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sábado, mayo 12, 2007

PLATON // ION

Platón
ION



ION
SÓCRATES, ION


SOCRATES. - ¡Bienvenido, Ion! ¿De dónde nos acabas de volver
ahora? ¿De tu patria, Efeso?
ION. - De ninguna manera, oh Sócrates, sino de Epidauro, de las
fiestas de Asclepio.
Sóc. - ¿Celebran, acaso, los de Epidauro en honor del dios, juegos de
rapsodos?
ION. -Ciertamente; y además de todo lo que tiene que ver con las
musas.
SÓC. - ¿Y qué? Seguro que has competido. ¿Qué tal lo has hecho?
ION. - Nos hemos llevado los primeros premios, Sócrates.
SÓC. - ¡Así se habla! Procura, pues, que sea nuestra también la
victoria en las Panateneas.
ION. -Lo será, si el dios quiere.
SÓC. - Por cierto, Ion, que muchas veces os he envidiado a vosotros,
los rapsodos, a causa de vuestro arte; vais siempre adornados en lo que
se refiere al aspecto externo, y os presentáis lo más bellamente que
podéis, como corresponde a vuestro arte, y al par áecesitáis frecuentar a
todos los buenos poetas y, principalmente, a Homero el mejor y más
divino de ellos, y penetrar no sólo sus palabras, sino su pensamiento.
Todo esto es envidiable. Porque no sería buen rapsodo aquel que no
entienda lo que dice el poeta. Conviene, pues, que el rapsodo llegue a
ser un intérprete del discurso del poeta, ante los que le escuchan, ya que
sería imposible, a quien no conoce lo que el poeta dice, expresarlo
bellamente. ¿No es digno de envidia todo esto?
ION. -Verdad dices, oh Sócrates. A mí, al menos, ha sido esto lo más
trabajoso de mi arte, por eso creo quede todos los hombres soy quien
dice las cosas más hermosas sobre Homero; de manera que ni
Metrodoro de Lamsaco, ni Estesímbroto de Tasos, ni Glaucón, ni
ninguno de los que hayan existido alguna vez, han sabido decir tantos y
tan bellos pensamientos sobre Homero, como yo.
SÓC. - ¡Magnífico, Ion! Es claro, pues, que no rehusarás hacer una
prueba ante mí.
ION. - Antes al contrario, Sócrates, creo que es digno de oírse lo bien
que he adornado a Homero, de modo que me considero digno de ser
coronado por los homéridas con una corona de oro.
SÓC. -Yo, por mi parte, me tomaré tiempo para escucharte; pero
ahora respóndeme a esto, ¿eres capaz únicamente de hablar sobre
Homero, o también sobre Hesíodo y Arquíloco?
ION. - No, no, únicamente sobre Homero. A mí me parece ya
bastante.
SÓC. - ¿Hay algo sobre lo que Homero y Hesíodo dicen las mismas
cosas?
ION. - Ya lo creo, y muchas.
SÓC.- Y acerca de ellas, ¿qué expondrías tú más bellamente, lo que
dice Homero o lo que dice Hesíodo?
ION. - Me daría igual, Sócrates, si es que se refieren a lo mismo.
SÓC. -Y, ¿con respecto a aquello sobre lo que no dicen las mismas
cosas? Sobre el arte adivinatorio, por ejemplo, ambos, Homero y
Hesíodo, dicen algo de él.
ION. - Ciertamente.
SÓC. - Entonces, aquellas cosas sobre las que, hablando de
adivinación, están de acuerdo los dos poetas y aquellas otras sobre las
que difieren, ¿serías tú quien mejor las explicase o uno de los buenos
adivinos?
ION. -Uno de los adivinos.
SÓC. - Y si tú fueras adivino, y fueras capaz de interpretar aquellas
cosas en las que concuerdan, ¿no sabrías, quizá, interpretar aquellas en
las que difieren?
ION. -Es claro.
SÓC. - ¿Cómo es, pues, que tú eres experto en Homero y no en
Hesíodo o en alguno de los otros poetas? ¿O es que Homero habla de
cosas distintas de las que hablan todos los otros poetas? ¿No trata la
mayoría de las veces de guerra, de las mutuas relaciones entre hombres
buenos y malos, entre artesanos u hombres sin oficio? ¿No habla
también de cómo se relacionan los dioses entre sí y de su trato con los
hombres, de los fenómenos del cielo y del infierno, del nacimiento de
los dioses y los héroes? ¿No son estas cosas sobre las que Homero hizo
su poesía?
ION. -Evidentemente, oh Sócrates.
SÓC. -Pero cómo, ¿es que los otros poetas no lo hicieron sobre las
mismas?
ION. - Sí, Sócrates, pero no han poetizado de la misma manera que
Homero.
SÓC. - ¿Cómo, pues?, ¿peor?
ION. - Con mucho.
SÓC. - Y Homero, ¿mejor?
ION. -Sin duda que mejor, por Zeus.
SÓC. - Y bien, querido, insuperable Ion, cuando muchos hablan de
los números y uno lo hace mejor, ¿podrá alguien reconocer con certeza
al que así habla?
ION. - Yo digo que sí.
SÓC. - Y ¿es el mismo el que distingue a los que hablan mal, o es
otro?
ION. - El mismo, sin duda.
SÓC. - Por tanto, éste será aquel que posea la ciencia de los números.
ION. - Sí.
SÓC. - ¿Entonces qué? Cuando, entre muchos que hablan de cuáles
deben ser los alimentos sanos, uno habla mejor, ¿habrá alguien capaz
de saber que dice cosas excelentes el que las dice, y otro, a su vez, de
conocer que habla mal, el que así habla?, o ¿son el mismo?
ION. - Es claro que el mismo.
SÓC. - ¿Y quién será? ¿Qué nombre le daremos?
ION. - Médico.
SÓC. - Por tanto diremos, en resumidas cuentas, que es siempre el
mismo quien sabrá distinguir, entre muchas personas que hablan sobre
idéntico asunto, al que dice bien y aque mal. O en caso de que no
reconozca al que habla mal, es claro que tampoco al que bien; al menos
tratándose del mismo asunto.
ION. -Así es.
SÓC. - ¿De modo que el mismo es experto en ambos?
ION. - Sí.
SÓC. - Y bien, tú dices que Homero y los otros poetas, entre los que
están Hesíodo y Arquíloco, hablan de las mismas cosas, pero no lo
mismo, sino que uno bien y los otros peor.
ION. - Y digo verdad.
SÓC. -Luego si tú conoces al que habla bien, conocerás sin duda que
hablan peor los que peor hablan.
ION. - Eso parece.
SÓC. -Así, pues, amigo, diciendo que Ion es tan capaz sobre Homero
como sobre los otros poetas no erraremos, ya que llega a afirmar que el
mismo crítico podrá serlo de cuantos hablan de las mismas cosas, y
que, prácticamente, casi todos los poetas poetizan sobre los mismos
temas.
ION. - ¿Cuál es, entonces, la causa, oh Sócrates, de que yo, cuando
alguien habla conmigo de algún otro poeta, no me concentro y soy
incapaz de contribuir en el diálogo con algo digno de mención y me
encuentro como adormilado? Pero si alguno saca a relucir el nombre de
Homero, me espabilo rápidamente, pongo en ello mis cinco sentidos y
no me falta qué decir.
SÓC. - No es difícil, amigo, conjeturarlo; pues a todos es patente que
tú no estás capacitado para hablar de Homero gracias a una técnica y
ciencia; porque si fueras capaz de hablar por una cierta técnica, también
serías capaz de hacerlo sobre los otros poetas, pues en cierta manera, la
poética es un todo. ¿O no?
ION. - Sí.
SÓC. - Pues si se toma otra técnica cualquiera considerada como un
todo, ¿no se encuentra en todas ellas el mismo género de investigación?
Qué es lo que yo entiendo por esto, ¿querrás oírlo de mí, Ion?
ION. - Por Zeus, que es esto lo que quiero, Sócrates. Pues yo me
complazco oyéndoos a vosotros los que sabéis.
SÓC. - ¡Qué más quisiera yo que estuvieses en lo cierto, oh Ion! Sois
vosotros, más bien, los que sois sabios, los rapsodos y actores y
aquellos cuyos poemas cantáis. Yo no digo, pues, sino la verdad que
corresponde a un hombre corriente. Por lo demás, con respeto a lo que
te acabo de decir, fíjate qué baladí y trivial es, para cualquiera, el
reconocer lo que decía de que la investigación es la misma, cuando
alguien toma una técnica en su totalidad. Hagámoslo así en nuestro
discurso: ¿no existe una técnica de la pintura en general?
ION. - Sí. .
SÓC. -Sin duda que hay y ha habido muchos pintores buenos y
medianos.
ION. - Sí, por cierto.
SÓC. -¿Has visto tú alguna vez a alguien, a propósito de Polignoto 5
el hijo de Aglaofón, que sea capaz de mostrar lo bueno y lo malo que
pintó, y que, por el contrario, sea incapaz cuando se trata de otros
pintores, y que si alguien le enseña las obras de estos otros, está como
adormilado y perplejo y no tiene nada que decir, pero si tiene que
manifestar su opinión sobre Polignoto o sobre cualquier otro que a ti te
parezca, entonces se despierta, pone en ello sus cinco sentidos y no
cesa de decir cosas?
ION. - No, por Júpiter, sin duda que no.
SÓC. -¿Cómo es eso? Has visto tú en la escultura a quien, a
propósito de Dédalo el de Metión, o Epeo el de Panopeo, o Teodoro de
Samos , o de algún otro escultor concreto, sea capaz de explicar lo que
hizo bien, y en las obras de otros escultores esté perplejo y adormilado
y no tenga nada que decir?
SÓC. - Por Zeus, que yo no he visto a nadie así.
Sóc. - Además, según yo creo, ni en el sonar de flauta o de cítara, ni
en el canto con cítara, ni en el de los rapsodos has visto nunca. a un
hombre que, a propósito de Olimpo, o de Tamiras, o de Orfeo, o de
Femio el rapsodo de Ítaca , sea capaz de hacer un comentario y que
acerca de Ion de Éfeso se encuentre en un apuro y no sepa explicar lo
que recita bien y lo que no.
ION. - No tengo nada que oponerte, Sócrates. Pero yo tengo el
convencimiento íntimo de que, sobre Homero, hablo mejor y con más
facilidad que nadie, y todos los demás afirman que yo hablo bien, cosa
que no me ocurre si se trata de otros poetas. Mira, pues, qué es esto.
SÓC. - Ya miro, Ion, y es más, intento mostrarte lo que me parece
que es. Porque no es una técnica lo que hay en ti al hablar bien sobre
Homero; tal como yo decía hace un momento, una fuerza divina es la
que te mueve, parecida a la que hay en la piedra que Eurípides llamó
magnética y la mayoría, heráclea . Por cierto que esta piedra no sólo
atrae a los anillos de hierro, sino que mete en ellos una fuerza tal, que
pueden hacer lo mismo que la piedra, o sea, atraer otros anillos, de
modo que a veces se forma una gran cadena de anillos de hierro que
penden unos de otros. A todos ellos les viene la fuerza que los sustenta
de aquella piedra. Así, también, la Musa misma crea inspirados, y por
medio de ellos empiezan a encadenarse otros en este entusiasmo. De
ahí que todos los poetas épicos, los buenos, no es en virtud de una
técnica por lo que dicen todos esos bellos poemas, sino porque están
endiosados y posesas. Esto mismo le ocurre a los buenos líricos, e igual
que los que caen en el delirio de los Coribantes 9 no están en sus
cabales al bailar, así también los poetas líricos hacen sus bellas
composiciones no cuando están serenos, sino cuando penetran en las
regiones de la armonía y el ritmo poseídos por Baco, y, lo mismo que
las bacantes sacan de los ríos, en su arrobamiento, miel y leche, cosa
que no les ocurre serenas, de la misma manera trabaja el ánimo de los
poetas, según lo que ellos mismos dicen. Porque son ellos, por cierto,
los poetas, quienes nos hablan de que, como las abejas, liban los cantos
que nos ofrecen de las fuentes melifluas que hay en ciertos jardínes y
sotos de las musas, y que revolotean también como ellas 10. Y es verdad
lo que dicen. Porque es una cosa leve, alada y sagrada el poeta, y no
está en condiciones de poetizar antes de que esté endiosado, demente, y
no habite ya más en él la inteligencia. Mientras posea este don, le es
imposible al hombre poetizar y profetizar . Pero no es en virtud de una
técnica como hacen todas estas cosas y hablan tanto y tan bellamente
sobre sus temas, cual te ocurre a ti con Homero, sino por una
predisposición divina, según la cual cada uno es capaz de hacer bien
aquello hacia lo que la Musa le dirige; uno compone ditirambos, otro
loas, otro danzas, otro epopeyas, otro yambos. En las demás cosas cada
uno de ellos es incompetente. Porque no es gracias a una técnica por lo
que son capaces de hablar así, sino por un poder divino, puesto que si
supiesen, en virtud de una técnica, hablar bien de algo, sabrían hablar
bien de todas las cosas. Y si la divinidad les priva de la razón y se sirve
de ellos como se sirve de sus profetas y adivinos es para que, nosotros,
que los oímos, sepamos que no son ellos, privados de razón como
están, los que dicen cosas tan excelentes, sino que es la divinidad
misma quien las dice y quien, a través de ellos, nos habla. La mejor
prueba para esta afirmación la aporta Tínico de Calcis , que jamás
hizo un poema digno de recordarse con excepción de ese peán que
todos cantan, quizá el más hermoso de todos los poemas líricos; y que,
según él mismo decía, era «un hallazgo de las musas'. Con esto, me
parece a mí que la divinidad nos muestra claramente, para que no
vacilemos más, que todos estos hermosos poemas no son de factura
humana ni hechos por los hombres, sino divinos y creados por los
dioses, y que los poetas no son otra cosa que intérpretes de los dioses,
poseídos cada uno por aquel que los domine. Para mostrar esto, el dios,
a propósito, cantó, sirviéndose de un poeta insignificante, el más
hermoso poema lírico. ¿No te parece Ion, que estoy en lo cierto?
ION. -Sí, ¡por Zeus! Claro que sí: me has llegado al alma, no sé de
qué manera, con tus palabras, oh Sócrates, y me parece que los buenos
poetas por una especie de predisposición divina expresan todo aquello
que los dioses les comunican.
SÓC. - ¿No sois vosotros los rapsodos, a su vez, los que interpretáis
las obras de los poetas?
ION. - También es verdad.
SÓC. - ¿Os habéis convertido, pues, en intérpretes de intérpretes?
ION. - Enteramente.
SÓC. -Dime, pues, oh Ion, y no me ocultes lo que voy a preguntarte.
Cuando tú recitas bien los poemas épicos y sobrecoges profundamente
a los espectadores, ya sea que cantes a Ulises saltando sobre el umbral,
dándose a conocer ante los pretendientes y esparciendo los dardos a sus
pies , o a Aquiles abalanzándose sobre Héctor , o un momento
emocionante de Andrómaca, de Hécuba o Príamo , ¿te encuentras entonces
en plena conciencia o estás, más bien, fuera de ti y crees que tu
alma, llena de entusiasmo por los sucesos que refieres, se halla presente
en ellos, bien sea en Itaca o en Troya o donde quiera que tenga lugar tu
relato?
ION. - ¡Qué evidente es, Sócrates, la prueba que aduces! Te
contestaré, pues, no ocultándote nada. En efecto, cuando yo recito algo
emocionante, se me, llenan los ojos de lágrimas; si es algo terrible o
funesto, se me erizan los cabellos y palpita mi corazón.
SÓC. -Por consiguiente, oh Ion, ¿diremos que está en su razón ese
hombre que, adornado con vestiduras llamativas y coronas doradas, se
lamenta en los sacrificios y en las fiestas solemnes, sin que sea por
habérsele estropeado algo de lo que lleva encima, o experimenta temor
entre más de veinte mil personas que se hallan amistosamente
dispuestas hacia él, y ninguna de ellas le roba o le hace daño?
ION. -¡No, por Zeus! En absoluto, oh Sócrates, si te voy a hablar con
franqueza.
Sóc. -Tú sabes, sin embargo, que a la mayoría de los espectadores les
provocáis todas esas cosas.
ION. - Y mucho que lo sé, pues los veo siempre desde mi tribuna,
llorando, con mirada sombría, atónitos ante lo que se está diciendo.
Pero conviene que les preste extraordinaria atención, ya que, si los hago
llorar, seré yo quien ría al recibir el dinero, mientras que, si hago que se
rían, me tocará llorar a mí al perderlo.
SÓC. - ¿No sabes que tal espectador es el último de esos anillos, a
los que yo me refería, que por medio de la piedra de Heraclea toman la
fuerza unos de otros, y que tú, rapsodo y aedo, eres el anillo intermedio
y que el mismo poeta es el primero? La divinidad por medio de todos
éstos arrastra el alma de los hombres a donde quiere, enganchándolos
en esta fuerza a unos con otros. Y lo mismo que pasaba con esa piedra;
se forma aquí una enorme cadena de danzantes, de maestros de coros y
de subordinados suspendidos, uno al lado del otro, de los anillos que
penden de la Musa. Y cada poeta depende de su Musa respectiva.
Nosotros expresamos esto, diciendo que está poseído, o lo que es lo
mismo que está dominado. De estos primeros anillos que son los
poetas, penden a su vez otros que participan en este entusiasmo, unos
por Orfeo, otros por Museo, la mayoría, sin embargo, están poseídos y
dominados por Homero. Tú perteneces a éstos, oh Ion, que están
poseídos por Homero; por eso cuando alguien canta a algún otro poeta,
te duermes y no tienes nada que decir, pero si se deja oír un canto de tu
poeta, te despiertas inmediatamente, brinca tu alma y se te ocurren
muchas cosas; porque no es por una técnica o ciencia por lo que tú
dices sobre Homero las cosas que dices, sino por un don divino, una
especie de posesión, y lo mismo que aquellos que, presos en él tumulto
de los coribantes, no tienen el oído presto sino para aquel canto que
procede del dios que les posee, y le siguen con abundancia de gestos y
palabras y no se preocupan de ningún otro, de la misma manera, tú, oh
Ion, cuando alguien saca a relucir a Homero, te sobran cosas que decir,
mientras que si se trata de otro poeta te ocurre lo contrario. La causa,
pues, de esto que me preguntabas, de por qué no tienes la misma
facilidad al hablar de Homero que al hablar de los otros poetas, te diré
que es porque tú no ensalzas a Homero en virtud de una técnica, sino de
un don divino.
ION. -Dices bien, Sócrates. No obstante, me extrañaría que, por muy
bien que hablases, llegaras a convencerme de que yo ensalzo a Homero,
poseso y delirante. Estoy seguro de que no opinarías lo mismo, si me
oyeses hablar de él.
SÓC. -Ya estoy deseando oírte; pero no antes de que me hayas
contestado a esto: ¿De cuál de los temas de que habla Homero, hablas
tú mejor? Porque seguro que no sobre todos.
ION. -Has de saber, Sócrates, que no hay ninguno del que no hable.
SÓC. -Pero no de todos aquellos que quizás desconozcas, y que, sin
embargo, Homero menciona.
ION. - ¿Y cuáles son estos temas que Homero trata y yo, a pesar de
todo, desconozco?
SÓC. - ¿No trata Homero largamente y en muchos lugares sobre
técnicas? Por ejemplo, sobre la técnica de conducir un carro, si me
acuerdo de la cita, te lo diré.
ION. -Deja que lo diga yo, que lo tengo ahora en la memoria.
SÓC. -Dime, pues, lo que Néctor habló con su hijo Antíloco, cuando
le exhorta a tener cuidado con las vueltas en la carrera de caballos en
honor de Patroclo:
ION. - «Y tú inclínate ligeramente, en la bien trabajada silla hacia la
izquierda de ella, y al caballo de la derecha anímale aguijoneándolo y
aflójale las bridas. El caballo de la izquierda se acerque tanto a la
meta que parezca que el cubo de la bien trabajada rueda, haya de
rozar el límite. Pero cuida de no chocar con la piedra» .
SÓC. -Basta, oh Ion, ¿quién distinguirá mejor si estos versos están
bien o no lo están, el médico o el auriga?
ION. - El auriga, sin duda.
SÓC. - ¿Porque posee esta técnica o por alguna otra causa?
ION.-Porque posee esta técnica.
SÓC. - Y ¿no es verdad que a cada una de estas técnicas le ha sido
concedida por la divinidad la facultad de entender en un dominio
concreto, porque aquellas cosas que conocemos por la técnica del
timonel, no las conocemos por la medicina?
ION. - Seguro que no.
SÓC.- Ni por la medicina, las que conocemos por la arquitectura.
ION. -No, por cierto.
SÓC. - Y así con todas las técnicas: ¿lo que conocemos por una no lo
conocemos por la otra? Pero antes respóndeme a esto: ¿crees tú que una
técnica es distinta de otra?
ION. - Sí.
SÓC. -Así pues, lo mismo que yo hago, que cuando un saber es de
unos objetos y otro de otros, llamo de distinta manera a las técnicas, ¿lo
harías tú también?
ION. - Sí.
SÓC. -Porque si fuera una ciencia de los mismos objetos, ¿por qué
tendríamos que dar un nombre a una, y otro nombre a otra, cuando se
podrían saber las mismas cosas por las dos? Igual que yo conozco que
éstos son cinco dedos y tú estás de acuerdo conmigo en ello; si te
preguntase si tú y yo lo sabemos gracias a la misma técnica, o sea la
aritmética, o gracias a alguna otra, responderías, sin duda, que gracias a
la misma.
ION. - Sí.
SÓC. - Dime ahora lo que antes te iba a preguntar: si en tu opinión,
con respecto a las técnicas en general, ocurre que quizá por medio de la
misma técnica conocemos necesariamente las mismas cosas, y que, por
medio de otra, no las conocemos, sino que al ser otra, conocemos
necesariamente otras cosas.
ION. -Así me parece, oh Sócrates.
SÓC. - Quien no posee, pues, una técnica, no está capacitado para
conocer bien lo que se dice o se hace en el dominio de esa técnica.
ION. - Dices verdad.
SÓC. - Y ¿quién en los versos que has recitado, sabrá mejor si
Homero habla con exactitud o no, tú o un auriga?
ION. - Un auriga.
SÓC. - Tú eres, por cierto, rapsodo, pero no auriga.
ION. - Sí.
SÓC. - Y la técnica del rapsodo, ¿es distinta a la del auriga?
ION. - Sí.
SÓC. - Luego si es distinta, será, pues, un saber de cosas distintas.
ION. - Sí.
SÓC. - Más aún; cuando Homero dice que Hecamede la concubina
de Néstor da una mixtura a Macaón herido, y dice poco más o menos:
«Al vino de Pramnio dice, añadió queso de cabra, rallado con un
rallador de bronce, junto con la cebolla condimento de la bebida» ,
¿a quién pertenece aquí dictaminar si Homero habla o no con exactitud,
al médico o al rapsodo?
ION. -Al médico.
Sóc. - Y cuando Homero dice:
«Se precipitó en lo profundo, semejante al plomo, fijo al cuerno de un
buey montaraz y se sumerje llevando la muerte a los ávidos peces» ,
¿de quién diremos que es propio juzgar sobre la rectitud de lo que aquí
se dice, de la técnica del pescador o de la del rapsodo?
ION. - Está claro, oh Sócrates, que de la del pescador.
SÓC. - Imagínate ahora que eres tú quien pregunta y que lo haces así:
«Puesto que tú, oh Sócrates, encuentras en Homero, a propósito de
estas artes, las que a cada uno compete juzgar, mira, pues, si descubres,
con respecto al adivino y al arte adivinatorio, qué clase de cosas son las
que conviene que sea capaz de discernir para saber si un poeta es bueno
o malo». Fíjate qué fácil -y exactamente te responderé. En muchos pasajes
de la Odisea habla Homero de este asunto, por ejemplo, cuando el
adivino Teoclímeno, del linaje de Melampo dice a los pretendientes:
«¡Desgraciados!, ¡qué mal es el que padecéis! La noche os envuelve la
cabeza, el rostro y las rodillas; un lamento resuena, y lloran las
mejillas; y el pórtico y el patio están llenos de sombras que se
encaminan al Erebo, al reino de la noche, el sol ha desaparecido del
cielo, y se extiende una tiniebla horrible» .
Y en varios lugares de la Ilíada, concretamente en el combate ante el
muro, dice:
«Un pájaro volaba sobre ellos que intentaban pasar (el foso), un
águila de alto vuelo, asustando a la gente, llevando en sus garras una
monstruosa serpiente, sangrienta, viva y aún palpitante, que no se
había olvidado de la lucha, pues mordió, a quien lo llevaba, en el
pecho junto a la garganta, doblándose hacia atrás; el águila lo dejó
caer a tierra traspasada de dolor, echándolo sobre la muchedumbre, y
chillando se alejó en alas del viento» .
Yo diría que estas cosas y otras parecidas son las que tiene que analizar
y juzgar el adivino.
ION. - Estás diciendo la verdad, oh Sócrates.
SÓC. - Y tú también la dices, oh Ion, al afirmar esto. Sigamos, pues,
y lo mismo que yo escogí de la Odisea y de la Ilíada aquellos pasajes
que tienen que ver con el adivino, con el médico y con el pescador, de
la misma manera búscame tú, ya que estás mucho más familiarizado
que yo con Homero, aquellos pasajes que son asunto del rapsodo y del
arte del rapsodo, aquellos que le pertenece a él estudiarlos y juzgarlos,
mejor que a hombre alguno.
ION. - Yo afirmo, oh Sócrates, que son todos.
SÓC. -No, Ion, no eres tú quien afirma que todos. O ¿es que eres tan
desmemoriado? Sin embargo, no le va a un rapsodo la falta de
memoria.
ION. -Pero, ¿qué es lo que he olvidado?
SÓC. - No te acuerdas de que tú mismo has dicho que el arte del
rapsodo es distinto del arte del auriga.
ION. -Me acuerdo.
SÓC. - ¿Y no es verdad que tú estabas de acuerdo en decir que,
siendo distinto, tratará cosas distintas?
ION. - Sí.
SÓC. - Entonces, ni el arte del rapsodo, ni el rapsodo mismo
versarán, como tú dices, sobre todas las cosas.
ION. - Tal vez, oh Sócrates, con excepción de esas cosas que tú has
mencionado.
SÓC. - Por «esas cosas» entiendes tú lo que se refiere a las otras
artes. Pero, entonces, ¿sobre qué cosas versará tu arte, si no versa sobre
todo?
ION. - En mi opinión, sobre aquellas cosas que son propias de que
las diga un hombre o una mujer, un esclavo o un libre, el que es
mandado o el que manda.
SÓC. - ¿Acaso afirmas que el lenguaje propio del que manda un
barco combatido, en alta mar, por la tempestad lo conoce mejor el
rapsodo que el timonel?
ION. -No, sino que será el timonel.
SÓC. -Y el lenguaje propio de quien manda en un enfermo, ¿lo
conocerá mejor el rapsodo que el médico?
ION. - Tampoco.
SÓC. -Pero sí lo que se refiere a un esclavo, afirmas tú.
ION. - Sí.
SÓC. - Por ejemplo, el lenguaje propio de un esclavo, pastor de
bueyes, para amansar a sus reses soliviantadas, ¿es el rapsodo quien lo
sabrá mejor y no el pastor?
ION. -No por cierto.
SÓC. - Quizá, entonces, ¿lo que diría una mujer que hila lana, sobre
este trabajo de hilar?
ION. - No.
SÓC. - Entonces, tal vez, lo que diría un general para arengar a sus
soldados.
ION. - Sí; éstas son las cosas que conoce el rapsodo.
SÓC.- ¡Cómo! ¿El arte del rapsodo es, pues, el arte del general?
ION. -Al menos, yo sabría qué es lo que tiene que decir un general.
SÓC. - Posiblemente tienes tú también, oh Ion, talento estratégico. Y
supuesto también que fueras un buen jinete al paso que un tocador de
cítara, conocerías los caballos que son buenos o malos para montar.
Pero si yo te pregunto: «¿Por medio de qué arte sabes tú, oh Ion, si una
cabalgadura es buena? ¿Por el del jinete, o por el del citarista?» ¿Qué
me responderías?
ION. - Por el del jinete, diría yo.
SÓC. - Por consiguiente, si supieses distinguir a aquellos que tocan
bien la cítara, tendrías que convenir conmigo en que lo sabes en cuanto
que tú mismo eres citarista, y no en cuanto jinete.
ION. - Sí.
SÓC. - Y puesto que conoces la estrategia, ¿por qué la conoces?,
¿porque eres general, o porque eres un buen rapsodo?
ION. - Yo creo que no se distinguen estas dos cosas.
SÓC. - ¿Cómo? ¿Dices que no se diferencian en nada? ¿Afirmas,
pues, que son la misma cosa el arte del rapsodo y el del general, o son
distintos?
ION. - A mí me parece que son la misma.
SÓC. - Por tanto, aquel que es un buen rapsodo será también un buen
general.
ION. - Exactamente, oh Sócrates.
SÓC. -Y, a su vez, quien es un buen general será también un buen
rapsodo.
ION. - No, ya esto no me lo parece.
SÓC. -Pero a ti te parece que el buen rapsodo es también buen
general.
ION. - Ciertamente.
SÓC. - Tú eres, pues, el mejor rapsodo entre los helenos.
ION. - Y con mucho, oh Sócrates.
SÓC. - ¿También el mejor general de Grecia?
ION. - Seguro, oh Sócrates; todo esto lo he aprendido yo de Homero.
SÓC. -Por los dioses, oh Ion, ¿cómo es, pues, que siendo el mejor de
los helenos, en ambas cosas, como general y como rapsodo, vas
recitando de un sitio para otro, y no te dedicas a hacer la guerra?, ¿o es
que te parece que entre los griegos hay más necesidad de rapsodos
coronados con coronas de oro, que de generales?
ION. - Es que nuestra ciudad, oh Sócrates, está gobernada y dirigida
militarmente por vosotros 2, y no necesita de un general; y la vuestra y
la de los lacedemonios no me escogería a mí por jefe; pues vosotros
tenéis conciencia de que os bastáis a vosotros mismos.
SÓC.- ¡Oh querido Ion! ¿No conoces a Apolodoro de Cícico? .
ION. - ¿A quién?
SÓC. -A aquel al que, aunque extranjero, han escogido muchas veces
los atenienses como general; y también a Fanóstenes de Andros y
Heraclides de Clazómenas 23, que siendo extranjeros, como eran, por
haber mostrado su capacidad, la ciudad los designaba para estrategas y
para otros cargos públicos. ¿No escogerían, pues, a Ion de Éfeso como
general y lo honrarían como tal, si le encontrasen digno de ello? ¿Es
que los de Éfeso no sois, desde tiempo inmemorial, atenienses? ¿Es que
Éfeso es menos que otra ciudad?
Pero, de hecho, oh Ion, si dices la verdad cuando afirmas que es por
una técnica y una ciencia por lo que eres capaz de ensalzar a Homero,
eres injusto, sin embargo; porque, asegurando que sabes muchas y
bellas cosas sobre Homero y diciendo que me las vas a mostrar, te
burlas de mí y estás muy lejos de mostrármelas, y ni me quieres indicar
cuáles son los temas sobre los que tú estás versado, a pesar de que te lo
ruego insistentemente, sino que, como Proteo, tomas todas las formas y
vas de arriba para abajo, hasta que, por último, habiéndoteme escapado,
te me apareces como general, por no mostrarme lo versado que estás en
la ciencia de Homero. Si, como acabo de decir, eres experto en Homero
y, habiéndome prometido enseñarme esta técnica, te burlas de mí,
entonces cometes una injusticia; pero si, por el contrario, no eres
experto, sino que, debido a una predisposición divina y poseído por Homero,
dices, sin saberlas realmente, muchas y bellas cosas sobre este
poeta -como yo he afirmado de ti-, entonces no es culpa tuya. Elige,
pues, por quién quieres ser tenido, por un hombre injusto o por un
hombre divino.
ION. - Hay una gran diferencia, oh Sócrates. Es mucho más hermoso
ser tenido por divino.
SÓC. -Así pues, esto, que es lo más hermoso, es lo que te
concedemos, a saber, que ensalzas a Homero porque estás poseído por
un dios; pero no porque seas un experto.

1 comentario:

melloncollie dijo...

· Realmente rescatar estos textos antiguos, de exhuberante sabiduría, es contribuyente a las mentes ágiles y curiosas.
Es un buen intento el que en ellas ve el fruto de lo que en nuetros tiempos carece.

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