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sábado, junio 02, 2007

LA LEYENDA DEL HOMBRE DEL CEREBRO DE ORO // ALFONSO DAUDET

LA LEYENDA DEL HOMBRE DEL CEREBRO DE ORO

Alfonso Daudet

Habia una vez un hombre que tenia el cerebro de oro. Cuando nació, los médicos creian que se malograria, porque su cabeza pesaba mucho y su cráneo era desmesurado. Vivió, sin embargo, y se desarrolló al aire libre como un hermoso pie de olivo; sólo que su gruesa cabeza seguia tirando de él, y daba lástima verle toparse con los muebles cuando andaba por la casa. Muchas veces se caia. Un dia rodó desde lo alto de unas gradas, y fue a dar con la frente en un escalón de mármol, sonando alli su cabeza como un lingote. Se creyó que habia muerto; pero al levantarle, no se le encontró más que una ligera herida, con dos o tres gotitas de metal cuajadas entre sus rubios cabellos. Asi es como supieron los padres que el niño tenia los sesos de oro.

Túvose el caso secreto; y el pobre niño no sospechó nada. De cuando en cuando preguntaba por qué no le dejaban ya correr por delante de la casas con los chicos de la calle.

-¡Porque te robarian, prenda mia! -le respondió su madre...

Entonces le entraba al chico mucho miedo de que lo robasen; y se volvia a jugar solo, sin decir una palabra, arrastrándose pesadamente de una habitación a otra...

Hasta los dieciocho años no le revelaron sus padres el don monstruoso con que le hubo favorecido el destino; y como le habian criado y educado hasta aquella edad, le pidieron en recompensa un poco de su oro. El muchacho no vaciló; en el mismo instante (no dice la leyenda cómo y por qué medio) se arrancó del craneo un pedazo de oro macizo del tamaño de una nuez, y se lo echó orgullosamente a su madre en el regazo... A poco, deslumbrado con las riquezas que llevaba en la cabeza, poseido de los deseos, embriagado con su poder, abandonó la casa paterna, y se fue por el mundo despilfarrando su tesoro.

Por el tren regio de vida que llevaba, y por el modo con que iba derramando el oro sin llevar cuenta alguna, se hubiera dicho que su cerebro era inagotable... Y sin embargo, se iba agotando, y bien se advertia cómo se le apagaba la mirada, y cómo se le hundian las mejillas. Por fin, una mañana, después de una desenfrenda orgia, el desdichado que se habia quedado solo entre los restos del festin y las lámparas que palidecian, se asustó de la enorme brecha que habia abierto ya en su lingote. Era tiempo de detenerse.

Desde aquel dia emprendió nueva vida. El hombre del cerebro de oro se fue a vivir retirado, con el trabajo de sus manos, receloso y timido como un avaro, huyendo de las tentaciones y procurando olvidarse de aquellas fatales riquezas que ya no queria tocar... Por desgracia, le habia seguido un amigo suyo a su retiro, y aquel amigo conocia su secreto.

Una noche se despertó el pobre hombre sobresaltado con un espantoso dolor en la cabeza; saltó de la cama como fuera de si, y a la luz de la luna vio a su amigo que huia escondiendo una cosa debajo de la capa...

¡Otro poco de cerebro que le quitaban!

Al poco tiempo, el hombre del cerebro de oro se enamoró, y esta vez se acabó todo... todo... Amaba con toda su alma a una rubita que también le queria mucho, pero que preferia los perendengues, las plumas blancas, y las lindas bellotitas bronceadas que golpeaban sus botitos.

Entre las manos de esta monisima criatura, medio pájaro, medio muñeca, las particulas de oro se derretian que era un primor. A ella todo se la antojaba y él no sabia negarle nada; por temor de disgustarla, la ocultó hasta lo último el triste secreto de su fortuna.

-¿Conque somos muy ricos? - decia ella.

Y el pobre hombre respondia:

-¡Oh, si... muy ricos!

Y miraba con amorosa sonrisa al pajarito azul que se le iba comiendo el cráneo inocentemente. Algunas veces, sin embargo, se apoderaba de él el miedo, le daban tentaciones de ser avaro; pero entonces la mujercita se le acercaba a saltitos y le decia:

-Maridito mio, ya que eres tan rico, cómprame alguna cosita muy car...

Y él la compraba algo de mucho precio.

Aquello duró como unos dos años. Al cabo, una mañana se murió la mujer, sin saberse la enfermedad, como un pajarito... El tesoro tocaba a su fin. Con lo que le quedaba, el viudo mandó hacer a su amada difunta un hermoso entierro. Doblar de campanas, magnificas carrozas enlutadas, caballos empenachados, lágrimas de plata sobre el terciopelo, nada le pareció demasiado. ¿Qué le importaba ya su tesoro?... Dio para la iglesia, para los enterradores, para los vendedores de siemprevivas; lo repartió por todas partes, sin regatear... Asi que al salir del cementerio, no le quedaba casi nada de aquel cerebro maravilloso; sólo algunas particulas en las paredes del cráneo.

Entonces se le vio andar por las calles con aire extraviado y las manos extendidas hacia delante, tropezando como un borracho. Por la noche, a la hora en que iluminan los bazares, se detuvo delante de un gran escaparate en que las luces hacian resplandecer un barullo de telas y de joyas, y se quedó alli largo rato mirando dos botitas de satén azul forradas de plumón de cisne.

Bien sé yo a quien le gustarian mucho estas botitas, pensaba sonriendo, sin acordarse ya de que su mujer habia muerto; y entró a comprarlas.

Desde el fondo de la trastienda, la vendedora oyó un grito; vino corriendo, y retrocedió de miedo al ver un hombre de pie, que se reclinaba en el mostrador y la miraba tristemente con aspecto atontado. En una mano tenia las botitas azules con ribetes de cisne, y alargaba la otra mano ensangrentada con limaduras de oro en las puntas de las uñas.

Tal es la leyenda del hombre del cerebro de oro.

A pesar de su aspecto de cuento fantástico, esta leyenda es verdadera desde el principio hasta el fin. Hay por esos mundos algunos infelices, condenados a vivir de su cerebro y a pagar en finisimo oro, con su médula y con su sustancia, las cosas más insignificantes de la vida. Para ellos, cada dia es un nuevo dolor, y luego, cuando estan hartos de sufrir...

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