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viernes, diciembre 05, 2008

DEL OTRO LADO - LOVECRAFT

DEL OTRO LADO1
H. P. LOVECRAFT

RESULTA horrible más allá de cualquier imaginación el cambio
que sufrió mi mejor amigo, Crawford Tillinghast. No lo había visto desde
el día en que, dos meses y medio antes, me hablara de algunos de los
objetivos que guiaban sus experimentos físicos y metafísicos; cuando me lo
contó, mis objeciones espantadas y casi aterrorizadas provocaron que me
expulsara de su laboratorio y su casa en un arrebato de ira ciega. Yo sabía
que ahora pasaba casi todo el tiempo en el laboratorio del ático con esa
maldita máquina eléctrica, comiendo apenas y manteniendo fuera incluso a
los criados, pero yo no sabía que un lapso tan corto como son diez semanas
pueden alterar y desfigurar hasta tal punto a un ser humano. No resulta
agradable la visión de un hombre robusto súbitamente enflaquecido, y es
aún peor cuando la piel fláccida se torna amarillenta o grisácea, los ojos
hundidos y ojerosos, resplandeciendo de forma extraña, la frente surcada de
venas y arrugas, y las manos trémulas y nerviosas. Si a eso unimos una
repulsiva falta de higiene, un salvaje desaliño en el vestir, una pelambrera
de cabellos oscuros encanecidos en las raíces y unas tupidas barbas sobre el
rostro otrora bien afeitado, el efecto acumulado resulta bastante impactante.
Pero tal era la apariencia de Crawford Tillinghast la noche en que su
mensaje, coherente sólo a medias, me hizo acudir hasta su puerta tras
semanas de distanciamiento; tal era el espectro que temblaba al
franquearme el acceso, vela en mano y ojeando furtivamente sobre el
hombro como si temiese la presencia de seres invisibles en la antigua y
solitaria mansión ubicada tras Benevolent Street.

1 From Beyond, written: 1920, published: 1934, in The Fantasy Fan.

El que Crawford Tillinghast pudiera haber estudiado alguna vez
ciencias y filosofía resultaba un error. Tales materias deben confiarse a
investigadores fríos e impersonales, ya que ofrecen dos alternativas
igualmente trágicas al hombre de espíritu o al de acción; el desánimo en
caso de errar en el experimento, y terrores inenarrables e inimaginables en
el caso de alcanzar el éxito. Tillinghast fue una vez presa del fracaso,
solitario y melancólico; pero ahora supe, con un nauseabundo temor por mí
mismo, que era presa del éxito. Ciertamente, yo le había advertido hacía
diez semanas, cuando me confió el relato de lo que pensaba estar a punto
de descubrir. En esos momentos estuvo rubicundo y exaltado, hablando con
voz alta y forzada, aunque en todo momento impregnada de pedantería.
— Qué sabemos — decía — sobre el mundo y el universo a nuestro
alrededor? Los medios de los que disponemos para recibir impresiones son
absurdamente pocos, y nuestras nociones sobre los objetos circundantes
infinitamente estrechas. Vemos cosas tan sólo porque estamos diseñados
para verlas, y no podemos hacernos idea de su naturaleza absoluta. Con
cinco débiles sentidos tratamos de asimilar el cosmos complejo e infinito,
aunque otros seres con sentidos más amplios, más fuertes o de clase
diferente podrían no sólo ver muy distintas las cosas que nosotros vemos,
sino también acceder y estudiar mundos completos de materia, energía y
vida que se encuentran al alcance de la mano, pero que jamás podremos
detectar con nuestros sentidos. Siempre he pensado que tales mundos
extraños, inaccesibles, coexisten junto a nosotros, y ahora creo haber
encontrado una forma de romper las barreras. No es broma. En las
próximas veinticuatro horas esta máquina que está junto a la mesa generará
ondas que actuarán sobre incógnitos órganos sensoriales que sobreviven en
nosotros como vestigios atrofiados o rudimentarios. Tales ondas nos
abrirán perspectivas desconocidas para el hombre, y algunas ignotas para
cualquier ente que podamos considerar vida orgánica. Veremos aquello a lo
que los perros aúllan en la oscuridad y lo que hace aguzar el oído a los
gatos tras la medianoche. Veremos tales cosas y otras que ninguna criatura
que respira viera. Nos impondremos al tiempo, espacio y dimensiones, y
sin movernos podremos indagar en los fundamentos de la creación.
Cuando Tillinghast dijo tales cosas lo recriminé, ya que lo conocía
suficientemente como para sentirme antes asustado que contento, pero era
un fanático y me echó de su casa. Ahora seguía siendo un fanático, pero su
deseo de hablar se había impuesto sobre su resentimiento y me había
reclamado imperiosamente con una escritura que apenas era capaz de
reconocer. Al llegar a la morada de mi amigo, tan súbitamente
transformado en una temblorosa gárgola, me infecté del terror que parecía
aguardar en cada sombra. Las palabras y creencias expresadas diez
semanas antes parecieron tomar cuerpo en la oscuridad que había más allá
del pequeño resplandor de la vela, y me sentí enfermar por la voz
cavernosa y alterada de mi anfitrión. Ansiaba la presencia de los criados y
no me gustó nada que me dijera que se habían marchado todos tres días
antes. Me resultó extraño que el viejo Gregory, al menos, hubiera
abandonado a su amo sin comunicárselo a un íntimo como era yo. Era él
quien me había suministrado toda la información que había recibido sobre
Tillinghast desde que éste me despachara lleno de rabia.
Aunque bien pronto subordiné todos mis temores a las crecientes
curiosidad y fascinación. Tan sólo podía conjeturar lo que Crawford
Tillinghast pudiera desear ahora de mí, pero ya no albergaba dudas sobre
que poseía un formidable secreto o descubrimiento aún por desvelar. Antes
yo me opuse a sus antinaturales intromisiones en lo desconocido; pero
ahora que, evidentemente, había triunfado, de alguna forma yo casi
compartía su estado de ánimo, por terrible que pudiera parecer el precio de
la victoria. Subiendo a través de la oscura vacuidad de la casa, seguía la
vela que temblaba en la mano de esta estremecida parodia de hombre. No
parecía haber corriente, y cuando pregunté sobre ello a mi guía, éste dijo
que había una buena razón para ello.
— Sería demasiado... no me atrevo — acabó murmurando.
Especialmente reparé en su nuevo hábito de susurrar, ya que antes
no solía hablar para sus adentros. Entramos en el laboratorio del ático y vi
aquella detestable máquina eléctrica, resplandeciendo con enfermiza
luminosidad, siniestra, violeta. Estaba conectada a una potente batería
química, pero parecía no tener corriente; pero yo recordaba cómo en su
etapa experimental chisporroteaba y ronroneaba al ponerse en marcha. En
respuesta a mi pregunta, Tillinghast musitó que su permanente fulgor no
era de origen eléctrico en cualquiera de los sentidos que yo pudiera
entender esto.
Me hizo entonces sentar cerca de la máquina, de tal forma que ésta
quedaba a mi derecha, y giró un conmutador bajo el grupo superior de
bulbos de cristal. Comenzó el habitual crepitar, transformándose en
zumbido, y se resolvió en un rumor tan tenue que parecía haber vuelto al
reposo. Mientras, crecía la luminosidad, menguaba de nuevo, por fin llegó
a un color o mezcla de colores pálidos y extraños que no puedo clasificar ni
describir. Tillinghast, que había estado observándome, advirtió mi
expresión asombrada.
— ¿Sabes qué es esto? — susurró —. Es ultravioleta — gorgojeó
de forma espantosa ante mi sorpresa —. Creías que era invisible, y lo es...
pero esto, así como otras muchas cosas invisibles, lo podrás ver ahora.
«¡Escucha! Las ondas de esta máquina están despertando en
nosotros un millar de sentidos adormecidos; sentidos que hemos heredado
tras eones de evolución, desde el estadio de electrones dispersos al de
humanidad orgánica. Yo he visto la realidad y ahora he decidido
mostrártela. ¿Te preguntas cómo es posible? Yo te lo diré — entonces,
Tillinghast se sentó directamente enfrente de mí, soplando hasta apagar la
vela, escudriñando de forma espantosa dentro de mis ojos —. Tus actuales
órganos sensoriales, primeramente el oído, creo, serán capaces de
aprehender muchas de las impresiones, ya que se hallan estrechamente
conectados con los órganos dormidos. Luego entrarán otros en acción.
¿Has oído hablar de la glándula pineal? Me río de esos endocrinólogos
superficiales, tan falsarios y advenedizos como los freudianos. Esa glándula
es el órgano supremo de los órganos sensoriales... yo lo he descubierto.
Después de todo, es parecido a la vista y transmite imágenes visuales al
cerebro. Si eres normal, ésa es la forma en que recibirás casi toda la
información... me refiero a las impresiones del otro lado.»
Observé alrededor; el inmenso ático con su pared sur inclinada,
levemente iluminada por rayos que el ojo cotidiano no puede ver. Las
esquinas alejadas estaban totalmente en sombras, y sobre todo el sitio se
asentaba en una brumosa irrealidad que entrevelaba su naturaleza,
invitando a la imaginación hacia el simbolismo y la fantasmagoría. Durante
el lapso en que Tillinghast guardó silencio me imaginé en algún vasto e
increíble templo de dioses muertos mucho tiempo atrás, algún difuso
edificio de innumerables columnas de piedra negra que se alzaban desde un
suelo de húmedas losas hacia alturas nubladas, más allá del alcance de mi
visión. La imagen resultó por un instante sumamente vívida, pero
gradualmente fue dejando paso a una escena más horrible, a una completa,
absoluta soledad de espacio infinito, ciego, sordo. Parecía tratarse de un
vacío y nada más, y sentí un miedo pueril que me llevó a empuñar el
revólver que siempre llevaba en el bolsillo desde que me atracaron en East
Providence. Entonces, desde las más lejanas regiones del apartamiento, el
sonido cobró suavemente vida. Resultaba infinitamente débil, tenuemente
vibrante e inconfundiblemente musical, aunque dotado con una cualidad de
estremecedora ajenidad que convirtió su reverbero en una delicada tortura
que cubrió todo mi cuerpo. Sentí sensaciones como las que se sienten al
hacer rechinar accidentalmente un cristal. Simultáneamente apareció algo
parecido a una corriente fría que, en apariencia, soplaba sobre mí desde el
mismo lugar del que provenía el distante sonido. Mientras aguardaba
conteniendo la respiración, noté que tanto el viento como el sonido
arreciaban; un efecto que me produjo una extraña impresión sobre mí
mismo, como si me encontrase atado sobre unas vías en el camino de una
gigantesca locomotora que fuese aproximándose. Hice gesto de hablar con
Tillinghast, y en el acto se esfumaron repentinamente todas aquellas
insólitas impresiones. Tan sólo vi al hombre, la máquina y la penumbrosa
estancia. Tillinghast se reía repugnantemente del revólver que había
empuñado en forma casi inconsciente, pero por su expresión me convencí
de que había visto y oído lo que yo, si no más. Le susurré lo que me había
ocurrido, y él me instó a permanecer tan quieto y atento como me fuera
posible.
— No te muevas — me advirtió —, ya que estos rayos permiten
tanto que veamos como que seamos vistos. Ya te dije que los criados se
habían ido, pero no te conté cómo. Fue esa atontada ama de llaves...
encendió las luces de abajo a pesar de mis órdenes y los cables captaron
vibraciones simpáticas. Debió de ser espantoso... pude escuchar los gritos
desde aquí a pesar de lo que estaba viendo y oyendo de otras procedencias,
y después resultó bastante terrible encontrarme con aquellos montones de
ropas dispersos por la casa. Las ropas de la señora Updike estaban cerca del
conmutador... por eso sé que fue ella quien lo hizo. Pero en tanto en cuanto
no nos movamos estaremos razonablemente a salvo. Recuerda que nos las
vemos con un mundo espantoso en el que nos hallamos prácticamente
inermes... ¡Permanece inmóvil!
La impresión combinada de aquella revelación y la orden abrupta
me sumió en una especie de parálisis, y en mi terror de nuevo mi mente se
abrió a la sugestión que procedía de los que Tillinghast llamaba «otro
lado». Ahora me encontraba en un remolino de sonidos y movimientos, con
confusas imágenes pasando ante mis ojos. Veía los perfiles borrosos de la
estancia, pero desde algún punto del espacio parecía surgir una hirviente
columna de formas irreconocibles, o quizás nubes, traspasando el sólido
techo por un punto arriba y a la derecha. Entonces noté de nuevo el efecto
del templo, pero esta vez las columnas alcanzaban algún etéreo océano de
luz que envió un rayo cegador a través de la columna nubosa que viera
previamente. Tras eso, la escena se tornó completamente calidoscópica, y
en la barahúnda de visiones, sonidos e impresiones sensoriales sin
identificar sentí que estaba a punto de disolverme, o de perder la forma
corpórea. Siempre recordaré un instante bien definido. Por un momento
creí contemplar una porción de extraño cielo nocturno repleto de esferas
brillantes que giraban y, mientras retrocedían, vi que dos soles
resplandecientes formaban una galaxia o constelación de forma definida;
tal forma era el rostro distorsionado de Crawford Tillinghast. En otra
ocasión sentí cómo inmensos seres animados me rozaban al pasar y, en
ocasiones, traspasaban o se deslizaban a través de mi cuerpo,
supuestamente sólido, y, sin embargo, veía a Tillinghast mirarlos como si
sus sentidos, mejor entrenados, pudieran captarlos visualmente. Recordé lo
que dijera acerca de la glándula pineal y me pregunté que habría
contemplado con ese ojo preternatural.
Súbitamente yo mismo comencé a gozar de una especie de visión
aumentada. Por encima del caos luminoso y sombrío se alzó una imagen
que, aunque difusa, poseía elementos de consistencia y permanencia. De
hecho, se trataba de algo familiar, ya que la parte insólita se
sobreimpresionaba sobre la habitual tal y como una proyección
cinematográfica puede proyectarse sobre el telón pintado de un teatro. Vi el
laboratorio del ático, la máquina eléctrica y la repugnante forma de
Tillinghast frente a mí, pero nada del espacio no ocupado por objetos
familiares y materiales se encontraba vacío. Indescriptibles formas, vivas o
no, se entremezclaban en abominable tumulto, y junto a cada cosa conocida
se encontraban mundos enteros de alienígenas entidades desconocidas.
Igualmente, parecía que todos los seres conocidos entraban en la
composición de otras cosas desconocidas, y viceversa. Sobre todo, entre los
seres vivos se encontraban unas monstruosidades gelatinosas, negras como
la tinta, que tremolaban con flaccidez en sincronía con las vibraciones de la
máquina. Se encontraban presentes en una espantosa profusión, y para mi
horror descubrí que se superponían; que eran semilíquidas y capaces de
traspasar unas a través de otras, así como a través de lo que nosotros
entendemos como sólido. Tales seres nunca estaban quietos, sino que
parecían flotar alrededor siguiendo algún propósito maligno. A veces
parecían devorarse unas a otras, el atacante lanzándose sobre la víctima y
haciéndola desaparecer instantáneamente de la vista. Estremeciéndome,
creí descubrir lo que había hecho esfumarse a los infortunados criados, y no
pude alejar de mi mente tal pensamiento mientras intentaba observar otras
propiedades del mundo recién descubierto que subyacía invisible en torno
nuestro. Pero Tillinghast había estado observándome y me hablaba.
— ¿Lo ves? ¿Lo ves? ¿Ves los seres que flotan y caen en torno y a
través tuyo a cada momento de tu vida? ¿Ves las criaturas que forman parte
de lo que los hombres llaman aire puro y cielo azul? ¿No he logrado
romper la barrera, no te he mostrado mundos que ningún otro ser vivo ha
visto?
Yo escuchaba sus horribles gritos entre aquel horrible caos y
observaba su rostro distorsionado, ofensivamente cerca del mío. Sus ojos
despedían llamaradas y me observaban con lo que ahora entiendo era odio
estremecedor. La máquina zumbaba de forma detestable.
— ¿Crees que esos seres ameboides mataron a los criados? ¡Son
inofensivos, idiota! Pero los criados han desaparecido, ¿no? Intentaste
detenerme, me desanimaste cuando necesitaba cada brizna de valor que
pudiera reunir; tenías miedo de las verdades cósmicas, maldito cobarde,
¡pero ahora estás en mis manos! ¿Qué fue lo que mató a los criados? ¿Qué
fue lo que los hizo gritar así?... no lo sabes, ¿eh? ¡Pronto lo sabrás!
Mírame, escucha cuanto te digo, ¿crees que existen de verdad cosas tales
como tiempo y magnitud? ¿Crees que existen cosas como forma y materia?
¡Pues yo te digo que me he sumido en profundidades que tu pequeño
cerebro no alcanza siquiera a intuir! He visto más allá de los límites del
infinito y frecuentado a los demonios de las estrellas... he viajado a lomos
de las sombras que saltan de mundo en mundo sembrando la muerte y la
locura... el espacio me pertenece, ¿me oyes? Tengo a ciertos seres ahora a
mis talones, seres que devoran y disuelven, pero yo sé cómo escapar de
ellas. Te cogerán a ti, tal y como cogieron a los criados. ¿Te inmutas,
amigo mío? Ya te dije que es peligroso moverse. Hasta ahora te has
salvado gracias a la advertencia de que permanecieras quieto... salvado para
contemplar más visiones y oírme. Si te hubieses movido, hace rato que
hubieran caído sobre ti. No te preocupes, no te dolerá. No lastimaron a los
sirvientes... fue el contemplarlos lo que hizo gritar así a los pobres diablos.
Mis mascotas no resultan agradables, ya que proceden de lugares con
patrones estéticos... muy distintos. La desintegración resulta bastante
indolora, puedo jurártelo... pero quiero que los veas. Yo casi los vi, pero sé
cómo parar. ¿No sientes curiosidad? ¡Siempre supe que no tenías
temperamento científico! ¿Tiemblas, eh? ¿Tiemblas de ansiedad por ver a
los postreros seres que he descubierto? ¿Por qué no te mueves entonces?
¿Estás cansado? Bueno, no hay ningún problema, amigo, ya llegan... ¡Mira!
¡Mira! ¡Mira, maldito seas! justo sobre tu hombro izquierdo!
Queda muy poco por contar, y puede ser ya conocido por las
noticias de los periódicos. La policía escuchó un disparo en la vieja casa
Tillinghast y nos descubrió allí... Tillinghast muerto y yo inconsciente. Me
arrestaron por culpa del revólver hallado en mi mano, pero me liberaron
unas tres horas después, apenas comprobaron que Tillinghast había muerto
de apoplejía y que mi pistola había sido disparada contra la malsana
máquina que ahora se encuentra inservible sobre el suelo del laboratorio.
No conté mucho de cuanto viera, pues temía que el forense se mostrara
escéptico; pero por el evasivo esquema que le suministré, el doctor me dijo
que sin duda había resultado hipnotizado por aquel loco vengativo y
homicida.
Quisiera poder creer a ese médico. Resultaría de gran ayuda para
mis nervios alterados el que pudiera descartar lo que ahora pienso sobre el
aire y el cielo sobre y en torno mío. Nunca me siento solo o a gusto, y una
odiosa sensación de ser perseguido me hace estremecer a veces, cuando me
encuentro fatigado. Lo que me impide creer al médico es este sencillo
hecho... que la policía nunca encontró los cuerpos de aquellos criados
cuyas muertes se atribuyen a Crawford Tillinghast.

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