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domingo, octubre 25, 2009

APRENDIZAJE EN EL DESIERTO



Senderos Del Despertar:

Aprendizaje En El Desierto


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Enseñanzas Basadas
En El Legado Espiritual De Los
“Padres Del Desierto”






DONDE EL DESIERTO ES, ADEMÁS,
UN ESTADO DE CONCIENCIA






E.C.M.





REFLEXIONES MIENTRAS CAMINO POR EL DESIERTO:





·
...durante tres años llevé un guijarro en la boca hasta que logré guardar silencio.

·
Hasta que te des cuenta que únicamente está el Sendero y tú solos en el mundo, no encontrarás reposo en ésta vida.

·
Sin el Sendero no estarías vivo. Por eso no puedes estar separado de él.

·
El administrador consciente lo da todo en el mundo exterior sin guardar nada para sí.

·
Trabaja interiormente y únicamente necesitarás una hora de sueño.

·
La serenidad y la quietud te llegará por el alejamiento de todos los afectos.

·
El despertar comienza cuando te des cuenta que estas dormido.

·
La quietud es una fortaleza que te vuelve invulnerable.



·
¿Qué debes hacer? Lo que te dicte tu esencia. Todo lo que hagas según tu esencia pertenece al sendero de la supraconsciencia. Lo que hagas según tu personalidad pertenece al sueño y al mundo de lo ilusorio.

·
Habla lo estrictamente necesario.

·
Te reconoceré por el esfuerzo.

·
Mantén silencio sobre tus calamidades; eso es una lucha entre el Sendero y tú.

·
No te quejes nunca.

·
Tienes que estar alerta ante las distracciones.

·
No busques tu propia gloria con las palabras y las ideas de los demás.

·
La repetición incesante de la pregunta ¿quién soy yo? te llevará al despertar.

·
Preguntas por qué tienes miedo del desierto: porque vives todavía.

·
Preguntas por qué te desanimas tan fácilmente: porque aún no has experimentado el despertar.

·
Preguntas cuál es el trabajo: estar siempre alerta.

·
Preguntas por qué soy incansable: porque cada día espero la muerte.

·
Me preguntas hasta cuando tienes que guardar silencio: hasta que se te pregunte.

·
No des rienda suelta a los pensamientos.

·
Procura que tus palabras sean más sencillas que tus actos.

·
No pienses a la ligera.

·
Camina, que el camino mismo te dirá por dónde tienes que ir.

·
El discernimiento te permitirá controlar y ser conscientes de los deseos.

·
Los apegos prolongan el sueño. No te apegues a nada. Camina sin peso encima.

·
El olvido es terrible. Recuerda siempre las lecciones y los propósitos.

·
Los árboles que son trasplantados a menudo no dan frutos. Manténte en el mismo camino sin cambiar.

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Abstente de tener más de lo necesario. Si tienes muchas cosas parte de tu atención se dispersará en mantenerlas.

·
Las cosas materiales pueden recuperarse. La ocasión no.

·
Si estás pendiente de satisfacer a tus deseos no estás pendiente del despertar. No se puede estar en dos sitios a la vez.


·
Es más interesante aprender que enseñar.

·
La paz interior deviene del desapego.

·
¿Eres todo lo consciente que puedes ser? ¿Realizas todo el esfuerzo que verdaderamente puedes? ¿Poner todo el empeño? Si queda algo, por pequeño que sea, no vale.

·
El silencio es la mayor fuente de aprendizaje.

·
Donde sea que vivas y, hagas lo que hagas, vive como si vivieras en el desierto.

·
Pero cuidado con la soledad mundana.

·
Lleva el trabajo interior hasta sus últimas consecuencias. Mientras que haya algo por hacer no se ha hecho nada.


·
Buscamos el despertar y sin embargo vivimos sumidos en el sueño de mil acciones innecesarias.

·
Lo que consigas sin esfuerzo no tiene valor.

·
El progreso viene cuando conocemos nuestras limitaciones.

·
No dejes reposar en tu mente algo diferente a los propósitos del despertar.



·
Todos los días debemos renovar el propósito de despertar. Cada día es un nuevo comienzo, una nueva posibilidad.

·
Mientras mantengas la atención centrada todo está bien; si bajas la guardia entra el sueño e inutiliza el trabajo realizado.

·
¿Comenzaste demasiado tarde la búsqueda del despertar? Aunque no alcances el despertar es mejor haber entrado en el sendero que haber pasado toda la vida dormido.

·
Mide tus limitaciones cuando ayudes a los demás. Hay fronteras que no deben cruzarse.

·
No te destaques. Permanece invisible. Si los demás están pendiente de ti se detiene el desarrollo interior.

·
Debes tener claro que quieres despertar, que quieres alcanzar un estado superior de consciencia. De lo contrario no comiences el trabajo sobre ti mismo.

·
Cuando los demás te pregunten recuerda siempre que están tan dormido como ellos.

·
Tu tranquilidad vendrá cuando dejes de juzgar.

·
No enseñes sin humildad.

·
Un trabajo importante que debes desarrollar es el discernimiento.


Apuntes:



La búsqueda del despertar debe producir felicidad.

El despertar no es una evasión, algo abstracto: el despertar soy yo mirándome directamente mientras camino por la vida .

Este sendero pasa por la plenitud, pues nos aleja de las leyes de causa-efectos del sueño.

Todo tiempo es bueno para el trabajo interior. Sobre todo ahora. Porque no hay otro.



miércoles, octubre 14, 2009

EL HORLA

EL HORLA
8 de mayo
¡Qué hermoso día! He pasado toda la mañana tendido sobre la hierba, delante de mi casa, bajo el enorme plátano que la cubre, la resguarda y le da sombra. Adoro esta región, y me gusta vivir aquí porque he echado raíces aquí, esas raíces profundas y delicadas que unen al hombre con la tierra donde nacieron y murieron sus abuelos, esas raíces que lo unen a lo que se piensa y a lo que se come, a las costumbres como a los alimentos, a los modismos regionales, a la forma de hablar de sus habitantes, a los perfumes de la tierra, de las aldeas y del aire mismo.
Adoro la casa donde he crecido. Desde mis ventanas veo el Sena que corre detrás del camino, a lo largo de mi jardín, casi dentro de mi casa, el grande y ancho Sena, cubierto de barcos, en el tramo entre Ruán y El Havre.
A lo lejos y a la izquierda, está Ruán, la vasta ciudad de techos azules, con sus numerosas y agudas torres góticas, delicadas o macizas, dominadas por la flecha de hierro de su catedral, y pobladas de campanas que tañen en el aire azul de las mañanas hermosas enviándome su suave y lejano murmullo de hierro, su canto de bronce que me llega con mayor o menor intensidad según que la brisa aumente o disminuya.
¡Qué hermosa mañana!
A eso de las once pasó frente a mi ventana un largo convoy de navíos arrastrados por un remolcador grande como una mosca, que jadeaba de fatiga lanzando por su chimenea un humo espeso.
Después, pasaron dos goletas inglesas, cuyas rojas banderas flameaban sobre el fondo del cielo, y un soberbio bergantín brasileño, blanco y admirablemente limpio y reluciente. Saludé su paso sin saber por qué, pues sentí placer al contemplarlo.
11 de mayo
Tengo algo de fiebre desde hace algunos días. Me siento dolorido o más bien triste.
¿De dónde vienen esas misteriosas influencias que trasforman nuestro bienestar en desaliento y nuestra confianza en angustia? Diríase qué el aire, el aire invisible, está poblado de lo desconocido, de poderes cuya misteriosa proximidad experimentamos. ¿Por qué al despertarme siento una gran alegría y ganas de cantar, y luego, sorpresivamente, después de dar un corto paseo por la costa, regreso desolado como si me esperase una desgracia en mi casa? ¿Tal vez una ráfaga fría al rozarme la piel me ha alterado los nervios y ensombrecido el alma? ¿Acaso la forma de las nubes o el color tan variable del día o de las cosas me ha perturbado el pensamiento al pasar por mis ojos? ¿Quién puede saberlo? Todo lo que nos rodea, lo que vemos sin mirar, lo que rozamos inconscientemente, lo que tocamos sin palpar y lo que encontramos sin reparar en ello, tiene efectos rápidos, sorprendentes e inexplicables sobre nosotros, sobre nuestros órganos y, por consiguiente, sobre nuestros pensamientos y nuestro corazón.
¡Cuán profundo es el misterio de lo Invisible! No podemos explorarlo con nuestros mediocres sentidos, con nuestros ojos que no pueden percibir lo muy grande ni lo muy pequeño, lo muy próximo ni lo muy lejano, los habitantes de una estrella ni los de una gota de agua. . . con nuestros oídos que nos engañan, trasformando las vibraciones del aire en ondas sonoras, como si fueran hadas que convierten milagrosamente en sonido ese movimiento, y que mediante esa metamorfosis hacen surgir la música que trasforma en canto la muda agitación de la naturaleza... con nuestro olfato, más débil que el del perro... con nuestro sentido del gusto, que apenas puede distinguir la edad de un vino.
¡Cuántas cosas descubriríamos a nuestro alrededor si tuviéramos otros órganos que realizaran para nosotros otros milagros!
16 de mayo
Decididamente, estoy enfermo. ¡Y pensar que estaba tan bien el mes pasado! Tengo fiebre, una fiebre atroz, o, mejor dicho, una nerviosidad febril que afecta por igual el alma y el cuerpo. Tengo continuamente la angustiosa sensación de un peligro que me amenaza, la aprensión de una desgracia inminente o de la muerte que se aproxima, el presentimiento suscitado por el comienzo de un mal aún desconocido que germina en la carne y en la sangre.
18 de mayo
Acabo de consultar al médico pues ya no podía dormir. Me ha encontrado el pulso acelerado, los ojos inflamados y los nervios alterados, pero ningún síntoma alarmante. Debo darme duchas y tomar bromuro de potasio.
25 de mayo
¡No siento ninguna mejoría! Mi estado es realmente extraño. Cuando se aproxima la noche, me invade una inexplicable inquietud, como si la noche ocultase una terrible amenaza para mí. Ceno rápidamente y luego trato de leer, pero no comprendo las palabras y apenas distingo las letras. Camino entonces de un extremo a otro de la sala sintiendo la opresión de un temor confuso e irresistible, el temor de dormir y el temor de la cama. A las diez subo a la habitación. En cuanto entro, doy dos vueltas a la llave y corro los cerrojos; tengo miedo. . . ¿de qué?. . . Hasta ahora nunca sentía temor por nada. . . abro mis armarios, miro debajo de la cama; escucho... escucho... ¿qué?... ¿Acaso puede sorprender que un malestar, un trastorno de la circulación, y tal vez una ligera congestión, una pequeña perturbación del funcionamiento tan imperfecto y delicado de nuestra máquina viviente, convierta en un melancólico al más alegre de los hombres y en un cobarde al más valiente? Luego me acuesto y espero el sueño como si esperase al verdugo. Espero su llegada con espanto; mi corazón late intensamente y mis piernas se estremecen; todo mi cuerpo tiembla en medio del calor de la cama hasta el momento en que caigo bruscamente en el sueño como si me ahogara en un abismo de agua estancada. Ya no siento llegar como antes a ese sueño pérfido, oculto cerca de mi, que me acecha, se apodera de mi cabeza, me cierra los ojos y me aniquila.
Duermo durante dos o tres horas, y luego no es un sueño sino una pesadilla lo que se apodera de mí. Sé perfectamente que estoy acostado y que duermo. . . lo comprendo y lo sé. . . y siento también que alguien se aproxima, me mira, me toca, sube sobre la cama, se arrodilla sobre mi pecho y tomando mi cuello entre sus manos aprieta y aprieta... con todas sus fuerzas para estrangularme.
Trato de defenderme, impedido por esa impotencia atroz que nos paraliza en los sueños: quiero gritar y no puedo; trato de moverme y no puedo; con angustiosos esfuerzos y jadeante, trato de liberarme, de rechazar ese ser que me aplasta y me asfixia, ¡pero no puedo!
Y de pronto, me despierto enloquecido y cubierto de sudor. Enciendo una bujía. Estoy solo. Después de esa crisis, que se repite todas las noches, duermo por fin tranquilamente hasta el amanecer.
2 de junio
Mi estado se ha agravado. ¿Qué es lo que tengo? El bromuro y las duchas no me producen ningún efecto. Para fatigarme más, a pesar de que ya me sentía cansado, fui a dar un paseo por el bosque de Roumare. En un principio, me pareció que el aire suave, ligero y fresco, lleno de aromas de hierbas y hojas vertía una sangre nueva en mis venas y nuevas energías en mi corazón. Caminé por una gran avenida de caza y después por una estrecha alameda, entre dos filas de árboles desmesuradamente altos que formaban un techo verde y espeso, casi negro, entre el cielo y yo.
De pronto sentí un estremecimiento, no de frío sino un extraño temblor angustioso. Apresuré el paso, inquieto por hallarme solo en ese bosque, atemorizado sin razón por el profundo silencio. De improviso, me pareció que me seguían, que alguien marchaba detrás de mí, muy cerca, muy cerca, casi pisándome los talones.
Me volví hacia atrás con brusquedad. Estaba solo. Únicamente vi detrás de mí el resto y amplio sendero, vacío, alto, pavorosamente vacío; y del otro lado se extendía también hasta perderse de vista de modo igualmente solitario y atemorizante.
Cerré los ojos, ¿por qué? Y me puse a girar sobre un pie como un trompo. Estuve a punto de caer; abrí los ojos: los árboles bailaban, la tierra flotaba, tuve que sentarme. Después ya no supe por dónde había llegado hasta allí. ¡Qué extraño! Ya no recordaba nada. Tomé hacia la derecha, y llegué a la avenida que me había llevado al centro del bosque.
3 de junio
He pasado una noche horrible. Voy a irme de aquí por algunas semanas. Un viaje breve sin duda me tranquilizará.
2 de julio
Regreso restablecido. El viaje ha sido delicioso. Visité el monte Saint-Michel que no conocía. ¡Qué hermosa visión se tiene al llegar a Avranches, como llegué yo al caer la tarde! La ciudad se halla sobre una colina. Cuando me llevaron al jardín botánico, situado en un extremo de la población, no pude evitar un grito de admiración. Una extensa bahía se extendía ante mis ojos hasta el horizonte, entre dos costas lejanas que se esfumaban en medio de la bruma, y en el centro de esa inmensa bahía, bajo un dorado cielo despejado, se elevaba un monte extraño, sombrío y puntiagudo en las arenas de la playa. El sol acababa de ocultarse, y en el horizonte aún rojizo se recortaba el perfil de ese fantástico acantilado que lleva en su cima un fantástico monumento.
Al amanecer me dirigí hacia allí. El mar estaba bajo como la tarde anterior y a medida que me acercaba veía elevarse gradualmente a la sorprendente abadía. Luego de varias horas de marcha, llegué al enorme bloque de piedra en cuya cima se halla la pequeña población dominada por la gran iglesia. Después de subir por la calle estrecha y empinada, penetré en la más admirable morada gótica construida por Dios en la tierra, vasta como una ciudad, con numerosos recintos de techo bajo, como aplastados por bóvedas y galerías superiores sostenidas por frágiles columnas. Entré en esa gigantesca joya de granito, ligera como un encaje, cubierta de torres, de esbeltos torreones, a los cuales se sube por intrincadas escaleras, que destacan en el cielo azul del día y negro de la noche sus extrañas cúpulas erizadas de quimeras, diablos, animales fantásticos y flores monstruosas, unidas entre sí por finos arcos labrados.
Cuando llegué a la cumbre, dije al monje que me acompañaba:
—¡Qué bien se debe estar aquí, padre!
—Es un lugar muy ventoso, señor—me respondió. Y nos pusimos a conversar mientras mirábamos subir el mar, que avanzaba sobre la playa y parecía cubrirla con una coraza de acero.
El monje me refirió historias, todas las viejas historias del lugar, leyendas, muchas leyendas. Una de ellas me impresionó mucho. Los nacidos en el monte aseguran que de noche se oyen voces en la playa y después se perciben los balidos de dos cabras, una de voz fuerte y la otra de voz débil. Los incrédulos afirman que son los graznidos de las aves marinas que se asemejan a balidos o a quejas humanas, pero los pescadores rezagados juran haber encontrado merodeando por las dunas, entre dos mareas y alrededor de la pequeña población tan alejada del mundo, a un viejo pastor cuya cabeza nunca pudieron ver por llevarla cubierta con su capa, y delante de él marchan un macho cabrío con rostro de hombre y una cabra con rostro de mujer; ambos tienen largos cabellos blancos y hablan sin cesar: discuten en una lengua desconocida, interrumpiéndose de pronto para balar con todas sus fuerzas.
—¿Cree usted en eso?—pregunté al monje.
—No sé—me contestó.
Yo proseguí:
—Si existieran en la tierra otros seres diferentes de nosotros, los conoceríamos desde hace mucho tiempo; ¿cómo es posible que no los hayamos visto usted ni yo?
—¿Acaso vemos—me respondió—la cienmilésima parte de lo que existe? Observe por ejemplo el viento, que es la fuerza más poderosa de la naturaleza; el viento, que derriba hombres y edificios, que arranca de cuajo los árboles y levanta montañas de agua en el mar, que destruye los acantilados y que arroja contra ellos a las grandes naves, el viento que mata, silba, gime y ruge, ¿acaso lo ha visto alguna vez? ¿Acaso lo puede ver? Y sin embargo existe.
Ante este sencillo razonamiento opté por callarme. Este hombre podía ser un sabio o tal vez un tonto. No podía afirmarlo con certeza, pero me llamé a silencio. Con mucha frecuencia había pensado en lo que me dijo.
3 de julio
Dormí mal; evidentemente, hay una influencia febril, pues mi cochero sufre del mismo mal que yo. Ayer, al regresar, observé su extraña palidez. Le pregunté:
—¿Qué tiene, Jean?
—Ya no puedo descansar; mis noches desgastan mis días. Desde la partida del señor parece que padezco una especie de hechizo.
Los demás criados están bien, pero temo que me vuelvan las crisis.
4 de julio
Decididamente, las crisis vuelven a empezar. Vuelvo a tener las mismas pesadillas. Anoche sentí que alguien se inclinaba sobre mí y con su boca sobre la mía, bebía mi vida. Sí, la bebía con la misma avidez que una sanguijuela. Luego se incorporó saciado, y yo me desperté tan extenuado y aniquilado, que apenas podía moverme. Si eso se prolonga durante algunos días volveré a ausentarme.
5 de julio
¿He perdido la razón? Lo que pasó, lo que vi anoche, ¡es tan extraño que cuando pienso en ello pierdo la cabeza!
Había cerrado la puerta con llave, como todas las noches, y luego sentí sed, bebí medio vaso de agua y observé distraídamente que la botella estaba llena.
Me acosté en seguida y caí en uno de mis espantosos sueños del cual pude salir cerca de dos horas después con una sacudida más horrible aún. Imagínense ustedes un hombre que es asesinado mientras duerme, que despierta con un cuchillo clavado en el pecho, jadeante y cubierto de sangre, que no puede respirar y que muere sin comprender lo que ha sucedido. Después de recobrar la razón, sentí nuevamente sed; encendí una bujía y me dirigí hacia la mesa donde había dejado la botella. La levanté inclinándola sobre el vaso, pero no había una gota de agua. Estaba vacía, ¡completamente vacía! Al principio no comprendí nada, pero de pronto sentí una emoción tan atroz que tuve que sentarme o, mejor dicho, me desplomé sobre una silla. Luego me incorporé de un salto para mirar a mi alrededor. Después volví a sentarme delante del cristal trasparente, lleno de asombro y terror. Lo observaba con la mirada fija, tratando de imaginarme lo que había pasado. Mis manos temblaban. ¿Quién se había bebido el agua? Yo, yo sin duda. ¿Quién podía haber sido sino yo? Entonces... yo era sonámbulo, y vivía sin saberlo esa doble vida misteriosa que nos hace pensar que hay en nosotros dos seres, o que a veces un ser extraño, desconocido e invisible anima, mientras dormimos, nuestro cuerpo cautivo que le obedece como a nosotros y más que a nosotros.
¡Ah! ¿Quién podrá comprender mi abominable angustia? ¿Quién podrá comprender la emoción de un hombre mentalmente sano, perfectamente despierto y en uso de razón al contemplar espantado una botella que se ha vaciado mientras dormía? Y así permanecí hasta el amanecer sin atreverme a volver a la cama.
6 de julio
Pierdo la razón. ¡Anoche también bebieron el agua de la botella, o tal vez la bebí yo!
10 de julio
Acabo de hacer sorprendentes comprobaciones. ¡Decididamente estoy loco! Y sin embargo... El 6 de julio, antes de acostarme puse sobre la mesa vino, leche, agua, pan y fresas. Han bebido —o he bebido—toda el agua y un poco de leche. No han tocado el vino, ni el pan ni las fresas.
El 7 de julio he repetido la prueba con idénticos resultados.
El 8 de julio suprimí el agua y la leche, y no han tocado nada.
Por último, el 9 de julio puse sobre la mesa solamente el agua y la leche, teniendo especial cuidado de envolver las botellas con lienzos de muselina blanca y de atar los tapones. Luego me froté con grafito los labios, la barba y las manos y me acosté.
Un sueño irresistible se apoderó de mí, seguido poco después por el atroz despertar. No me había movido; ni siquiera mis sábanas estaban manchadas. Corrí hacia la mesa. Los lienzos que envolvían las botellas seguían limpios e inmaculados. Desaté los tapones, palpitante de emoción . ¡ Se habían bebido toda el agua y toda la leche! ¡Ah! ¡Dios mío!...
Partiré inmediatamente hacia París.
12 de julio
París. Estos últimos días había perdido la cabeza. Tal vez he sido juguete de mi enervada imaginación, salvo que yo sea realmente sonámbulo o que haya sufrido una de esas influencias comprobadas, pero hasta ahora inexplicables, que se llaman sugestiones. De todos modos, mi extravío rayaba en la demencia, y han bastado veinticuatro horas en París para recobrar la cordura. Ayer, después de paseos y visitas, que me han renovado y vivificado el alma, terminé el día en el Théatre-Francais. Representábase una pieza de Alejandro Dumas hijo. Este autor vivaz y pujante ha terminado de curarme. Es evidente que la soledad resulta peligrosa para las mentes que piensan demasiado. Necesitamos ver a nuestro alrededor a hombres que piensen y hablen. Cuando permanecemos solos durante mucho tiempo, poblamos de fantasmas el vacío. Regresé muy contento al hotel, caminando por el centro. Al codearme con la multitud, pensé, no sin ironía, en mis terrores y suposiciones de la semana pasada, pues creí, sí, creí que un ser invisible vivía bajo mi techo. Cuán débil es nuestra razón y cuán rápidamente se extravía cuando nos estremece un hecho incomprensible.
En lugar de concluir con estas simples palabras : "Yo no comprendo porque no puedo explicarme las causas", nos imaginamos en seguida impresionantes misterios y poderes sobrenaturales.
14 de julio
Fiesta de la República. He paseado por las calles. Los cohetes y banderas me divirtieron como a un niño. Sin embargo, me parece una tontería ponerse contento un día determinado por decreto del gobierno. El pueblo es un rebaño de imbéciles, a veces tonto y paciente, y otras, feroz y rebelde. Se le dice: "Diviértete". Y se divierte. Se le dice: "Ve a combatir con tu vecino". Y va a combatir. Se le dice: "Vota por el emperador". Y vota por el emperador. Después: "Vota por la República". Y vota por la República.
Los que lo dirigen son igualmente tontos, pero en lugar de obedecer a hombres se atienen a principios, que por lo mismo que son principios sólo pueden ser necios, estériles y falsos, es decir, ideas consideradas ciertas e inmutables, tan luego en este mundo donde nada es seguro y donde la luz y el sonido son ilusorios.
16 de julio
Ayer he visto cosas que me preocuparon mucho. Cené en casa de mi prima, la señora Sablé, casada con el jefe del regimiento 76 de cazadores de Limoges. Conocí allí a dos señoras jóvenes, casada una de ellas con el doctor Parent que se dedica intensamente al estudio de las enfermedades nerviosas y de los fenómenos extraordinarios que hoy dan origen a las experiencias sobre hipnotismo y sugestión.
Nos refirió detalladamente los prodigiosos resultados obtenidos por los sabios ingleses y por los médicos de la escuela de Nancy. Los hechos que expuso me parecieron tan extraños que manifesté mi incredulidad.
—Estamos a punto de descubrir uno de los más importantes secretos de la naturaleza—decía el doctor Parent—,
es decir, uno de sus más importantes secretos aquí en la tierra, puesto que hay evidentemente otros secretos importantes en las estrellas. Desde que el hombre piensa, desde que aprendió a expresar y a escribir su pensamiento, se siente tocado por un misterio impenetrable para sus sentidos groseros e imperfectos, y trata de suplir la impotencia de dichos sentidos mediante el esfuerzo de su inteligencia. Cuando la inteligencia permanecía aún en un estado rudimentario, la obsesión de los fenómenos invisibles adquiría formas comúnmente terroríficas. De ahí las creencias populares en lo sobrenatural. Las leyendas de las almas en pena, las hadas, los gnomos y los aparecidos; me atrevería a mencionar incluso la leyenda de Dios, pues nuestras concepciones del artífice creador de cualquier religión son las invenciones más mediocres, estúpidas e inaceptables que pueden salir de la mente atemorizada de los hombres. Nada es más cierto que este pensamiento de Voltaire: "Dios ha hecho al hombre a su imagen y semejanza pero el hombre también ha procedido así con él.
"Pero desde hace algo más de un siglo, parece percibirse algo nuevo. Mesmer y algunos otros nos señalan un nuevo camino y, efectivamente, sobre todo desde hace cuatro o cinco años, se han obtenido sorprendentes resultados."
Mi prima, también muy incrédula, sonreía. El doctor Parent le dijo:
—¿Quiere que la hipnotice, señora?
—Sí; me parece bien.
Ella se sentó en un sillón y él comenzó a mirarla fijamente. De improviso, me dominó la turbación, mi corazón latía con fuerza y sentía una opresión en la garganta. Veía cerrarse pesadamente los ojos de la señora Sablé, y su boca se crispaba y parecía jadear. Al cabo de diez minutos dormía.
—Póngase detrás de ella—me dijo el médico.
Obedecí su indicación, y él colocó en las manos de mi prima una tarjeta de visita al tiempo que le decía: "Esto es un espejo; ¿qué ve en él?"
—Veo a mi primo—respondió.
—¿Qué hace?
—Se atusa el bigote. —¿ Y ahora ?
-—Saca una fotografía del bolsillo.
—¿Quién aparece en la fotografía?
—Él, mi primo.
¡Era cierto! Esa misma tarde me habían entregado esa fotografía en el hotel.
—¿Cómo aparece en ese retrato?
—Se halla de pie, con el sombrero en la mano. Evidentemente, veía en esa tarjeta de cartulina lo que hubiera visto en un espejo.
Las damas decían espantadas:
"¡Basta! ¡Basta, por favor!"
Pero el médico ordenó: "
Usted se levantará mañana a las ocho; luego irá a ver a su primo al hotel donde se aloja, y le pedirá que le preste los cinco mil francos que le pide su esposo y que le reclamará cuando regrese de su próximo viaje". Luego la despertó.
Mientras regresaba al hotel pensé en esa curiosa sesión y me asaltaron dudas, no sobre la insospechable, la total buena fe de mi prima a quien conocía desde la infancia como a una hermana, sino sobre la seriedad del médico. ¿No escondería en su mano un espejo que mostraba a la joven dormida, al mismo tiempo que la tarjeta?
Los prestidigitadores profesionales hacen cosas semejantes.
No bien regresé me acosté.
Pero a las ocho y media de la mañana me despertó mi mucamo y me dijo:
—La señora Sablé quiere hablar inmediatamente con el señor.
Me vestí de prisa y la hice pasar.
Sentóse muy turbada y me dijo sin levantar la mirada ni quitarse el velo:
—Querido primo, tengo que pedirle un gran favor.
—¿De qué se trata, prima?
—Me cuesta mucho decirlo, pero no tengo más remedio. Necesito urgentemente cinco mil francos.
—Pero cómo, ¿tan luego usted?
—Sí, yo, o mejor dicho mi esposo, que me ha encargado conseguirlos.
Me quedé tan asombrado que apenas podía balbucear mis respuestas. Pensaba que ella y el doctor Parent se estaba burlando de mí, y que eso podía ser una mera farsa preparada de antemano y representada a la perfección.
Pero todas mis dudas se disiparon cuando la observé con atención. Temblaba de angustia. Evidentemente esta gestión le resultaba muy penosa y advertí que apenas podía reprimir el llanto.
Sabía que era muy rica y le dije:
—¿Cómo es posible que su esposo no disponga de cinco mil francos? Reflexione. ¿Está segura de que le ha encargado pedírmelos a mí?
Vaciló durante algunos segundos como si le costara mucho recordar, y luego respondió: —Sí... sí... estoy segura.
—¿Le ha escrito?
Vaciló otra vez y volvió a pensar. Advertí el penoso esfuerzo de su mente. No sabía. Sólo recordaba que debía pedirme ese préstamo para su esposo. Por consiguiente, se decidió a mentir.
—Sí, me escribió.
—¿Cuándo? Ayer no me dijo nada.
—Recibí su carta esta mañana.
—¿Puede enseñármela?
—No, no... contenía cosas íntimas... demasiado personales... y la he... la he quemado.
—Así que su marido tiene deudas.
Vaciló una vez más y luego murmuró:
—No lo sé.
Bruscamente le dije:
—Pero en este momento, querida prima, no dispongo de cinco mil francos.
Dio una especie de grito de desesperación:
—¡Ay! ¡Por favor! Se lo ruego! Trate de conseguirlos . . .
Exaltada, unía sus manos como si se tratara de un ruego. Su voz cambió de tono; lloraba murmurando cosas ininteligibles, molesta y dominada por la orden irresistible que había recibido.
¡Ay! Le suplico... si supiera cómo sufro... los necesito para hoy. Sentí piedad por ella.
—Los tendrá de cualquier manera. Se lo prometo.
—¡Oh! ¡Gracias, gracias! ¡Qué bondadoso es usted !
—¿Recuerda lo que pasó anoche en su casa?—le pregunté entonces.
—Sí.
—¿Recuerda que el doctor Parent la hipnotizó?
— Sí..
—Pues bien, fue él quien le ordenó venir esta mañana a pedirme cinco mil francos, y en este momento usted obedece a su sugestión.
Reflexionó durante algunos instantes y luego respondió:
—Pero es mi esposo quien me los pide. Durante una hora traté infructuosamente de convencerla. Cuando se fue, corrí a casa del doctor Parent. Me dijo:
—¿Se ha convencido ahora?
—Sí, no hay más remedio que creer.
—Vamos a ver a su prima.
Cuando llegamos dormitaba en un sofá, rendida por el cansancio. El médico le tomó el pulso, la miró durante algún tiempo con una mano extendida hacia sus ojos que la joven cerró debido al influjo irresistible del poder magnético.
Cuando se durmió, el doctor Parent le dijo:
—¡Su esposo no necesita los cinco mil francos! Por lo tanto, usted debe olvidar que ha rogado a su primo para que se los preste, y si le habla de eso, usted no comprenderá.
Luego le despertó. Entonces saqué mi billetera.
—Aquí tiene, querida prima. Lo que me pidió esta mañana .
Se mostró tan sorprendida que no me atreví a insistir. Traté, sin embargo, de refrescar su memoria, pero negó todo enfáticamente, creyendo que me burlaba, y poco faltó para que se enojase.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Acabo de regresar. La experiencia me ha impresionado tanto que no he podido almorzar.
19 de julio
Muchas personas a quienes he referido esta aventura se han reído de mí. Ya no sé qué pensar. El sabio dijo: "Quizá".
21 de julio
Cené en Bougival y después estuve en el baile de los remeros. Decididamente, todo depende del lugar y del medio. Creer en lo sobrenatural en la isla de la Grenouillère sería el colmo del desatino... pero ¿no es así en la cima del monte Saint-Michel, y en la India? Sufrimos la influencia de lo que nos rodea. Regresaré a casa la semana próxima.
30 de julio
Ayer he regresado a casa. Todo está bien.
2 de agosto No hay novedades. Hace un tiempo espléndido. Paso los días mirando correr el Sena. 4 de agosto Hay problemas entre mis criados. Aseguran que alguien rompe los vasos en los armarios por la noche. El mucamo acusa a la cocinera y ésta a la lavandera quien a su vez acusa a los dos primeros. ¿Quién es el culpable? El tiempo lo dirá. 6 de agosto Esta vez no estoy loco. Lo he visto... ¡lo he visto! Ya no tengo la menor duda. . . ¡lo he visto! Aún siento frío hasta en las uñas. . . el miedo me penetra hasta la médula... ¡Lo he visto!... A las dos de la tarde me paseaba a pleno sol por mi rosedal; caminaba por el sendero de rosales de otoño que comienzan a florecer. Me detuve a observar un hermoso ejemplar de géant des batailles, que tenía tres flores magníficas, y vi entonces con toda claridad cerca de mí que el tallo de una de las rosas se doblaba como movido por una mano invisible: ¡luego, vi que se quebraba como si la misma mano lo cortase! Luego la flor se elevó, siguiendo la curva que habría descrito un brazo al llevarla hacia una boca y permaneció suspendida en el aire trasparente, muy sola e inmóvil, como una pavorosa mancha a tres pasos de mí. Azorado, me arrojé sobre ella para tomarla. Pero no pude hacerlo: había desaparecido. Sentí entonces rabia contra mí mismo, pues no es posible que una persona razonable tenga semejantes alucinaciones . Pero, ¿tratábase realmente de una alucinación? Volví hacia el rosal para buscar el tallo cortado e inmediatamente lo encontré, recién cortado, entre las dos rosas que permanecían en la rama. Regresé entonces a casa con la mente alterada; en efecto, ahora estoy convencido, seguro como de la alternancia de los días y las noches, de que existe cerca de mí un ser invisible, que se alimenta de leche y agua, que puede tocar las cosas, tomarlas y cambiarlas de lugar; dotado, por consiguiente, de un cuerpo material aunque imperceptible para nuestros sentidos, y que habita en mi casa como yo... 7 de agosto Dormí tranquilamente. Se ha bebido el agua de la botella pero no perturbó mi sueño. Me pregunto si estoy loco. Cuando a veces me paseo a pleno sol, a lo largo de la costa, he dudado de mi razón; no son ya dudas inciertas como las que he tenido hasta ahora, sino dudas precisas, absolutas. He visto locos. He conocido algunos que seguían siendo inteligentes, lúcidos y sagaces en todas las cosas de la vida menos en un punto. Hablaban de todo con claridad, facilidad y profundidad, pero de pronto su pensamiento chocaba contra el escollo de la locura y se hacía pedazos, volaba en fragmentos y se hundía en ese océano siniestro y furioso, lleno de olas fragorosas, brumosas y borrascosas que se llama "demencia ". Ciertamente, estaría convencido de mi locura, si no tuviera perfecta conciencia de mi estado, al examinarlo con toda lucidez. En suma, yo sólo sería un alucinado que razona. Se habría producido en mi mente uno de esos trastornos que hoy tratan de estudiar y precisar los fisiólogos modernos, y dicho trastorno habría provocado en mí una profunda ruptura en lo referente al orden y a la lógica de las ideas. Fenómenos semejantes se producen en el sueño, que nos muestra las fantasmagorías más inverosímiles sin que ello nos sorprenda, porque mientras duerme el aparato verificador, el sentido del control, la facultad imaginativa vigila y trabaja. ¿Acaso ha dejado de funcionar en mí una de las imperceptibles teclas del teclado cerebral? Hay hombres que a raíz de accidentes pierden la memoria de los nombres propios, de las cifras o solamente de las fechas. Hoy se ha comprobado la localización de todas las partes del pensamiento. No puede sorprender entonces que en este momento se haya disminuido mi facultad de controlar la irrealidad de ciertas alucinaciones. Pensaba en todo ello mientras caminaba por la orilla del río. El sol iluminaba el agua, sus rayos embellecían la tierra y llenaban mis ojos de amor por la vida, por las golondrinas cuya agilidad constituye para mí un motivo de alegría, por las hierbas de la orilla cuyo estremecimiento es un placer para mis oídos. Sin embargo, paulatinamente me invadía un malestar inexplicable. Me parecía que una fuerza desconocida me detenía, me paralizaba, impidiéndome avanzar, y que trataba de hacerme volver atrás. Sentí ese doloroso deseo de volver que nos oprime cuando hemos dejado en nuestra casa a un enfermo querido y presentimos una agravación del mal. Regresé entonces, a pesar mío, convencido de que encontraría en casa una mala noticia, una carta o un telegrama. Nada de eso había, y me quedé más sorprendido e inquieto aún que si hubiese tenido una nueva visión fantástica. 8 de agosto Pasé una noche horrible. Él no ha aparecido más, pero lo siento cerca de mí. Me espía, me mira, se introduce en mí y me domina. Así me resulta más temible, pues al ocultarse de este modo parece manifestar su presencia invisible y constante mediante fenómenos sobrenaturales. Sin embargo he podido dormir. 9 de agosto Nada ha sucedido. pero tengo miedo. 10 de agosto Nada: ¿qué sucederá mañana? 11 de agosto Nada, siempre nada; no puedo quedarme aquí con este miedo y estos pensamientos que dominan mi mente; me voy. 12 de agosto, 10 de la noche Durante todo el día he tratado de partir, pero no he podido. He intentado realizar ese acto tan fácil y sencillo—salir, subir en mi coche para dirigirme a Ruán—y no he podido. ¿Por qué? 13 de agosto Cuando nos atacan ciertas enfermedades nuestros mecanismos físicos parecen fallar. Sentimos que nos faltan las energías y que todos nuestros músculos se relajan; los huesos parecen tan blandos como la carne y la carne tan líquida como el agua. Todo eso repercute en mi espíritu de manera extraña y desoladora. Carezco de fuerzas y de valor; no puedo dominarme y ni siquiera puedo hacer intervenir mi voluntad. Ya no tengo iniciativa; pero alguien lo hace por mí, y yo obedezco. 14 de agosto ¡Estoy perdido! ¡Alguien domina mi alma y la dirige! Alguien ordena todos mis actos, mis movimientos y mis pensamientos. Ya no soy nada en mí; no soy más que un espectador prisionero y aterrorizado por todas las cosas que realizo. Quiero salir y no puedo. Él no quiere y tengo que quedarme, azorado y tembloroso, en el sillón donde me obliga a sentarme. Sólo deseo levantarme, incorporarme para sentirme todavía dueño de mí. ¡Pero no puedo! Estoy clavado en mi asiento, y mi sillón se adhiere al suelo de tal modo que no habría fuerza capaz de movernos. De pronto, siento la irresistible necesidad de ir al huerto a cortar fresas y comerlas. Y voy. Corto fresas y las como. ¡Oh Dios mío! ¡Dios mío! ¿Será acaso un Dios? Si lo es, ¡salvadme! ¡Libradme! ¡Socorredme! ¡Perdón! ¡Piedad! ¡Misericordia! ¡Salvadme! ¡Oh, qué sufrimiento! ¡Qué suplicio! ¡Qué horror! 15 de agosto Evidentemente, así estaba poseída y dominada mi prima cuando fue a pedirme cinco mil francos. Obedecía a un poder extraño que había penetrado en ella como otra alma, como un alma parásita y dominadora. ¿Es acaso el fin del mundo? Pero, ¿quién es el ser invisible que me domina? ¿Quién es ese desconocido, ese merodeador de una raza sobrenatural? Por consiguiente, ¡los invisibles existen! ¿Pero cómo es posible que aún no se hayan manifestado desde el origen del mundo en una forma tan evidente como se manifiestan en mí? Nunca leí nada que se asemejara a lo que ha sucedido en mi casa. Si pudiera abandonarla, irme, huir y no regresar más, me salvaría, pero no puedo. 16 de agosto Hoy pude escaparme durante dos horas, como un preso que encuentra casualmente abierta la puerta de su calabozo. De pronto, sentí que yo estaba libre y que él se hallaba lejos. Ordené uncir los caballos rápidamente y me dirigí a Ruán. Qué alegría poder decirle a un hombre que obedece: "¡Vamos a Ruán!" Hice detener la marcha frente a la biblioteca donde solicité en préstamo el gran tratado del doctor Hermann Herestauss sobre los habitantes desconocidos del mundo antiguo y moderno. Después, cuando me disponía a subir a mi coche, quise decir: "¡A la estación!" y grité—no dije, grité—con una voz tan fuerte que llamó la atención de los transeúntes: "A casa", y caí pesadamente, loco de angustia, en el asiento. Él me había encontrado y volvía a posesionarse de mí. 17 de agosto ¡Ah! ¡Qué noche! ¡Qué noche! Y sin embargo me parece que debería alegrarme. Leí hasta la una de la madrugada. Hermann Herestauss, doctor en filosofía y en teogonía, ha escrito la historia y las manifestaciones de todos los seres invisibles que merodean alrededor del hombre o han sido soñados por él. Describe sus orígenes, sus dominios y sus poderes. Pero ninguno de ellos se parece al que me domina. Se diría que el hombre, desde que pudo pensar, presintió y temió la presencia de un ser nuevo más fuerte que él —su sucesor en el mundo—y que como no pudo prever la naturaleza de este amo, creó, en medio de su terror, todo ese mundo fantástico de seres ocultos y de fantasmas misteriosos surgidos del miedo. Después de leer hasta la una de la madrugada, me senté junto a mi ventana abierta para refrescarme la cabeza y el pensamiento con la apacible brisa de la noche. Era una noche hermosa y tibia, que en otra ocasión me hubiera gustado mucho. No había luna. Las estrellas brillaban en las profundidades del cielo con estremecedores destellos. ¿Quién vive en aquellos mundos? ¿Qué formas, qué seres vivientes, animales o plantas, existirán allí? Los seres pensantes de esos universos, ¿serán más sabios y más poderosos que nosotros? ¿Conocerán lo que nosotros ignoramos? Tal vez cualquiera de estos días uno de ellos atravesará el espacio y llegará a la tierra para conquistarla, así como antiguamente los normandos sometían a los pueblos más débiles. Somos tan indefensos, inermes, ignorantes y pequeños, sobre este trozo de lodo que gira disuelto en una gota de agua. Pensando en eso, me adormecí en medio del fresco viento de la noche. Pero después de dormir unos cuarenta minutos, abrí los ojos sin hacer un movimiento, despertado por no sé qué emoción confusa y extraña. En un principio no vi nada, pero de pronto me pareció que una de las páginas del libro que había dejado abierto sobre la mesa acababa de darse vuelta sola. No entraba ninguna corriente de aire por la ventana. Esperé, sorprendido. Al cabo de cuatro minutos, vi, sí, vi con mis propios ojos, que una nueva página se levantaba y caía sobre la otra, como movida por un dedo. Mi sillón estaba vacío, aparentemente estaba vacío, pero comprendí que él estaba leyendo allí, sentado en mi lugar. ¡Con un furioso salto, un salto de fiera irritada que se rebela contra el domador, atravesé la habitación para atraparlo, estrangularlo y matarlo! Pero antes de que llegara, el sillón cayó delante de mí como si él hubiera huido. . . la mesa osciló, la lámpara rodó por el suelo y se apagó, y la ventana se cerró como si un malhechor sorprendido hubiese escapado por la oscuridad, tomando con ambas manos los batientes. Había escapado; había sentido miedo, ¡miedo de mí! Entonces, mañana. . . pasado mañana o cualquier a de estos... podré tenerlo bajo mis puños y aplastarlo contra el suelo. ¿Acaso a veces los perros no muerden y degüellan a sus amos? 18 de agosto He pensado durante todo el día. ¡Oh!, sí, voy a obedecerle, seguiré sus impulsos, cumpliré sus deseos, seré humilde, sumiso y cobarde. Él es más fuerte. Hasta que llegue el momento... 19 de agosto ¡Ya sé. . . ya sé todo! Acabo de leer lo que sigue en la Revista del Mundo Científico: "Nos llega una noticia muy curiosa de Río de Janeiro. Una epidemia de locura, comparable a las demencias contagiosas que asolaron a los pueblos europeos en la Edad Media, se ha producido en el Estado de San Pablo. Los habitantes despavoridos abandonan sus casas y huyen de los pueblos, dejan sus cultivos, creyéndose poseídos y dominados, como un rebaño humano, por seres invisibles aunque tangibles, por especies de vampiros que se alimentan de sus vidas mientras los habitantes duermen, y que además beben agua y leche sin apetecerles aparentemente ningún otro alimento. "El profesor don Pedro Henríquez, en compañía de varios médicos eminentes, ha partido para el Estado de San Pablo, a fin de estudiar sobre el terreno el origen y las manifestaciones de esta sorprendente locura, y poder aconsejar al Emperador las medidas que juzgue convenientes para apaciguar a los delirantes pobladores." ¡Ah! ¡Ahora recuerdo el hermoso bergantín brasileño que pasó frente a mis ventanas remontando el Sena, el 8 de mayo último! Me pareció tan hermoso, blanco y alegre. Allí estaba él que venía de lejos, ¡del lugar de donde es originaria su raza! ¡Y me vio! Vio también mi blanca vivienda, y saltó del navío a la costa. ¡Oh Dios mío! Ahora ya lo sé y lo presiento: el reinado del hombre ha terminado. Ha venido aquel que inspiró los primeros terrores de los pueblos primitivos. Aquel que exorcizaban los sacerdotes inquietos y que invocaban los brujos en las noches oscuras, aunque sin verlo todavía. Aquel a quien los presentimientos de los transitorios dueños del mundo adjudicaban formas monstruosas o graciosas de gnomos, espíritus, genios, hadas y duendes. Después de las groseras concepciones del espanto primitivo, hombres más perspicaces han presentido con mayor claridad. Mesmer lo sospechaba, y hace ya diez años que los médicos han descubierto la naturaleza de su poder de manera precisa, antes de que él mismo pudiera ejercerlo. Han jugado con el arma del nuevo Señor, con una facultad misteriosa sobre el alma humana. La han denominado magnetismo, hipnotismo, sugestión. . . ¡qué sé yo! ¡Los he visto divertirse como niños imprudentes con este terrible poder! ¡Desgraciados de nosotros! ¡Desgraciado del hombre! Ha llegado el... el... ¿cómo se llama?. . . el . . . parece qué me gritara su nombre y no lo oyese. . . el. . . sí. . . grita. . . Escucho... ¿cómo?... repite... el... Horla... He oído. . . el Horla. . . es él. . . ¡el Horla. . . ha llegado! . . . ¡Ah! El buitre se ha comido la paloma, el lobo ha devorado el cordero; el león ha devorado el búfalo de agudos cuernos: el hombre ha dado muerte al león con la flecha, el puñal y la pólvora, pero el Horla hará con el hombre lo que nosotros hemos hecho con el caballo y el buey: lo convertirá en su cosa, su servidor y su alimento, por el solo poder de su voluntad. ¡Desgraciados de nosotros! No obstante, a veces el animal se rebela y mata a quien lo domestica... yo también quiero... yo podría hacer lo mismo... pero primero hay que conocerlo, tocarlo y verlo. Los sabios afirman que los ojos de los animales no distinguen las mismas cosas que los nuestros. . . Y mis ojos no pueden distinguir al recién llegado que me oprime. ¿Por qué? ¡Oh! Recuerdo ahora las palabras del monje del monte Saint-Michel: "¿Acaso vemos la cienmilésima parte de lo que existe? Observe, por ejemplo, el viento que es la fuerza más poderosa de la naturaleza, el viento que derriba hombres y edificios, que arranca de cuajo los árboles, y levanta montañas de agua en el mar, que destruye los acantilados y arroja contra ellos a las grandes naves; el viento, que silba, gime y ruge. ¿Acaso lo ha visto usted alguna vez? ¿Acaso puede verlo? ¡Y sin embargo existe!" Y yo seguía pensando: mis ojos son tan débiles e imperfectos que ni siquiera distinguen los cuerpos sólidos cuando son trasparentes como el vidrio. . . Si un espejo sin azogue obstruye mi camino chocaré contra él como el pájaro que penetra en una habitación y se rompe la cabeza contra los vidrios. Por lo demás, mil cosas nos engañan y desorientan. No puede extrañar entonces que el hombre no sepa percibir un cuerpo nuevo que atraviesa la luz. ¡Un ser nuevo! ¿Por qué no? ¡No podía dejar de venir! ¿ Por qué nosotros íbamos a ser los últimos? Nosotros no los distinguimos pero tampoco nos distinguían los seres creados antes que nosotros. Ello se explica porque su naturaleza es más perfecta, más elaborada y mejor terminada que la nuestra, tan endeble y torpemente concebida, trabada por órganos siempre fatigados, siempre forzados como mecanismos demasiado complejos, que vive como una planta o como un animal, nutriéndose penosamente de aire, hierba y carne, máquina animal acosada por las enfermedades, las deformaciones y las putrefacciones; que respira con dificultad, imperfecta, primitiva y extraña, ingeniosamente mal hecha, obra grosera y delicada, bosquejo del ser que podría convertirse en inteligente y poderoso. Existen muchas especies en este mundo, desde la ostra al hombre. ¿Por qué no podría aparecer una más, después de cumplirse el período que separa las sucesivas apariciones de las diversas especies? ¿Por qué no puede aparecer una más? ¿Por qué no pueden surgir también nuevas especies de árboles de flores gigantescas y resplandecientes que perfumen regiones enteras? ¿Por qué no pueden aparecer otros elementos que no sean el fuego, el aire, la tierra y el agua? ¡Sólo son cuatro, nada más que cuatro, esos padres que alimentan a los seres! ¡Qué lástima! ¿Por qué no serán cuarenta, cuatrocientos o cuatro mil? ¡Todo es pobre, mezquino, miserable! ¡Todo se ha dado con avaricia, se ha inventado secamente y se ha hecho con torpeza! ¡Ah! ¡Cuánta gracia hay en el elefante y el hipopótamo! ¡Qué elegante es el camello! Se podrá decir que la mariposa es una flor que vuela. Yo sueño con una que sería tan grande como cien universos, con alas cuya forma, belleza, color y movimiento ni siquiera puedo describir. Pero lo veo. . . va de estrella a estrella, refrescándolas y perfumándolas con el soplo armonioso y ligero de su vuelo. . . Y los pueblos que allí habitan la miran pasar, extasiados y maravillados . . . ¿Qué es lo que tengo? Es el Horla que me hechiza, que me hace pensar esas locuras. Está en mí, se convierte en mi alma. ¡Lo mataré! 19 de agosto Lo mataré. ¡Lo he visto! Anoche yo estaba sentado a la mesa y simulé escribir con gran atención. Sabía perfectamente que vendría a rondar a mi alrededor, muy cerca, tan cerca que tal vez podría tocarlo y asirlo. ¡Y entonces!... Entonces tendría la fuerza de los desesperados; dispondría de mis manos, mis rodillas, mi pecho, mi frente y mis dientes para estrangularlo, aplastarlo, morderlo y despedazarlo. Yo acechaba con todos mis sentidos sobreexcitados. Había encendido las dos lámparas y las ocho bujías de la chimenea, como si fuese posible distinguirlo con esa luz. Frente a mí está mi cama, una vieja cama de roble, a la derecha la chimenea; a la izquierda la puerta cerrada cuidadosamente, después de dejarla abierta durante largo rato a fin de atraerlo; detrás de mí un gran armario con espejos que todos los días me servía para afeitarme y vestirme y donde acostumbraba mirarme de pies a cabeza cuando pasaba frente a él. Como dije antes, simulaba escribir para engañarlo, pues él también me espiaba. De pronto, sentí, sentí, tuve la certeza de que leía por encima de mi hombro, de que estaba allí rozándome la oreja. Me levanté con las manos extendidas, girando con tal rapidez que estuve a punto de caer. Pues bien... se veía como si fuera pleno día, ¡y sin embargo no me vi en el espejo!... ¡Estaba vacío, claro, profundo y resplandeciente de luz! ¡Mi imagen no aparecía y yo estaba frente a él! Veía aquel vidrio totalmente límpido de arriba abajo. Y lo miraba con ojos extraviados; no me atrevía a avanzar, y ya no tuve valor para hacer un movimiento más. Sentía que él estaba allí, pero que se me escaparía otra vez, con su cuerpo imperceptible que me impedía reflejarme en el espejo. ¡Cuánto miedo sentí! De pronto, mi imagen volvió a reflejarse pero como si estuviese envuelta en la bruma, como si la observase a través de una capa de agua. Me parecía que esa agua se deslizaba lentamente de izquierda a derecha y que paulatinamente mi imagen adquiría mayor nitidez. Era como el final de un eclipse. Lo que la ocultaba no parecía tener contornos precisos; era una especie de trasparencia opaca, que poco a poco se aclaraba. Por último, pude distinguirme completamente como todos los días. ¡Lo había visto! Conservo el espanto que aún me hace estremecer. 20 de agosto ¿Cómo podré matarlo si está fuera de mi alcance? ¿Envenenándolo? Pero él me verá mezclar el veneno en el agua y tal vez nuestros venenos no tienen ningún efecto sobre un cuerpo imperceptible. No... no... decididamente no. Pero entonces... ¿qué haré entonces? 21 de agosto He llamado a un cerrajero de Ruán y le he encargado persianas metálicas como las que tienen algunas residencias particulares de París, en la planta baja, para evitar los robos. Me haré además una puerta similar. Me debe haber tomado por un cobarde, pero no importa... 10 de setiembre Ruán, Hotel Continental. Ha sucedido.. . ha sucedido... pero, ¿habrá muerto? Lo que vi me ha trastornado. Ayer, después que el cerrajero colocó la persiana y la puerta de hierro, dejé todo abierto hasta medianoche a pesar de que comenzaba a hacer frío. De improviso, sentí que estaba aquí y me invadió la alegría, una enorme alegría. Me levanté lentamente y caminé en cualquier dirección durante algún tiempo para que no sospechase nada. Luego me quité los botines y me puse distraídamente unas pantuflas. Cerré después la persiana metálica y regresé con paso tranquilo hasta la puerta, cerrándola también con dos vueltas de llave. Regresé entonces hacia la ventana, la cerré con un candado y guardé la llave en el bolsillo. De pronto, comprendí que se agitaba a mi alrededor, que él también sentía miedo, y que me ordenaba que le abriera. Estuve a punto de ceder, pero no lo hice. Me acerqué a la puerta y la entreabrí lo suficiente como para poder pasar retrocediendo, y como soy muy alto mi cabeza llegaba hasta el dintel. Estaba seguro de que no había podido escapar y allí lo acorralé solo, completamente solo. ¡Qué alegría! ¡Había caído en mi poder! Entonces descendí corriendo a la planta baja; tomé las dos lámparas que se hallaban en la sala situada debajo de mi habitación, y, con el aceite que contenían rocié la alfombra, los muebles, todo. Luego les prendí fuego, y me puse a salvo después de cerrar bien, con dos vueltas de llave, la puerta de entrada. Me escondí en el fondo de mi jardín tras un macizo de laureles. ¡Qué larga me pareció la espera! Reinaba la más completa oscuridad, gran quietud y silencio; no soplaba la menor brisa, no había una sola estrella, nada más que montañas de nubes que aunque no se veían hacían sentir su gran peso sobre mi alma. Miraba mi casa y esperaba. ¡Qué larga era la espera! Creía que el fuego ya se había extinguido por sí solo o que él lo había extinguido. Hasta que vi que una de las ventanas se hacía astillas debido a la presión del incendio, y una gran llamarada roja y amarilla, larga, flexible y acariciante, ascender por la pared blanca hasta rebasar el techo. Una luz se reflejó en los árboles, en las ramas y en las hojas, y también un estremecimiento, ¡un estremecimiento de pánico! Los pájaros se despertaban; un perro comenzó a ladrar; parecía que iba a amanecer. De inmediato, estallaron otras ventanas, y pude ver que toda la planta baja de mi casa ya no era más que un espantoso brasero. Pero se oyó un grito en medio de la noche, un grito de mujer horrible, sobreagudo y desgarrador, al tiempo que se abrían las ventanas de dos buhardillas. ¡Me había olvidado de los criados! ¡Vi sus rostros enloquecidos y sus brazos que se agitaban!... Despavorido, eché a correr hacia el pueblo gritando: "¡Socorro! ¡Socorro! ¡Fuego! ¡Fuego!" Encontré gente que ya acudía al lugar y regresé con ellos para ver. La casa ya sólo era una hoguera horrible y magnífica, una gigantesca hoguera que iluminaba la tierra, una hoguera donde ardían los hombres, y él también. Él, mi prisionero, el nuevo Ser, el nuevo amo, ¡el Horla! De pronto el techo entero se derrumbó entre las paredes y un volcán de llamas ascendió hasta el cielo. Veía esa masa de fuego por todas las ventanas abiertas hacia ese enorme horno, y pensaba que él estaría allí, muerto en ese horno... ¿Muerto? ¿Será posible? ¿Acaso su cuerpo, que la luz atravesaba, podía destruirse por los mismos medios que destruyen nuestros cuerpos? ¿Y si no hubiera muerto? Tal vez sólo el tiempo puede dominar al Ser Invisible y Temido. ¿Para qué ese cuerpo trasparente, ese cuerpo invisible, ese cuerpo de Espíritu, si también está expuesto a los males, las heridas, las enfermedades y la destrucción prematura? ¿La destrucción prematura? ¡Todo el temor de la humanidad procede de ella! Después del hombre, el Horla. Después de aquel que puede morir todos los días, a cualquier hora, en cualquier minuto, en cualquier accidente, ha llegado aquel que morirá solamente un día determinado en una hora y en un minuto determinado, al llegar al límite de su vida. No... no... no hay duda, no hay duda... no ha muerto. . . entonces tendré que suicidarme. . .

martes, octubre 06, 2009

NINFAS DEL VALLE


GIBRÁN KHALIL GIBRÁN
NINFAS DEL VALLE
(1948)
MARTA
I

El padre de la niña murió cuando Marta estaba todavía en la cuna y su madre falleció antes de que la niña
cumpliera diez años de edad. Fue a vivir sus años de orfandad en la casa de un pobre vecino, que con su
mujer y sus hijos, vivía de los frutos de la tierra en una pequeña y. aislada aldea, en uno de los hermosos
valles del Líbano.
Al morir el padre de Marta, por toda herencia le dejó su nombre y una pobre cabaña que se alzaba entre
nogales y álamos. De su madre sólo había hererado lágrimas de dolor y su orfandad total. Vivió como una
extranjera en la tierra que la había visto nacer, sola entre árboles frondosos y altas rocas. Cada mañana, la
niña caminaba descalza, vestida de harapos, e iba a ordeñar a las vacas a una región del valle donde el pasto
era rico, y allí se sentaba la niña a la sombra de un árbol. Canta con los pajarillos y lloraba. con el arroyo,
mientras enviciaba a las vacas por disponer de abundante comida. Contemplaba las flores y el revoloteo de
las mariposas. Al hundirse el sol en el horizonte el hambre se apoderaba, de ella, y volvía a la cabaña, a
sentarse junto a la hija de su tutor, y a comer una escasa ración de pan de maíz, con un poco de truta seca y
frijoles humedecidos en vinagre y aceite de oliva. Después de la frugal cena, extendía pa .a seca en el:
suelo, en un rincón, y se acostaba, reposando la cabeza en sus brazos. Luego se dormía y suspiraba, y
deseaba que la vida` fuera un sueño largo y profundo, sin ensueños y sin despertar. Cerca del alba, su tutor
la despertaba bruscamente para que lo sirviera, y la niña despertaba temblando de miedo por la dureza y la
ira de su tutor. Así pasaron varios años en la vida de Marta, la desventurada, entre aque.llas distantes
colinas y apartados valles.
Pronto comenzó a sentir la niña en su corazón el despertar de emociones que hasta entonces no había
tenido; era como estar conciente del perfume del corazón de una flor. Extraños sueños y pensamientos se
arremolinaban en ella, como un rebaño que cruzara un río. Despertaba en ella la mujer y parecía tierra
fresca y virgen preparada para recibir la semilla del conocimiento, y para sentir las huellas de la
experiencia. Era una muchacha retraída y pura, a la que un decreto inescrutable del destino había exiliado
en aquella granja apartada, cuya vida se regía en todas sus fases con las estaciones del año. Era como una
sombra de un dios desconocido, que residiera entre la tierra y el sol.
Los que hemos pasado la mayor parte de nuestra existencia en ciudades llenas de gente sabemos muy
poco de la vida de quienes habitan en los pueblos y en las aldeas apartadas del Líbano. Nos arrastra la
corriente de la civilización moderna. Hemos olvidado -o por lo menos así lo pensamosla filosofía de esa
vida hermosa y simple, llena de pureza y de candor espiritual. Pero si volviéramos la mirada hacia esa -
vida, la veríamos sonreír en lá primavera, la veríamos durmiendo la siesta al sol del verano; la veríamos
cosechar en el otoño, y reposar en el invierno, y la consideraríamos como a nuestra madre naturaleza en
todos sus estados de ánimo. Somos más ricos en bienes materiales que aquellos aldeanos; pero el espíritu
del campesino es más noble que el nuestro. Nosotros sembramos mucho, y no cosechamos nada; en
cambio, todo lo que ellos siembran lo cosechan. Nosotros, los que vivimos en la ciudad, somos esclavos de
nuestros apetitos; ellos, son los hijos de la alegría simple. Nosotros bebemos en la copa de la vida un
líquido enturbiado con amargura,, desesperación, temores y hastío. Ellos beben el claro vino de la vida
sencilla.
Marta llegó a la edad de dieciséis años. Su alma era un reluciente espejo que reflejaba toda la hermosura
de los campos, y su corazón era como los anchos valles, que repetía, como el eco, los sonidos dula.
Naturaleza.
Un día de otoño, en que el campo parecía lleno de tristeza, la muchacha se sentó junto a un arroyo,
sintiendo que su alma estaba libre de la prisión terrenal, como los pensamientos de la imaginación de un
poeta, y contempla ba la danza de las hojas amarillas conforme iban cayendo de los árboles. Veía cómo el
viento jugaba con esas hojas, así como la muerte juega con las almas de los hombres. Observaba las flores
marchitas, con sus corazones secos y rotos en mil pedazos. Las flores almacenaban sus semillas en el seno
de la tierra, así como las mujeres esconden sus joyas en tiempos de guerra y disturbios.
Mientras la muchacha permanecía contemplando las flores y los árboles, compartiendo el dolor de las
plantas en el otoño, oyó el sonido de cascos de caballos en las rotas piedras del valle. Volvió la cabeza, y
vio que un jinete avanzaba lentamente hacia ella; sus arneses y su. ropa hablaban dé riqueza y bienestar.
Aquel jinete desmontó y la saludó ama blemente, con modales delicados que ningún hombre había tenido
con ella.
-He perdido el camino que conduce a la costa. ¿Podrías indicármelo? -le preguntó.
La muchacha se puso en pie al borde del arroyo, erecta como una rama joven, y contestó:
-No lo sé, señor, pero iré a preguntarle -a mi tutor, porque él sabe.
,Al pronunciar estas palabras, la muchacha sintió un poco de temor, y la timidez y modestia de su acento
realzaron su juventud y su belleza. Ya se marchaba, cuando aquel hombre la detuvo con un ademán. El.
rojo vino de la juventud circula ba vigorosamente por sus venas, y su mirada cambió al decir: -No; no te
vayas.
La joven permaneció en pie, con expresión de sorpresa, pues había sentido en aquella voz una fuerza que
le impedía moverse. Miró furtivamente al caballero, que a su vez la mira ba con atención; con una mirada
que ella no podía entender. Luego, le dedicó una sonrisa-tan encantadora, tan tierna, que la muchacha sintió
ganas de llorar. Aquel hombre posó una mirada afectuosa en los pies descalzos, en las delicadas muñecas,
en el terso cuello, en el suave y espeso cabello. Notó, con creciente pasión, la bronceada piel soleada, y
aquellos brazos, que la naturaleza habia hecho fuertes. Pero la muchacha permaneció silenciosa y
avergonzada. No quería irse, y, por razones que no lograba explicarse, tampoco podía hablar.
La vaca lechera volvió aquella tarde al establo sin su ama, pues Marta no regresó. Al volver su tutor de
los campos, la buscó por todas partes, y no la encontró. La llamó por su nombre, pero no obtuvo más
respuesta que los .ecos de, las cuevas y el ulular del viento en las copas de los árboles. Volvió entristecido a
su cabaña, y le dijo a su mujer lo que había pasado. La campesina lloró calladamente toda la noche, y decía,
en medio de sus sollozos:
-La he, visto en sueños, en las garras de una bestia salvaje, que rasgaba su cuerpo en pedazos, mientras
ella sonreía y lloraba.
Tal es la historia sobre Marta cuando vivía en aquella hermosa aldea. Me la contó un viejo aldeano que la
había conocido desde que- era una niñita. La muchacha había desaparecido de,aquella comarca, sin dejar
tras de sí, más que unas cuantas lágrimas en los ojos de una campesina, y un patético recuerdo que vagaba
con la brisa de la mañana sobre el valle, y que luego, como el aliento de un niño en el cristal de una
ventana, se desvaneció para siempre.
II
Volví a Beirut en el otoñó del año 1900, después de pasar mis vacaciones de estudiante en el norte del
Líbano. Y antes de volver a mis estudios pasé una semana vagando alrededor de la ciudad en compañía de
algunos camaradas, saboreando las delicias de la libertad, de la que los jóvenes están hambrientos, y que se
les niega en sus casas y en las cuatro paredes de las aulas. En esa edad, y en tiempo de vacaciones, el joven
es como un ave, que al encontrar abierta su jaula, vuela llena de júbilo, con el corazón lleno de trinos y de
la alegría de la escapatoria.
La juventud es un bello sueño, pero su dulzura se ve esclavizada por el hastío de los libros, y su
despertar es doloroso.
Acaso llegue un día en que los hombrs sabios puedan unir los sueños de la juventud y el deleite del
aprendizaje, como la confidencia une a los corazones en conflicto. Acaso llegue un día en que el maestro
del hombre sea la naturaleza, la. humanidad, su libro, y la vida, su escuela. ¿Llegará ese día? No lo
sabemos, pero sentimos la urgencia que nos impulsa hacia arriba, hacia el progreso espiritual, y ese
progreso es comprensión de la belleza que existe en todo lo creado, mediante la bondad que existe en
nosotros y la expansión de la felicidad mediante nuestro amor por esa belleza.
Aquella tarde, estaba yo sentado en el porche de mi casa, observando los movimientos de la gente 'y
escuchando los pregones de los vendedores ambulantes, cada cual alabando la excelencia de sus mercancías
y alimentos, cuando un muchachito se me acercó. Tendría unos cinco años de- edad, vestía harapos, y en el
hombro llevaba una bandeja llena de ramitos de flores. Con voz temblorosa y débil, como si fuera parte de
su herencia de largos, sufrimientos, me pidió que le comprara unas flores.
Observé aquella carita pálida, donde brillaban unos ojos negros, oscurecidos con las sombras de la
enfermedad y la pobreza; su boca era como una cicatriz abiert a en un pecho herido; sus delgados brazos
desnudos y su cuerpecito macilento se doblaban por el peso de la bandeja de ores, como un rosal marchito
entre frescas plantas verdes. Vi todo esto de una sola mirada, y sonreí sintiendo lástima, con una sonrisa en
la que había la amargura de las lágrimas. Una de esas sonrisas que nacen en la profundidad del corazón y
afloran a los labios: si reprimimos estas sonrisas, se reflejan en nuestros ojos.
Le compré algunas flores, pero era su charla lo que quería yo comprar, pues sentí que en sus tristes
miradas y en su lastimoso aspecto se escondía una tragedia: la tragedia de los pobres, que perpetuamente se
representa en el escenario de los días. Al hablarle con palabras amables, se mostró amistoso; como si
hubiera encontrado a alguien que le pudiera ofrecer un poco de protección y seguridad. Me miró asombrado,
porque los de su clase sólo están acostumbrados a recibir malos tratos de los otros niños, que
consideran a los muchachos de la calle como cosas despreciable s, y no como a pequeñas almas heridas por
las flechas de la desventura. Luego le pregunté su nombre.
-Fuad -contestó, con los ojos fijos en el suelo.
Proseguí:
-¿De quién eres hijo, y dónde está tu familia?
-Soy el hijo de Marta, mujer del pueblo de Ban.
-¿Yquién es tu padre? -le pregunté.
Movió la cabecita, como aquel que ignora quién es su padre.
-Entonces, ¿en dónde está tu madre, Fuad?
-En casa, enferma.
Estas escasas palabras salidas de los labios de aquel niño resonaron en mis oídos con acentos, familiares,
y en mi más profundo sentimiento se formaron extrañas imágenes de melancolía, pues supe, en el acto, que
la desventurada Marta cuya historia había yo oído de los aldeanos, vivía, enferma, en Beirut. Aquella
muchacha que sólo ayer moraba entre los árboles y los valles, lejos del sufrimiento, estaba padeciendo las
penalidades del hambre y del dolor en la gran ciudad. La muchacha huérfana que había pasado su niñez en
diálogo con la naturaleza, cuidando de las vacas en los hermosos prados, había sido arrastrada por la marea
de la corrupta civilización, para convertirse en presa de la miseria y el in fortunio.
Al pasar estas ideas por nú mente, el niño seguía mirándome, como si viera con los ojos de su inocente
espíritu el sufrimiento de mi corazón.
El muchachito hizo ademán de retirarse, pero yo le tomé la mano y le dije:
-Llévame donde está tu madre; quiero verla.
Me condujo por las calles, caminaba delante de mí silencioso y asombrado. De vez en cuando miraba
hacia atrás, para comprobar si verdaderamente yo lo iba siguiendo. Sentía temor y pena. Caminé por sucias
callejuelas donde el aire estaba turbio con el aliento de la muerte, y pasamos por casuchas donde los
hombres viciados se entregaban a malas accio nes tras las cortinas de la noche. Pasamos por callejones
donde el viento silbaba como una serpiente, y yo caminaba detrás de aquel muchachito de tiernos años, de
inocente corazón y mudo valor. Tenía el valor de los que están familia rizados con la maldad de una ciudad
que en el Medio Oriente se conoce como "la novia de Siria", y "la perla de la corona de reyes". Por fin,
llegamos a un suburbio miserable, y el muchachito entró en una morada humildísima, a la que el paso de
los años había convertido en lastimosas ruinas.
Entré, detras de él, sin tiendo que mi corazón latía apresuradamente. Me vi en medio de un cuartucho en
donde el aire era húmedo. Por todo mueble había una lámpara cuya débil, luz cortaba la oscuridad con
amarillentos rayos, y un camstro cuya apariencia hablaba de la más extremada pobreza, de abandono y
necesidad. En aquel camastro dormía una, mujer con el rostro vuelto hacia la pared, como si en ella quisiera
refugiarse de las crueldades del mundo; o acaso viera en las carcomidas piedras un corazón más tierno y
compasivo que el de los hombres. El niño se acercó a la mujer, gritando:
- ¡Madre! ¡Madre!
La mujer se volvió hacia nosotros y vio al niño, que me señalaba. Hizo un movimiento defensivo bajo los
harapos que la cúbrían, y con voz amarga por los sufrimientos de un espíritu en agonía, exclamó:
¿Qué quieres de mí, hombre? ¿Vienes a comprar los últimos restos de mi vida, para saciar tu sed de
placer? Apártate de mí, pue las calles están llenas de mujeres dispuestas a vender sus cuerpos y sus almas a
bajo precio. Yo no tengo que vender sino unos cuantos suspiros, que pronto comprará la muerte con la paz
de la tumba.
Me acerqué a su lecho. Las palabras de aquella mujer llegaron a lo más profundo de mi corazón, porque
eran el final de un relato triste. Le hablé, deseando que mis sentimientos fluyeran junto con mis palabras:
-No tengas temor-de mí, Marta. No he venido a verte como una bestia de rapiña, sino como un hombre
triste. Soy del Líbano y he vivido mucho tiempo entre esos valles y aldeas, cerca de los bosques de cedros.
No temas nada, Marta. La mujer escuchó mis palabras y supo que surgían de la profundidad de un espíritu
que lloraba junto con ella, pues tembló en su lecho como una rama desnuda ante el viento in vernal. Se llevó
las manos a la cara, como si quisiera ocultarse de aquel triste recuerdo, aterrador en su dulzura y amargo en
su belleza. Tras un silencio y un suspiro, volvió a aparecer su rostro entre los hombros temblorosos. Vi sus
ojos hundidos que parecían mirar algo invisible allí, en el vacío de aquella habitación, y vi que sus labios
temblaban con desesperación. En su garganta roncaba ya la muerte, con un profundo y lastimoso lamento.
Luego, habló con acento de súplica, debilitado por el dolor:
-Has venido aquí movido- por la bondad y la compasión, y si es verdad la compasión por los pecadores
es un acto piadoso, y si la compasión por los que se han extraviado es meritoria, el Cielo te recompensará.
Pero te ruego te alejes de aquí y vuelvas al lugar de donde vienes, pues tu presencia en este sitio arrojará,
vergüenza sobre ti, y tu compasión por mí, te valdrá insultos y desprecio. Vete, antes de que alguien te vea
en este cuarto manchado por los cerdos. Camina con premura y tápate el rostro con tu capa, para que
ningún transeúnte pueda reconocerte. La compasión que sientes no me devolverá mi pureza, ni borrará mi
pecado, ni apartará la poderosa mano de la muerte, que ya pesa sobre mí. Mi maldad y mis culpas me han.
arrojado a estas negras profundidades. Que tu compasión no te 'acarree escarnio. Soy una leprosa que vive
entre las tumbas. No te acerques a mí para que la gente no te considere sucio y se aparte de ti. Vuelve ahora
a aquellos sagrados valles; más no menciones mi nombre, pues el pastor rechazará a la oveja enferma, para
que no se contaeie su rebaño. Y si algún día debes mencionarme, di que Marta, mujer del pueblo de Ban, ha
muerto; no digas nada más.
Luego, tomó las manecitas de su .hijo, Y las besó tristemente. Suspiró, y volvió a hablar:
-La gente mirará a mi hijo con desprecio y burla, di ciendo que es un retoño del pecado; dirán que es el
hijo de Marta, la ramera; el hijo de la vergüenza y del azar. Dirán de el cosas peores, pues la gente es ciega,
y no verá que su madre ha purificado su niñez con dolor y con lágrimas, y que le ha. dado la vida con su
tristeza y su infortunio. Moriré, dejándolo huérfano entre los hijos de la calle, solo en su exis tencia, sin
piedad, con un terrible recuerdo como única herencia. Si es cobarde y débil, se avergonzará de este
recuerdo; pero si es valeroso y justo, su sangre circulará con orgullo. Si el Cielo lo preserva y le da fuerzas
para llegar a ser un hombre, el Cielo lo ayudará para luchar contra quienes le han hecho daño a él, y a su
madre. Pero si muere y lo liberan del peso de los años, me encontrará en el, más allá, donde todo es luz y
reposo, esperando su llegada.
Mi corazón me inspiró estas palabras;
-No eres leprosa, Marta, aunque hayas morado entre las tumbas. No eres impura, aunque la vida te haya
colocado en las manos de los impuros. La impureza de la carne no puede llegar al espíritu puro, y los copos
de nieve no pueden matar a las vivinetes semillas. ¿Qué es la vida, sino una era de tris tezas donde las
espigas de las almas se esparcen antes de dar fruto? Tengamos piedad del trigo que no cae en la era, pues
la:s hormigas de la tierra se lo llevarán, y las aves del Cielo se lo llevarán, y ese trigo no entrará en los
graneros del dueño del campo.
"Eres víctima de la opresión, Marta, y quien te ha opri mido nació en un palacio, y es grande por su
riqueza, pero de alma pequeña. Eres perseguida y despreciada, pero más vale que una persona sea la
oprimida, y no la opresora; y es mejor ser víctima de los instintos humanos, que ser poderoso para aplastar
las flores de la vida y desfigurar las bellezas del sentimiento con los malos deseos. El alma es un eslabón en
la cadena divina. El calor de la vida puede torcer este eslabón y destruir la belleza de -su redondez, pero no
puede transformar su oro en otro metal; antes bien, el calor puede hacer que el preciosos metal brille más.
Pero ay de. aquel que sea débil, y que permita que el fuego lo consuma y lo convierta en cenizas para que
los vientos las esparzan sobre la faz del desierto. Sí, Marta, eres una flor aplastada por la plata del animal
que se oculta en el ser humano. Pesados pies han pasado sobre ti y te han abatido, pero no han aniquilado
esa fragancia que sube con el lamento de las viudas y el lloro de los huérfanos, y el suspiro de los pobres
hacia el Cielo, fuente de la justicia y de la misericordia. Que te sirva de consuelo, Marta, saber que eres la
flor aplastada, y no el pie que la ha aplastado.
Marta me había escuchado atentamente, y en su rostro brillaba un poco de consuelo, como las nubes
cuando las iluminan los suaves rayos del sol poniente. Me invitó a sentarme al lado de ella. Así lo hice,
tratando de leer en sus elocuentes facciones las ocultas sombras de su triste espíritu. Tenía la mirada de los
que saben que están a punto de morir. Era la mirada de una muchacha aún en la primavera de la vida, que
siente los pasos de la muerte aproximándose a su lecho. La mirada de una mujer olvidada, que hacía poco
caniinaba`por los hermosos valles del Líbano, llena de vida y energía, y que en aquel momento, exhausta,
sólo esperaba la liberación de los lazos de la existencia.
Tras un silencio conmovido, aquella mujer reunió sus últimas fuerzs y empezó a hablar; y sus lágrimas
dieron un significado más profundo a sus palabras, pues parecía poner el alma en cada débil sollozo, y me
dijo:
-Sí, soy una mujer oprimida; soy la presa del animal que vive en el hombre; la flor pisoteada... Yo estaba
sentada al borde del arroyo, cuando él pasó, a caballo. Me habló ama blemente y dijo que era yo hermosa,
que me amaba y que nunca me olvidaría. También dijo que los grandes espacios eran sitios desolados, y
que los valles eran la morada de las aves y de los chacales... Me tomó en sus brazos, me atrajo hacia su
pecho, y me besó. Hasta entonces no conocía yo el sabor de los besos, pues era yo una huérfana
desamparada. Me subió a la grupa de su caballo y me llevó a una hermosa casa solitaria. Allí me dio
vestidos de seda, y perfume, y ricos manjares... Todo esto lo hizo sonriendo, -pero detrás de sus palabras
dulces y de sus ademanes amorosos ocultaba su ujuria y sus deseos animales. Y cuando estuvo satisfecho
con mi cuerpo y con la humillación de mi espíritu, se fue, dejándome una viva llama que fue creciendo
suavemente. Luego, caí en esta oscuridad, fuente de dolor y amargas lágrimas... Así la vida se dividió para
mí en dos partes: una débil y desamparada, y la otra más pequeña, que lloraba en los silencios de la noche,
buscando volver al gran vacío. En aquella casa solitaria mi opresor nos dejó a mí y a mi niño de brazos,
entregados a las crueldades del hambre, del frío y de la soledad. No teníamos más compañero que el,
miedo, ni más consuelo que el llanto. Los amigos de aquel hombre acudieron a verme, y se dieron cuenta
de mis necesidades y de mi debilidad. Acudieron uno tras otro, con la intención . de comprarme con
riquezas y de darme pan a cambio de mi honor... ¡Ah!, muchas veces estuve a punto deliberar a mi espíritu
con mi propia mano, per¿ no lo hice, porque mi vida ya no me pertenecía a mí sola; era también de mi
hijo, que el cielo había apartado de su reino, así como la vida me había apartado y hundido en las
profundidades del abismo.:: Y ahora, está cercano él momento en que mi novio, el espíritu de la muerte,
vendrá por mí tras larga ausencia, para llevarme a su blando lecho.
Después de un profundo silencio que fue como la presencia de invisibles espíritus, alzó la mirada hacia
mí, una mirada en la: que ya se observaban las sombras de la muerte, y con dulce voz continuó:
- ¡Oh, justicia, que estás oculta, tras estas imágenes aterradoras! Tú, y sólo tú puedes oír el lamento de mi
espíritu que se va, y el clamor de mi corazón abandonado. A ti solo te pido que tengas piedad de mí, para
que con tu mano derecha protejas a mi hijo, y con la izquierda recibas mi espíritu.
Sus fuerzas menguaron y su respiración se hizo más débil. Miró a su hijo con dolorosa y tierna mirada, y
luego bajó los ojos lentamente, y con voz que casi era un silencio, empezó a recitar:
-Padre nuestro, que estás en los cielos...
Dejó de oírse su voz, pero sus labios siguieron moviéndose un rato. Luego, todo movimiento abandonó a
su cuerpo. Recorrió un estremecimiento a aquella mujer, suspiró por última vez, y su rostro se volvió
intensamente pálido. El espíritu abandonó el cuerpo, y los ojos siguieron mirando lo invisible.
Al llegar el alba, el cuerpo de Marta fue puesto en un ataúd de madera, y llevado en hombros por dos
personas de condición humilde. La enterramos en un campo desierto,
muy lejos de la ciudad, pues los sacerdotes no quisieron orar sobre -aquellos restos, ni permitieron que
los huesos -de Marta reposaran en el cementerio, donde las cruces son centinelas de las tumbas. No hubo
más dolientes que acompañaran el cadáver hasta aquella alejada fosa que el hijo de Marta, y otro
muchacho, al que las adversidades de la existencia le habían enseñado á ser compasivo.
EL POLVO DE LAS EDADES
Y EL FUEGO ETERNO
I
OTOÑO DEL AÑO 116, A. C.

Era una noche silenciosa y todo ser viviente dormía en la Ciudad del Sol. Las lámparas de las casas
esparcidas alrededor de los grandes templos, entre olivos y laureles, se habían apagado hacía mucho. La
luna se alzaba en el horizonte, bañando con sus rayos la blancura de las altas columnas de mármol que se
erguían como gigantescos centinelas en la noche tranquila, custodiando los santuarios de los dioses. Estos
centinelas parecían mirar asombrados y temerosos hacia los picos del Líbano, que más allá se alzan
majestuosos en las distantes alturas.
En aquella hora mágica que transcurría entre los espíritus de quienes dormían y los sueños del infinito,
Natán, hijo del gran sacerdote, entró en el templo de Astarté. Llevaba en la mano temblorosa una antorcha,
con la que encendió las lámpáras y los incensarios. Se- alzó sexi el aire el dulce olor del incienso y de la
mirra, y la imagen de la diosa estaba adornada con un delicado velo, como el velo del deseo y la ansiedad
que envuelve el corazón humano. Nátán se postró ante el altar recubierto de marfil y oro, alzó las manos en
ademán de súplica., y dirigió los ojos llenos de lágrimas hacia el cielo. Con voz ahogada por el dolor y rota
por lastimeros sollozos exclamó:
- ¡Piedad, oh gran Astarté! ¡Piedad, oh diosa del amor y de la belleza! Ten piedad de mí y aparta la mano
de la muerte de, mi amada, a la que mi alma ha escogido para cumplir tu voluntad. Las, pociones y los
polvos de los médicos no han surtido efecto, y los conjuros de los sacerdotes y de los sabios han sido en
vano. Sólo me queda recurrir a tu sagrado nombre, para que me ayudes y me socorras. Escucha mi plegaria;
mira mi contrito corazón y la agonía de mi espíritu, y permite que la que es parte de mi alma, viva para que
podamos regocijarnos en los secretos de tu amor, y exultar en la belleza de la juventud, que proclama tu
gloria... Desde las profundidades de mi ser clamo a ti, sagrada Astarté. De la oscuridad de esta noche busco
la protección de tu misericordia... ¡Escucha mi súplica! Soy tu siervo Natán, hijo de Hiram el sacerdote,
que ha dedicado su vida al servicio de tu altar. Amo a una doncella a la que he escogido entre todas, pero
los espíritus malignos han soplado en ella, en su hermoso cuerpo, el aliento de una extraña enfermedad.
Han enviado al mensajero de la muerte para que la conduzca a sus encantadas cuevas. Este mensajero está
ahora rugiendo como una bestia hambrienta cerca de su lecho. extendiendo sus negras alas sobre ella, y
extendiendo sus garras para arrancarla de mi lado. Por eso he venido a suplicarte. Ten piedad de mí y déjala
vivir. Es una flor que aún no ha vivido el verano de su existencia; un pajarillo cuyos trinos gozosos que
saludan a la aurora se han interrumpido. Sálvala de las garras de la muerte, y te cantaremos alabanzas y
quemaremos ofrendas para gloria de tu nombre. Traeremos víctimas a tu altar, y llenaremos tus vasos con
vino y dulce aceite aromático, y esparciremos en tu tabernáculo rosas y jazmines. Ante tu imagen,
quemaremos incienso y agradable áloe... ¡Sálvala, oh diosa de los milagros, y permite que el amor
conquiste a la muerte, pues tú eres la reina del amor y de la muerte.
Natán dejó de hablar un momento, llorando y suspirando en su profundo .dolor. Luego continuó:
- ¡Ay de mí, sagrada Astarté! Mis sueños son pesadillas, y el último aliento de mi vida se está
aproximando; mi corazón está muriendo dentro de mí, y mis ojos se llenan de ardientes lágrimas. Sosténme
con tu compasión y deja que mi amada péermanezca conmigo.
En aquel -momento, uno de los esclavos de Natán entró en el templo, se acercó lentamente a él, y le
susurró al oído: -Señor, ella ha abierto los ojos, y te busca, pero no te ve. He venido por ti, pues te llama
constantemente.
Natán se levantó y salió del templo con paso apresurado, seguido de cerca por su esclavo. Al llegar a su
palacio, entró en la habitación donde yacía la joven enferma, y se detuvo á su cabecera. Le tomó la delgada
mano y se la besó muchas veces, como si quisiera infundir nuevo aliento en aquel cuerpo enflaquecido.
Volvió ella el rostro, que había estado oculto entre cojines de seda, lo miró, y en los labios de la enferma
apareció la sombra de una sonrisa, lo único vivo que había quedado de aquel hermoso cuerpo; era como el
último rayo de luz de un espíritu que ya se desprendía; como el. eco de un lamento en un corazón que
sentía próximo el fin. Habló, y su aliento era como el tenue sollozo de un niño hambriento.
-Los dioses me llaman, esposo de mi alma, y la muerte ha llegado para separarme... No sientas pesar,
pues la voluntad de los dioses es sagrada, y las demandas de la muerte son justas... Me voy ahora, pero las
copas gemelas del amor y de la juventud aún están llenas en nuestras manos, y las sendas de la vida gozosa
se extienden ante nosotros... Me voy, amado mío, a la región de los espíritus, pero volveré a este mundo.
Astarté devuelve a esta vida las almas de los amantes que se van a lo infinito antes de probar las delicias del
amor y las alegrías de la juventud... Volveremos a encontrarnos, Natán, y juntos beberemos el rocío de la
mañana en las copas de los narcisos, y nos regocijaremos al sol con los pájaros de los campos... ¡Hasta
pronto, amado mío!
La voz de la muchacha se convirtió en un susurro, y sus labios empezaron a temblar como los pétalos de
una flor con la brisa de la aurora. Natán la abrazó, mojando su cuello con amargas lágrimas. Al tocar los
labios de Natán la boca de la muchacha, la sintió fría como el hielo. Lanzó el joven un terrible grito, rasgó
sus vestiduras, y se arrojó sobre aquel cuerpo muerto, mientras el espíritu de Natan, en su agonía, estaba
suspendido entre el profundo mar de la vida y el abismo de la muerte.
En la calma de aquella noche temblaron los párpados de los que antes dormían, y las mujeres del barrio
sollozaron, y las almas de los niños sintieron miedo, pues la oscuridad y el silencio se llenaron de agudos
lamentos, que se alzaron del palacio del sacerdote de Astarté. Al llegar la mañana, la gente buscó a Natán
para consolarlo en su aflicción, pero no lo encontró.
Muchos días después, al llegar la caravana de Oriente, el guía relató que había visto a Natán allá lejos, en
el desierto, vagando como un alma en pena, entre las gacelas.
Pasaron los siglos, y los pies del tiempo derrumbaron las obras de las edades. Los antiguos dioses se
ausentaron de la tierra, y otros dioses los sustituyeron; eran dioses de furia, ávidos de ruinas y destrucción.
Arrasaron el hermoso templo de la Ciudad del Sol, y destruyeron sus hermosos palacios. Sus otrora verdes
jardines se secaron, y los fértiles campos se convirtieron en tierras desoladas. En aquel valle sólo quedaron
ruinas, espectros del ayer que recordaban el débil eco de salmos cantados a las pasadas . glorias. Pero las
edades, al pasar y barrer las obras del hombre, no pueden destruir sus sueños, ni debilitar sus más hondos
sentimientos y emo ciones; los sentimientos y las emociones son perdurables, como el espíritu inmortal.
Acaso se escondan a veces; pero sólo se ocultan temporalmente, como el sol en el ocaso, o como la luna,
cuando se acerca la mañana.
II
PRIMAVERA DE 1890

El día estaba muriendo, la luz se desvanecía mientras el sol recogía sus ropajes de las llanuras de
Baalbek. Alí AlHusaini conducía su rebaño hacia las ruinas del templo, y se detuvo para sentarse en las
caídas columnas. Parecían las costillas de un soldado que se hubieran dejado allí hacía mucho tiempo, rotas
en la batalla y desnudadas por los elementos. Las ovejas se reunían en torno de él, paciendo, y sintiéndose
protegidas por las melodías de su flauta.
Llegó la medianoche, y los cielos arrojaron las semillas del mañana en sus oscuras profundidades. Los
párpados de Alí se. sintieron cansados de los espectros de la vigilia. Su mente estuvo fatigada de las
procesiones de seres imaginarios, marchando en el silencio profundo, entre aquellos muros en ruinas.
Apoyó su cabeza en el brazo al sentir que el sueño se deslizaba por todo su cuerpo y suavemente cubría su
insomnio con los pliegues de su velo, como una niebla ligera cuando toca la superficie de un calmado lago.
Olvidó así su ser terrestre-, y vio su ser espiritual; su ser oculto se llenó de ensueños que trascienden las
leyes y las enseñanzas de los hombres. Apareció ante sus ojos una extraña visión, y se le revelaron las cosas
ocultas. Su espíritu se desprendió de la procesión del tiempo que se apresura hacia la nada. Se erguió
solitario ante las cerradas filas de pensamientos y encontradas emociones. Supo, o intuyó, por primera vez,
las causas del hambre espiritual qúe atormentaba a su juventud. Era un hambre en la que se conjugaban
todas las amarguras y todas las dulzuras de la existencia. Era una sed que hacía surgir en un solo grito la
ansiedad y la serenidad de la plenitud. Era un anhelo que aun toda la gloria de este mundo no puede opacar,
y el curso de la vida no lo puede ocultar.
Por primera vez en su existencia, Alí Al-Husaini sintió una extraña sensación ante las ruinas de aquel
templo. Fue una sensación sin forma, el recuerdo de incienso saliendo de los incensarios. Un sentimiento
obsesivo que tocaba las fibras de su espíritu como los dedos del músico, las cuerdas de su laúd. Y surgía
aquella sensación del ámbito de la nada; o acaso de sí mismo... Fue creciendo la sensación hasta que abrazó
todo su ser espiritual. Sintió su alma invadida por un éxtasis -parecido a la muerte, en su oscuridad y en su
dulzura, con un'dolor grato en su amargura, acariciador en su dureza. Era algo que surgía de los vastos
espacios de un minuto de duermevela. Un minuto que dio nacimiento a las formas de todas las edades, así
como todas las naciones nacen de una semilla.
Alí miró el templo en ruinas, y su fatiga dio lugar a un despertar del espíritu. Percibió claramente, en su
forma ori ginal, las ruinas del altar, y los lugares de las columnas caídas, y las bases de los muros
derribados. Sus ojos se deslumbraron, y su corazón latió con fuerza; como si un ciego recobrara la vista, de
pronto, y empezó a ver, y reflexionó. Y de aquel caos de pensamientos confusos, mezclado con la reflexión
nacieron los fantasmas del recuerdo, y lo recordó todo. Recordó aquellos pilares cuando se erguían
majestuosos y orgullosos; recordó las lámparas de plata y los incensarios rodeando la imagen de una diosa
reverenciada. Recordó a los venerables sacerdotes llevando sus ofrendas ante el altar recubierto de marfil y
oro. Recordó a las doncellas cantando alabanzas a la diosa del amor y de la belleza. Recordó todo aquello
con certera claridad. Sintió que las figuras de las cosas dormidas cobraban vida, en los silencios de su profundo
ser. Pero el recuerdo sólo le trajo formas confusas, y el'recuerdo sólo nos trae los ecos de las voces
que una vez oímos. Era más que un recuerdo; ¿cuál era el lazo de unión que juntaba esos recuerdos de una
vida pasada, de un joven criado entre las tiendas, que había vivido la prima vera de su existencia cuidando
de su rebaño en los valles salvajes?
Alí se levantó y caminó entre las ruinas y las piedras rotas. Aquellos distantes recuerdos alzaron el velo
del olvido en los ojos de, su mente, como cuando una mujer aparta una telaraña de su espejo. Así, pensando
en estas cosas, llegó al centro mismo del templo, como si una atracción mágica hubiera guiado sus pasos. Y
de pronto, vio ante él una estatua rota, que yacía en el suelo. Involuntariamente, se postró ante aquella
imagen. Los sentimientos religiosos fluían en el interior de él, como la sangre de una herida abierta; sus
latidos eran como las olas del mar, al levantarse y caer. Lanzó un suspiro, sintiéndose humilde y reverente,
y lloró Alí, pues sintió una desoladora pena, una soledad inmensa, y una distancia aniquiladora, que
separaban a -su espíritu de aquel espíritu de belleza que estaba a su lado antes de vivir su vida actual. Sintió
su esencia misma, como parte de una llama que Dios había separado de su ser antes del principio de los
tiempos. Sintió el aleteo leve del alma en sus huesos presa de la fiebre,, y en las silentes células de su
cerebro sintió que un potente y sublime amor se apoderaba de su alma y de su corazón. Un amor que
revelaba al espíritu las cosas ocultas del espíritu, y que separaba con su poder a la mente de las regiones de
las medidas y de la pesantez. Un amor que oímos hablar cuando las lenguas de la vida están silentes; que
contemplamos como un pilar erguido, como una columna de fuego, cuando la oscuridad oculta a todo ser y
a toda cosa. Este amor y este ser infinito habían descendido al espíritu de Alí, y habían despertado en él
sentimientos amargos y dulces a la vez, así como el sol da a las flores hermosura, pero también espinas.
¿Qué es este amor? ¿De dónde viene? ¿Qué pide a un joven que reposa junto a su rebaño entre los
templos en ruinas? ¿Qué es ese vino que fluye por las venas de aque l a quien dejaron indiferente las
hermosas doncellas?
¿Qué significaba ese amor y de donde provenía? ¿Qué quería Alí, que sólo se ocupaba de sus ovejas y de
tocar la flauta, apartado de los hombres? ¿Acaso era algo sembrado en su corazón por las bellezas
terrestres, sin que sus sentidos se hubieran dado cuenta? ¿O acaso era una brillante luz cubierta por el velo
de la niebla, y que empezaba a iluminar el vacío de su alma? ¿O acaso era un sueño que habla llegado en la
quietud de la noche para burlarse de él, o bien una verdad que había existido y existirá desde el principio
hasta el fin de los tiempos?
Alí cerró los ojos llenos de lágrimas y extendió las manos como un mendigo en busca de piedad. Sintió
que su espíritu temblaba,de ese temblor salieron sollozos que al mismo tiempo eran quejas y fuego de
ansiedad. Con voz casi inaudible como un tenue suspiro, Alí preguntó:
-¿Quién eres tú, que estás tan cerca de mi corazón sin que te puedan ver mis ojos, separándome de mí
mismo, y uniendo mi presente a las dis tantes y olvidadas edades? ¿Eres unaninfa, un espíritu que llega
desde el mundo de los inmortales para hablarme de la vanidad de la vida y de la fragilidad de la carne?
¿Acaso eres el espíritu de la reina de los genios que ha salido del seno de la tierra para esclavizar mis
sentidos y convertirme en la risa de los jóvenes de mi tribu? ¿Quién eres tú, y que es esta tentación, que
avanza sin obstáculos' y destruye, apoderándose de mi corazón? ¿Qué sentimientos son éstos que me llenan
de fuego y de luz? ¿Quién soy yo, y quién es este nuevo ser al que llamo "yo", pero que es extranjero para
mi mismo? ¿Acaso la fuente de la vida que absorbo con las partículas del aire y yo mismo nos hemos
convertido en un ángel que ve y oye todas las cosas secretas? ¿Acaso estoy ebrio con el aliento del
Demonio, y estoy ciego a las. cosas reales?,
Alí permaneció callado largo rato; su emoción cobró fuerza y su espíritu pareció crecer. Luego, .volvió a
hablar, y dijo:
- ¡Oh tú, que te revelas al espíritu y te acercas a él, oculto en la noche y distante, oh hermoso espíritu que
vagas en- los espacios de mis sueños, has despertado en mí sentimientos que dormían como semillas de
flores ocultas bajo la nieve, y que has pasado como una brisa, vehículo del aliento de los campos. Has
tocado mis sentidos hasta hacerlos entre= mecerse como las hojas de un árbol. Deja que te vea, si acaso
tienes cuerpo y sustancias. Ordena al sueño que cierre mis arpados, para que pueda verte en mi sueño, si
estás libre de las ataduras de la tierra. Déjáme tocarte; deja que oiga tu voz. Aparta el velo que cubre todo
mi ser y destruye la tela que oculta lo que hay en mí de divino. Dame alas, para que puedavolar en pos de ti
hasta las regiones en que se reúnen los espíritus si eres un habitante de esas regiones. Toca con tu magia
mis párpados, y te seguiré hasta los secretos lugares donde moran los buenos genios, si eres una de las
ninfas. Co loca tu mano invisible en mi corazón, y llévame, si tienes el poder de hacer que te sigan tus
elegidos.
Así susurró Alí en los oídos de la. oscuridad las palabras que surgían del eco de una melodía en las
profundidades de su corazón. Entre su visión y lo que le rodeaba flotaban los fantasmas de la noche, como
incienso que saliera de sus ardientes lágrimas. Y en las paredes del templo aparecieron mágicas pintuaras
coloreadas con los tonos del arco iris.
Así transcurrió una hora. Sintió regocijo en medio de sus lágrimas y se alegró en medio de su pena;
escuchó los latidos de su corazón y miró más allá de todas las cosas sensibles, como si las formas de esta
vida se fueran borrando, y en,su lugar apareciera un maravilloso sueño lleno de belleza y de imponentes
imágenes. Como un profeta que mira los astros de los cielos buscando inspiración divina, Alí esperó los
próximos minutos. Su respiración anhelante se convirtió en un calmado aliento y su espíritu pareció salir de
él y vagar en torno de él, y luego retornar, como si estuviera buscando entre aquellas ruinas el espíritu de
un ser querido.
Despuntó la aurora y el silencio tembló al paso de la brisa. Los vastos espacios sonrieron como aquel que
duerme y ve en sueños la imagen del ser amado. Surgieron pajarillos de las grietas de las ruinosas paredes y
avanzaron entre los pilares, cantando, y llamándose, y saludando la llegada del día. Alí se puso en pie y se
llevó la mano a la frente con fiebre; luego, miró en torno de él como quién no sabe en dónde está. Luego,
como Adán al abrir los ojos con el aliento de Dios, miró ante él, maravillado. Se acercó a sus ovejas y las
llamó; éstas se levantaron, se sacudieron y trotaron calmadamente detrás de él hacia los verdes pastizales.
Alí caminó al frente de su rebaño, con los grandes ojos fijos en la serena atmósfera. Sus sentidos
interiores huyeron de la realidad, para revelarle los secretos y las cosas ocultas de la existencia; para,
hacerle ver lo que había sucedido en las edades pasadas y lo que todavía tenía que ocurrir, y la visión fue
como un relámpago que le hizo olvidarse de todo y volver a su angustia y a su vago anhelo. Y encontró
entre él mismo y el espíritu de su espíritu un velo como una pantalla entré el ojo y la luz. Suspiró, y pareció
surgir una llama de su ardiente corazón.
Llegó al arroyo cuyos murmullos proclamaban los secretos de los campos, y se sentó en su orilla, debajo
de un sauce cuyas ramas se sumergían en el agua, como si quisie ran succionar la dulzura del líquido
elemento. Las ovejas pacían cerca de él, y el rocío de la mañana resplandecía en la blancura de los
vellocinos.
Al cabo de un minuto, Alí volvió a sentir que se aceleraban los latidos de su corazón y volvió a sentir
también la inquietud de su espíritu. Como aquél que despierta a los rayos del sol, volvió la mirada en torno
de él y vio que una muchacha que llevaba un cántaro en el hombro surgía de entre los árboles. Lentamente,
la joven caminaba hacia el arroyo; sus pies descalzos estaban húmedos de rocío, y cuando se aproximó al
borde del arroyo miró hacia la ribera opuesta, y su mirada se encontró con la de Alí. La joven lanzó un
grito, dejó caer el cántaro al suelo y retrocedió unos pasos. Era la actitud de quien vuelve a encontrar a alguien
que se había extraviado.
Pasó un minuto, cuyos segundos fueron como lámparas que alumbraban el camino entre ambos
corazones, se creó del silencio una extraña me lodía que envolvió a ambos jóvenes en el eco de vagos
recuerdos, y que los llevó a otro sitio, rodeados de sombras y de figuras, muy lejos de aquel arroyo y de
aquellos. árboles. Se miraron uno al otro con implorantes miradas, y cada uno encontró favor en los ojos
del otro, y escuchó los suspiros del otro con los oídos del amor.
Se comunicaron en todas las lenguas del espíritu, y cuando la plena comprensión y el pleno
coríocimiento es tuvo en sus dos almas gemelas, Alí cruzó el arroyo, como guiado por un invisible poder.
Se acercó a la muchacha, la abrazó, y le besó los labios, el cuello y los párpados. La joven permaneció
inmóvil en brazos de Alí, como si la dulzura de aquel abrazo le hubiera robado la voluntad, y como si aquellas
caricias tiernas le hubieran quitado toda su fuerza. Se entregó a las caricias como la fragancia del
jazmín a las corrientes de aire. Apoyó la cabeza en el pecho de su amado, como un ser lleno de fatiga y que
al fin encuentra el reposo, y suspiró profundamente, con un suspiro que expresó el nacimiento de la dicha y
de la calma en un corazón solitario, y que expresó también el palpitar de la vida que había estado
durmiendo, y que en ese momento despertaba. La joven alzó la cabeza y miró a los ojos de su amado, con
esa mirada que no necesita del lenguaje habitual de los hombres y que elige el silencio para expresar el
amor; era el lenguaje del espíritu; era la mirada de quien no se conforma con que el amor sea un alma
prisionera en el cuerpo de las palabras.
Ambos amantes caminaron entre los sauces, y la individualidad de cada uno fue un lenguaje de dos
individualidades fundidas en un solo ser; y los oídos escucharon en silencio la inspiración del amor, y los
ojos contemplaron la gloria de la felicidad. Las ovejas los seguían, mordisqueando las flores y las hierbas, y
los pajarillos surgían de todas partes, acompañándolos con trinos encantadores.
Al llegar los dos amantes al otro extremo del valle, el sol ya había salido por completo, extendiendo en
las alturas un manto dorado. Tomaron asiento en una roca que protegía con su sombra a unas tímidas
violetas. La muchacha fijó la mirada en los negros ojos de Alí, mientras la brisa jugaba con los cabellos del
joven, y era como si unos labios invisibles la estuvieran besando. Sentía que unos dedos mágicos le
acariciaban la lengua y los labios, avasallando su voluntad. Al cabo de un rato, la muchacha habló y dijo,
con una dulzura que casi fue una herida en el alma de Alí:
-Astarté ha hecho que nuestras almas regresen a esta vida, amado mío, para que las delicias del amor y la
gloria de la juventud no nos sean extrañas.
Alí cerró los ojos, porque la música de aquellas palabras cristalizaron las formas de un sueño que había
tenido a me nudo. Sintió que invisibles alas lo transportaban lejos de aquel sitio, hasta un recinto de extraña
forma. Allí se vio a sí mismo en pie, al lado de un lecho en el que yacía el cuerpo de -una hermosa mujer,
cuya belleza se había llevado la muerte al quitarle el calor de los labios. Gritó, angustiado, al contemplar
aquella horrible escena. Luego, abrió los ojos y vio a la doncella, sentada al lado de él; en aquellos labios
había una sonrisa de amor, y en` aquella mirada fulguraban los rayos de la vida. El rostro de Alí se iluminó,
su espíritu se sintió reconfortado, huyeron las visiones aterradoras, y se olvidó del pasado y del futuro...
Los amantes se abrazaron y bebieron el vino dedos besos hasta satisfacer su sed de amor. Durmieron uno
en brazos del otro hasta que las sombras se disiparon, y hasta que el calor del sol los despertó.
YUHANNA EL LOCO
I

Durante el verano, Yuhanna salía todas las mañanas a los campos, conduciendo sus bueyes y llevando al
hombro el arado, mientras escuchaba los trinos de los pájaros y el mur mullo del viento en las hojas de los
árboles. A mediodía se sentaba a orillas del danzante riachuelo que se abría paso entre los verdes prados, y
allí comía, dejando siempre los restos de su comida en la hierba, para los pajarillos. Por las tardes, al
ocultarse el sol y llevarse la luz del día, volvía a su humilde morada, en las colinas, desde donde podían
verse las aldeas del norte del Líbano. Allí, se sentaba a la mesa en compañía de sus ancianos padres, y
escuchaba en silencio su conversación, y sus comentarios sobre los acontecimientos diarios, y poco a poco
se apoderaba de él un sueño reparador.
Durante el invierno se sentaba junto al fuego de la chimenea y escuchaba los suspiros del viento y el grito
de los elenentos, observando cómo una estación del año sucede a la otra. Miraba desde su ventana los
valles cubiertos con su manto de nieve, y los árboles desprovistos de hojas, como una multitud de
menesterosos abandonados al intenso frío y a los vientos huracanados. En las largas noches invernales
permanecía despierto mucho tiempo después de que sus padres se habían retirado á dormir. Y abría un
viejo arcón de madera, del que sacaba el libro de los evangelios, para leerlo en secreto al débil resplandor
de una lámpara, y de cuando en cuando miraba en dirección de su padre dormido, que le había prohibido
leer el santo libro. La prohibición obedecía a que los sacerdotes no permitían a la gente, sencilla e ignorante
asomarse a los secretos de las enseñanzas de Jesús. Y si leían el libro, la iglesia los excomulgaba. Así
pasaba Yuhanna los días de su maravillosa juventud, entre aquellos campos de maravillosa belleza y el
libro de Jesús, lleno de luminosas enseñanzas y de valores espirituales. Siempre que hablaba su padre,
Yuhanna permanecía silencioso, escuchándolo con respeto. A veces, se sentaba entre sus compañeros
jóvenes como él, y también permanecía silencioso, mirando por encima de ellos la línea en donde la luz
crepuscular tocaba el azul del cielo. Siempre que iba a la iglesia volvía de ella sientiendo tristeza, porque
las enseñanzas que se impartían desde el púlpito y desde el altar no eran como las que él leía en los
Evangelios. Además, Yuhanna observaba que la vida de los fieles y de los pastores espiritua les no era la
hermosa vida de la que había hablado Jesús el Nazareno.
Volvió la primavera a los campos y a los prados, y la nieve se fundió. En las cumbres de las montañas
quedó todavía un poco de nieve, que después se derritió también y corrió por las laderas convertida en
arroyo que serpenteaba por los bajos valles. Pronto los riachuelos se juntaron hasta formar ríos más anchos,
cuyos torrentes anunciaban a todos que la Naturaleza había despertado de su sueño. Los manzanos y los
nogales florecieron, y los álamos y los sauces adquirieron nuevas hojas; en las alturas surgió la verde hierba
y se abrieron las flores. Yuhanna se hastió de su existencia junto a la chimenea; el ganado se inquietaba en
el establo, ávido de verdes pastos, pues la provisión de paja y centeno ya casi se había acabado. Así pues,
Yuhanna liberó al ganado de su encierro y lo condujo a campo abierto. Llevó su Biblia oculta bajo la capa,
parra que nadie la viera, y llegó al prado cercano al extremo del valle, contiguo a los campos de un
monasterio que alzaba su negra silueta como una torre entre las cuestas de las colinas. Allí, el ganado se
dispersó a pastar. Yuhanna se sentó, apoyando la espalda en una roca, y contempló el valle en toda su
belleza, mientras, de tiempo en tiempo, leía el libro que le hablaba del reino de los cielos.
Era un día de fines de cuaresma, en que los aldeanos, que se habían abstenido de comer carne, esperaban
con impaciencia la llegada de la Pascua Florida. Pero Yuhanna, como todos los campesinos pobres, no
sabía la diferencia que hay entre los días de ayuno y los días de abundancia; para él, toda la existencia era
un largo día de ayuno. Su alimento consistía de una hogaza de pan, amasada con el sudor de su frente, y de
fruta comprada con el producto de rudo trabajo. Para él, la abstención de la carne y de ricos manja res era
algo natural. Y el ayuno no le producía hambre corporal, sino espiritual; le comunicaba la tristeza del Hijo
del Hombre y el término de la vida de Jesús en la Tierra.
Los pajarillos revoloteaban. en torno a Yuhanna, llamándose unos a otros, y había bandadas de palomas
que volaban sobre su cabeza; las flores se mecían suavemente al compás de la brisa bañándose en los
calurosos rayos del sol. Y Yu hanna leía, concentrado en su libro, y de tiempo en tiempo alzaba la cabeza
reflexionando en lo que leía: Veía las cúpulas de las iglesias de las aldeas esparcidas por el valle, y oía el
tañer de las campanas. Cerró los ojos, y dejó que su espíritu se remontara a través de los siglos hasta la
vieja Jerusalén, para seguir las huellas de Jesús por las calles; preguntando a los tran seúntes por El.
Imaginó que le respondían: "Aquí, El curó a los ciegos y a los paralíticos. Allí, le hicieron una corona de
espinas y se la colocaron en la cabeza. En estas calles El detuvo su paso y habló a la gente en parábolas. En
ese sitio lo ataron a un pilar y le escupieron el rostro, y lo flagelaron. -En ese jardín le perdonó a la ramera
sus, pecados. Allá, El cayó bajo el peso de la cruz."
Pasaron las horas, mientras Yuhanna sufría con la agonía del cuerpo del Hombre -Dios, y se exhaltaba
con El en espíritu. Al levantarse Yuhanna, el sol estaba en el cenit. Miró en torno de él, y buscó a sus vacas
por todas partes, perplejo ante su desaparición en aquellos pastizales planos. Y al lle gar al camino que se
interna por los campos como las líneas de la palma de la mano, vio a lo lejos a un hombre vestido de negro,
en pie, en medio de los jardines. Apresuró el paso para ir a su encuentro, y al acercarse vio que era uno de
los monjes del monasterio. Yuhanna inclinó la cabeza, saludó al monje y le preguntó si había visto a sus
becerros en los jardines.
El monje, tratando de ocultar su cólera, miró intensamente a Yuhanna y le contestó en tono áspero:
-Sí, los he visto; allá están; ven conmigo, y los verás. Yuhanna siguió al monje, hasta que llegaron al
monasterio, allí, vio a sus becerros encerrados en un corral, atados con sogas y custodiados por otro monje.
Aquel monje llevaba en la mano una gruesa vara, con la que pegaba a las bestias cada vez que se movían.
Al intentar Yuhanna entrar en el corral para llevarse a sus animales, el monje lo asió de la capa y,
volviendo la cabeza hacia la puerta del monasterio, gritó:
- ¡Aquí está el pastor culpable; lo he capturado!
Al oír aquel grito, los sacerdotes y los monjes acudieron, encabezados por el superior, que se distinguía
de sus compañeros por su ropa fe fina tela y sus facciones severas. Rodearon a Yuhanna como soldados que
se disputaran el botín. Yuhanna se dirigió al superior y le dijo en tono amable:
-¿Qué he hecho para que me llaméis criminal, y por qué me habéis capturado?
El superior le contestó con voz ríspida:
-Has traído a pastar a ese ganado en tierras del monasterio, y han echado a perder nuestras vides. Nos
hemos apoderado de los animales porque el pastor es responsable del daño que ocasione el ganado.
El airado rostro del superior se hizo más severo conforme hablaba. Yuhanna respondió, humilde:
-Padre, son criaturas sin inteligencia, y yo soy un pobre hombre que no posee sino las fuerzas de sus
brazos y estás bestias. Permítame que me las lleve, y le prometo no volver nunca por estos prados.
El padre superior dio un paso hacia adelante, alzó la mano señalando hacia el cielo y dijo:
-Dios nos ha colocado en este sitio, y nos ha confiado la custodia de esta tierra, que fue la tierra de su
elegido, el profeta Elías. Custodiamos esta tierra de día y de noche, pues es una tierra sagrada; los que se
acerquen a ella serán consumidos por el fuego eterno. Si te niegas a dar cuenta de tus actos ante el
monasterio, el pasto se convertirá en veneno en las entrañas de tus bestias. Y no habrá escapatoria para ti,
pues retendremos las bestias en nuestro corral, hasta que hayas pagado los daños.
Ya se marchaba el superior cuando Yuhanna le detuvo, y le dijo con voz suplicante:
-Le ruego, mi señor, por aquellos s agrados días en que Jesús sufrió por nosotros y María lloró de dolor,
que me deje irme con mis bestias. No se ensañe conmigo; yo soy un hom bre pobre, y el monasterio es rico
y poderoso. Seguramente me perdonará mi tontería y tendrá piedad de mi padre.
El superior lo miró con burla y desprecio, y le dijo:
-El monasterio no te perdonará ni el valor de un solo grano, estúpido; no importa que seas rico o pobre. Y
no eres nadie para conjurarme en nombre de las cosas sagradas, pues sólo nosotros sabemos los secretos de
los sagrados misterios. Para poder llevarte tus animales tendrás que pagar tres denarios por el daño que han
causado.
-Padre -dijo Yohanna con voz temblorosa-, no tengo nada; ni una moneda de cobre. Tenga compasión de
mí y de nú pobreza.
El superior se acarició la tupida barba y dijo:
-En ese caso, márchate y vende parte de tus tierras, y vuelve con los tres denarios. ¿No es mejor para ti
entrar en el reino de los cielos, aunque no poseas ni un pedazo de tierra,
que atraerte la ira de Elías con tus testarudos argumentos ante su altar, e ir al infierno, donde todo es
fuego eterno? Yuhanna permaneció callado un rato. Luego, sus ojos se iluminaron y en sus facciones se
advirtió una gran alegría. Su actitud cambió, de súplica, a la actitud de fuerza y resolu ción. Cuando
volvió a hablar, en su voz había el conocimiento y la determinación de la juventud:
-¿Deben los pobres vender la tierra con la que ganan el pan diario, para llenar más los cofres del
monasterio donde abundan el oro y la plata? ¿Acaso los pobres deben ser más pobres y morir de
hambre para que el gran Elías perdone los pecados de unas bestias hambrientas?
El superior alzó la cabeza con soberbia y replicó:
-Jesús el Cristo dijo: "A todo aquel que tenga se le dará más, en abundancia; pero a aquel que nada
tenga se le quitará hasta lo poco que tenga."
Al oír Yuhanna estas palabras sintió que su corazón latía más aprisa; sintió que su espíritu ganaba
estatura. Era como si la tierra estuviera creciendo a sus pies. Sacó,de su bolsillo su Biblia; como el
guerrero que desenfunda su espada para defenderse, y exclamó:
- ¡Así os burláis de las enseñanzas de este libro, hipócritas, y usáis lo más sagrado para difundir el
mal! ¡Pobres de vosotros cuando el Hijo del Hombre venga por segunda vez y convierta en ruinas
vuestros monasterios, esparza sus piedras en el valle y queme con fuego vuestros altares y vuestras
imágenes! ¡Caiga sobre vosotros la inocente sangre de Jesús, y las lágrimas de su madre, que os
llevarán a las profundidades del abismo! !Ay de vosotros, que adoráis los ídolos de vuestra codicia y
que ocultáis en vuestros negros hábitos la negrura mayor de vuestras acciones! ¡Ay de vosotros, que
movéis los labios recitando plegarias, mientras vuestros corazones son duros como la roca; que os
inclináis humildemente ante los altares, pero que en vuestras almas os reveláis contra Dios! En vuestra
dureza de corazón me habéis traído a este sitio como un transgresor que ha tomado un poco de pasto
de la tierra que el sol ha nutrido para todos nosotros. Cuando os ruego en, nombre de Jesús y de los
días de su pasión, os burláis de mí como de alguien que no sabe lo que dice. Tomad este libro, y
leedlo, y mostradme cuándo Jesús no perdonó. Leed esta divina tragedia y decid me cuándo habló
Jesús sin misericordia y sin compasión.
¿Fue en el sermón de la montaña, o en sus enseñanzas en el templo, ante los perseguidores de la
ramera, o en el Gólgota, cuando abrió los brazos en la cruz para abrazar a toda la humanidad? Mirad
hacia abajo, todos vosotros, los duros de corazón y contemplad estas pobres aldeas en cuyas mora das
los enfermos agonizan en lechos de dolor; mirad esas prisiones en que los desventurados ven pasar los
días con desesperación; observad esas ricas puertas a las que acuden los mendigos; ved esos caminos
en los que duerme el foras tero pobre, y ved en esos cementerios cómo lloran la viuda y el huérfano.
En cambio, vosotros vivís aquí en la ociosidad y en la molicie, gozando del fruto de la tierra y de las
uvas de la viña. Nunca visitáis a los enfermos ni a los presos; jamás ofrecéis alimento a quien tiene
hambre, ni dais refugio al forastero, ni consoláis a los que sufren. Y no os contentáis con lo que tenéis
y habéis robado a nuestros antepasados; extendéis las manos como la serpiente venenosa extiende la
cabeza para robar a la viuda el trabajo de sus manos, y al campesino, sus ahorros para la ancianidad.
Yuhanna dejó de hablar para tomar aliento, y luego prosiguió, con la cabeza erguida
orgullosamente, pero dijo en tono sereno:
-Vosotros sois muchos, y estoy solo. Haced conmigo lo que gustéis. La oveja puede ser presa de los
lobos en la oscuridad de la noche, pero su sangre manchará las piedras del valle hasta que llegue la
aurora y salga el sol.
Así habló Yuhanna, y en su voz había una fuerza de inspiración; una fuerza que mantenía inmóviles
a los monjes y les causaba creciente ira. Los monjes temblaron de rabia y rechinaron los dientes como
leones hambrientos, esperando una señal del jefe para caer sobre el joven y destrozarlo.
Permanecieron callados hasta que Yuhanna dejó de hablar, y quedó en silencio, como la calma
después de una tempestad que ha destrozado las ramas más altas de los árboles y las más fuertes
plantas. Luego, el superior gritó, lleno de ira:
- ¡Apodérense de ese miserable pecador; quítenle el libro y húndanlo en una oscura celda; los que
maldicen a los elegidos de Dios no tendrán perdón, ni aquí ni en el otro mundo!
Los monjes se avalanzaron sobre Yuhanna como el león sobre su presa; le ataron los brazos y se lo
llevaron a una pequeña celda, y antes de echar cerrojo a la puerta magulla ron su cuerpo con golpes y
puntapiés.
Y en aquel oscuro sitio yació Yuhanna, el vencedor, a quien una ingrata fortuna había hecho cautivo de
sus enemi gos. Por una estrecha hendidura de la pared miró el valle, que reposaba a la luz del sol. Su rostro
se iluminó y su espíritu sintió el abrazo de una resignación divina; se apoderó de él una dulce tranquilidad.
La reducida celda mantenía en prisión su cuerpo, pero su espíritu se sentía libre, y vagaba con la brisa entre
los prados y las ruinas. Las manos de los monjes habían lastimado sus miembros, pero no habían tocado sus
más profundos sentimientos; y en ellos sentíase en paz y seguro, en compañía de Jesús de Nazareth. La
persecución no hace daño al justo, ni la opresión destruye a quien está del lado de la verdad. Sócrates bebió
la cicuta sonriendo; Pablo se regocijó cuando lo apedrearon. Sólo nos daña oponernos a la oculta
conciencia, pues cuando la traicionamos, nos hiere.
Los padres de Yuhanna se enteraron de lo que había ocurrido a su único hijo. La madre acudió al
monasterio cami nando con ayuda del bastón, y se arrojó a los pies del padre superior. Lloró y le besó las
manos e imploró perdón para su hijo y su ignorancia. El padre Prior alzó los ojos al cielo como quien está
más allá de las cosas de este mundo, y le dijo a la mujer:
-Podemos perdonar el atolondramiento de tu hijo y ser tolerarites con su tontería, pero- el monasterio
tiene derechos sagrados que deben respetarse. Nosotros, en nuestra humil dad, perdonamos a los ofensores
de los hombres, pero el gran Elías no perdona a quienes profanan sus viñedos y a los que llevan a pastar las
bestias en su sagrada tierra.
La madre miró al monje mientras le corrían amargas lágri mas por las arrugadas mejillas. Luego, se quitó
del cuello un collar de plata, y poniéndolo en la mano del monje, le dijo:
-Padre, lo único que tengo es este collar que mi madre me regaló el día de mi boda. Espero que el
monasterio lo acepte como pago de la culpa de mi único hijo.
El padre superior tomó el collar y lo guardó en su bolsillo, y mientras aquella madre le besaba las manos
con gratitud, le dijo:
- ¡Ay de esta generación, que ha interpretado al revés los versículos del libro sagrado y que ha comido
uvas amargas! Ve en paz, buena mujer, y ruega al Cielo que cure a tu hijo y le devuelva la razón.
Yuhanna salió de la prisión y caminó lentamente conduciendo su ganado; a su lado iba su madre,
apoyada en un bastón y doblada bajo el peso de los años. Cuando llegaron a la cabaña, el muchacho encerró
a las bestias en el establo y se sentó en la ventana, en silencio, contemplando la luz del ocaso. Al poco rato,
oyó que su padre le susurraba al oído a su madre:
-Sara, muchas veces te he dicho que nuestro hijo era débil de cabeza, pero nunca estuviste de acuerdo
conmigo. Ahora, no me contradigas, porque sus actos han dado razón a mis palabras. Lo que te dijo ahora
el padre superior te lo he estado diciendo desde hace años.
Yuhanna se quedó inmóvil, mirando hacia el oeste, donde los rayos del sol poniente coloreaban las
densas masas de nubes.
II
Era el tiempo de la Pascua Florida, y a los días de ayuno sucedieron los días de regocijo. Se había
terminado el nuevo templo, que se alzaba sobre las casas de Besharrí, como el palacio de un príncipe en
medio de las humildes moradas de sus súbditos. La gente estaba reunida y esperaba la llegada del obispo,
que iría a consagrar el santuario y los altares. Y cuando ya se acercaba la hora de la llegada del prelado, la
gente salió de la aldea en procesión, y el dignatario entró con ellos en la aldea en medio de cantos de -
alabanza de los campesinos y de cánticos solemnes de los sacerdotes, entre música de címbalos y tañer de
campanas. Al apearse el obispo de su caballo que llevaba una hermosa silla y brida de plata; salieron a
recibirlo los religiosos y los notables de la aldea, que le dieron la bienvenida con solemnes palabras y
cantos litúrgicos. Al llegar el obispo a la nueva iglesia lo revistieron con ropas talares bordadas de
oro, y le pusieron una corona incrustada de piedras preciosas. Luego le dieron el báculo finamente
tallado y lleno de gemas. Recorrió toda la iglesia, cantando en compañía de los demás sacerdotes,
mientras en el aire ascendían volutas de rico incienso perfumado, y ardían muchas velas encendidas.
En aquella hora, Yuhanna estaba entre los pastores y campesinos, en un estrado observando el
espectáculo con mirada triste. Suspiraba amargamente al ver, por un lado, ropas de seda y vasos de
oro, incensarios y costosas lámparas de plata, y por otro lado veía a los campesinos vestidos
pobremente, que habían acudido de sus pequeñas aldeas a regocijarse con el festival y con la
ceremonia de la consagra ción. Por un lado, veía a los poderosos vestidos de terciopelo y raso; por el
otro, los miserables iban cubiertos de lastimosos harapos. La riqueza y el poder daban lustre a la
religión con los cantos litúrgicos; y los pobres, humildes y debilitados, se regocijaban con los
misterios de la Resurrección. Las plegarias y los susurros que surgían de los corazones rotos flotaban
en el éter. Por un lado, los líderes y los notables estaban llenos de vida como los cipreses lozanos. Por
otro lado, allí estaban los campesinos, los que se someten, cuya existencia es un barco capitaneado por
la Muerte; aquellos cuyo timón está roto por las olas y cuyas velas desgarra el viento; la gente pobre,
que se debate entre la angustia del abismo y el terror de la tormenta. Por un lado, la tiranía opresora;,
por otro, la ciega obediencia. ¿Acaso son parientes una y otra? ¿Acaso es la tiranía un árbol fuerte que
sólo crece en tierras bajas? ¿No es acaso la sumisión un campo abandonado en el que sólo crecen
espinas?
Estas tristes reflexiones y estos pensamientos torturantes ocupaban el ánimo de Yuhanna. Se
golpeaba el, pecho y se llevaba las manos a la garganta temiendo ahogarse, como si su aliento quisiera
escapársele del pecho. Y así permaneció hasta que terminó la ceremonia de la consagración, cuando la
gente empezó a dispersarse.
Yuhanna empezó a sentir que un espíritu que flotaba en el aire lo instaba a levantarse y a hablar en
su nombre; en medio de la muchedumbre, un poder desconocido lo impulsaba a predicar ante el cielo
y la tierra.
Fue Yuhanna al extremo de la plataforma y., alzando la mirada, hizo con la mano una señal hacia
los cielos. Con voz potente que llamó la atención de los circunstantes, gritó:
-Mira, ¡oh Jesús!, Hombre de Nazareth, que estás senta do en el círculo de luz en las alturas; mira
desde la cúpula azul de los cielos esta tierra cuyos elementos tú llevaste como túnica. Míranos, fiel
campesino, pues las espinas han matado las flores cuyas semillas hiciste germinar con el sudor de tu
frente. Mira, oh buen pastor, pues el débil cordero que llevas te en el hombro ha sido despedazado por
bestias salvajes. Tu sangre inocente se desperdicia en la tierra, y tus ardientes lágrimas se han secado
en los corazones de los hombres. La tibieza de tu aliento se ha esparcido en los vientos del desierto.
Este campo hollado por tus pies se ha convertido en un campo de batalla donde los pies de los
poderosos aplastan las costillas de los desposeídos; donde la mano del opresor ahoga el espíritu del
débil. Los perseguidos gritan en la oscuridad, y quienes se sientan en los tronos, en tu nombre, no
oyen tales gritos, tampoco oyen los llantos de los afligidos quienes predican tus palabras desde los
púlpitos. El cordero que tú enviaste como mensajero del Señor de la vida se ha vuelto una bestia de
rapiña que hace pedazos al cordero que tú llevaste en brazos. El mundo de la vida que tú trajiste desde
el cora zón de Dios está oculto en las páginas de los libros, y en vez de la vida hay un clamor de miedo
y miseria en todos los corazones. Esta gente, oh Jesús, ha erigido templos y tabernáculos a la gloria de
tu nombre, y los ha adornado con preciosas sedas y oro fundido. Para ello, han dejado desnudos a los
pobres, tus elegidos, en las frías calles; sin embargo, los sacerdotes queman incienso y encienden
velas. Les han robado el pan a los que creen en tu div inidad. Y mientras el aire forma eco a sus salmos
y a sus himnos, los sacerdotes no oyen el clamor del huérfano ni las lamentaciones de la viuda. Por
tanto, ven por segunda vez, oh Jesús, y arroja del templo a los que comercian con la religión, pues han
hecho de ella un asqueroso nido de víboras lleno de veneno. Ven, y amonesta a estos césares que han
robado a los pobres lo que es de Dios. Contempla la viña que plantó tu mano derecha. Los gusanos han
devorado sus tiernas ramas y sus uvas son pisoteadas, sin provecho alguno. Considera a todos aquellos a
quienes trajiste la paz, y ve cómo están divididos, y cómo pelean entre sí, y las víctimas de sus guerras
somos las almas turbadas y los corazones oprimidos. En los días de fiesta y en las celebraciones religiosas,
los sacerdotes alzan la voz deseando gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra y alegría a todos los
hombres. ¿Es tu Padre celestial glorificado cuando labios corruptos y lenguas mentirosas pronuncian su
nombre? ¿Hay paz en la tierra cuando los hijos del sufrimiento aran los campos y ven que sus fuerzas se
van debilitando a la luz del sol para llenar las bocas de los poderosos y las entrañas de los tiranos? ¿Hay
alegría cuando los desposeídos consideran la muerte como liberación? ¿Qué es la paz, dulce Jesús? ¿Es eso
que está en los ojos de los niños hambrientos y en los pechos de hambrientas madres que viven en moradas
frías y oscuras? ¿Es lo que está en los cuerpos de los menesterosos, que duermen en lechos de piedra
soñando con alimentos que nunca les llegan, pues los sacerdotes los arrojan a los cerdos? ¿Qué es la
alegría, oh Jesús? ¿Existe alegría cuando un príncipe puede comprar la fuerza de los hombres y el honor de
las mujeres por unas cuantas monedas de plata? ¿Puede existir la alegría en esos callados esclavos de
cuerpo y alma cuyos ojos están deslumbrados con las joyas y los anillos y las ropas de seda de los
sacerdotes? ¿Hay regocijo en los gritos de los oprimidos cuando los tiranos caen sobre ellos espada en
mano y aplastan los cuerpos de sus mujeres y de sus hijos con los cascos de los caballos, haciendo que la
tierra se embriague con la sangre de los pobres? Extiende tu poderosa mano, oh Jesús, y sálvanos, pues la
mano del opresor pesa sobre nosotros. O envíanos la muerte, que nos conduzca a la tumba, donde
reposaremos en paz hasta tu segunda venida, protegidos por la sombra de tu cruz. Porque en verdad nuestra
vida es sólo el reino de la oscuridad, cuyos habitantes son espíritus malignos, y un valle donde las
'serpientes y los dragones pululan. Nuestras vidas no son sino espadas que en la noche se ocultan en
nuestros lechos y que en el día cuelgan sobre nuestras cabezas siempre que el amor a la existencia nos
conduce a los campos. Ten piedad de nosotros, oh Jesús, de estas multitudes que se reúnen en tu nombre el
día de la Resurrección. Ten compasión de nuestra debilidad y de nuestra humildad.
Así habló Yuhanna mirando al cielo, mientras la gente lo rodeaba. Algunos aprobaron sus palabras y lo
elogiaron; otros se enojaron y lo amones taron.
Un campesino gritó: - ¡Dice la verdad, y nos habla poniendo de testigo al Cielo, pues somos los
oprimidos! Otro, comentó: -Este hombre es un poseído del demo nio y nos habla con la lengua de un
espíritu del mal.
Otro más dijo: -Nunca hemos oído tantas tonterías, ni queremos escucharlas.
Y otro más susurró al oído de su vecino: -Al oír su voz, sentí un temblor que estremeció mi corazón, pues
este hombre habló con un extraño poder.
Y aquel vecino le contestó: -Así es; pero nuestros pastores religiosos saben más que nosotros de estas
cosas; es un error dudar de ellos.
Y mientras los gritos surgían de todas partes y se convertían en un clamor como el de las olas del mar,
que se dispersa y se pierde en el éter, apareció un sacerdote que se apoderó de Yuhanna y lo entregó a la
policía. Lo condujeron a la residencia del gobernador 'y le hicieron preguntas a las que no contestó,
recordando que Jesús había permanecido callado ante sus perseguidores. Así, pues, lo arrojaron en oscura
cárcel, y allí durmió aquella noche Yuhanna, apoyando la cabeza en el muro de piedra.
Y a la mañana siguiente, el padre de Yuhanna se presentó ante el gobernador, a dar testimonio de la
locura de su hijo. -Señor -dijo el padre de Yuhanna-, a menudo lo he oído balbucear en su soledad y hablar
de cosas extrañas que no existen. Noche tras noche ha hablado en el silencio, con palabras extrañas,
llamando a las sombras con voz terrible, como los hechiceros cuando formulan encantamientos. Pregunta a
los muchachos vecinos que son sus compañeros, pues ellos saben que la mente de mi hijo se sentía atraída
por un mundo extraño. Cuando estos muchachos le hablaban, él rara vez les respondía, y cuando hablaba,
las palabras de mi hijo eran confusas y nada tenían que ver con su conversación. Pregunten a su madre,
pues ella, más que nadie, sabe que el alma de nuestro hijo ha perdido la razón. Muchas veces lo ha visto
mirar el horizonte con la mirada perdida, y lo ha oído hablar con pasión de los árboles, de los arroyos y de
las flores, y de las estrellas, con lenguaje infantil y confuso. Pregunten a los monjes del monasterio, con los
que tuvo una querella el día de ayer, burlándose de las cosas santas y despreciando la santa vida que ellos
llevan. Mi hijo está loco, señor, pero es amable con su madre y conmigo. Nos sostiene en nuestra
ancianidad y provee a nuestras necesidades con el sudor de su frente. Sé misericordioso con él y con
nosotros, y perdónale sus locuras en honor de sus padres.
Yuhanna fue puesto en libertad y cundió por todas partes la historia de su locura. Los jóvenes hablaban
de él con burla, pero las doncellas lo miraban tristemente y decían:
-Los cielos son responsables de las cosas extrañas en los hombres. Así, en este joven la belleza se une a
la locura, y la luz de sus bellos ojos está unida a la oscuridad de su alma enferma.
Entre las colinas y la pradera, cubierto con su vestido de plantas y flores estaba Yuhanna sentado cerca
de sus becerros, que habían llegado a aquellos buenos pastizales huyendo de la violencia y de la lucha de
los hombres. Yuhanna miraba, con los ojos enturbiados por las lágrimas, las villas y caseríos esparcidos en
las cuestas del valle; y exhalando un hondo suspiro, repetía a menudo estas palabras:
-Vosotros sois muchos y yo estoy solo. Decid lo que queráis de mí, y haced conmigo lo que os plazca. La
oveja puede ser presa de los lobos en la oscuridad de la noche, pero su sangre manchará las piedras del
valle, hasta que llegue la aurora y vuelva a salir el sol.

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