oh, gerifalte!
Dame tus uñas largas
y tus ágiles alas cortadoras de viento,
y tus ágiles patas,
y tus uñas que bien se hunden
en las carnes de la caza.
Por mi cetrería
irás en jiras fantásticas,
y me traerás piezas famosas
y raras,
palpitantes ideas,
sangrientas almas.
Pasa el ruiseñor.
¡Ah, divino doctor!
No me des nada. Tengo tu veneno,
tu puesta de sol
y tu noche de luna y tu lira,
y tu lirico amor.
(Sin embargo, en secreto,
tu amigo soy,
pues más de una vez me has brindado
en la copa de mi dolor,
con el elixir de la luna
celestes gotas de Dios...)
Pasa un murciélago.
Pasa una mosca. Un moscardón.
Una abeja en el crepúsculo.
No pasa nada.
La muerte llegó.

XXV
MELANCOLIA
A Domingo Bolívar.


Hermano, tú que tienes la luz, díme la mía.
Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas.
Voy bajo tempestades y tormentas
ciego de ensueño y loco de armonía.
Ese es mi mal. Soñar. La poesía
es la camisa férrea de mil puntas crüentas
que llevo sobre el alma. Las espinas sangrientas
dejan caer las gotas de mi melancolía.
Y así voy, ciego y loco, por este mundo amargo;
a veces me parece que el camino es muy largo,
ya veces que es muy corto...
Y en este titubeo de aliento y agonía,
cargo lleno de penas lo que apenas soporto.
¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?

XXVI
¡ALELUYA!
A Manuel Machado.

Rosas rosadas y blancas, ramas verdes,
corolas frescas, y frescos
ramos, ¡Alegría!
Nidos en los tibios árboles,
huevos en los tibios nidos,
dulzura, ¡Alegría!
El beso de esa muchacha
rubia, y el de esa morena,
y el de esa negra, ¡Alegría!
Y el vientre de esa pequeña
de quince años, y sus brazos
armoniosos, ¡Alegría!
Y el aliento de la selva virgen,
y el de las vírgenes hembras,
y las dulces rimas de la Aurora,
¡Alegría, Alegría, Alegría!

XXVII
DE OTOÑO

Yo sé que hay quienes dicen: ¿Por qué no canta ahora
con aquella locura armoniosa de antaño?
Esos no ven la obra profunda de la hora,
la labor del minuto y el prodigio del año.
Yo, pobre árbol, produje, el amor de la brisa,
cuando empecé a crecer, un vago y dulce son.
Pasó ya el tiempo de la juvenil sonrisa:
¡dejad al huracán mover mi corazón!

XXVIII
A GOYA


Poderoso visionario,
raro ingenio temerario,
por ti enciendo mi incensario.
Por ti, cuya gran paleta,
caprichosa, brusca, inquieta,
debe amar todo poeta;
por tus lóbregas visiones,
tus blancas irradiaciones,
tus negros y bermellones;
por tus colores dantescos,
por tus majos pintorescos
y las glorias de tus frescos.
Porque entra en tu gran tesoro
el diestro que mata al toro,
la niña de rizos de oro,
y con el bravo torero,
el infante, el caballero,
la mantilla y el pandero.
Tu loca mano dibuja
la silueta de la bruja
que en la sombra se arrebuja,
y aprende una abracadabra
del diablo patas de cabra
que hace una mueca macabra.
Musa soberbia y confusa,
ángel, espectro, medusa:
tal aparece tu musa.
Tu pincel asombra, hechiza:
ya en sus claros electriza,
ya en sus sombras sinfoniza;
con las manolas amables,
los reyes, los miserables,
o los cristos lamentables.
En tu claroscuro brilla
la luz muerta y amarilla
de la horrenda pesadilla,
o hace encender tu pincel
los rojos labios de miel
o la sangre del clavel.
Tienen ojos asesinos
en sus semblantes divinos
tus ángeles femeninos.
Tu caprichosa alegría
mezclaba la luz del día
con la noche obscura y fría.
Así es de ver y admirar
tu misteriosa y sin par
pintura crepuscular.
De lo que da testimonio:
por tus frescos, San Antonio;
por tus brujas, el demonio.

XXIX
CARACOL
A Antonio Machado.


En la playa he encontrado un caracol de oro
macizo y recamado de las perlas más finas;
Europa le ha tocado con sus manos divinas
cuando cruzó las ondas sobre el celeste toro.
He llevado a mis labios el caracol sonoro
y he suscitado el eco de las dianas marinas;
le acerqué a mis oídos, y las azules minas
me han contado en voz baja su secreto tesoro.
Así la sal me llega de los vientos amargos
que en sus hinchadas velas sintió la nave Argos
cuando amaron los astros el sueño de Jasón;
y oigo un rumor de olas y un incógnito acento
y un profundo oleaje y un misterioso viento...
(El caracol la forma tiene de un corazón.)

XXX
AMO, AMAS...

Amar, amar, amar, amar siempre, con todo
el ser y con la tierra y con el cielo,
con lo claro del sol y lo obscuro del lodo:
amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.
Y cuando la montaña de la vida
nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,
amar la inmensidad que es de amor encendida
¡y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!

XXXI
SONETO AUTUMNAL,
AL MARQUES DE BRADOMIN


Marqués (como el Divino lo eres), te saludo.
Es el Otoño, y vengo de un Versalles doliente.
Había mucho frío y erraba vulgar gente.
El chorro de agua de Verlaine estaba mudo.
Me quedé pensativo ante un mármol desnudo,
cuando vi una paloma que pasó de repente,
y por caso de cerebración inconsciente
pensé en ti. Toda exégesis en este caso eludo.
Versalles otoñal; una paloma; un lindo
mármol; un vulgo errante, municipal y espeso;
anteriores lecturas de tus sutiles prosas;
la reciente impresión de tus triunfos... Prescindo
de más detalles para explicarte por eso
cómo, autumnal, te envió este ramo de rosas.

XXXII
NOCTURNO
A Mariano de Cavia.


Los que auscultasteis el corazón de la noche,
los que por el insomnio tenaz habéis oído
el cerrar de una puerta, el resonar de un coche
lejano, un eco vago, un ligero rüido...
En los instantes del silencio misterioso,
cuando surgen de su prisión los olvidados,
en la hora de los muertos, en la hora del reposo,
sabréis leer estos versos de amargor impregnados...
Como en un vaso vierto en ellos mis dolores
de lejanos recuerdos y desgracias funestas,
y las tristes nostalgias de mi alma, ebria de flores,
y el duelo de mi corazón, triste de fiestas.
y el pesar de no ser lo que yo hubiera sido,
la pérdida del reino que estaba para mí,
el pensar que un instante pude no haber nacido,
¡y el sueño que es mi vida desde que yo nací!
Todo esto viene en medio del silencio profundo
en que la noche envuelve la terrena ilusión,
y siento como un eco del corazón del mundo
que penetra y conmueve mi propio corazón.

XXXIII
URNA VOTIVA
A Lamberti.


Sobre el caro despojo esta urna cincelo:
un amable frescor de inmortal siempreviva
que decore la greca de la urna votiva
en la copa que guarda rocío del cielo;
una alondra fugaz sorprendida en su vuelo
cuando fuese a cantar en la rama de oliva,
una estatua de Diana en la selva nativa
que la Musa Armonía envolviera en su velo.
Tal, si fuese escultor, con amor cincelara
en el mármol divino que me brinda Carrara,
coronando la obra una lira, una cruz;
y sería mi sueño, al nacer de la aurora,
contemplar, en la faz de una niña que llora,
una lágrima llena de amor y de luz.

XXXIV
PROGRAMA MATINAL


¡Claras horas de la mañana
en que mil clarines de oro
dicen la divina diana!
¡Salve al celeste Sol sonoro!
En la angustia de la ignorancia
de lo porvenir, saludemos
la barca llena de fragancia
que tiene de marfil los remos.
Epicúreos o soñadores,
amemos la gloriosa Vida,
siempre coronados de flores
¡Y siempre la antorcha encendida!
Exprimamos de los racimos
de nuestra vida transitoria
los placeres por que vivimos
y los champañas de la gloria.
Devanemos de amor los hilos,
hagamos, porque es bello, el bien,
y después durmamos tranquilos
y por siempre jamás. Amén.

XXXV
IBIS


Cuidadoso estoy siempre ante el Ibis de Ovidio,
enigma humano tan ponzoñoso y süave
que casi no pretende su condición de ave
cuando se ha conquistado sus terrores de ofidio.

XXXVI
THANATOS


En medio del camino de la vida...
dijo Dante. Su verso se convierte:
En medio del camino de la muerte.
Y no hay que aborrecer a la ignorada
emperatriz y reina de la Nada.
Por ella nuestra tela está tejida,
y ella en la copa de los sueños vierte
un contrario nepente: ¡ella no olvida!

XXXVII
OFRENDA


Bandera que aprisiona
el aliento de Abril,
corona
tu torre de marfil.
Cual princesa encantada,
eres mimada por
un hada
de rosado color.
Las rosas que tú pises
tu boca han de envidiar;
los lises,
tu pureza estelar.
Carrera de Atalanta
lleva tu dicha en flor;
y canta
tu nombre un ruiseñor.
Y si meditabunda
sientes pena fugaz,
inunda
luz celeste tu faz.
Ronsard, lira de Galia,
te daría un ron del;
Italia
te brindara el pincel,
para que la corona
tuviese, celestial
Madona,
en un lienzo inmortal.
Ten el laurel cariño,
hoy, cuando aspiro a que
vaya a ornar tu corpiño
mi rimado bouquet.

XXXVIII
PROPOSITO PRIMAVERAL
A Vargas Vila.


A saludar me ofrezco y a celebrar me obligo
tu triunfo, Amor, al beso de la estación que llega
mientras el blanco cisne del lago azul navega
en el mágico parque de mis triunfos testigo.
Amor, tu hoz de oro ha segado mi trigo;
por ti me halaga el suave son de la flauta griega,
y por ti Venus pródiga sus manzanas me entrega
y me brinda las perlas de las mieles del higo.
En el erecto término coloco una corona
en que de rosas frescas la púrpura detona;
y en tanto canta el agua bajo el boscaje obscuro,
junto a la adolescente que en el mis terio inicio
apuraré, alternando con tu dulce ejercicio,
las ánforas de oro del divino Epicuro.

XXXIX
LETANIAS DE NUESTRO SEÑOR
DON QUIJOTE
A Navarro Ledesma.


Rey de los hidalgos, señor de los tristes,
que de fuerza alimentas y de ensueños vistes,
coronado de áureo y yelmo de ilusión;
que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón.
Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los caminos
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias,
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad...
Caballero errante de los caballeros,
barón de varones, príncipe de fieros,
par entre los pares, maestro, ¡salud!
¡Salud, porque juzgo que hoy muy poca tienes,
entre los aplausos o entre los desdenes,
y entre las coronas y los parabienes
y las tonterías de la multitud!
¡Tú, para quien pocas fueron las victorias
antiguas, y para quien clásicas glorias
serían apenas de ley y razón,
soportas elogios, memorias, discursos,
resistes certámenes, tarjetas, concursos,
y, teniendo a arfeo, tienes a orfeón!
Escucha, divino Rolando del sueño,
a un enamorado de tu Clavileño,
y cuyo Pegas o relincha hacia ti;
escucha los versos de estas letanías,
hechas con las cosas de todos los días
y con otras que en lo misterioso vi.
¡Ruega por nosotros, hambrientos de vida,
con el alma a tientas, con la fe perdida,
llenos de congojas y faltos de sol;
por advenedizas almas de manga ancha,
que ridiculizan el ser de la Mancha,
el ser generoso y el ser español!
¡Ruega por nosotros, que necesitamos
las mágicas rosas, los sublimes ramos
de laurel! Pro nobis ora, gran señor.
(Tiemblan las florestas de laurel del mundo,
y antes que tu hermano vago, Segismundo,
el pálido Hámlet te ofrece una flor.)
Ruega generoso, piadoso, orgulloso;
ruega, casto, puro, celeste, animoso;
por nos intercede, suplica por nos,
pues casi ya estamos sin savia, sin brote,
sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,
sin pies y sin alas, sin Sancho y sin Dios.
De tantas tristezas, de dolores tantos,
de los superhombres de Nietzsche, de cantos
áfonos, recetas que firma un doctor,
de las epidemias de horribles blasfemias
de las Academias,
¡líbranos, señor!
De rudos malsines,
falsos paladines,
y espíritus finos y blandos y ruines,
del hampa que sacia
su canallocracia
con burlar la gloria, la vida, el honor,
del puñal con gracia,
¡líbranos, señor!
Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los caminos
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad...
¡Ora por nosotros, señor de los tristes,
que de fuerza alientas y de sueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón!

XL
ALLA LEJOS


Buey que vi en mi niñez echando vaho un día
bajo el nicaragüense sol de encendidos oros,
en la hacienda fecunda, plena de la armonía
del trópico; paloma de los bosques sonoros
del viento, de las hachas, de pájaros y toros
salvajes, yo os saludo, pues sois la vida mía.
Pesado buey, tú evocas la dulce madrugada
que llamaba a la ordeña de la vaca lechera,
cuando era mi existencia toda blanca y rosada;
y tú, paloma arrulladora y montañera,
significas en mi primavera pasada
todo lo que hay en la divina Primavera.

XLI
LO FATAL
A René Pérez.


Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésta ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos...!

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